Vinos y aceites orgánicos
Con técnicas ancestrales para cosechar y evitar químicos, una bodega logró el certificado de comercio justo
A principios del siglo XX la fiebre del oro movilizó a cientos de mineros chilenos a cruzar la cordillera de los Andes hasta el centro de la provincia de La Rioja. La localidad se conocía como Villa Argentina pero con tantos chilenos viviendo allí empezaron a llamarla Chilecito.
Junto con los chilenos llegaron también mexicanos e ingleses. Era tal la locura por el oro que, en 1905, se inauguró el cablecarril “La Mejicana”: 9 estaciones con un recorrido de casi 35 kilómetros para bajar el oro más rápido hasta Chilecito y allí trasladarlo hasta Buenos Aires. Una obra faraónica que hoy está completamente abandonada.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914, las minas, manejadas por capitales británicos, paralizaron las extracciones. Fue el principio del fin. O el comienzo de otra historia. El trabajo de la tierra se volvió el sustento de muchas familias y así descubrieron que el tesoro estaba en las uvas y en los olivares para producir vino y aceite.
La noticia de que en esas latitudes de soles intensos y lluvias escasas crecía una uva blanca -única- en la Argentina llegó hasta los oídos de un grupo de italianos friulanos asentados en Colonia Caroya, Córdoba.
En busca de un clima parecido al de sus tierras llegaron a Chilecito en 1940 y se unieron a 13 productores locales: 4 mujeres y 9 hombres que fueron los primeros en entregar su producción a estos gringos emprendedores. Ese día se constituyó la Cooperativa La Caroyense de Córdoba y La Rioja Limitada.
En la segunda mitad del siglo XX, el valle de Chilecito se convirtió en la zona vitivinícola más importante de La Rioja, en la que -actualmente- se concentra el 75 por ciento de los establecimientos etnológicos de la provincia.
Tras crecer juntas durante 5 décadas, sobrevivir a las crisis cíclicas del país y fortalecer el mercado local del vino y las aceitunas, en 1989, las cooperativas se dividieron y la entidad pasó a llamarse La Riojana, a secas.
Motor productivo de la región
Con más de 55.000 habitantes, Chilecito es la segunda ciudad más importante de La Rioja. El cultivo de la vid y el olivo abarcan la mayor superficie agraria, en tanto que la actividad industrial más significativa la constituyen las bodegas.
Conformada por unos 400 asociados, La Riojana es la fuente de trabajo de casi el 80 por ciento de la totalidad de los pequeños y medianos productores vitivinícolas y olivícolas de la región que venden su producción para la elaboración de vino torrontés orgánico, jugo de uva torrontés y aceites de oliva.
Con una erre arrastrada, un tono de humildad en la voz pero orgulloso de la entidad a la que representa, Mario González, presidente de La Riojana, cuenta a elDiarioAR: “Producimos más del 50 por ciento de la cosecha total de uva de La Rioja, estamos entre las 10 bodegas que más exportamos de Argentina y además somos la primera organización de pequeños productores con certificación fairtrade (comercio justo) del país”.
A pocas cuadras de la Iglesia del Sagrado Corazón y la plaza principal, está la bodega central de La Riojana en la que se fraccionan sus vinos y el jugo de uva torrontés orgánico. La actividad de la cooperativa se ha vuelto fundamental en la economía de la zona.
“Unas 2.000 familias dependen de La Riojana. Somos una fuente de trabajo permanente para más de 350 empleados en relación de dependencia sumado al personal temporario en épocas de poda y cosecha que rondan en los 300”, cuenta González.
El encanto del vino
En 1973, Lorenzo Capece se fue de vacaciones a La Rioja con su familia. Al visitar Chilecito se enamoró inmediatamente de sus paisajes y su gente. Al regresar a Buenos Aires puso en venta su casa de La Boca y -sin tener idea de uvas y cosechas- se puso a trabajar la tierra.
“No sabía cómo hacerlo pero tenía todas las ganas así que empecé sin conocimientos, me uní como productor a la cooperativa, fui tesorero hasta hace 4 años y presidí la Corporación Vitivinícola Argentina”, cuenta a elDiarioAR riéndose de su propia historia.
Con una finca de 35 hectáreas productivas en Vichigasta, a 40 kilómetros de Chilecito, Lorenzo crió 5 hijos y 4 nietos. “El cooperativismo es una filosofía de vida y La Riojana es una parte importante, no solo en el desarrollo económico, sino también social de esta región”, dice Renzo, como lo conocen sus pares.
Capece considera que en estos 81 años de existencia La Riojana ha mantenido “un vínculo de fidelidad con sus asociados pero exige que esa lealtad sea mutua y no sólo cuando les conviene porque se trata de un beneficio para todos”.
Entre las diferencias en el proceder que destacan a La Riojana de otras bodegas está en que la cooperativa le garantiza a sus asociados la compra de la cosecha total de uvas.
“Pagamos los mejores precios de plaza, nos hacemos cargo del costo de transporte desde finca a bodega y ofrecemos acceso a créditos, asistencia técnica gratuita, provisión de insumos agrícolas a bajo costo, un fondo de protección antigranizo, un fondo de inversión cooperativo y tenemos un sistema de becas que nos permiten formar personal en las áreas que la cooperativa considera estratégicas”, afirma González, que preside la cooperativa desde el año 2000.
En La Rioja, la cepa estrella es el torrontés y, en menor medida, el malbec y el syrah. Los vinos orgánicos de la cooperativa se exportan a Inglaterra, Suecia, Alemania, los Países Bajos, Finlandia, China, Estados Unidos y Canadá.
“Es un trabajo que lleva sus años -explica Mario González- ya que en 1998 iniciamos un proceso de mejora de la calidad y alcanzamos la certificación de las normas ISO 9001 con las cuales trabajamos desde entonces. Eso nos permitió, tiempo después, acceder a las normas de Producción Orgánica que nos abrió las puertas a plazas del exterior que antes nos parecían inalcanzables”.
Lo justo vuelve a la comunidad
El comercio justo (fairtrade en inglés) representa una alternativa al comercio convencional y se basa en la cooperación entre productores y consumidores para alcanzar un precio justo. Para lograr el sello Fairtrade hay que cumplir con estrictas normas internacionales. En el año 2006, La Riojana se convirtió en la primera bodega de Argentina en adherir a los criterios de comercialización fairtrade.
“Obtuvimos la certificación como empresa exportadora y para trabajo contratado, con este aval pudimos ampliar la oferta exportable de vinos convencionales que se había iniciado en 1995 y eso nos posicionó en el mercado internacional donde se valora mucho el sello fairtrade”, dice González.
Desde entonces el crecimiento y consolidación de La Riojana ha ido en aumento y la mitad del volumen que fabrica y comercializa -33 millones de kilos de uva anuales y 4 millones de kilos de aceitunas- los genera a través de este sistema.
Esta política determina que por cada litro de vino que exporta la cooperativa 6,5 centavos de euro quedan en un fondo para desarrollo de los lugares donde viven socios y empleados; de ese modo llevan recaudados más de 7 millones de euros que fueron destinados a obras en la región.
“Ese dinero se invierte en salud y educación en las comunidades que trabajan con la cooperativa”, dice el presidente. Y detalla: “hemos ampliado la red de agua potable en una parte de Orán, Salta, que aunque no es de nuestra provincia tenemos asociados allí, también hemos instalado la red de agua en la localidad de Tilimuqui que pertenece a Chilecito; construímos el colegio agrotécnico Julio Martínez al que asisten 550 alumnos, un centro de salud, un centro de deportes, una biblioteca. Todo lo que hacemos lo transferimos”.
Como en todos los rubros laborales la pandemia modificó el funcionamiento de la cooperativa y La Riojana focalizó sus ventas de manera online. “Las tareas de oficina se hacen a distancia y ahora estamos volviendo de a poco, el trabajo rural -con protocolos sanitarios- nunca se detuvo. Lo importante es que nadie se quedó sin trabajo”, asegura González.
Respeto por la Tierra
En tiempos donde a muchos productores agrarios les importa más el rinde que el cuidado del medio ambiente, La Riojana apuesta a evitar el uso de agroquímicos entre sus asociados para la producción de vinos y aceites orgánicos.
De ese modo alcanzó un reconocimiento a nivel internacional con la valiosa certificación orgánica: todo un proceso en el que se deben cumplir normas como no utilizar uva dañada o alterada, maquinaria industrial ni tapones de corcho natural entero, entre otras reglas.
“Son unas 400 hectáreas entre fincas propias y de asociados que fueron certificadas como orgánicas donde, además de cumplir con las leyes internacionales, ponemos énfasis en el mantenimiento y aumento de la fertilidad del suelo para elaborar vinos, jugos y aceites saludables”, cuenta Mario González.
Desde el año pasado -en el que aumentó el consumo de vino per cápita en Argentina-, la cooperativa comenzó a producir vino biodinámico: una variedad que se consume especialmente en países como Suecia.
“Para lograr el vino biodinámico tuvimos que aprender la técnica porque es un método que involucra a la fase lunar para la poda y la cosecha. Trabajamos con plantas aromáticas para combatir las plagas y con estiércol de animales enterrados en cuernos de vaca”, explica el presidente sobre una práctica ancestral que vuelve a los orígenes de la humanidad y su relación con la Madre Tierra.
A su vez la cooperativa, está a la espera de que vuelva a reactivarse la actividad turística para recibir visitantes en su bodega, que puedan recorrer los viñedos, almorzar en las fincas y adquirir el famoso torrontés o alguno de sus productos orgánicos.
URR
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