La Terraza del Estado y otros apuntes sobre los servicios
¿Cuántas veces escuchamos o leímos la metáfora de “los sótanos del Estado”? Los sótanos para remitir a los servicios de inteligencia argentinos, a su capacidad de operación sucia y su toxicidad. La frase siempre revela una ajenidad, una perplejidad, un “no te la puedo creer”. Cada tanto “descubrimos” los servicios. Como estos días en que Vidal quedó en el ojo de la tormenta por el contenido de la famosa mesa de la Gestapo y por la naturaleza de la filmación: la hizo la AFI y se encontró en un cajón de las oficinas. Pero la metáfora del sótano, además, peca de una fe: la de que esos servicios funcionan de modo oculto, eficaz y secreto cuando también lo cierto es que fueron y son muchas veces los trapitos del Estado secándose al sol. Porque, ¿cuánto finalmente sabemos de ese sótano? Por momentos, y midiendo su eficacia para la discreción, podríamos llamarlos “las terrazas del Estado”. Pero lo que sigue no es el esbozo de una historia de la ex SIDE (Servicios de Inteligencia del Estado) -más allá de los cambios de nombres y siglas-, sino un simple recuento de imagen y sonido, apelando a la “memoria emotiva ciudadana”.
Hay una escena en la comedia Tiempo de valientes (2005) de Damián Szifrón. Diego Peretti hace de un psiquiatra al que le aplican una probation y debe ser el acompañante terapéutico de un policía (Luis Luque). En el desenlace de la historia Luque se encuentra secuestrado por “los servicios”, tras una investigación sobre un crimen y una trama de tráfico ilegal de uranio que ejecuta una banda de los servicios… Bueno, la escena es esa en la que el psiquiatra disfrazado de policía entra literalmente por la ventana a una oficina de la SIDE, y le apunta a quien es el jefe. Este “jefe” (interpretado por el gran Oscar Ferreiro), de modo temerario y previsible, mientras el psiquiatra tembloroso lo apunta, le dice: “yo volteé presidentes”. Algo memorable de ese gag en mitad de una comedia liviana son las dos puntas simultáneas que lo sostienen: la verosimilitud con que puede sonar una frase así (“yo volteé presidentes”, en una película estrenada pocos años después del desfile de presidentes de la crisis) y la verosimilitud con que un tipo cualquiera efectivamente pueda entrar por una ventana a la SIDE. La escena está en el límite de la parodia política porque tiene un rival demasiado competitivo: la realidad. Si uno dice SIDE ingresa a un caleidoscopio de imágenes contemporáneas en las que asoma Espartacus y sus extorsiones; también Sofía Fijman, la mujer que alimentaba gatos y murió aplastada por el portón de la sede de la calle Libertad; los jueces federales, Oyarbide bailando con la Mona; el boliche swinger del señor Martins en la calle Anchorena; el legislador porteño del partido de Cavallo que descubre que su mujer es espía; la balacera que mata al Lauchón; la llamada en vivo de Stiuso para apretar a Moreno Ocampo… y su sonrisa en Netflix. Para muestra de esta competencia entre parodia y ficción, basta un googleo. Y como lectura recomendada, entre otras, el libro Iosi, el espía arrepentido, de Miriam Lewin y Horacio Lutzky, que versa sobre los servicios de la PFA, tan cercanos a la SIDE, y Los doblados, de Ricardo Ragendorfer, sobre la infiltración de la inteligencia militar (el 601) en la guerrilla argentina.
La Side es una palabra calada que podemos nombrar así, “Side”, sin las cuatro mayúsculas de la sigla. Porque la Side en minúscula se tragó las mayúsculas. Se tragó el siglo XX. En los 80 y 90 había dos palabras radiactivas por distinta razón: Side y Sida. Cosas delicadas de nombrar. Lo que se escribe sobre (o desde) “los servicios” siempre complementó una paradoja: la imagen que nos proyecta esa institución dedicada a ser la mano invisible del Estado es prácticamente la imagen más “humana” (demasiado humana) que nos puede dar el Estado.
Había un cuento (un mito) macabro que se oía en los primeros años 90. Pongámoslo así: un chico conocía a una chica en un boliche, la llevaba a su departamento, tenían sexo, y ella de madrugada se iba y le dejaba escrito en el espejo del baño un mensaje: “bienvenido al mundo del Sida”. Los roles pueden ser intercambiables: una chica y el que se va es un chico, o un taxi boy se lo escribe a un cliente jovato y bacán, o una prostituta al hijo de un empresario que usa la casa de papá en verano. Variaciones de una paranoia que circula porque funciona. Tal vez hubiera dicho Piglia que se trata de uno de esos “contra-relatos” alternativos, las alegorías anónimas que elabora la sociedad. Pero este no era uno que se organizaba contra el Estado, sino más bien reforzando un mandato de disciplina sexual (diríamos, a favor del Estado): ojo que no sabés con quién estás cogiendo. Piglia mencionaba un rumor circulado en los años del Proceso: que alguien en una estación provinciana una vez vio pasar un tren lento, de madrugada, lleno de cadáveres que iban al sur. En ese cuento anónimo y extendido se contaba lo que pasaba contra el monopolio de lo que “el Estado narraba”. En la sexualidad romana de la querida Buenos Aires los rumores sobre el sexo de los jueces, los políticos, los empresarios, los sindicalistas, los periodistas políticos, cruzaban ese umbral: una chica o chico podrían haberle dejado escrito con rouge en el espejo “bienvenido al mundo de la Side”. Los burdeles, los clubes de parejas swingers, el Estado prostibulario. Un Estado un poco “a la cama con Moria”. Side y sexo. Un periodista que investigó los narco-prostíbulos me lo define así: “muchas chicas fueron usadas por La Casa”. Es parte de las disputas de poder. El virus estatal: no sabrás con quién estás en la cama.
La Side es una palabra calada que podemos nombrar así, “Side”, sin las cuatro mayúsculas de la sigla. Porque la Side en minúscula se tragó las mayúsculas. Se tragó el siglo XX
Si la Side está en lo que no se ve, también es, como decían los macristas, el estado del Estado. Un flashback al pie de los veinte años que se cumplen, cuando en la marcha tras el crimen de unos jóvenes asesinados por un empleado de seguridad en una estación de servicio en Floresta (“La masacre de Floresta”) aparecieron tirados unos volantes que decían más o menos así: “Por otro Argentinazo, todos a Plaza de Mayo, ¡por la razón o por la fuerza!”, firmado por una agrupación fake de HIJOS. El matete mental de un servicio a contrarreloj: la consigna pinochetista (“por la razón o por la fuerza”) dejaba los dedos pegados.
Hay una historia que contar sobre la Side y cada gobierno que deja mal parado a cada gobierno. En ese 2002, durante los asesinatos en la represión del Puente Pueyrredón, detrás del árbol de la famosa tapa de Clarín, hubo otras historias. Una tiene que ver con la infiltración y su calidad decodificadora del mundo piquetero. Ya no es el ojo en cómo se contó, sino en qué la hubiera evitado. En su libro Estallidos argentinos, Mario Wainfeld reconstruye las líneas de ese 26 de junio y se detiene en la que involucra a la Side. La infiltración en el microestadio Gatica en Villa Domínico días antes, mientras se reunía un congreso piquetero, dio fruto a un informe con tal tufo macartista, con tanta consigna leída al pie de la letra, que fue un condimento decisivo para los halcones del gobierno. La Side como una cueva de literales. Ni el 2 de aquella Side, Oscar Rodríguez, hombre de máxima confianza de Duhalde, ni el 1, el “Gringo” Soria, podían desconocer la retórica política. Duhalde conoció la “soledad del poder”, que se conoce en las últimas. Aquel coro de gobernadores, locutores y empresarios que pedían “orden” silbaron bajito y se necesitó algo más que el arresto de Fanchiotti para descomprimir: se necesitó que Duhalde le ponga plazo a su presidencia. Fue un presidente necesario que la pagó carísimo. Los servicios fueron parte del “ruido en la cabeza” presidencial. Gobernar la Argentina es no dejarse gobernar por la Side.
Duhalde conoció la “soledad del poder”, que se conoce en las últimas. Los servicios fueron parte del “ruido en la cabeza” presidencial. Gobernar la Argentina es no dejarse gobernar por la Side
Hace dos veranos la serie sobre la muerte de Nisman (acaso el último gran temblor que involucró a los servicios y que venía del gran tema que atraviesa a la SIDE: la voladura de la AMIA, su vínculo con el Mossad y la CÍA, etc.) ofreció el testimonio de Jaime Stiuso, un “protegido” de todos los gobiernos. Uno de los mitos acerca de cuándo rompe su confianza con Cristina (cuando dice que Massa no “juega” en el 2013 en que Massa jugó y ganó) decodifica aún en su nivel de “versión” un estado de las cosas: ¿para qué sirven los servicios? Una parte del enigma Stiuso se resolvió cuando se dejó ver. La pantalla lo tentó. Netflix tira más que una yunta de bueyes. ¿Y qué vimos? Un tipo con argumentos cortos, un tanto incapaz de armar una hipótesis más sólida que unas contraseñas en una sonrisa de Guasón. Nadie se salva del meme. Pero tal vez el tipo se dejó ver para decir que nunca iba a decir más que lo obvio. No era la primera vez que su cara estaba en la televisión, por cierto. La vez anterior había estado en una foto difusa y en aquella escena memorable del programa Hora Clave. Gustavo Béliz, ya casi de salida del primer gobierno de Kirchner, lo expuso y en esa valentía selló su exilio.
Aquel trillado eslogan del genial John Le Carré que decía: “Los Servicios son la única expresión auténtica del subconsciente de una Nación”, acá se muestra como una historia de sótanos con goteras, ratas y cables pelados. Gerardo “Tato” Young en su primer libro “agotado” sobre la historia secreta de la SIDE contó, por ejemplo, que la sede de la avenida Coronel Díaz, frente al Alto Palermo, fue donada por Videla después de que la banda de Aníbal Gordon había secuestrado a un grupo de militantes uruguayos pertenecientes al Partido por la Victoria del Pueblo, que escondía un botín de millones de dólares obtenido con un secuestro extorsivo en el “paisito”. El enlace internacional de los servicios alcanzaba ese tipo de información veraz: ¿dónde está la plata de la izquierda? Una obsesión argentina… y uruguaya. En compensación por la “recuperación”, Videla le donó ese edificio a los servicios, que luego fue sede de las oficinas de internacionales de la Side. Por cierto, estaba a pocas cuadras de la “estación Billinghurst”, otro enlace operativo del punto neurálgico de esos días: los “Automotores Orletti” de la calle Venancio Flores, en Floresta. (Impresiona el nombre de ese centro en que operaba la Side. Como “La Cacha” o como “El pozo de Banfield”, hay algo taura, mazorquero en esos nombres del Estado clandestino. Cables pelados en una zanja.)
En el año 2001 Argentina tuvo tiempo de votar la “Ley de Inteligencia Nacional” (ley 25.520), se reglamentó en 2002, declaraba la centralidad operativa de las agencias federales de Inteligencia, el acotamiento formal de sus competencias (alejadas del espionaje político) y las colocaba bajo la órbita presidencial. La plata negra de la Side había sido la usina de las coimas que se pagaron para flexibilizar peronistas en favor de la flexibilización laboral. Los famosos “gastos reservados”. La denuncia y la renuncia ejemplar de Chacho Álvarez consagraron que la única promesa que ese gobierno estaba en condiciones de cumplir (la transparencia pública) nacía muerta. Aquella ley creó una Comisión Bicameral de Fiscalización de los Organismos y Actividades de Inteligencia del Congreso de la Nación con 14 senadores y diputados como un control que en los hechos no funcionó, o no funcionó para lo que debía funcionar. El dato resguarda una curiosidad en las líneas paralelas que traza cada época. Mientras el país se derrumbaba también había espacio de agenda para algo así. Con Cristina en el tramo final de su mandato (febrero de 2015) también intentó reformar la Side por ley, reconvertida en AFI. Uno de los elementos claves de esa reforma (mayor transparencia en el manejo de fondos reservados) fue modificado por Macri en mayo de 2016.
La Side fue creada en 1946 por Perón (llamada en ese momento CIDE –Coordinación de Informaciones de Estado-) seguramente con la intención de asegurarle un servicio de inteligencia al poder civil y evitar un poco el monopolio militar (a quienes junaba). Pero la Side fue nuestro Zelig: olían a Side las roturas de las vidrieras de Modart, algún miembro del grupo Quebracho, los saqueos, las amenazas de bombas en escuelas, algunos periodistas “informados”. La Side introdujo una gran metáfora en el uso de la jerga: carpeteado. Los carpeteados. Se oye: a Eugenio, a Equis, a Claudito, al perrito de ceniza, lo tienen carpeteado. Es el Estado y su mano invisible, es la media verdad y la otra media de imaginación. Es el poder del Presidente y es el poder sobre el presidente. Desde 1983 conjuga el doble estándar de subordinación y valor a las necesidades presidenciales de turno y la autonomía para sostener su propio poder. Cada presidente en sus primeros días de mandato recibe delegaciones internacionales, presidentes del mundo, embajadores, hace jurar a sus ministros… y recibe la carpeta con su nombre como gesto de confianza: esto sabemos de vos, pero ahora es tuyo. Presidencia mata carpeta. “Detrás de esa catacumba que depende directamente del presidente, están las otras catacumbas que a veces pasan inadvertidas: los aparatos de inteligencia de las FFAA, de las fuerzas de seguridad federales, la federal y sus plumas y las cuevas provinciales. Eso que llaman ‘comunidad de inteligencia’ son todos esos, que habitualmente pasan a un segundo plano”, dice el periodista Claudio Mardones que de esto sabe como para esbozarnos un cuadro más completo. No hay un servicio, hay muchos. La ley de 2001 quiso centralizar eso. Pero la realidad descontrola todo. Si se te zafa Stiuso, crece un Milani. Una oficina de servicios para cada necesidad.
La Side fue nuestro Zelig: olían a Side las roturas de las vidrieras de Modart, algún miembro del grupo Quebracho, los saqueos, las amenazas de bombas en escuelas, algunos periodistas “informados”
Las “teorías conspirativas” son parte del combo en que viene la Side. Hay quienes creen en ellas, las reproducen, y viven en un mundo que creen guionado por mentes brillantes capaces de implosionar las torres gemelas. En Argentina cuando no sabemos quién hizo algo se suelen decir dos cosas: Duhalde y Side. Porque todo se teje y desteje en torno al Estado. A su presencia o a su ausencia. El vacío no existe: existe el Estado. El episodio con la AFI que organizó la última semana del año XXI tira del hilo otra vez en la vieja relación de los servicios con la política. A esta altura sólo queda indagar en la psicología profunda de Macri para saber exactamente qué fue la AFI en su gobierno (y por qué espiaba más a propios que a extraños). La respuesta de Vidal se recuesta sobre un lugar común macrista: ella no tenía poder, actuaba la justicia, los cuentapropistas, el poder siempre es el otro. Su eterna tercerización. ¿Pero es la Historia de la Side una historia sólo de los escándalos? ¿O es también otra historia nunca escrita de la vida política gris y permanente? Lleguemos a un final posible.
¿Quiénes pasaron por la Side? Desde 1983, el bipartidismo tuvo una usina ahí para reclutamiento, cobros, circulación, amiguismo, contención. Lento, de a poco, en los 80 naturalmente se llenó de radicales que reportaban al naciente poder civil, después llegaron los peronistas, el generoso Anzorreguy. Y la tradición continuó. Se cuenta que en el gobierno de la Alianza el banquero De Santibáñez quiso llevar el ajuste a las cadenas de felicidad del periodismo. La democracia fueron los años de Stiuso, que con Alfonsín comenzó a juntar mérito hasta ser el más poderoso. No hubo gobierno que resistiera a sus encantos. Pero para los partidos de poder (radicales, peronistas, etc.) la Side fue un recurso paralelo de reclutamiento, de paso, de ascenso, de confianza. Cualquiera que pudiera iniciar una carrera política en los distintos peldaños le podría caber tener un paso por la Side. En off, un viejo dirigente de partido (llamémoslo así), me comenta “un mecanismo tradicional de selección de miembros de los servicios que tiene mucho que ver con la militancia y la trayectoria política”. Pero todo reclutamiento implica, y esto inexorablemente parece ser así, que quien entra nunca más se va. La Side es un pacto de sangre. “Seguirá cobrando de por vida aunque no haga otra cosa que leer las palabras cruzadas de un diario. El objetivo del reclutamiento de estos militantes con carrera no tiene que ver solamente con su manejo de la información interna del partido sino fundamentalmente con su capacidad de interrelación con representantes de otras fuerzas políticas. En tal sentido, todo lo que tenga que ver con relaciones exteriores es un área muy ocupada y presente para los servicios en términos de tratar de enviar a lugares claves personal que acompaña a las misiones diplomáticas de turno.” La “opacidad” de la Side es también la parte en que esta “deuda de la democracia” -como se suele llamar- funciona como instrumento de continuidad de la política.
“Te cuento la historia de un amigo mío”, me dice. “Mi amigo ya formaba parte del staff, ya estaba reclutado y le dieron un primer destino en un país vecino. Ahí la función fue, durante el tiempo que estuvo en la embajada en Montevideo, relacionarse con dirigentes políticos de los partidos tradicionales, blancos, colorados y Frente Amplio, y pasar información que una vez decodificada fuera útil para el sistema de información en Argentina. Esta fue la tarea que cumplió silenciosamente no más de un año. Luego lo redireccionaron a Miami, al Consulado argentino para ordenar la caja chica. A este amigo le correspondió la función de ejecutar determinados pagos importantes para Presidencia; y que tenían que ver con familiares o parientes en el exterior. Recibía órdenes de liberar fondos importantes. Como verás, hay una orientación inicial con determinado sentido, una lógica de tipo política que luego ya pasa a ser una cuestión de confiabilidad para administrar esa caja negra voluminosa que solamente se le podía confiar a alguien que diera garantías de no hacer ninguna avivada. En este caso, mi amigo siempre fue honesto, no agarraba un sope, pero era capaz de cumplir una función así.”
El relato completa las dos caras de la luna, es decir, lo que la Side mostró de la Side (su autonomía, su poder, su chantaje, su alineamiento internacional) y lo que la Side mostró de la política (un río de recursos sin orillas). Actualmente la llamada AFI se encuentra en un estado de reformas de las que “el tiempo dirá”. La presencia de una persona honesta como Cristina Camaño permite al menos una prudente expectativa. Que no sea limpiar el Riachuelo con un balde de agua una vez más.
Esta columna y su autor se toman dos domingos de vacaciones, volverán el 30 de enero.
MR
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