Las vacunas y las creencias argentinas
¡Vos no podés decirme eso! ¿Cómo vas a tomar dióxido de cloro? ¡Estás loco! No había argumento que pudiera convencer a mi interlocutor de que los dichos de un animador de televisión no tienen la misma validez que los de un médico. Y yo, que reaccionaba airado, no podía admitir como razonable ni siquiera como existente lo que, de todas maneras, estaba oyendo en una conversación que me hizo perder la paciencia recomendada a los antropólogos. Unas semanas antes de esta conversación mi interlocutor había dicho que todo se solucionaba con té de ajo, miel y jengibre. Días después de la conversación sobre el dióxido de cloro me dijo, como buscando mi convicción sin buscarla, que había escuchado que la ivermectina sería una solución. Del limón hacemos limonada y de la bronca aprendizaje: la diversidad de opiniones que nos rodea es mayor que la que sospechamos. Tiene raíces, causas, apuntalamientos que las hacen presentes, plurales y capaces de reformulaciones constantes. Hasta nuestro asombro que tiene bastante de reacción en defensa de nuestros lugares comunes debe ser superado.
Desde el comienzo de la pandemia hasta hoy vibró la expectativa de que la razón, la ciencia y los intereses colectivos fueran expresados por un Estado que retornaba. Y sin embargo esa expectativa se ha visto cuestionada por la explosión de los contrarios de la racionalidad científica y la jerarquización de lo colectivo: el sálvese quien pueda y los cuestionamientos al saber epidemiológico y a la existencia misma del virus.
Hay algo que no se puede de asumir de una vez y para siempre: entre lo que recorre subterráneamente a la sociedad argentina están las “creencias” que de boca en boca, o través de redes sociales desafían la ilusión de un estado que penetra rampante las “oscuridades” que se disuelven con su luz. Cada vez que el estado sanitario pone su pica en la corteza opaca y delgada de ciertos ámbitos sociales surgen como géiseres la verdad de la conspiración farmacéutica, el poder de las medicinas tradicionales, los remedios ocultos o el chip que vehiculizarían las vacunas comunistas frente a las verdades del virus, el barbijo y la vacuna.
¿Hasta donde desafiará el proceso de vacunación el poder de la muy mal llamada Argentina profunda, ese conjunto de narrativas que asumen con acentos propios las narrativas oficiales sobre la pandemia y la vacunación? Las creencias no son susceptibles de transformarse por el puro poder de la palabra esclarecedora. Tampoco son el efecto o el motivo de una entrega desenfrenada a una comunidad que como el fuego atrae y quema a sus fieles. Hace varias décadas un historiador, Paul Veyne, comenzaba ¿Creyeron los griegos en sus mitos?, un libro complejísimo, con una pregunta y una respuesta que contenían su tesis: ¿Creen los niños en Papá Noel? Un poco si, un poco no, entran y salen. Las creencias están en la encrucijada de un camino en que los sujetos se enlazan con otros, justamente, gracias a esas creencias. Los contenidos de las creencias pasan, los lazos, más o menos, van quedando porque los enlazados por la creencia renuevan promesas para dejar atrás las frustraciones del pasado o para continuar en el futuro las satisfacciones que más o menos fueron recibidas. El campo de posibilidades del creer de cada época es múltiple. Alguien, una institución, un líder se hace garante de algunas de esas posibilidades y permanece como artífice de la confianza si sus promesas son lo suficientemente ambiguas como para no ser absolutamente contrastables. El creyente, por su parte, afirma creer pero no se juega la vida en ese trance. Sabe que podría ser diferente y en esa ambigüedad el lazo se mantiene.
Si la oposición al gobierno ha logrado diseminar todo tipo de dudas acerca de la vacuna es porque ha instrumentado con alguna eficiencia esas probabilidades del creer. Ha nutrido los lazos políticos e identitarios que habitualmente son su sostén con astillas que calientan ese lazo. Las enormidades del comunismo envuelto en sueros y la mala praxis científica del gobierno conforman un arsenal esperable de argumentos para una expectativa creyente disponible. En ese accionar no deja de llamar la atención, sin embargo, un movimiento paradojal. En el proceso de validación de la vacuna Sputnik la preferencia por la garantía expresada por The Lancet por sobre las ofrecidas por la ANMAT, se explica menos por una satisfacción empíricamente resuelta que por una curiosa mezcla de devoción a la ciencia con chauvinismo invertido. El secreto exigido por la firma rusa se mantuvo en los dos casos, pero los dictaminadores de la revista británica merecen más confianza a los ojos de Mafaldas sexagenarias que abandonaron sus sueños de paz mundial y cuyo cosmopolitismo se basa en la convicción de que Argentina es el peor país del mundo.
Desde el punto de vista del funcionamiento de las creencias es más complicado e interesante el preocupante hecho de que algunos de estos fantasmas se hayan instalado con alguna fuerza en los sectores populares tal cual lo testimonian, además de algunas encuestas y observaciones, las expresiones de referentes sociales que intentan llegar allí donde el Estado no está llegando. En esa zona las dudas sobre la vacuna se retroalimentan de tradiciones, pero ayudan a consolidar otros lazos políticos. Y no es casual. Es un tiempo de expectativas, decepciones y dolores que pueden llevar a duelar en cualquier lado.
En el año 1904 en Río de Janeiro se desató la que fue conocida como la revuelta de la vacuna. El gobierno había impulsado la vacunación obligatoria contra la viruela en el marco de una serie de medidas de higiene urbana que dinamizaban un sentido excluyente de la modernización de la entonces capital de Brasil. Y en el río revuelto del descontento las elites opositoras intentaron un golpe de estado que aprovechaba el desánimo de amplias capas populares. Éstas que tenían preocupaciones tan urgentes y tan graves como la viruela y resultarían tan marginalizadas por la reforma (que dio lugar a las favelas) como por la enfermedad (que siguió produciendo muertes por varios años más).
La campaña de vacunación contra el Covid-19, lenta peregrinación en un valle de lágrimas, intentará no sólo inmunizar y permitir la ansiada movilidad de los ciudadanos, sino, justamente, hacer crecer el lazo ciudadano. Para ello será preciso que en este tránsito la acción del estado y los movimientos sociales que son su polea de transmisión se cuiden del cóctel explosivo a que pueden dar lugar la combinación de las manipulaciones del creer con la erosión de los lazos políticos hasta ahora duraderos en los sectores populares y las transformaciones estructurales que han ocurrido en los últimos años y se han intensificado con la pobreza pandémica.
PS
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