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PARQUE NACIONAL LANIN

Los brigadistas, el escudo humano contra el fuego que arrasa el bosque y la memoria de un pueblo

Hace más de 15 días que Neuquén combate el incendio más despiadado de su historia.

Cecilia Rayén Guerrero Dewey

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Se encienden con rapidez y arden incesantes y sin prisa como un volcán. Mientras el fuego las devora de raíz, las hembras expulsan las cabezas de piñones que caen a sus pies o vuelan lejos en ese capricho de llevar vida, pero nada fértil queda en esas semillas. El bosque entero cruje y la tierra parece romperse un poco ¿Cuánto tarda el fuego en derribar mil años? De pie hasta el final, con los brazos abiertos: así muere una araucaria.

Hace más de 15 días que Neuquén combate el incendio más despiadado de su historia, que ya lleva afectadas más de 15.200 hectáreas. Es mucho más que una catástrofe ambiental; junto al bosque se quema parte de la identidad de un pueblo. Desde la línea de frente, agotados por jornadas eternas y la frustración de no poder terminar la tarea, los brigadistas son el escudo humano contra el fuego. 

El jueves no fue un día fácil. El fuego avanzó hasta el Valle de Caballadas. A las brigadas del Parque Nacional Lanín y Manejo del Fuego de Neuquén les tocó enfrentarlo ingresando por Quillén. Hace algunas mañanas, se les unió un grupo de Bomberos Voluntarios de la provincia de Buenos Aires. Los caminos están rotos y llegar puede tomar horas, aunque los equipos de Vialidad provincial pusieron todas sus máquinas a disposición. Cuando las cuadrillas enfriaban el terreno, el viento sopló fuerte y el fuego se volvió extremo, arrasando con el bosque de araucarias de la ladera sobre la que los brigadistas trabajaban. En cuestión de minutos, la ladera posterior también comenzó a arder y tuvieron que retirarse de emergencia para no quedar encerrados en la marea de fuego.

—Cuando estamos frente al fuego, tratamos de mantener la cabeza en frío, enfocarnos en la metodología de trabajo, protegernos entre nosotros, pero cuando el fuego nos saca, cuando tenemos que replegar, caemos en la cuenta de que fuimos los últimos en ver con vida todo lo que se quemó, todo lo que se perdió sin que pudiéramos evitarlo. 

La voz de Celeste Poggi se escucha muy débil, como una rama a punto de quebrarse. Tiene 29 años y hace tres trabaja como brigadista de Incendios, Comunicaciones y Emergencias en el Parque Nacional Lanín. Es técnica en Seguridad e Higiene, fotógrafa profesional y docente en un Centro de Formación Profesional, pero su vocación es defender el bosque. La cuadrilla a la que pertenece fue la primera en salir al combate el 29 de enero, cuando se inició el incendio en Valle de Magdalena. Las condiciones climáticas y la densidad del terreno les impidieron dar rápido con el origen del fuego. Desde entonces duerme entre 3 y 4 horas por día. 

Habla ya lejos del horror, pero el humo persiste en el cuerpo, en la garganta y no puede dejar de pensar en cómo mejorar lo que se hizo. No pueden, no hay tregua para nadie, el incendio es un estado permanente para los más de 600 brigadistas que intentan detener la catástrofe.

No existen precedentes de un incendio tan hostil en la historia neuquina. Hace tres años, cuando ardió el Lote 39 de Quillén, se quemaron 4.500 hectáreas en meses. Este fuego consumió esa misma porción en sólo tres días y ya lleva afectadas 15.200 hectáreas según el último parte oficial, aunque se estima que el avance de las últimas horas dejó un saldo mayor.

La emergencia ígnea declarada hace años en la provincia de Vaca Muerta finalmente muestra sus dientes. Neuquén se está incendiando en este instante, mientras todo sigue su ritmo. No se prenden las ciudades, ni los pueblos, aunque hay madrugadas en las que el viento también va por ahí llevando el humo que se cuela por las ventanas. Sólo las brigadas miran al desastre de frente, dimensionan su gravedad.  

Una pérdida ancestral

Samuel Puel no tiene ningún registro de que su familia haya venido de otro lado. Son de ahí, como los chivos y el corral, como las matras que su mamá, Doña Maria Puel, teje a telar con la lana de las propias ovejas. Son de ahí como los pehuenes, tan generosos y proveedores, que sí habitan sus recuerdos desde la infancia, al igual que lo hicieron en la memoria de la abuela Ana Millaqueo y aún más allá.  

En ese tiempo no circulaba el dinero. Los piñones que estallaban en los cielos del otoño eran el principal alimento para la familia, pero también forraje para el caballo y la posibilidad de conseguir un poco de azúcar, yerba o harina cuando, de tanto en tanto, llegaba el comisionista o cuando alguien viajaba en un carguero hasta Aluminé para cambiarlos en los almacenes. Por décadas, fueron la única forma de resistir el invierno. Los guardaban en un pozo que cubrían con piedras, ramas y que más tarde tapaba la nieve. Siempre estaban ahí para saciar el hambre: eran lo sagrado y lo verdadero.

Araucaria araucana es el nombre científico del pehuén, como lo nombra la voz mapuche, la de la gente de la tierra y sólo habita en una fracción de la cordillera neuquina y chilena.  

—Al quemarse un pehuén se quema algo ancestral nuestro. Antes no teníamos plata, pero teníamos comida gracias a los piñones. Con el bosque se quema nuestra memoria.

Samuel ingresó como brigadista de Manejo del Fuego de Neuquén en el 2008, hace 17 años, un poco por suerte, otro por destino: desde muy pequeño quería ser bombero y así se lo prometía a su mamá mientras la ayudaba a criar los animales.

Hace poco más de una semana, Samuel volvió a su casa en Villa Pehuenia desde el incendio en Nahuel Huapi, al que fueron a colaborar con una parte de la brigada provincial de Manejo del Fuego. Conocen mejor que nadie la implicancia de la emergencia ígnea, pero no esperaban que Neuquén también fuera a encenderse al mismo tiempo, ni imaginaron que las llamas avanzarían tan atroces sobre el bosque nativo. 

De regreso, tuvieron que contenerse para no ir hasta el Valle de Magdalena, aunque tengan la premisa que al fuego no se le afloja hasta que esté apagado. Ahora, junto a sus compañeros esperan frente al lago Aluminé el turno de recambio para ir a combatir este incendio, el propio, el que acecha cerca, pero al mismo tiempo saben que su presencia en la zona es esencial por las altas temperaturas, la sequía y los focos amenazantes de la Araucanía chilena, la región lindante a Neuquén, que llevan consumidas más de 13.000 hectáreas del otro lado de la cordillera. En estos días también tuvieron que profundizar las rondas, porque por más que desde el municipio se hayan redoblado las campañas de prevención y concientización, la gente sigue encendiendo fogones a la vera de ríos y lagos.

Llegar hasta el fuego

Hace una semana, por órdenes del gobernador Rolando Figueroa, el gabinete provincial se trasladó al campamento central de operaciones de Mamuil Malal, donde se definen las estrategias, se monitorea la situación en terreno, el funcionamiento de los tres puestos móviles de asistencia y se coordina la logística de las brigadas propias y las que llegaron a colaborar desde las provincias. Hay bomberos voluntarios de Jujuy, de Santa Fe: la solidaridad es inmensa. En la zona trabajan por aire diez helicópteros, tres aviones hidrantes y cinco drones que coordinan de forma conjunta Emergencias y Gestión de Riesgos, la Policía de la Provincia, Parques Nacionales y el Ejército Argentino. En su gran mayoría, los recursos los aporta Neuquén.

Nada parece ser suficiente sin la lluvia. La condición del bosque azotado por la sequía es de una fragilidad nunca vista y el fuego tiene todo a su favor.

Mientras Leonel Gatica habla, está atento a la radio por si tiene que salir de urgencia. Los días previos fueron muy duros en el flanco derecho. Dice que el fuego no tiene piedad, que en cuestión de minutos estalla, tira las pavesas lejos, abre nuevos focos y se come todo el trabajo realizado en un instante. Entonces hay que volver a agruparse, caminar quizá kilómetros hasta esos nuevos lugares cargando en sus espaldas cajas de herramientas, zapa, accesorios, mangas, tanques de combustible. 

Hace cinco años es chofer en la brigada de Parque Nacional Lanín, pero está capacitado para hacer lo que la situación exija y en estos días está en la línea de frente como motosierrista. Su tarea es abrir camino en la densidad de la montaña, derribando cañas y otros arbustos para que sus compañeros puedan avanzar. 

Como muchos, encontró en el trabajo de brigadista una oportunidad laboral pero también de vida. El contacto con el bosque lo movilizó de tal forma que hoy estudia agroecología. Dice que no hay consuelo en saber que es la mano del hombre la que está en todo esto, que es inevitable no sentirse derrotado al ver como se queman “esos valles verdecitos que tenemos y a los que les costó tanto tiempo desarrollarse, como se quema nuestra bandera neuquina que son las araucarias”. Se está quemando la Patagonia, repite y sabe que en ese enunciado tan inmenso, lo que se hace cenizas también son las vidas humildes de la gente de la tierra, sus ranchos, sus veranadas, como sucedió con la comunidad Linares, aunque hayan salido a combatir cuerpo a cuerpo con los equipos para evitar que el rojo pulverizara todo.

Llegar al fuego no es fácil, requiere estructura, inversión y la de Parques Nacionales es cada vez es más magra. Con el primer Decreto de Necesidad y Urgencia, el presidente Javier Milei, preponderando la propiedad privada, anunció que iba a derogar 26.815 de Manejo del Fuego, creada para proteger el ambiente de los incendios forestales y rurales, la misma que impide la venta de tierras quemadas. A los días dio marcha atrás, pero del presupuesto asignado que ya resultaba alarmante, sólo se ejecutó el 22%, un 80% menos que en 2023

Leonel, Celeste y muchos otros compañeros trabajan en condiciones de precariedad. Antes del cambio de gobierno nacional, tenían puestos anualizados  para el pase a planta permanente. Luego de que asumiera La Libertad Avanza los dieron de baja y fueron reemplazados por contratos de tres meses. Los brigadistas de Nación que están combatiendo en primera línea un incendio que tiene el pronóstico de continuar al menos por dos meses más, firmaron un contrato en enero que tiene fecha de caducidad el  el 31 de marzo.

Defender el bosque

—Nosotros trabajamos para el bosque, dejamos la vida, nuestros pulmones, la salud para mantener la biodiversidad. No trabajamos para ningún estanciero, para ningún terrateniente aunque a veces se confundan. 

Rómulo está agotado, son poco más de las 21 y acaba de volver a su casa en Aluminé, de la que partió poco antes de las 6 de la mañana rumbo a la zona de Quillén. Allí fue la batalla hoy, junto a su brigada de Manejo del Fuego, a la cuadrilla  de CORFONE,  los compañeros José Santos Licán, Valerio Licán y Mariano Quimillán de la comunidad mapuche de Ruca Choroy. 

Es nacido y criado en el pueblo, lo dice y la voz se le ilumina. Desde muy pequeño aprendió a  admirar la naturaleza, caminando de la mano de su abuelo y su papá que eran fiscalizadores forestales y conocían hasta el último pehuén. También desde muy joven se hizo bombero voluntario, hasta que se fue a San Martín de los Andes donde se recibió de técnico forestal en la Universidad Nacional del Comahue. 

Todo eso que fue aprendiendo es lo que intenta transmitir cuando con su compañera de Parques, Celeste, salen de ronda preventiva a las escuelas rurales de la zona. Por eso, lo sorprende y lo lastima cuando se intenta responsabilizar a la gente de ahí.

—De todas las veces que hay un incendio, los peñis (hermanos, en mapuche) son los primeros en preguntarnos si necesitamos una mano. Te reciben con tortafritas, te ayudan a conocer más el lugar, te hacen saber que ellos también están al pie del cañón.

Al fuego siempre lo tiene cerca y lo agradece cada invierno en que lo usa para calefaccionarse. En muchos hogares neuquinos no hay gas aunque sea la segunda reserva de gas no convencional del mundo. La luz es un lujo que pocos pueden apagar, entonces sólo quedan las garrafas y las estufas a leña.

—El fuego tiene varias caras, es una herramienta, tiene muchísima fuerza, muchísimo newen como le decimos nosotros. Pero cuando empieza a arder todo, cuando se descontrola, es terrible y ante eso no somos nada, nada de nada: es implacable y este es un gigante, gigante de verdad. No sabemos qué pasó acá, pero sí sabemos que más al sur está complicado, que hay muchos incendios que son intencionales. La gente que está prendiendo sabe cómo se comporta un incendio, la disponibilidad del combustible y es muy perversa la idea de quemar el bosque ¿Qué ser humano sos para prender fuego tanta vida? 

Apagar un incendio es una tarea de hormiga: abrir sendas, enfriar la zona, hacer fajas. El fuego avanza con desdén y no hay forma de contener su virulencia. No hay ritual que alcance: ni el perdón a la montaña, ni el grito silencioso a Dios.  

—Al ver esto así tan repentino, como se comporta el fuego, tratamos de ser fuertes, pero a todos nos pega el bajón y entre el grupo de trabajo nos unimos y esa unión es la que hace a la fuerza siempre, porque nadie puede solo. Mañana se arranca de vuelta porque al bosque nativo lo vamos a defender hasta que no tengamos más fuerzas. Nosotros sabemos que vamos a dejar todo siempre, pero también necesitamos el acompañamiento siempre. Necesitamos más capacitaciones, necesitamos trabajar todo el año para prepararnos para estos momentos. Es muy complicado con las políticas actuales, es imposible planificar cuando los compañeros de Nación tienen contratos por tres meses.

Un escudo humano contra el fuego

El flanco izquierdo lo combate también la brigada de Manejo del Fuego de Moquehue. Ahí está Natalia Vázquez, una fotógrafa que desde pequeña vino a vivir a la zona por el trabajo de su papá y se hizo neuquina de raíz subyugada por la abundancia de la naturaleza. Hace poco más de tres años se puso el traje de brigadista y sintió que todo cobraba sentido, que de pronto había encontrado el lugar para ser y para hacer. En su cuadrilla hay otras compañeras mujeres y aunque explica que el trabajo puede resultar desafiante, dice que es de equipo, de ir todos a la par, con camaradería, con la nobleza del cuidado respetuoso por cada uno y de compartir el saber.

—Una se siente completamente pequeña ante la inmensidad del fuego. A veces las llamaradas son enormes y vos estás ahí toda chiquita, sabiendo que te puede pasar por encima y al mismo tiempo siendo un escudo entre la pared de fuego y el bosque. Es una tensión permanente entre el bien y el mal y vos estás en el medio. La retirada es el momento más doloroso, porque significa que es la batalla que perdiste, que el fuego te ganó y que en eso se va un pedacito de bosque, un pedacito de vida, un pedacito de Patagonia.

No hay pronóstico de lluvias hasta abril. Será imposible medir el impacto ambiental hasta que el fuego se haya extinguido y entonces habrá que contar cuánta flora y fauna perdimos, cuanta fertilidad le fue arrancada al bosque, cómo impactará en la alteración de los ciclos hidrológicos y los regímenes de correntía, qué estrategias se darán los gobiernos para restaurar lo que tardará al menos 200 años en recuperarse.

CRGD/DTC

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