La vida después de la cárcel: “Para el poder, el preso es un insumo y cuanto más violento sea el delito, más negocio”
Anteúltimo día de 2020, el año de la pandemia. En la Sociedad de Fomento Villa Jardín, un club al que llaman “El Villa”, el sol cae igual para todos: sobre el casero que ahora enciende el fuego para parar la olla en la que se cocerán los fideos; sobre las mujeres que alistan la mesa en la que prepararán las viandas para que se lleven, esta noche, más de cien familias. Lo demás a esta hora en Lanús es el silencio de la siesta, algún colectivo que pasa, el rebote de la pelota que un nene patea contra el paredón.
Además de ser un lugar de referencia para los vecinos, este es el “centro de operaciones” de la la asociación civil Grito Sagrado, presidida por Matías Dimicroff, que todavía no ha llegado. Aquí está el tempógrafo, una máquina que imprime logos en objetos, y que compró con la venta de un auto, cuando estaba todavía en arresto domiciliario.
Se lo había sugerido Gastón, un ex compañero de la cárcel que, con la condena cumplida, se dedicaba a la fabricación de bombillas. Matías, preso en su casa, no podía emprender solo, así que se “asoció” con otro ex compañero de penal, Sergio Fuentes, que estaba en libertad. En una cadena de ayuda se repartieron las tareas: Matías estamparía los mates de Gastón y Sergio saldría a vender otros productos de la pequeña empresa que, de repente, armaron: MASERGraf.
Pero de eso ya pasaron tres años. Gastón D’Andrea es el fundador de Cimarrón, una cooperativa que desde 2007 fabrica y distribuye mates, bombillas y artículos de bazar. Cimarrón emplea a personas que estuvieron detenidas. Hace tres semanas los visitó Alberto Fernández. Y Fuentes y Matías Dimicroff ahora dirigen cuatro cooperativas que emplean a 120 personas liberadas.
En simultáneo, esas cooperativas integran Cooperativas Libres, una federación que lidera y administra Dimicroff. Cooperativas Libres agrupa a nivel nacional a otras 60 asociaciones de ex presos. Más de 800 personas consiguieron empleo o aprendieron un oficio, lo que implica no sólo un ingreso económico, sino un sostén emocional para ellos y para sus familias.
Matías está demorado. Tiene 44 años, dos hijos y un pasado delictivo. De 2000 a 2002 estuvo preso en la cárcel de Devoto. Desde fines de 2003 al 2008, en la Unidad 9 de La Plata, uno de los penales más grandes y de máxima seguridad de la Provincia. De allí se escapó y estuvo prófugo hasta 2010, año en el que lo recapturaron durante un tiroteo en la puerta de un banco, en San Isidro. Cinco disparos en la pierna derecha y una amputación después, fue y vino por distintas cárceles durante tres años y medio.
Un estudio médico determinó que el corte estaba mal hecho y en una operación perdió otros diez centímetros de piel, músculo y hueso. Pasó, entonces, otros tres años y medio en domiciliaria. Le sacaron la tobillera electrónica en 2016. La suma indica unos trece años preso por piratería del asfalto y robo a bancos. Nunca se lo acusó de un crimen o de haber lastimado a alguien. En la cárcel empezó a estudiar. Le faltan seis materias para recibirse de abogado.
En el comedor del club hay una ventilador encendido, una biblioteca que arman de a poco con libros donados, el aroma del pollo asándose y la cartelería lista para instalar en las sedes de Pami. Es que una de las cooperativas que dirige, la de obras públicas que lleva el nombre Reconstruyendo Vidas, ganó la licitación. Es un trabajo en conjunto con la cooperativa gráfica, aquella con la que empezó estampado mates, solo en su casa y que hoy emplea a unos veinte liberados.
En la esquina del club está la panadería Artesanos de la Gastronomía, el último emprendimiento que también le da trabajo a personas que estuvieron detenidas. La cuarta cooperativa es Reciclando Sueños: presos vueltos recuperadores urbanos, capacitados en promoción ambiental, con un sueldo y rutina de trabajo.
Cada cooperativa tiene convenios con universidades y sindicatos que aportan lo que a ellos les falta, que saben lo que ellos no: ingenieros y arquitectos y otros especialistas que los acompañan en el desarrollo productivo, aportan conocimientos técnicos o los capacitan.
Matías pide que lo esperemos, que está en camino. El también tiene un pasado de militancia. Es peronista por su madre y sus abuelos paternos. Una militancia con convicciones que sufrió los devaneos de la frustración menemista. En 1998 su abuelo tuvo que cerrar la fábrica de cajas de cartón corrugado porque se fundió. Matías y sus amigos trabajaban ahí. Quedaron a la deriva.
Dimicroff llegó a ser un referente de la Juventud Peronista en la Provincia. Liderazgo tuvo siempre, pero cuando lo desilusionó el peronismo de los noventa, lo tomó la calle. Los primeros robos dicen, “fueron cagadas de pibes”. La sofisticación del delito llegó después. Todavía no había pisado el primer penal cuando su nombre se cantaba en canciones en los pabellones: los “hechos” que protagonizaba él y muchos otros delincuentes blancos se volvían leyendas adornadas en traslados, en anécdotas, en visitas.
El sol que caía en el club igual para todos ahora baña entero el playón y recorta la silueta de un hombre que entra en el comedor, teléfono en mano. Cabello al ras, lentes gruesos, una renguera leve, la prótesis prolija asomando debajo de la bermuda. “Ya estoy, ya estoy. Escaneo algo y arrancamos…”. Matías Dimicroff, entonces, arrima una silla y se sienta a la mesa.
Y habla: “Este club nació en el año 1952 con Perón y la comunidad organizada. Es la referencia histórica del barrio. Lo recuperamos con una asamblea barrial en la que elegimos nuevas autoridades. Y acá empezamos, con la idea de dar trabajo, posibilidades y oportunidades a los que pasaron por la cárcel y a sus familiares, porque están todos atravesados por esa historia. Y cuando abrimos acá, ¿Qué pasó? Cayó una cantidad de liberados”.
-¿En qué situación llegaban?
Y… no tenían trabajo. La falta de laburo es el primer problema que tiene alguien que sale en libertad. Porque un liberado puede hacer un montón de cosas pero si no tiene trabajo… Nosotros lo vemos todo el tiempo: un tipo que quiere cambiar y se le cierran todas las puertas. Pasa cuatro o cinco meses así, con la deuda moral que tiene con su familia: no vieron a sus hijos crecer, no vieron a sus padres envejecer, no tiene ni un inodoro en la casa. Trata de reparar todo ese daño causado también por él. Y a los cuatro meses sale a hacer cagadas y a los seis meses está en cana de vuelta. Nosotros lidiamos con un sector social que tiene muy baja tolerancia a la frustración, que está acostumbrado a resolver todos los conflictos de la vida con violencia. Yo caí a los 23 años, pero acá hay pibes que fueron criados por el sistema penitenciario.
-¿Cómo es ser criado por el sistema penitenciario?
Vos llegás a un penal y tenés que pelear el primer día por la cama. Con faca. Te lastiman. Y al otro día tenés que pelear por las zapatillas y al otro día tenés que pelear por la comida y al otro día para que no te cojan y al otro día... Y así. Entonces, ¿qué podés esperar de una persona que vive diez años de esa forma? Cuando entrás en un penal tenés que desarrollar una estrategia de sobreviviencia. Los pibes que capaz que cayeron por robar un celular en pedo de pastilla tienen que pelear y pelear. Y en la cárcel mandan los chorros, opinan los chorros y la política de convivencia también la definen los chorros. Y los pibes pelean. Pelean una, dos, tres, cuatro veces. Y a los seis meses de pelear para sobrevivir, son chorros. Y la verdad que no son chorros. Robar un teléfono no te hace chorro. Entonces empiezan a desarrollar un personaje que hay que sostenerlo. Eso es una política que impone el Servicio Penitenciario y el Poder Judicial, con el apoyo de los medios de comunicación.
¿Por qué no puede ser resuelto el problema de la inseguridad?
El sistema carcelario produce un modelo de ser humano para que reincida, porque necesitan ese insumo. El delincuente es un insumo para el sistema. La cárcel tiene que tener un esquema de resocialización o de recuperación de esa persona. El castigo es el encierro, pero después tiene que haber condiciones para que esa persona de alguna manera pueda mejorar para volver a la sociedad. Eso no sucede.
La cárcel tiene que tener un esquema de resocialización o de recuperación de esa persona.
¿Y por qué no sucede?
Porque hay intereses en juego. Desde el Sistema Penitenciario, pasando por el Colegio de Abogados, el Poder Judicial, los medios de comunicación, los que construyen las cárceles… Todos esos que abastecen de bienes y servicios al sistema penal. Son operadores en un sistema caótico que también implica conflictos de intereses permanentes entre ellos. Pero hay un interés, uno solo, que no los enfrenta: todos necesitan presos, todos necesitan violencia y todos necesitan delito y fuerza policial. Mientras más violento el delito, más negocio.
¿Qué papel juega el Estado, entonces?
El que comete un acto que es intolerable para la convivencia social, debe tener un castigo. Ese castigo tiene que ser el encierro. Eso es indiscutible. Pero el encierro tiene que tender a mejorar los tipos, porque si se pudre en la cárcel va a salir peor. Entonces nosotros venimos a proponer un sistema en el que haya condiciones para quien quiera cambiar. El Estado tiene que ser una herramienta de solución de conflictos sociales, que existen en todas las sociedades del planeta, que tiendan a bajar la conflictividad social. Ese tipo que sale de la cárcel y vuelve a ser reinsertado en la sociedad, ¿Cómo llega? No importa lo que haya hecho, viene de Vietnam. Si no ofrecemos oportunidades, cambiemos el sistema legal y pongamos pena de muerte. Fijemonos si podemos resolver el conflicto de esa forma. No creo que sea la manera. De hecho, los países en los que existe la pena de muerte tienen los índices más altos de violencia, de delito y de encarcelamiento. Esos índices hablan bien o habla mal de vos como sociedad.
El encierro tiene que tender a mejorar los tipos, porque si se pudre en la cárcel va a salir peor. Entonces nosotros venimos a proponer un sistema en el que haya condiciones para quien quiera cambiar.
-¿Por cuáles razones llega una persona a la cárcel?
El problema del delito, la inseguridad, la violencia en la sociedad es muy complejo y multicausal. No hay un solo factor, no hay una única explicación. Es pobreza estructural, son adicciones, están loquitos o son circunstancias de la vida. Coincidimos en que todos llegan porque tienen un conflicto. Nosotros queremos discutir política pública con el Estado y creemos que hay que segmentarlo.
-¿Hay posibilidad de reducir la población carcelaria?
Creemos que el lugar donde se dan las condiciones para la transformación es en la comunidad organizada, que de sentido de pertenencia y de contención. Y esto pasa en las cooperativas, donde tenemos quilombos todos los días, eh, pero también tenemos ideas. Hay unos 45.000 presos en el sistema penitenciario bonaerense. De ese total, el 68% cometió delitos de pobreza, contra la propiedad o narcomenudeo. El resto llegó por otro tipo de delitos, más graves. Pero pensemos en ese 68%, que serían unos 30 mil presos. Si nosotros queremos resolver la mitad de lo que atacamos, que es la reincidencia, con las cooperativas podemos generar mil puestos de trabajo. No vamos a resolver el problema de la inseguridad. Ninguna política pública, ni en la Argentina ni otro lugar del mundo ha logrado eso. Pero es una manera mucho más humana que la propuesta de la mano dura.
-¿Pero es el trabajo el que “salva” a las personas de la delincuencia?
A los pibes no los sacamos del delito solamente dándole changas o plata. La changa tiene que ser una opción temporal, porque después estos pibes piensan que se van a hacer ricos por un robo y terminan en cana de vuelta. Esa es la verdad. El trabajo de calidad, estable, no solamente es una herramienta de desarrollo económico. El trabajo es una herramienta de desarrollo espiritual. Lo que definitivamente a la larga los salva es el desarrollo personal, formarse en un oficio sin haber tenido acceso al conocimiento, poder evolucionar en la vida con un horizonte de futuro económico, pero sobre todo con condiciones de desarrollo, digamos. Y eso es lo que tratamos de hacer con las universidades y con los centros de formación profesional. Y este colectivo que vamos formando. No arrancamos esto pensando en dar trabajo. Nosotros queríamos reinventarnos, vivir de otras formas. Y con los meses y la organización nos dimos cuenta de que era una solución humana, que podemos sacar lo mejor de nosotros como sociedad. No sólo incorporamos ese cúmulo de personas al sistema del trabajo, también contribuimos al desarrollo nacional y producimos riqueza.
No sólo incorporamos ese cúmulo de personas al sistema del trabajo, también contribuimos al desarrollo nacional y producimos riqueza.
-Más allá de las noticias policiales del día, la inseguridad se debate en dos sentidos: mano dura o baja en la edad de imputabilidad. ¿Por qué no hay una política pública que tenga una mirada integral?
No hay una política pública general que pueda abrazar a todos. Pero creemos que este tema debe entrar en la agenda, aunque sea en un renglón. Porque es una política de lucha contra el delito.
Fuiste un referente de la Juventud Peronista en la Provincia. ¿Te reconciliaste con la militancia?
Nosotros cuando éramos pibes militábamos un peronismo nostálgico, quizás. Yo en dos años, hacia el final de los noventa, me rompí, se detonó todo para mí. El peronismo en el que creo construye el conjunto, no construye el pedazo. El que yo milito quizás tiene que ver con algunas cosas de lo que pasa hoy, pero no sé si del todo. Para mí el peronismo es como la actualización de esa revolución humanista que inició Cristo hace 2000 años. Es la actualización conceptual de los tiempos. Para ese peronismo, el ser humano en el centro y en el eje de todos los temas. Yo nunca fui funcionario público, pero tengo una fuerte convicción política. Nosotros tenemos una idea. Si el Estado la toma y convierte esto en una política pública que se fortalezca y expanda y construya... Porque nosotros no le salvamos la vida a nadie, en realidad. Son los pibes los que llegan acá a salvarse porque quieren cambiar.
VDM
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