Todos quieren la presidencia, pero nadie quiere el poder
Nos va a salvar la soja, una cosecha, Vaca muerta, ¡el litio! Prendamos velas. El Estado en una santería. Que llueva, que llueva. La peor sequía de los últimos 120 años. El contexto obvio: “inflación mata relato”. Latiguillo que hostiga las líneas del gobierno. Lo desconocido: la gente en la calle, los pesos en la calle, todos con su alias, Mercado Pago escrito con crayón, dice Mariana Moyano acá. Una marea asiática de informales. Y la inflación que devora los bolsillos, después qué se come: las ínfulas políticas. ¿Cuánta sobrevida tiene un discurso con 6,6% de inflación?
A la sequía en regiones de la zona núcleo que llevan cincuenta días sin lluvias (con la caída en la liquidación de dólares) se le aparecen los nervios de punta de los vecinos de Villa Madero que apedrearon una comisaría después de que mataran a un remisero de un tiro en la cara para robarle el auto. Y ni hablar de los cortes de luz para miles de familias que no se levantan sólo con los cantos de sirena de una estatización. Pasaron sin luz la biaba del calor.
En este contexto “las internas” parecen más la huida hacia delante de una realidad que se reconocen incapaces de transformar, que el debate ideológico que apetecen. La política no disputa el poder; todos quieren ser opositores (o jugar como opositores). Y quizás, de fondo, porque saben lo poco que saben: ¿qué sociedad gobernar? Miden su fuerza ahí: simular el llano. Aunque sea el juego de una elite que no sabe ya ni el precio de la bajada de bandera del taxi, años con choferes. Opositores somos todos. Balcarce 50 es un museo. Una noche en el museo. Si pasás a medianoche Alberto hace luces con la linterna desde adentro, habla con las estatuas de los viejos presidentes que cuida. Porque es tal el quilombo, el embotellamiento de cisnes negros y la mala praxis, que incluso Juntos por el Cambio se quedaría a vivir en la previa. Larreta o Bullrich sueñan un camino largo, eterno. Ser candidatos será la última estación con poder antes del infierno de tenerlo. El mayor poder: no tener o hacer como que no se lo tiene. La política es medirse el aceite de quién es el mejor opositor.
El último plenario cristinista llevaba el sello que Gustavo Marangoni definió así: “Hablemos de algo importante, hablemos de mí”. Justo en la previa al dato de inflación. Un militante dice: “Por más operativo clamor que haya este dato es un ‘saluden al Frente de Todos que se va’”. El golpe inflacionario rotundo. El presidente mantiene el suspenso de su candidatura para hacer aunque sea extorsiva su presencia, Massa ató su suerte a la inflación (el número mensual del INDEC demuele la proyección) y el cristinismo empuja su consigna de “Cristina proscripta” para convencerla de que sea candidata… Vendrán los duchos de la militancia a darle sentido al reto insólito de Máximo a Axel. “Subir más militancia al gobierno”, le ordena al único cristinista que hizo lo que nadie (Axel juntó votos). No hay brote (hasta el más propio) que deje sin pisar. Es el menú adictivo por su interna (ahora en la etapa división del átomo: pelearse con Lula, con Estela, y así).
La grieta
La palabra se pone vieja pero sigue ahí. Los académicos la despreciaron casi siempre, los periodistas la usaron casi todos y en las coaliciones da sentido. Es más: ahora funciona como concepto del debate interno (contra moderados o palomas). Cristinistas y macristas, en esta, espalda con espalda hacia adentro. Aunque algunos ya confiesan que ese sistema contra Cristina o Macri, que probablemente aún suman juntos una mayoría electoral, va envejeciendo. Los tiempos de una política que te ayuda a vivir la crisis pasan porque pasa el tiempo y un día será la hora de esperar soluciones. Proponen Pablo Touzon y Federico Zapata en este artículo en Panamá Revista que “el mandato central de la época tiene mucho menos que ver con el vaivén entre halcones y palomas, moderados y polarizados (términos que, en última instancia, expresan toda la disfuncionalidad de esta era) que con esta reconstrucción de la legitimidad del liderazgo político”. Sin política transformadora se “podría concluir en un diálogo imaginario entre la sociedad argentina y su clase política: ‘Yo te dejé, pero porque vos me abandonaste antes’”, dicen.
Repasemos lugares comunes que envuelven la palabra grieta. Defensas, ataques, desdén y pasión. Semillas de verdad y usos de las semillas. La grieta existe, cansa, no se romperá por decreto pero… ¿para qué sirvió? Veamos y una breve conclusión.
1. “Siempre hubo grieta”. Discuten la novedad de la palabra. Muchos señalan ese lugar común (“la Argentina nació dividida”). Un refrito histórico: Moreno y Saavedra, unitarios y federales, radicales y conservadores, peronismo y anti peronismo. Certero y negador de lo que se ufana. Cada época es histórica en sus palabras –su particularidad–. También hay otro desdén académico que denota en esa palabra cierta imprecisión, demasiado “periodismo”. Separan la paja del trigo: una cosa es la grieta, otra la polarización.
2. “La democracia es la superación de la grieta”. Discuten que democracia sea conflicto. Consensos: los temas en los que estamos todos de acuerdo. Quizás somos un país de consensos retroactivos: sedimento sin ceremonias. La integración regional, por caso, arrancó con Alfonsín y Sarney, con Menem y Cardoso, con Lula y Kirchner.
3. “La grieta se creó en 2008”. El año clave, ese 2008: nació una época. Empezábamos a hablar distinto: corpo, opo, retenciones, ley de medios. ¿Se acuerdan?: “¿Y lo Magnetto?”, le decía la periodista militante a un Scioli que miraba de reojo. Empezamos a vivir también guerras de consorcios. Lucha de clases medias. “A mi tía Pocha no le hablo más, repite lo que dice TN”. Membrillo o batata con sangre en el ojo. Periodistas que se pelean. Cada entrega de los premios Martín Fierro sumó al repertorio de mejores vestidas o ex que se cruzaron a “los que no se saludaron por ideología”. Cara de hemorroide entre gente que vive en casas con pileta.
4. “A la grieta la matamos por decreto”. Si digo agua, ¿beberé? Si digo que termina, ¿terminará? El último discurso anti grieta de Larreta, confundiendo gallinas con teros, y el riesgo de su propio vacío con algo que camina hasta en sótanos judiciales. Reducir la política a reconciliación y bajar decibeles en sociedades que están divididas. El riesgo es ofrecer un liderazgo débil que pide acuerdos. Se necesita más liderazgo para la búsqueda de acuerdos y ponerlos sobre la mesa. No estar a tiro de veto, ni hablar abstracto.
5. “La grieta es moral”. Declaro al otro fuera de la cancha. “Vos estás del lado de afuera del consenso democrático”. Solución imposible: hago un subsistema porque el otro rompió el sistema. Una solución venezolana.
6. “La grieta es el modo de vivir la crisis”. Sí: demasiados años sin resultados, con políticos tirando paredes a sus audiencias, dieron esta década perdida, sin soluciones, pero con el orgullo intacto del bloqueo mutuo. Lo peor es gobernar. Políticos comentando la realidad, militancias de su orgullo. ¿Y los resultados? A lo Farinello: con más de 40% de pobres, ¿de qué sirvió?
7. “La dominamos o nos domina”. En un artículo, Gustavo Noriega escribe honestamente que no quiere salir de la grieta y a la vez sus costados dañinos. Organiza ese daño en torno a las interpretaciones cerradas al vacío que se dieron en muchos crímenes. De cada lado de la grieta le hicieron una autopsia ideológica a los cuerpos, dice. “No hay hechos, hay grieta”. Todo confirma lo que sé, y lo que no, ¡afuera!, hecho un pellejo.
8. “Lo contrario a grieta es profundidad”. Sí, resbalamos en superficies. Quizás lo contrario a grieta, al estilo engrietado de ver quién grita más fuerte, a esa rivalidad tóxica que ya ni se mira por TV, a la política judicializada, no sea el consenso, sino la profundidad de ir a los temas de raíz. No hay una sola cosa solucionada hace años. Lo vemos en Rosario, ciudad sitiada. Lo vemos en las tarifas, subsidios y cortes de luz (por esto se pelearon Kirchner y Scioli en 2003, ¡hace veinte años!, un hilo de Ariadna del quilombo y la opacidad).
“No hay ideas sino en la gente”
Entonces, ¿qué pasa del otro lado? No es una encuesta, atención, no es una muestra, no hay método. Sí una artesanía de pregunta sencilla: “¿Qué es la grieta para vos?”. Pablo Semán dice que siempre depende de lo que uno pregunte. “Si pregunto qué es la grieta seguro me van a decir algo ajeno y malo. Pero si empiezo a hablar de cosas y algunas tocadas por la política aparecen expresiones engrietadas. Lo digo para no hacer inocente a la sociedad: las mismas personas que son peyorativas con la grieta sostienen posiciones engrietadas”. Acuerdo y pregunto.
Gustavo tiene un supermercado en Mar del Plata. Cincuentón, que en un parate del día me devuelve la pared por audio: “En esa grieta está toda la mescolanza. De un lado vamos a suponer, tenés al peronismo, y del otro lado tenés algo así como lo que apoyan los radicales. Y ninguno quiere meter la pata”. ¿Qué será meter la pata? Lo dice así: “Genera cada vez más un lugar adonde poner lo que nadie quiere resolver, ni hacerse cargo”. La inflación le tiene las pelotas al plato. María es cocinera de un comedor en Corpus Christi, Misiones, un pueblo que no pasa de los 3.500 habitantes. Dice que la grieta es “un grupo de políticos que en vez de ponerse de acuerdo, hacen un pozo y de ese pozo participan todos pero a la vez se abren de gambas y ninguno quiere hacer nada por este país injusto”. Tiene sesenta años y trabaja desde los siete.
“En realidad la grieta le sirve a los que medianamente entienden algo de política pero al que no entiende de política le da lo mismo. Saben que están peleados y nada más. Que un partido político está peleado con otro y eso es todo lo que consideran”. Así dice Marcelo. Es taxista. Puso un freno durante la Pandemia. Le diagnosticaron depresión. Hace parada en una GNC y trabaja todo el día. Los domingos le queda el auto para él y le exprime hasta la última gota de gasoil. Osvaldo vive en Necochea, estuvo preso unos años por una macana, pagó y labura y responde que la grieta “vendría a ser que se llenan de plata y nosotros la seguimos chupando, porque nunca se ponen de acuerdo, siempre hay intereses creados”.
Pastor hace cuarenta años, Miguel vivió la política en los años setenta en carne propia. Da su respuesta: “La grieta es la división llevada al extremo por razones ideológicas que hacen imposible el diálogo entre las partes para alcanzar aunque sea un mínimo consenso. La imagen es una zanja sin fondo, un precipicio que no tiene fin”. Lucio vende vinos. Camina la ciudad y se hace entender con los encargados de supermercados chinos en la lengua de todos: la guita. Tiene dos hijos, enviudó, nació en Liniers y camina el centro. “La grieta era como esos pedazos de tierra separados cuando no llueve. Y dos movimientos totalmente opuestos de ver el presente, el futuro, el pasado que chocan. Pero en esa grieta, abajo, si mirás, está el pueblo, y ahí está la cuestión… No sirve porque están todos peleados hasta internamente”.
Eliana vive en Cochagual, departamento General Sarmiento, al sur de San Juan, cría cinco pibes, el marido es policía y armó un kiosco en su casa. Dice: “La grieta es un concepto para ponerle nombre a una disputa sobre cómo debe el Estado hacer las cosas, pero no es cualquier contraposición, esas ideas son irreconciliables como una grieta que no se vuelve a unir. Están los que pregonan que el Estado debe ocuparse de lo social antes que nada (por decirlo rápido) y los que creen que la economía es primordial. Lo cierto es que ya gobernaron los dos y ninguno pudo dar en la tecla, quizás porque están demasiado preocupados en denunciarse mutuamente y no por salvar las diferencias por el bien común”.
Tal vez, cada vez más sean los que miran la política como un mundo ancho y ajeno. Y tan ajeno que Milei los quiere polarizar con todos. Dice “casta” y mete todo en la misma bolsa. Aunque no fuera la agonía de la grieta, la grieta es una agonía. A Milei no sabemos cómo le irá, pero sí que tiene de dónde agarrarse y por qué.
MR
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