En el cierre de campaña, Milei ya se siente Presidente: la democracia como “desierto” y un llamado a los que no votaron en las PASO
El estadio queda a oscuras. “Mensaje del próximo presidente de la Nación”. Lo dice el graph en la pantalla. Bandera argentina flameando, la emulación de una cadena nacional. Javier Milei desayuna el almuerzo y frente a cámara, con gesto de Jefe de Estado Total, rapea sus frases de siempre. “Somos la única fuerza política que puede ganar en octubre”, remata. Después, la boleta oficial. Fundido a negro.
Ahora un reflector apunta a una de las puertas de ingreso. La luz es blanca, de quirófano. Todo es expectativa. Una sucesión de imágenes. Explosiones sordas, polvo, maremotos. Un león-llamarada toma la pantalla. El reflector se clava en el fondo. Baña con su luz al hombre, hombre que intenta avanzar entre el público. Está incómodo, levita. Alguien levanta sobre su cabeza una mochila de Rappi. Flashes, selfies. Emerge Milei, “el rey del mundo perdido”.
Recta final, cuatro días para las presidenciales. La Libertad Avanza, “la expresión liberal” más votada en las PASO, cerró anoche su campaña. Epopeya y cábala. Mismo lugar -el Movistar Arena-, mismas imágenes como telón de fondo -el shofar, los edificios que implosionan, los hongos de fuego-; misma entrada -desde los fondos del campo y entre la gente-, misma banda sonora -Panic Show, de La Renga-, misma chaqueta -la de cuero, larga-.
La democracia es un desierto de 40 años
Para Javier Milei la democracia es un desierto. Medido en tiempo: una arena de 40 años. El final de esas cuatro décadas, la antesala de su promesa, es una oferta que él llama “libertad”. Juguemos, ¿qué podría florecer en esa estepa que el economista ofrece? Transcribo lo que veo: florecería una Fátima Florez que, metida en un catsuit violeta, le arroja besos a su pareja, el candidato; un Ramiro Marra, un tipo capaz de lamer el sudor de sus votantes, porque no sólo no les teme sino que los disfruta.
Florecería un Fernando Cerimedo, el consultor que construyó su carrera con campañas de desinformación en favor de la ultraderecha en la región y que ahora improvisa una samba porque de Brasil llegó un pagode que se llama “E o Milei” (y es más pegadizo que la miel). Florecería una Lilia Lemoine y su proyecto de “paternidad voluntaria” y una Victoria Villarruel que, para contradecirla, dirá que “el crimen del aborto no se resuelve quitándole la responsabilidad al hombre”. Habría remeras estampadas con dólares. Habría, quizás, una hermana muda en su jardín.
Pero en ese desierto que un Milei Presidente convertiría en vergel, también florecería esa bandera de Venezuela que será agitada en repudio cuando se refieran al presidente Nicolás Maduro. Y la bandera de Bolivia que alguien colgó en una platea. Y este nieto que se vistió con una remera estampada con la leyenda “Milei 2023”, un chico que tiene poco más de 20 años y que cuenta que su abuelo fue detenido durante la última dictadura y que continúa desaparecido. El pibe que remarca que sí, que igual vota a La Libertad Avanza, no le importa que ese espacio político haya puesto en duda una cifra consolidada, 30 mil. En el desierto libertario florecería este mar de teléfonos y sus linternas idénticas. Esta gente que se enciende con el mismo fuego, que arde igual. Flores extrañas se abrirían en el desierto que propone Milei.
Pongan huevos, huevos libertarios…
Hay motosierras de cartón. Hay influencers. Hay alguien metido dentro de un león de peluche. Hay viseras que dicen “las fuerzas del cielo”, una cita del Primer Libro de los Macabeos. Hay camperas de Uthgra, el sindicato que nuclea a hoteleros y gastronómicos, el de Luis Barrionuevo. Hay bombos, vientos y platillos relegados en una platea: están de más, no se oyen. Y está, sobre el escenario, El Prócer. Anoche, Alberto Benegas Lynch Hijo, dejó de ser un holograma para ser preludio. Benegas Lynch, padrino ideológico de Milei, habló antes que el candidato. Dejó buenos títulos: “Pido suspender relaciones diplomáticas con el Vaticano”, “Lo que está haciendo Milei es un orgasmo intelectual”, “Periodistas hijos de la gran pauta”. Benegas Lynch fue el miorrelajante que se toma a destiempo. Hubo que remontar, después, la euforia.
Outsiders, outsiders
Javier Milei repitirá la arenga de la última vez: “Si ustedes consideran, como yo, que hay algo profundamente injusto en este país, si ustedes ven como yo la impunidad, si ustedes quieren cambiar este sistema decadente, a ustedes quiero pedirles que me acompañen con el voto”. Pensamiento mágico y autoayuda: “Quiero devolverles el poder para que ustedes sean arquitectos de su propio destino”. Todo eso dirá Milei, en este segundo cierre del segundo tramo de la campaña.
Detrás suyo y en fila, en el escenario, están sus candidatos. Karina, El Jefe, se queda a un costado. Ha aparecido desde la izquierda con un libro, hojas impresas dentro y el estuche de los lentes. Se abrazaron. Él le dejó su chaqueta de cuero. “La casta tiene miedo”, agita ahora el público y es lo primero que dice Milei en el micrófono. Habla desde la glotis, pone a prueba la gola. “Probablemente hayamos pasado el desierto de los 40 años para llegar a la libertad”, grita el candidato. Luego reconocerá que “faltan fiscales” y convocará a sus adherentes para que colaboren el domingo. Al candidato le duelen, todavía, dos cosas: que digan que su movimiento es un “fenómeno barrial” y la traición de José Luis Espert, antes socio.
Recuerda, Milei. En la disco New York City, para finales de 1998, Benegas Lynch Hijo, El Prócer, le preguntó si “se iba a meter en esto”. Lo necesitaba para la batalla cultural. “Ni en pedo, a mí no me gusta”, respondió el economista, ahora candidato con chances reales de ganar la Presidencia. “Y miren donde estamos, miren lo que es el orden espontáneo”, reflexionará Milei al micrófono. Es su forma de decir “Dios controla, la vida acomoda”. Lo que siguió fue un repaso por la historia del movimiento que lidera. “Somos una estructura outsider, outsider. Y les ganamos a todos”, sigue el candidato y vuelve la ovación. Sobreviene el relato unilateral de la épica liberal-libertaria-conservadora. Lo escuchamos mil veces.
Como en el cierre anterior a las PASO, elecciones en las que La Libertad Avanza daría el batacazo, Javier Milei llamó a votar. Pero esta vez señaló a ese porcentaje que quieren conquistar, también, sus contrincantes: “Si mucha gente que no fue a votar decide hacerlo, es probable que podamos ganar en primera vuelta”. En la última elección, votó el 69% del padrón. Es el comicio con la concurrencia más baja desde el retorno de la democracia. Hay unos 10 millones de votos que pueden inclinar la balanza este domingo. “Vayamos a las urnas, vayamos a votar. No se queden en sus casas. Lleven a sus hijos, a sus padres, a sus amigos. Lleven la esperanza en el corazón. Porque Argentina tiene futuro, pero ese futuro existe solamente si es liberal”, cierra Milei. El brazo derecho desplegado, la mano extendida para responder con un “viva” cada vez que el candidato grita “viva-la-libertad-carajo”. Fueron tres veces. Final abierto todavía. La tercera, ¿será la vencida?
VDM/
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