La leyenda cuenta que una tarde, bajo un tremendo sol, se reunieron tres mujeres a la sombra de un viejo árbol y se pusieron a trabajar con hojas secas de palma. A los pocos días ya eran más de 10 y se juntaron en la casa de adobe y techo de paja de Eusebia Lorenzo, para estar más frescas. Los hombres -en muchos casos sus maridos, padres y hermanos- no les decían nada pero las miraban con desconfianza, pensando que no podrían hacer dinero con esa tarea.
En esos 40.000 kilómetros de monte que abarca El Impenetrable chaqueño aparece, en un rincón del mapa, en el este de la provincia, la comunidad qom de Fortín Lavalle. En ese paraje de unos 700 habitantes, donde la tierra siempre está reseca por el sol y la vegetación enverdece el paisaje, un grupo de mujeres fundó la cooperativa Qomlashepi Onataxanaxaipi que en lengua originaria significa: Mujeres Indígenas Trabajadoras.
Su principal tarea es la confección de cestería, canastos y artesanías realizadas en hojas de palma a las que denominan “lagaxarai”: nombre con el que también se las conoce en la zona ya que cuando si alguien le pregunta a los pobladores del lugar cómo llegar hasta la comunidad de artesanas se refieren a ellas como “las tejedoras lagaxarai”.
Esta iniciativa empezó a cobrar forma real en el año 2013, cuando un grupo de mujeres de la comunidad se dio cuenta de que allí existía una salida laboral. Hasta ese momento muchas de ellas realizaban estas artesanías en sus casas y las vendían de forma particular o las trocaban por aceite, arroz, fideos, harina o un pollo en la ciudad.
“Cuando armamos el grupo pasamos de hacer la misma actividad que muchas hacíamos en nuestras casas en soledad a reunirnos y sentirnos parte de una organización en la que producimos, vendemos, nos ayudamos, aprendemos unas de otras y nos seguimos capacitando con talleres que hacemos en otras cooperativas, con la Fundación Gran Chaco y otras dependencias de la provincia”, cuenta Analía Rodríguez, artesana, exsecretaria y una de las fundadoras de la cooperativa a elDiarioAR .
Las socias de la cooperativa se levantan antes de que amanezca para comenzar con las tareas del día. Primero comparten un mate cocido con pan casero en un salón que pudieron levantar con mucho esfuerzo gracias al apoyo de la fundación Norte Grande. Una vez que desayunaron se ponen manos a la obra porque después de las 11 de la mañana el sol pega muy fuerte y es imposible andar.
Para la confección de las artesanías y cestería lo primero que se hace es recolectar las hojas de palma. Allí las mujeres van en grupo de 4 o 5 caminando varias horas por el monte. En silencio, murmurando cada tanto alguna palabra en qom, juntan y acarrean las hojas verdes que se caen de las palmas.
La palma tiene espinas en el tronco que a simple vista no se ven. “Para evitar pincharnos hay que acercarse despacito porque aparte de las espinas, a veces aparecen víboras, arañas o garrapatas que se ocultan entre las palmas. Así que primero movemos con un palo la parte de abajo y si hay algún bicho sale espantado”, cuenta Analía esos secretos que sólo ellas conocen.
El lagaxarai sólo crece en el monte, entre los quebrachos colorados, los algarrobos y los palos santos. “Acá ha habido gente que la ha plantado en sus casas y no sobreviven, se mueren”, relata Eusebia Lorenzo, quien fuera la primera presidenta de la cooperativa. La sabiduría qom cuenta que las palmas de lagaxarai “vinieron con la tierra” que “estaban de antes” y es No’ouet (que significa rey del monte en lengua nativa) quien les da vida y las cuida.
Cuando llegan al salón seleccionan las hojas y las van separando según el tamaño y la calidad. Algunas, las mejores, son las que se van a secar, a guardar y las que se destinan para partirlas y luego hacer las uniones de los canastos.
“Todo eso nos lleva como una hora y media y el secado son 4 o 5 días cuando está lindo el tiempo, cuando hay sol, cuando hay fuerte viento del norte también secan más rápido las hojas”, explica Analía Rodríguez sin dejar de observar a unos niños que corren alrededor de un árbol.
Las artesanías están realizadas con los conocimientos ancestrales que fueron transmitidos a través de los siglos, especialmente entre las mujeres de la comunidad. Fueron las abuelas las que les enseñaron la técnica y ahora ellas se las transmiten a sus hijas.
“Nuestros antepasados crearon una técnica en la que se trabaja sobre una mesa o algo duro. A eso le decimos el canasto cuadrado, el canasto tejido en el que se ocupa únicamente una hoja, levantando las piezas con las hojas de palmas sin ningún otro elemento que se pueda utilizar, solo las manos para el cosido utilizamos unas agujas grandes de madera que son las mismas que usamos para coser bolsas”, dice la artesana mientras estira una hoja de palma.
En los casos en que requieren colores para sus artesanías las mujeres qom utilizan fibras naturales de las plantas del monte nativo. En esa paleta de matices trabajan con una gama de 31 plantas tintóreas diferentes.
En la actualidad la presidenta de la cooperativa es Karina Cherole y son 47 las mujeres que integran la entidad. También hay mujeres de comunidades cercanas que no son asociadas de Qomlashepi Onataxanaxaipi, pero que acercan sus artesanías para que se las vendan.
Al salón de la cooperativa las mujeres concurren con sus niños a los que cuidan y alimentan mientras trabajan. Ese espacio fue el primer lugar de la comunidad que contó con conexión a internet satelital, lo que contribuyó para agilizar la comunicación para la venta de mercadería y fue una herramienta esencial para la alfabetización digital tanto de niños como para la población adulta.
Como sucede con los artesanos y artesanas de comunidades indígenas que están alejadas de los grandes centros urbanos las dificultades aparecen a la hora de comercializar lo que producen. En el caso de Qomlashepi Onataxanaxaipi la llegada de turistas era fundamental para la venta de sus producciones.
“Con la pandemia nos quedamos sin turistas, en todo el año pasado vinieron sólo 6 personas a visitar la comunidad, así que se nos hizo muy difícil. Hacemos envíos a Santa Fé, Buenos Aires, Corrientes pero el transporte cuesta el doble que el año pasado. También la Fundación Gran Chaco y la Secretaría de Turismo provincial venden nuestra cestería, artesanías y promocionan el trabajo que hacemos pero sin turismo no alcanzamos a cubrir todos los gastos que tenemos”, detalla Analía Rodríguez de una situación que las tiene preocupadas.
Cuando llegan contingentes de turistas las artesanas qom tienen preparado un circuito de caminatas por el monte en el que les hacen conocer las hojas de palma y les muestran el paso a paso de recolección y trabajo en su hábitat natural.
Otras veces sucede que llegan “revendedores, personas oportunistas, que nos compran en cantidad y lo llevan a Buenos Aires y a otras partes del país pero no sabemos ni a cuánto lo venden ni en qué lugares”.
Para contactarse con la cooperativa la página de Facebook de Qomlashepi Onataxanaxaipi es una de las vías más seguras. “Los trabajos que más se venden son los canastos para hacer las compras que otra gente usa para ir a la playa, los canastos chiquitos que sirven para poner anillos y los centros de mesa”. A la hora de repartir ganancias la ecuación es: “la que más hace más gana y cuando hay encargos grandes también se divide”, dice Analía que fue aprendiendo de manejo cooperativo a lo largo de estos 8 años.
Aquella juntada bajo un árbol que nació por necesidad e intuición se convirtió en una forma de mantener viva su cultura y poner en valor un legado histórico que corría el riesgo de perderse porque las mujeres más jóvenes no le encontraban utilidad a este tipo de tareas que hacían sus abuelas.
“En estos años aprendimos a juntarnos con otras mujeres y trabajar todas juntas -dice Analía Rodríguez-. En la cooperativa podemos hablar nuestras cosas, discutir ideas y pensar objetivos. Ahora sabemos organizarnos para lograr cosas y antes solas no lográbamos nada”.
URR
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