Víctimas de la represión de Milei: “El Gobierno y las fuerzas de seguridad son cada vez más agresivas”
Pérdida total de la visión en un ojo y riesgo de que haya una necrosis. Fractura expuesta de tibia y peroné en una pierna. Ardor en el cuerpo, falta de aire, y la sensación de que se queman por dentro la nariz y la garganta. Corte en una oreja y la incrustación del perdigón de bala de goma en la cabeza. Esos efectos en la salud sufrieron, respectivamente, Matías Aufieri, 42 años, abogado en causas por derechos humanos y asesor del bloque de Diputados del Frente de Izquierda; Augusto Herrera, 32 años, despedido de Aysa; María Medina, 48 años, militante del Polo Obrero en Almirante Brown, y Atilio Vera, 40 años, dirigente de la agrupación Eva Perón, parte de la UTEP. elDiarioAR recogió cuatro testimonio para retratar cómo la represión de las fuerzas de seguridad avanza ferozmente contra los que rechazan el ajuste del gobierno de Javier Milei.
Son innumerables los heridos en manos de policías y gendarmes que desde diciembre hasta la semana pasada inclusive sufrieron en carne propia el protocolo antipiquete de Patricia Bullrich, que se activa ante cualquier protesta por más chica o grande que sea. Pese al espiralamiento de la represión, la medida que adoptó la ministra de seguridad es de las más aceptadas por la opinión pública, según todas las encuestas. Y la Casa Rosada va por más: la ministra ya negocia con diputados propios y ajenos un paquete de leyes que endurece penas a los organizadores de las manifestaciones, además de avalar la doctrina Chocobar de gatillo fácil y reformar la ley de Seguridad Interior para que los militares tengan cierta libertad de acción dentro de las fronteras del país.
Según recogió elDiarioAR de una fuente muy cercana a Bullrich, el protocolo antipiquete funciona de manera “progresiva” ante cada manifestación: primero hay advertencia a viva voz a quienes cortan el tránsito, después se busca despejar la zona con policías con escudo y moviéndose en cadena y, finalmente, se avanza con la Infantería, gas pimienta y balas de goma. Los heridos revelan que los disparos pueden apuntar a la cabeza. Hasta ahora no hubo un solo caso fatal. ¿Pericia profesional o milagro de las fuerzas del cielo?
“Sentí el impacto y se apagó el ojo”
Diputados iba por el tercer día de debate de la ley ómnibus cuando la Plaza del Congreso se convirtió en un escenario de batalla por la represión contra los manifestantes que reclamaban contra el extenso proyecto libertario. Abogado, asesor del bloque del Frente de Izquierda y miembro del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH), Matías Auferi salió del Congreso para registrar lo que pasaba en la calle. Ya casi eran las 21. Preocupados por la situación, más temprano habían bajado del recinto los legisladores del FIT y hasta de Unión por la Patria.
Las fuerzas de seguridad aprovecharon la noche para avanzar sin contemplaciones. Recuerda Matías: “La Gendarmería nos expulsó de la plaza para que en la calle la Federal nos dé escopetazos. Quedamos rodeados por camiones hidrantes y la Infantería. También aparecieron policías en moto provocando, girando en círculo, tirando gases a los que estaban en la plaza, no en la calle”. Corrido por la represión, quedó “encerrado” junto a otros manifestantes en la parada de los colectivos en esa plazoleta semicircular que está frente al Congreso. La situación era de caos, gritos, corridas y empujones. En un momento se apagó –o alguien apagó– la luz de la plaza. Entonces uno de los agentes arriba de una motocicleta le disparó a Matías hacia la cara. Estaba a diez metros de distancia. Fue lo último que registró: “Sentí el impacto y se apagó el ojo”. Esa misma noche al menos hubo más de 280 heridos.
Un perdigón de bala de goma le entró en el ojo de lleno a Matías. Pidió ayuda a una chica –que también recibió un balazo– y luego encontró a un compañero de militancia: “Cuando queremos cruzar al Palacio Legislativo vuelve la Federal y nos dispara de nuevo. Nos tuvimos que tirar cuerpo a tierra, hasta que pudimos salir de la zona del Congreso y caminar por Rivadavia”. Primero se atendió en el hospital Santa Lucía, pero terminó en el Instituto de la Visión. Esa misma madrugada le hicieron la primera operación de urgencia.
Días atrás le hicieron una nueva operación y esta misma semana previa a los feriados le hicieron otros estudios para intentar analizar si hay daños en el nervio óptico. El ojo no tiene “necrosis” porque todavía responde a algunos estímulos, pero el globo ocular sigue inflamado. El iris sí tuvo una pérdida y es posible que tengan que reemplazar por un lente artificial. Matías usa un parche para dormir y tiene que colocarse varias gotas durante el día. Suele sufrir agudos dolores de cabeza por tener que forzar la vista durante el día, sobre todo después de usar la computadora para trabajar, aunque usa anteojos de sol para cubrirse del brillo. En la Justicia Federal hay una causa abierta por lo que sucedió aquella noche del 1 de febrero: la instrucción la lleva la fiscalía 7 de Ramiro González y el juez federal es Julián Ercolini, aunque el expediente se lo estuvieron pateando con Sebastián Casanello. Hace más de 50 días que Matías no ve por completo.
“Aceleró y me pasó por encima”
A Augusto Herrera lo despidieron de Aysa, junto con otras 200 personas, a principios de mes. Desde 2018 había estado en distintos puestos de la empresa estatal de servicio de agua: cuadrilla, resguardo de herramientas, administración y logística. Para encontrar un nuevo trabajo, imprimió su CV y, aunque el jueves 14 de marzo llovía, salió a repartirlo por el microcentro porteño.
Eran las 18 cuando llegó a las inmediaciones del Congreso y se encontró con una manifestación en la puerta del cine Gaumont que reclamaba por el vaciamiento del INCAA. Augusto se quedó para acompañar la protesta, pero cuando vio que del otro lado de la plaza se reunían agentes de la Infantería quiso salir de la zona y evitar la represión.
La avenida Rivadavia ya estaba ocupada, y mientras la policía comenzó a desalojar la protesta los agentes de Tránsito intentaban que no se detenga la circulación de vehículos. Cuando Augusto cruzó en diagonal, una camioneta Mercedes Benz avanzó con violencia. El conductor venía discutiendo con los manifestantes. Augusto le golpeó el capó con su paraguas para llamarle la atención. Después todo fue caos: “Envalentonado que estaba, aceleró y me pasó por encima. Escapó y atropelló a otra chica, a un ciclista y terminó chocando contra un auto”.
Augusto sufrió fractura expuesta de tibia y peroné de su pierna derecha. Denuncia que la policía no llamó al SAME y que tuvieron que auxiliarlo los manifestantes, entre ellos algunos cineastas. En el hospital Ramos Mejía le pusieron un yeso provisorio hasta que lo trasladaron a una clínica de su obra social. Al día siguiente lo operaron y le pusieron un tutor en la pierna. La semana pasada volvieron a operarlo para colocarle tornillos. Tiene que hacer reposo absoluto y está en sillas de ruedas. La recuperación le va a llevar al menos seis meses. Como vivía solo, se vio obligado a mudarse a la casa de su hermana. Sin posibilidad de conseguir nuevo trabajo, costea sus gastos con la indemnización que le dieron en Aysa. Denunció al conductor de la camioneta por “intento de homicidio y crimen de odio”, en el marco del clima que genera la política represiva de Milei.
“El gas pimienta te deja ciego y sin aire”
María Medina lleva adelante en Almirante Brown un comedor popular que actualmente está cerrado. Le daban la copa de leche a más de cien chicos y hacían viandas familiares que hoy no pueden cocinar porque, denuncia, el Gobierno ya no entrega más alimentos. El fuerte ajuste en la política social fue lo que llevó a la izquierda y la UTEP a realizar un “piquetazo” nacional el pasado lunes 18. Bloquearon accesos a la Capital Federal y rutas en distintas provincias.
En Buenos Aires el epicentro del reclamo fue el emblemático puente Pueyrredón. La columna de manifestantes se concentró en la calle Mitre, en Avellaneda, a una cuadra del puente, porque las fuerzas de seguridad desplegaron un sinfín de agentes para cortarles el paso. María fue a la protesta en su función habitual: hacer de seguridad para resguardar a sus compañeros de militancia del Polo Obrero.
“Sin previo aviso, la policía comenzó a tirar gases. Y yo tragué de lleno”, recuerda María, que estaba ataviada con antiparras y una chalina. Las medidas de precaución no le sirvieron. Tuvo que ser asistida por un compañero fuera de la protesta al menos durante media hora: “El gas pimienta te deja ciego y sin aire. Te quema la garganta y la nariz”.
De gran efecto inmediato, el arma disuasiva que usa la Gendarmería y la Federal también puede continuar horas y hasta días después. Tres días después María aún sufría las consecuencias, agravadas porque es alérgica: “El dolor vuelve porque el cuerpo te queda ardiendo como cuando te quemas con fuego. Si hasta te quema los pelitos de la piel”.
“Sentí un cimbronazo en la cabeza”
Atilio Vera es dirigente de la organización Corriente Popular Eva Perón. También estuvo el lunes 18 en la manifestación en el puente Pueyrredón, pero del lado de la UTEP, el gremio de la economía popular ligada al kirchnerismo. Vivió la represión policial de manera más cruenta: “Hubo una primera gaseada con gas pimienta y a la segunda vez que tiran me voy hacia atrás para evitarlo. Ahí es cuando escucho una detonación y siento un cimbronazo en la cabeza. No me caí, pero sí sentí el impacto”. La línea de policías disparando estaba a no más de cinco metros.
Como sangraba, Atilio fue asistido por un compañero médico. Tenía un corte en una oreja y un golpe en la cabeza: había recibido dos perdigones distintos. Fue al Hospital Fiorito, en Avellaneda, donde la guardia estaba repleta por pacientes con síntomas de dengue. Entonces se fue a la sede principal de la UTEP, en Constitución, donde funciona una sala médica. Cuando le limpiaron la cabeza encontraron que tenía un proyectil de bala de goma incrustado en el cuero cabelludo.
Atilio decidió ir a un hospital para que lo revisen en profundidad. En el Argerich le hicieron una tomografía para descartar daños cerebrales y lograron sacarle el perdigón. Le cosieron la herida con tres puntos y 72 horas después le duraba la hinchazón en la zona. Tiene que hacerse curaciones diarias y evitar exponerse al aire para que no le ingrese tierra o una bacteria. Por las noche toma un calmante.
“Me apuntaron a la cabeza. Donde me pegaba me limpiaba”, señala Atilio. Él fue el herido más grave en la represión de esa jornada, que también se repitió sobre el puente Saavedra, en otro de los accesos a CABA. Allí fueron detenidos varios militantes. Por el agravamiento de la crisis social, la UTEP y la izquierda analizan volver a protestar más temprano que tarde, mientras Bullrich espera avanzar que el Congreso avance con sus leyes de mano dura: “La estrategia represiva viene en aumento. En uno o dos meses vamos a estar peor”, reflexiona Atilio, que analiza el escenario futuro: “El Gobierno está preparando el escenario de criminalización para señalarlos como enemigos de la patria. Por eso las fuerzas de seguridad nos disparan a la cara, por eso son cada vez más agresivos”.
MC/MG
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