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Fenómeno mundial

El cielo resplandece a su alrededor: Akira Toriyama y su obra maestra, Dragon Ball

Gokū, el protagonista de Dragon Ball, en una imagen de homenaje al creador del animé, Akira Toriyama.

Nicolás Canedo

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Akira Toriyama murió y nadie se lo esperaba. Con apenas 68 años de edad, el creador de Dragon Ball (posiblemente el animé más exitoso e influyente de la historia) había retomado su participación y dirección creativa de la franquicia que maravilló durante años a tantos niños, muchos de ellos hoy convertidos en adultos que lloramos su lamentable pérdida. Hace apenas unos cuantos meses internet se agitaba en celebraciones y polémicas por el anuncio de una nueva y esperadísima instalación de la serie, Dragon Ball Daima, cinco años después de la culminación de Dragon Ball Super, cuyo último episodio especialmente revivió en los fans la pasión de la época dorada de Goku y sus amigos.

El furor de Dragon Ball: gente de distintos países mirando el estreno del episodio final de Dragon Ball Super en lugares públicos, vitoreando a los enemigos eternos Goku y Freezer, quienes unieron sus fuerzas para ganarle al poderoso Jiren en una batalla épica y espectacularmente animada.

Dragon Ball se estrenó en la Argentina en 1997, en el canal de cable Magic Kids. La serie entró en reemplazo de otro hitazo de animación japonesa, Los Caballeros del Zodiaco (Saint Seiya), que junto con Sailor Moon o Los Supercampeones (Captain Tsubasa) iniciaron el furor local por el animé. Pero fue sin duda la criatura de Toriyama la que llevó el fenómeno a otro nivel. Inspirada originalmente en la novela china Viaje al Oeste: Las aventuras del rey mono, Dragon Ball empezó como una historieta (o manga) publicada en 1986. Contaba la historia de un niño con cola de mono llamado Son Goku y su amiga Bulma, en la búsqueda de las Esferas del Dragón que concedían cualquier deseo. A partir de esta premisa de aventuras, la historia fue virando progresivamente hacia los combates, presentando tramas, personajes y conceptos cada vez más atrapantes.

Homenaje de la cuenta fan de Los Simuladores a Akira Toriyama, con el sensible Gabriel Medina en lugar de Bulma, en la secuencia de cierre de Dragon Ball.

Como toda ficción popular Dragon Ball fue más que un entretenimiento para millones de personas. Nos dio un lenguaje, formas de comunicarnos y construir sentido. Cultura digital y memes mediante, conceptos como la Genkidama, la Fusión o las cantidades y cantidades de transformaciones (entre las cuales destaca la del Super Saiyajin) aparecen en nuestras redes a diario, para hablar de una u otra cosa e incluso a veces para performances políticas como fueron las protestas de estudiantes en Chile de 2011 con la “Genkidama por la educación”, que contó incluso con la participación de los dobladores oficiales de la serie para Latinoamérica.

“Genkidama por la Educación” (Santiago de Chile, 2011): protesta de estudiantes por la educación pública.

El meme de la Genkidama, en la despedida a Toriyama en las redes.

Dragon Ball también nos dio un poderoso relato de autosuperación, no sólo de la fuerza y destreza físicas a las que los personajes accedían por medio de duros entrenamientos sino además de la superación personal, con conmovedoras historias de villanos que se vuelven buenos, como Piccolo, que descubre su propia bondad en la amistad de un niño, o Vegeta, que pasa de ser un sádico elitista a un papá que se sacrifica por los que ama. Las transformaciones de Goku y Gohan contra los abusivos Freezer y Cell, respectivamente –dos de las más grandes secuencias en la historia del animé– inspiran y motivan todavía a millones de fans.

Recuerdo de las escenas más emotivas de Dragon Ball Z: los sacrificios redentores de Piccolo y Vegeta y las transformaciones catárticas de Goku y Gohan.

Pero además de todo lo anterior, Dragon Ball es una parte de nuestra infancia y de un mundo que, en sus cambios constantes y frenéticos, esta semana nos dejó sin uno de los grandes artífices de las fantasías y ensueños con los cuales crecimos. Akira Toriyama, narrador y dibujante, combinó como pocos artistas –como solo los más grandes pueden– virtuosismo y simpleza descomunales. Quizás él mismo no creyera en la profundidad de esa gran historia que supo contar y que sin duda resonará aún más en los corazones de grandes y chicos que tenemos, gracias a su obra, algo en común y que persiste.

El cielo resplandece a su alrededor.

DC/JJD

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