Federico Delgado, un fuera de serie en los tribunales federales que deja su marca en la vida de amigos y detractores
Rebelde, obstinado, brillante y fuera de lo común. José Federico Delgado, fiscal federal, escritor, profesor, mentor, esposo, amigo, padre orgulloso de tres hijos, falleció este sábado 26 de agosto de 2023. Tenía 54 años, pero vivió muchas vidas. Se le notaba en la mirada y en la piel, pero nunca en la voz.
Las necrológicas siempre deben incluir los datos clásicos, pero nada tiene de clásico la existencia de Delgado. Titular de la fiscalía en lo Criminal y Correccional Federal número 6 de la ciudad de Buenos Aires desde hacía un cuarto de siglo, investigó a militares, políticos, jueces y empresarios; narcos y tratantes de personas; defraudadores y abusadores de poder.
Entre las causas en las que se desempeñó estuvieron el caso de los sobornos en el Senado; la investigación sobre los delitos de lesa humanidad cometidos por el Primer Cuerpo del Ejército; el megacanje de la deuda externa durante el gobierno de la Alianza; la masacre ferroviaria de Once; los Panamá Papers; Odebrecht; y la tragedia de Time Warp.
Abogado (UBA) y licenciado en Ciencia Política (UBA), escribió libros, ensayos, columnas y otros textos sobre derecho, filosofía y ciencia política. No perteneció a la “familia judicial” y arrancó de abajo, de meritorio, pero emergió del sistema y se convirtió en su principal detractor interno.
Siempre se paró del lado de los más débiles, de los vulnerables, de los sin voz, aún en los peores momentos de los tribunales que habitaba, Comodoro Py 2002. Aún cuando sintió cómo la soledad le tatuaba la piel.
Federico Delgado nadaba. Jugaba al tenis. Pedaleaba su bicicleta. Corría carreras. Corría también en la vida. Todo era para ayer. Así, sin querer, mientras otros vivían una vida, él multiplicaba su estadía.
Su mente brillante y devoradora de libros no paró ni en los peores momentos de su enfermedad, un cáncer de pulmón que le llegó a pesar de haber renunciado al cigarrillo desde hacía años.
En las últimas semanas, Federico Delgado pedía libros, libros, libros. Quería leer. Quería escribir. Entregó su última columna en elDiarioAR el día de las elecciones primarias, el 13 de agosto último.
Padre dedicado y compañero. En agosto, lanzó un podcast con sus hijos titulado El hilo de Teseo. Publicó el último episodio el viernes último.
Federico Delgado nadaba. Jugaba al tenis. Pedaleaba su bicicleta. Corría carreras. Corría también en la vida. Todo era para ayer. Así, sin querer, mientras otros vivían una vida, él multiplicaba su estadía
Delgado podía ser un hombre muy solidario. También, dejarse llevar por el enojo. Pero esos límites a los que se sometía lo convirtieron en una de las personas más auténticas de los tribunales de Comodoro Py, donde dio batallas cuando nadie las daba, en los momentos más oscuros de ese edificio gris, un color que Delgado no conocía.
Existían muy pocas medias tintas y grises en su vida. Tenía amigos o enemigos, admiradores o detractores. Generaba cariño incondicional o miradas feroces.
Lo observaba todo. No se le escapaba nada. Tomaba nota en sus listas mentales y las consultaba toda vez que fuera necesario.
Todo giraba alrededor de una palabra, un poder y un concepto: la Justicia. Se permitió ser crudo, incluso con amigos que hoy, igual, lo están llorando porque Federico Delgado marcó sus vidas.
Escéptico, huidor del burócrata judicial, una de las razones que lo llevaron a estudiar ciencia política. Temperamental, impulsivo, irónico y ácido. El planificado mecanismo de defensa, la coraza de un hombre sensible.
También fue piadoso y benefactor porque no podía evitarlo, porque lo consideraba justo. En los momentos más difíciles, daba la mano para abrir las puertas, aunque quemara la manija. Honesto, aunque doliera. Dejó un tendal de heridos: por sus investigaciones y por su ausencia.
Cabulero, desobediente, profundo y conversador. Mensajero permanente: con su ropa, su inamovible corte de pelo, su presencia austera
Inquieto. Alentador de desafíos ajenos y apostador de talentos y almas nobles. Federico Delgado dejó aprendices que vuelan solos. De su fiscalía salieron fiscales y un juez federal. Enseñó otra manera de ver y entender la Justicia y una forma diferente, nueva, de comunicar desde la Justicia para la gente. Sus colaboradores de ayer y hoy lo consideran un mentor. En los peores años de Comodoro Py fue un oasis para muchos y muchas. Le están muy agradecidos.
Profesor de Derecho, educador de malas experiencias y errores propios, y del ritual del buen cebador. Para periodistas y recién llegados, interruptor de luz en los pasillos oscuros y guía de la voluntad para exponer a quienes detestaba por su naturaleza y emergencia: los poderosos que hacían sentir su propia ley.
Nunca le gustó reconocerlo pero él también tuvo poder: abrió investigaciones necesarias, impulsó causas justas y cerró expedientes para él injustos o innecesarios.
Cabulero, reservado y desobediente. Profundo y conversador. Mensajero permanente: con su ropa, su inamovible corte de pelo, su presencia austera. Matero a ultranza y cafetero del Varela Varelita, donde pasaba parte de sus tardes leyendo y escribiendo, y donde sus amigos y amigas lo despedirán este martes por la tarde. Federico Delgado se fue de este mundo pero quedará en él para siempre.
ED
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