Francisco Ferro, víctima de pederastia del Opus Dei: “Desde hace 34 años encubren mi abuso sexual”
Francisco Ferro abre una carpeta de cuero negra repleta de papeles. Saca un folleto del Club Caldén, que conserva desde la infancia. Tenía 11 años ese invierno de 1989, cuando fue al campamento y un numerario del Opus Dei lo hizo dormir en su cama y abusó de él. Muestra también la denuncia que presentó el 26 de octubre de 2020 siguiendo el protocolo publicado por la Prelatura en Argentina y la respuesta: un “decreto” que dice que “la Obra no puede abrir una investigación” sobre esos hechos.
“Me desperté cuando sentí que me manoseaba los genitales. Me levanté, salí en silencio de la habitación y me senté en el pasillo. Él se quedó en la cama. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me encontró otro numerario, adulto. Me preguntó qué hacía ahí y contesté: ‘N. se siente mal’”, dice el publicista, que hoy tiene 45 años y cuenta por primera vez su historia a elDiario.es. Es el primer abuso de menores contra el Opus Dei que se denuncia públicamente en Argentina.
Lo que siguió vuelve como una pesadilla a su memoria: “Me llevaron a dormir a otra habitación. Al día siguiente, el director del campamento me preguntó por qué había mentido, porque N. había dicho que se sentía bien. Me quedé en silencio mientras me repetía la pregunta, hasta que me dijo violentamente: ‘Sos un mentiroso’. Y se fue”, agrega el hombre. “Nadie les contó a mis papás lo que había pasado aunque yo tenía sólo 11 años”, reflexiona.
Recién a los 17 años, llorando, Ferro pudo contárselo a su familia. “Cuando mi madre, que es supernumeraria desde hace 38 años, fue a hablar con su director espiritual, la respuesta fue: ‘Hubo otro caso al año siguiente del de Francisco. N.F reconoció el abuso y tomamos las medidas correspondientes’. Cuando el abusador confesó tampoco hablaron con mis padres”, dice el denunciante.
Ante la consulta de elDiario.es sobre el caso, la Prelatura del Opus Dei en la Argentina emitió un comunicado el 4 de abril en el que validan la denuncia de Ferro pero no responden a las preguntas sobre por qué no investigaron este caso ni de qué manera gestionaban y gestionan los casos de pederastia. “Lamentamos profundamente que en el marco de una actividad pensada para el crecimiento personal se hayan producido actos tan contrarios a la dignidad humana, que causan un gran sufrimiento”, replica las palabras del decreto que recibió el denunciante en 2020 y agrega: “Hemos ofrecido y seguimos ofreciendo nuestra ayuda a la persona afectada y su familia, aunque no hayamos sabido hacerlo con toda la sensibilidad que esperaban de nosotros”.
Lo más doloroso de todo el proceso, dice Ferro hoy, “es el silencio de todos los adultos que estuvieron en ese campamento y de las personas que estuvieron involucradas”, pero también “que hoy todavía se elija ocultar y encubrir”. “Y lo seguirán haciendo mientras quienes tienen poder dentro sigan creyendo que es más importante cuidar a la institución antes que a las personas. El Opus Dei necesita depurarse y que quienes honestamente creen en la Obra trabajen para que el Protocolo de Investigación de abusos a menores se cumpla”, asegura.
Un largo camino hasta la denuncia
Después de la charla de su madre con el sacerdote, los padres creyeron que no había nada más para hacer. Sí entendieron que la adolescencia difícil de Francisco tenía un origen: “Les dimos un hijo y nos devolvieron otro”, dicen en referencia al campamento.
“Yo bloqueé mi abuso”, cuenta Ferro. Empezó a estudiar y a trabajar en cine, primero, y después en publicidad, donde hizo una carrera como creativo. Fueron dos décadas en las que iba a psicólogos, psiquiatras y hasta neurólogos buscando respuestas a sus constantes crisis. “Estoy medicado desde los 20 años. Pasé por diferentes diagnósticos: depresión, ansiedad y bipolaridad, pero nunca recordé mi abuso”, dice Ferro.
El límite llegó cuando estaba viviendo en México. “No pude más. Volví a Argentina para recuperarme y empezar de nuevo. Recién a los 42, en terapia, apareció el tema del abuso”. Poco después, a partir de una orden del papa Francisco, el Opus Dei publicó su protocolo para denunciar. Su madre le avisó que lo habían publicado en la página de la Obra.
Ferro llamó al teléfono que se indicaba y lo atendió el “coordinador de protección de menores”, el abogado Jorge Vergara, que le pidió que mandara su denuncia por mail. Según establece el protocolo, a partir de ahí “levanta un acta y la pone en conocimiento del vicario regional, quien, si procede, decreta el inicio de la investigación previa al proceso canónico. Para tomar esta decisión, el vicario cuenta con la asesoría de un comité compuesto por profesionales del área del derecho y la salud”.
La respuesta tardó 37 días. El abogado lo llamó para notificarle que su denuncia no iba a investigarse y que le enviaba por mail el decreto del vicario regional, Víctor Urrestarazu, que fue reemplazado en 2021 tras el escándalo por la denuncia de abuso y explotación de 43 mujeres que fueron numerarias auxiliares del Opus Dei en Argentina.
Ferro saca de la carpeta el “decreto” del vicario regional del Opus Dei en 2020 y lo lee: “La Obra no puede abrir una investigación porque los hechos, supuestamente ocurridos hace 30 años, tuvieron lugar durante un campamento y la Prelatura como tal no organiza ese tipo de actividades”, dice el documento, firmado y sellado con fecha 2 de septiembre de 2020. Y agrega: “Se enviará la información a la Asociación para el Fomento de la Cultura, entidad civil responsable de las actividades del Club Caldén, para que tome las medidas oportunas”. Lo lee con la misma impotencia que cuando lo recibió.
La Asociación para el Fomento de la Cultura (AFC) fue la primera asociación civil que la Prelatura del Opus Dei creó en Argentina y la que aún conduce y administra más de medio centenar de “iniciativas apostólicas” de la institución en el país, como clubes, residencias, centros culturales y casas de retiro. Es también la que está señalada por la denuncia de las 43 mujeres.
El Club Caldén, ubicado en el barrio de Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires, es una de las casas donde viven sacerdotes y numerarios, que son miembros célibes del Opus Dei, donde aún hoy se organizan actividades recreativas y de formación cristiana para menores. “Teníamos todos los días misa y orientación espiritual dada por los numerarios”, recuerda Ferro, que iba a ese club con sus compañeros del Colegio Los Molinos, también del Opus Dei, situado en la localidad de Munro.
Un derrotero de casi tres años sin respuesta
Una semana después del decreto, los padres de Francisco enviaron una carta a Roma, dirigida a monseñor Fernando Ocáriz, la máxima autoridad del Opus Dei en el mundo. Era una carta certificada, porque querían que la recibiera en su escritorio y nadie más la leyera antes.
Mientras tanto, Francisco insistía en Buenos Aires para que alguien le explicara por qué su abuso no se podía investigar. Para el Opus Dei el caso no era un problema grave: el abogado Vergara llegó a usar con la madre de Ferro el argumento de que “sólo había seis denuncias”. “Mamá quedó horrorizada”, recuerda.
Vergara invitó a Francisco a una reunión en la Prelatura con dos autoridades del Opus Dei. “Cuando le dije que quería ir con una amiga, que era la única a la que le había contado mi abuso, Vergara me llamó por teléfono y me gritó: ‘¿Vas a venir con una periodista? Entonces hacemos una declaración de prensa’. Corté y lo bloqueé de mi teléfono”.
Unas semanas después, el 26 de febrero de 2021, la madre de Ferro recibió en su casa la visita del vicario espiritual del Opus Dei, Santiago Caucino. Les llevó una hoja sin membrete, escrita a máquina, que decía: “Resumen de lo que se ha podido reconstruir”. Ahí contaba que N.F. había admitido el abuso de otro chico en 1990 y que entonces se inició el proceso debido, se votó la dimisión y se lo dispensó de las obligaciones como numerario entre el 12 y el 18 de octubre de ese año.
A la semana fueron convocados por el vicario regional en la sede principal de la Obra. Fue solo el padre. Hacía tiempo que Francisco estaba mal y su madre se quedó con él. “Reconocieron que mi denuncia era cierta y mi papá, en mi nombre, les pidió que se hicieran responsables públicamente. Urrestarazu se lo explicó con un pasaje de la Biblia: ‘Eso sería poner la cabeza en una bandeja de plata como hicieron con San Juan el Bautista’. Cuando papá volvió a casa esa noche pensé que ojalá algún día me animara a hablar”.
“El Opus no tiene bienes ni organiza actividades”
Después les llamaron desde la Asociación para el Fomento de la Cultura. Lo recibieron el abogado Jorge Albertsen, exdecano de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral, que pertenece a otra asociación civil del Opus Dei, y otro supernumerario, el ingeniero Jorge Álvarez, que se presentaron como miembros de la comisión directiva de la AFC.
Albertsen le explicó que la AFC es la figura legal de la Obra. Es decir, la dueña de todos sus bienes, la responsable de todas sus actividades y del manejo económico del Opus Dei. La parte “más bien formal” pero “indivisible” de la Prelatura, la parte “puramente espiritual o sobrenatural”. Ferro vuelve sobre aquella reunión: “Las asociaciones civiles existen para que el Opus Dei cumpla con su compromiso de no tener bienes, pero si las utilizan para hacerlas responsables de abusos sexuales a menores, no me imagino un vínculo más falto de moral. Además, buscan tanto ocultar este vínculo, que podrían utilizarlas con total libertad fuera de cualquier mandato de la Iglesia Católica”.
Francisco se aferró a su carpeta negra. “Les dije que buscaba que el protocolo se cumpliera, que quería una respuesta del Opus”, recuerda. Le dijo que “no había ninguna duda de que el abuso había ocurrido”, que era posible pensar que “la Obra quería lavarse las manos” pero que en realidad estaban ahí para hablar de “la parte humana y cómo repararla”. Mientras lo cuenta, saca de la carpeta negra la “minuta” de la reunión que le mandaron, donde pusieron por escrito la explicación que le habían dado.
El argumento, que se repitió en otra reunión, era que el Opus Dei “no tiene bienes ni ninguna actividad que no sea puramente doctrinal”, que eso corre por cuenta de las asociaciones civiles aunque “a lo mejor sí participan los mismos miembros del Opus Dei”. “Pero yo recibía formación doctrinal en el campamento y en el club”, replicó Ferro.
Le contaron que el Opus Dei les había dicho “pasó esto, háganse cargo”. Y que ni siquiera conocían al abogado Vergara. “Lo único que hacían era repetir que me querían reparar. Hasta me dijeron que si yo no sabía cómo, podían preguntarle a mis padres e incluso a mis amigos”.
Antes de irse, Francisco se aseguró de hacer dos preguntas: “Si ustedes, la AFC, saben de un abuso sexual a un menor de edad, ¿tienen la obligación de informarlo al Papa?”. Le dijeron que no. La otra fue: “Si el Opus Dei sabe de un abuso sexual a un menor de edad, ¿tiene la obligación de informarlo al Papa?”. Le dijeron que sí.
“Una frase muy poco feliz”
Ferro insistió con el Opus: quería que la Prelatura se hiciera responsable de su abuso. Caucino insistió en separar al Opus Dei de cualquier responsabilidad –“Siempre me respondió que no lo iban a hacer”– pero le propuso hablar con una integrante del “Comité Asesor del Vicario Regional en lo referente a casos de menores”, Cristina Méndez Elizalde. Albertsen, de la AFC, le insistió: “Estaban todos en comunicación constante sobre mí”.
Méndez Elizalde se presentó como supernumeraria y ex vicerrectora de la Universidad Austral. “Me dijo que en el decreto del vicario sobre mi caso ‘hay una frase que es muy poco feliz’”, y que tal como está escrito “queda desacreditado en sí mismo”.
Después, trató de explicarle que su abuso “no se podía investigar según el protocolo” porque había pasado mucho tiempo y ya se había separado a esa persona en aquel momento por el otro abuso. “Me ofreció pagar mi atención psicológica y me preguntó varias veces cómo podían ayudarme. Pero lo más importante fue que me dijo que la Prelatura sí organiza ‘algunos’ campamentos, es decir que el decreto por el que se excusan de hacerse responsables de mi abuso es simplemente mentira”.
“En 2021 cambió el vicario regional y lo fui a ver a la sede de la Prelatura”, explica Ferro, pero tampoco pasó nada. “Y ya iniciado este año decidí que la manera de proseguir era haciendo todo público yo”. Aunque el Opus Dei había reconocido su abuso en privado, no había esperanza de que fueran a hacerse públicamente responsables. “Lo hacen por cobardes. Y quizás por la soberbia de mostrarse perfectos en un mundo que no lo es. Si no, ¿por qué tanto empeño por buscar la manera de ocultarlo?”, se pregunta.
Todavía le sorprende el empeño de cada persona con la que habló –“sin importar si era un religioso o una autoridad de la Universidad Austral”– en que los abusos a menores no se hicieran públicos “y que, en caso de que sucediera, que no fuera responsabilidad del Opus Dei”.
Ferro acomoda los papeles en la carpeta negra, la cierra, y dice que espera que a partir de su denuncia “más víctimas puedan hablar sin importar dónde hayan sufrido esto”. “Que sepan que no están solas, que son supervivientes que merecen justicia. Y que lo puedan hacer sabiendo que van a contar con una sociedad y un Estado que las proteja”. Para eso, cree que los abusos sexuales a menores deberían ser declarados delitos de lesa humanidad y que quienes los encubren también puedan ser juzgados: “Porque, quienes hablamos, lo hacemos muchas veces décadas después. Y no puede ser que el delito del que fuimos víctimas prescriba”.
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