“Los últimos”, ¿aplaudidores o protagonistas?
El 15 de julio las distintas fuerzas que integran la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) consensuaron una posición común en torno a las políticas sociales y el salario básico universal. No es un hecho menor: se trata de la organización que -por masividad, capacidad de movilización, diversidad ideológica, presencia federal y protagonismo en el debate público- puede considerarse la más grande de la Argentina. Al día siguiente, su secretario general Esteban “Gringo” Castro, las secretarias adjunta Dina Sánchez y Norma Morales y otros dirigentes como Gildo Onorato y Fredy Mariño se desconectaron a modo de protesta del Foro de la Economía Social y Popular dónde expondrían Martín Guzmán y Matías Kulfas. Tampoco es un hecho menor ¿Qué está pasando entonces?
La UTEP logró condensar, en una estructura de carácter sindical, las distintas expresiones sociales de los excluidos, los cabecitas de hoy, los descamisados del presente, esos que emergieran a fines de los noventa con la consolidación del orden neoliberal: el movimiento piquetero, fábricas recuperadas, agricultores familiares, cartoneros y recicladores, polos textiles, emprendimientos productivos de distintas manufacturas, cooperativas de vivienda y urbanización de barrios populares y una masiva red de espacios socio-comunitarios que brindan alimentos, educación, salud, deportes, inclusión para personas con adicciones o que pasaron contextos de encierro allí dónde no llegan ni el estado ni el mercado.
La UTEP no es oficialista ni opositora: es un sindicato independiente de las estructuras partidarias. Es cierto que la mayoría de sus integrantes simpatiza o es parte del Frente de Todos, pero esta Unión nació como herramienta de lucha por tierra, techo y trabajo. Su misión es luchar, persuadir, negociar, presionar, proponer, criticar, peticionar. En definitiva, realizar todas las acciones que sean necesarias para avanzar en este objetivo y defender su agenda en cualquier contexto político. Esto aplica al resto de los procesos que surgen del pueblo -sea el movimiento de mujeres, ambiente, juventud, pueblos originarios, sindicatos, etcétera- porque expresan demandas que no pueden encorsetarse en una facción política determinada y buscan interpelar al conjunto del sistema más allá de las legítimas opciones partidarias de sus miembros y dirigentes.
El 16 de julio los y las dirigentes de la UTEP habían asistido al Foro para poder exponer a los funcionarios sus ideas, debatir el salario básico universal, el Potenciar Trabajo, las políticas de producción y trabajo, en fin, nuestra estrategia para la pospandemia. Se encontraron con un evento en el que, a la inversa, los que exponían eran una decena de funcionarios - todos varones, por cierto-. Una verdadera metáfora de cómo ve la política los procesos sociales, no sólo en el campo de la economía popular: convidados de piedra, actores y actrices de reparto, escenografía, condimentos, las papitas de la hamburguesa, el cabeza que tranquiliza la conciencia del burgués, la piba que pinta de joven al jovato, la traba que lo hace diverso, el indio que lo muestra plurinacional, el gaucho que lo hace menos porteño, el obrero que le da peronismo.
La superestructura política tradicional de la Argentina no logra comprender que, para salir de su mediocridad crónica, tienen que hablar menos y escuchar más. Prometer menos y hacer más. Decir menos y realizar más. Chamuyar menos y pensar más. Improvisar menos y planificar más… Tienen que prestarle más atención a la realidad y menos a los diarios, las radios, las redes, la televisión y las encuestas. Siel gobierno argentino quiere convertir en una política de estado esa maravillosa consigna enunciada por el presidente Alberto Fernández, “Primero los últimos”, no hay otro camino que promover su participación protagónica en el diseño de las soluciones para los problemas que padece la Argentina y que los tienen a ellos y ellas -los últimos- como principales víctimas. Como dijo alguna vez Perón: “Que todos sean artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie”.
En una Argentina con media sociedad bajo la línea de la pobreza es particularmente urgente que se escuche a los pobres, a los laburantes, a quienes sufren y luchan cotidianamente en las barriadas, las cooperativas y los demás espacios de resistencia de los excluidos. Aunque no guste lo que tengan para decir. No puede seguir esperándose de ellos que sean aplaudidores de personas que nunca pisaron un barrio humilde fuera de campaña o agradecidos receptores de las sobras del sistema. Es llamativo que aún no se comprenda que así como no puede hablarse de igualdad de género excluyendo a las mujeres no se puede hablar de equidad social excluyendo a los pobres.
Que nadie se confunda: este no es un problema de Daniel Arroyo. Más allá de mis críticas, debo confesar que es uno de los mejores ministros del Gabinete nacional. Se mueve, defiende la gestión, enuncia ideas y ejecuta. Se equivoca porque hace. Es un funcionario que funciona. El problema está en una dirigencia que sigue viendo la política como patrimonio exclusivo de la clase media profesional, la economía como un problema de variables macro y la producción como un problema de las grandes empresas. En ese esquema mental, el resto -los excluidos, las PyMEs, los sindicatos, la juventud- son adornos discursivos o escenográficos; algunos ya no están dispuestos a cumplir ese rol.
La Argentina pos pandemia necesita medidas urgentes como el salario universal básico, planificación de largo plazo para el desarrollo humano integral y un gobierno dispuesto a darle protagonismo político a los últimos para la construcción de un destino común que incluya a todos.
JG
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