De cara al 2023, Cristina montó un show político y juntó a todas las tribus oficialistas
Presideeeenta, Cristina Presideeeenta…
Ella se acomoda el pelo y mantiene el rictus serio. De repente suelta la frase que esconde más de lo que muestra:
–Como decía el general, todo en su medida y armoniosamente.
Entonces la multitud estalla en gritos y redobla la apuesta. Le canta el vale cuatro.
Cristina, Cristina, ¡Cristina corazón! ¡Acá tenés los pibes para la liberación!
–Dios mio. Yo también los extrañaba a ustedes.
Les contesta a esas sesenta mil personas que vinieron al Estadio Único de La Plata exclusivamente para verla. Están desbordadas las gradas, el campo y el sector VIP. En la tribuna que está al frente suyo, parado en un paravalanchas, Máximo Kirchner hace de jefe de la barrabrava de La Cámpora. Gorrita negra y bermuda de jean cortada. A su lado, Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes, agita los brazos. El ping-pong entre las masas y la líder termina con un último cántico que llama a la reflexión.
Che gorila, cheee gorilaaaa. No te lo decimos maaaa, si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armaaaa.
–Ustedes saben que eso que cantan, y que ustedes cantaron durante esos diez días maravillosos en la puerta de mi casa… lo he pensado mucho, ¿cuál era el objetivo?
Paño frío a la algarabía. Cristina Kirchner comienza a hablar de lo que fue para ella el intento de magnicidio en Recoleta. Retoma cierto tono centrado del inicio de su discurso, cargado de referencias al futuro y con críticas veladas a su propio gobierno, y dardos a la oposición y los jueces. En una hora, hizo hincapié en el pacto democrático, la seguridad, la economía y la justicia. ¿Los pilotes de su campaña 2023?
La puesta en escena
“Para mí fue un discurso de candidata a presidenta”, se quiere convencer Leopoldo Moreau a la salida del estadio Diego Armando Maradona. “Habló para adelante y para afuera”, dice más críptico otro diputado, y con poder territorial. “No creo que esté pensando en ella, sino que está convencida de que la Argentina necesita acuerdos que los puede llevar adelante un proceso político como éste”, reflexiona un tercer legislador, que la vio hace poco en su despacho del Senado, pero que también tiene trato directo con Alberto Fernández. El análisis político urgente del primer acto masivo de la vicepresidenta tras el atentado de Sabag Montiel no es una voz unificada, como el clamor popular quiso montar en el show de La Plata.
La puesta en escena sí fue cuidada al detalle. Un escenario con un único atril de color celeste y, de fondo, una pantalla en pirámide con un sol amarillo jugando a aparecer sobre un cielo celeste y blanco. A los contados, pantallas con un corazón fucsia como marco para transmitir las expresiones de la oradora e imágenes del público. El eslogan ¿de campaña? adornándolo todo: “La fuerza de la esperanza”. Ella, de blanco, parada en el medio, como diciendo “yo soy la esperanza” pero sin decirlo. En cambio, arenga:
–Convirtamos el 17 de noviembre en el Día del Militante argentino. Porque la Argentina necesita militantes.
Sabiéndose en crisis política –y con un país en una dura crisis económica–, el kirchnerismo buscó darse una nueva narrativa. Antes que Cristina aparezca en el escenario, y con una cámara que la seguía desde de cerca, como los artistas de rock que tocan en estadios, un video mostró imágenes de Perón, Néstor, Cristina y Maradona haciendo jueguitos al ritmo de “Life is life”. El panteón kirchnerista y la única figura viva.
Su aparición fue coreografiada. “Cantemos el himno con el ‘turururururú oh oh oh oh’”, pidió el locutor. “Me dijeron que por favor lo hagamos bien. Solo vinimos para este momento”, exclamó. Ya hacía rato había anunciado que “la compañera Cristina” estaba llegando al estadio de La Plata –lo hizo en el helicóptero presidencial–. Entonces sonó “Jijiji” de los Redondos y La Cámpora desplegó una bandera gigante por toda su tribuna con la leyenda “Era tan diferente cuando estabas tu”. Las escenas se sucedían en paralelo. Por el puente de ingreso al campo, Amado Boudou se tomaba selfies, mientras al lado suyo, valla de por medio, unos bomberos atendían a una mujer descompuesta en el suelo. En la tribuna más cercana, un grupo de militantes con remera negra de la CTA bailaba una cumbia. Después, todos con la marcha peronista en su versión kirchnerista, y La Mancha de Rolando tocando en vivo. No hubo olor a choripan, pero sí a bengalas.
Los choripanes quedaron fuera del estadio, bastante lejos, porque la seguridad de la Policía y de la organización –sobre todo militantes camporistas– montó un cerco de cuatro cuadras a la redonda. Para ingresar, había que pasar por un detector de metales y pedían abrir las mochilas. “Perdoname si te molesta, compañero, pero te tengo que revisar. Te lo agradezco”, era el trato. Cintas fucsias, blancas y negras separaban castas de públicos VIP.
La centralidad política
Con La Cámpora ganando la tribuna central, las laterales quedaron para los intendentes y los gremios. El campo para organizaciones y movimientos sociales. Todos quisieron poner sus banderas: Petroleros de Ensenada, UOM, Peronismo Militante, Frente Grande, Fuerza Colectiva, FETRAES, Kolina, La Matanza, Avellaneda, MUP, Descamisados, ATE, CTA, Somos Barrios de Pie.
Para evitar cualquier incidente, lo más cercano que había a Cristina mientras hablaba eran sus invitados especiales. Se montaron unas dos mil sillas blancas al frente del escenario para funcionarios, gobernadores, dirigentes, legisladores.
Allí se ubicaron camporistas como Axel Kicillof y Wado de Pedro. Intendentes como Fernando Espinoza, Juan Zabaleta y Martín Insaurralde –hoy funcionario bonaerense–. El camionero y triunviro de la CGT Pablo Moyano. Hugo Yasky y Hugo “Cachorro” Godoy de las dos CTA. El diputado Leo Grosso del Movimiento Evita, junto a la intendenta Mariel Fernández. Los massistas Cecilia Moreau –presidenta de la Cámara de Diputados–, Rubén Eslaiman –hombre fuerte en la Legislatura bonaerense– y Sebastián Galmarini. Ex ministros como Silvina Batakis y Julián Domínguez. Referentes de derechos humanos como Taty Almeida y el Nobel Adolfo Pérez Esquivel. Los albertistas Leonardo Santoro y Victoria Tolosa Paz, ministra de Desarrollo Social.
“Hablé con Sergio el lunes y coordiné nuestra delegación”, confesó un dirigente bonaerense del riñón del ministro de Economía, para demostrar que tenían su aval y que el acto buscó bajar cualquier tensión interna. “Él va encabezando una delegación, como para bajar los decibeles”, aclararon desde otro sector oficialista no del todo afín al cristinismo.
“Volvió Perón, hoy vuelve Cristina”, decía entusiasmado un diputado, que buscaba no pasarse de rosca con la metáfora: “Aunque eso no quiere decir que se lance como candidata”. “Yo creo que va a sentar los cimientos sobre lo que puede ser el futuro. Los militantes vinimos a escucharla”, dijo a la entrada una dirigente gremial. “Esto son pinceladas para el futuro. Es un pasito más para el año que viene”, comentó un operador provincial.
Sin Alberto Fernández ni Sergio Massa en el país, Cristina tomó el toro del Frente de Todos por las astas y buscó domarlo, con todas las tribus oficialistas ubicadas a sus pies. La Cámpora le dijo a las claras que quiere que sea candidata, que cuenta con el apoyo de sus bases para serlo. Y ella demostró, con un show, que aún sigue teniendo centralidad política.
MC
0