El avance de Javier Milei resquebraja y radicaliza a Juntos por el Cambio de cara a las elecciones
Una novedad atraviesa a la principal coalición opositora desde hace pocas semanas. Cuando se acerca la definición de las candidaturas para las elecciones de octubre y el peronismo se encuentra inmerso en una severa crisis de identidad, los líderes de Juntos por el Cambio (JxC) protagonizan peleas a cielo abierto, que incluyen operaciones de prensa, advertencias de traición y amenazas de ruptura.
Tanto Propuesta Republicana (PRO), fundado por Mauricio Macri, como JxC, la coalición que integra junto a la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica, habían mantenido los conflictos de mayor calado lejos de la vista del público, estrategia que combinaron con la prédica de “diálogo” y “consenso” frente a lo que sus dirigentes denuncian como la “intolerancia” del kirchnerismo.
El fin de la paz tiene dos causas visibles. Por un lado, el declive del liderazgo del expresidente Macri (2015-2019), quien, como Cristina Fernández de Kirchner, mantiene una base considerable de votantes, pero se enfrenta a un índice de rechazo de los más altos del arco político. Ello habilita una disputa por la sucesión que tiene al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y a la exministra de Seguridad Patricia Bullrich como principales aspirantes a la candidatura presidencial a dirimirse en las primarias obligatorias del 13 de agosto.
El segundo factor que altera los nervios de JxC es la emergencia del ultraderechista Javier Milei. El supuesto crecimiento de la intención de voto al economista libertario es, en buena medida, a costa de la alianza conservadora, al punto de sembrar dudas sobre una victoria en las presidenciales que dirigentes de JxC daban por seguro. La consecuencia de este acecho es que la radicalización también campea en JxC y sus representantes de derecha dura, que siempre estuvieron, ahora sacan a relucir sus proclamas sin ninguna inhibición.
Competencia explosiva
Hay encuestas para las PASO de agosto y las generales del 22 de octubre que hablan de un triple empate entre el peronista Frente de Todos, JxC y La Libertad Avanza, el partido de Milei, todos en torno al 30% de intención de voto, con la izquierda trotskista cerca del 5%. Otras marcan una ventaja clara de JxC, con el FdT y Milei más atrasado, y otras estiman una competencia abierta entre las dos derechas. Por otra parte, no se sabe cómo será el trasvase de votos entre las coaliciones una vez que las primarias definan los candidatos.
El baile de sondeos impide arribar a certidumbres, pero altas fuentes del Gobierno de Alberto Fernández no descartan “para nada” una segunda vuelta presidencial entre Milei y el ganador de la primaria de JxC. La afirmación da cuenta de la pesadumbre que se apoderó del peronismo y los sectores progresistas en general.
El tenor de la radicalización de la derecha queda delimitado por declaraciones de sus protagonistas. Milei es propenso a las metáforas explosivas y suele decir que llegó para “dinamitar el sistema”. En un encuentro con empresarios días atrás, Macri sumó elogios sobre el economista libertario, lo convocó a coordinar agendas y matizó que hay que “semidinamitar todo, (pero) no absolutamente todo”. Este martes se sumó Bullrich en otra cita con hombres y casi ninguna mujer de negocios en Bariloche (Patagonia). “Vamos a demoler el régimen económico de los últimos 20 años”, dijo la representante de la derecha dura de JxC, que emergió políticamente desde la izquierda revolucionaria peronista de la década de 1970.
Rodríguez Larreta, el otro presidenciable de JxC, se ve tentado de subirse a la metralla retórica y sumó a algunos ultraconservadores a su campaña, pero últimamente se recostó sobre un campo de centroderecha moderada en el que parece sentirse más a gusto. Milei ya le avisó al “zurdo de mierda” Larreta que lo va a “aplastar”, dando cuenta de un odio que nació cuando el alcalde habría querido comprar su pase, según fuentes del entorno de Milei.
Una decisión en apariencia no central sobre la forma de votación para el jefe de Gobierno de Buenos Aires, bastión del macrismo, desató la tormenta dentro de JxC. Rodríguez Larreta dispuso que la elección para sucederlo se realice en las mismas fechas que las presidenciales, pero mediante urnas electrónicas. El cambio de modalidad, al obligar al elector a sufragar en dos mesas separadas, una para los cargos nacionales y otra para los de la ciudad, beneficia por cuestiones tácticas a un aliado centrista de Rodríguez Larreta y perjudica a quien Macri quiere que sea el candidato a alcalde, su primo Jorge Macri, un empresario no muy popular y a quien le conviene ir adherido a la boleta presidencial de papel para facilitar el efecto arrastre.
Larreta comunicó su decisión mediante un mensaje de Twitter a las 11.30 del 10 de abril pasado. Unos 39 minutos después, Macri tuiteó: “Qué profunda desilusión”. Siguió un maremágnum de descalificaciones públicas y privadas y llegó así a su fin una alianza política de dos décadas. O, al menos, el peso relativo de cada uno de ellos en esa sociedad ya no será el mismo.
La construcción de Macri
Heredero y socio de un emporio que creció con la obra pública, Macri conoció la verdadera fama como presidente de Boca Juniors en la década de 1990. Se volcó a la política tras la debacle económica argentina de 2001. Fundó su propio think tank y, al poco tiempo, un partido, primero llamado Compromiso para el Cambio y, luego, PRO. El empresario cinceló esa formación y desde allí sumó a veteranos dirigentes conservadores, disidentes del peronismo y la UCR, técnicos de organizaciones no gubernamentales (ONG), empresarios y figuras del periodismo y el espectáculo. De uno de los think tanks llegó Rodríguez Larreta, quien a esa altura acumulaba años de gestión estatal en puestos de segundo y tercer orden. Así nació una sociedad en la que Macri aportaba el liderazgo y Larreta, armado partidario y gestión.
Macri construyó un carisma que sintonizó con las clases medias y altas de Buenos Aires y logró desafiar al peronismo y a la ola de izquierda que prevaleció durante los primeros años del siglo. En 2007, Macri fue elegido jefe de Gobierno porteño y, ocho años después, presidente de Argentina. Dejó la Casa Rosada tras una dura derrota frente a Fernández en 2019, al cabo de un Gobierno con muy malos registros socioeconómicos. Semanas atrás dijo que daba un paso al costado en la pelea por la presidencia.
Aunque la sangre parece haber llegado al río, hay quienes creen que los lazos históricos entre el expresidente y Rodríguez Larreta, que se mantuvieron incólumes pese a nudos de conflicto que parecían graves, van a prevalecer. Un eventual acuerdo sería una solución competitiva y beneficiosa para ambos, con una candidatura del jefe de Gobierno porteño capaz de interpelar a sectores no radicalizados, críticos del kirchnerismo y la izquierda, pero que ven con temor y hasta espanto propuestas de Milei y Bullrich sobre la utilización del Ejército para combatir el delito, despidos masivos en el Estado, bruscas devaluaciones del peso o dolarización de la economía. En ese esquema, un aval de Macri a Rodríguez Larreta podría actuar como un dique de contención de la fuga de votos hacia la derecha. Para el expresidente, asegurarse una victoria para JxC es de interés para verse reivindicado por quien resulte electo presidente y terminar de despejar cualquier problema judicial, dada la alta incidencia de la coalición conservadora en los juzgados federales.
Enfrentar a Bullrich o a Milei sería el escenario ideal para el peronismo, sea en su versión pragmática o de centroizquierda, porque si acomoda un poco las piezas, encuentra candidato y baja la inflación, hasta podría ganar
Pero puede fallar. Todo está tan en el aire y no habría que descartar la posibilidad de que Bullrich gane la primaria incluso contra Rodríguez Larreta auspiciado por Macri, o que Milei amplíe su cosecha a costas de JxC y la segunda vuelta termine siendo entre una propuesta de ultraderecha versus un peronista. Enfrentarse a Bullrich o a Milei sería el escenario ideal para el peronismo, sea en su versión pragmática o de centroizquierda, porque si acomoda un poco las piezas, encuentra candidato y baja la inflación, hasta podría ganar. Aunque eso está lejos de tener visos de realidad. Alberto Fernández acaba de dar un paso al costado en la pelea por la presidencia, producto de su baja popularidad, mientras la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner conserva un núcleo de apoyo algo más alto, pero a todas luces insuficiente para ganar una elección por su cuenta.
El supuesto apoyo al economista ultraderechista que señalan las encuestas tiene su base en la “derechización del electorado”, pero también en una “insatisfacción social, un hartazgo que contiene demandas legítimas”, indica la politóloga argentina Yanina Welp, investigadora del Albert Hirschman Centre on Democracy del Graduate Institute de Ginebra.
La insatisfacción a la que alude Welp remite a la sucesión de la experiencia de apertura y librecambio con Macri (2015-2019), que derivó en recesión y aumento de la inflación, y a la presidencia de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, protagonistas de una traumática relación personal desde que llegaron a la Casa Rosada, hace tres años y cinco meses, y que culmina con mejores números de crecimiento, pero una aceleración de los precios que se acerca peligrosamente al descontrol.
La estrategia que debe asumir el sistema político que mira con aprehensión la deriva a la derecha despierta incógnitas. Welp advierte que “el cordón sanitario, como el implementado en Francia ante el avance del Frente Nacional, puede servir para bloquear a la extrema derecha, pero no reduce la insatisfacción, sino que acrecienta la presunción de que las instituciones son manejadas por élites alejadas de las necesidades del pueblo”.
España o Uruguay dan muestra de otra variante. Aquélla en la que se pactan espacios de Gobierno (locales en España y nacional en Uruguay) y los partidos de centroderecha y derecha terminan adoptando parte de las posturas extremistas. “La consecuencia de eso es que se radicaliza todo el espectro político y, a su vez, se debilitan los partidos”, dice Welp. “Lo que le pasa al PRO no es muy distinto de lo que ocurre en el PP Madrid con Isabel Díaz Ayuso”, resume la analista.
El cordón sanitario, como el implementado en Francia ante el avance del Frente Nacional, puede servir para bloquear, pero no reduce la insatisfacción, sino que acrecienta la presunción de que las instituciones son manejadas por élites
Esta semana, Milei puso negro sobre blanco lo que flotaba en el ambiente: ofreció a Bullrich competir en una primaria. “El que gana conduce y el que pierde acompaña”. Por ahora, en JxC se desentienden de esa alternativa. El economista libertario ya anunció que su eventual Gobierno reservaría puestos para Bullrich, por quien dijo sentir “afecto”, y para Macri, quien —según evaluó— “lo hizo fabulosamente bien” en cuanto a política internacional y ahora es víctima de “la traición de Larreta”. “Me indigna”, se enfureció Milei.
La proyección de una agenda de derecha dura encuentra múltiples particularidades en la Argentina. Por un lado, significaría el final de un andamiaje que orbitó en las últimas décadas entre un bloque de centroizquierda liderado por el kirchnerismo y otro de centroderecha, que transitó varios liderazgos hasta que Macri primó entre pares. Entre uno y otro, alternaron victorias y derrotas en elecciones nacionales y provinciales.
Pese a todo, existe un consenso bastante mayor al de muchos países de América Latina en cuanto a la responsabilidad estatal de brindar a todos los habitantes educación, salud y asistencia social, y pagar pensiones a todos los mayores de 65 años. El reclamo de mano dura contra el delito cosecha votos hace años, los límites se corrieron, pero otro de los consensos es el “nunca más” a las torturas en las comisarías y las ejecuciones policiales para reprimir la protesta social.
Milei y algunos líderes de JxC ponen en cuestión esos pilares. Las propuestas que circulan ofrecen soluciones draconianas como cerrar el Banco Central, dolarizar la economía, “entrar con bala” a determinados barrios, apertura indiscriminada de las importaciones, portación libre de armas —algo que no figura en ninguna encuesta sobre preocupaciones sociales—, eliminación de planes sociales que alcanzan a cerca de la mitad de las familias y confrontación de la protesta con lenguaje bélico. Una agenda que, para Welp, podría servir para ganar una elección, pero naufragar a los pocos meses en medio de una conflictividad inusitada que pondría fin, también, al Gobierno que la implemente.
SL
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