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El decálogo de Alejandra López, cine japonés online

Una escena de la película "I Am What I Am", que se podrá ver en el Festival de Cine japonés online.

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Cada día me convenzo más de esto: lejos de las estridencias de esta época zumbona, los verdaderos maestros son esas personas que saben en serio de su arte o de su oficio pero que, a la hora de hablar de eso que conocen, lo hacen como al pasar. Un gesto a mitad de camino entre la generosidad galopante y el arrojo de desprenderse sin alharacas de un conocimiento preciso. Como la receta escrita a mano en un cuaderno para que vaya pasando de generación en generación, como una confidencia con destinatarios infinitos, como una botella al mar. 

Con más de 30 años de experiencia y un talento especial para posarse ni más ni menos que sobre lo particular y lo inefable de los humanos (cuando hace clic con su cámara es como si descorchara una botella: ese ruidito que anuncia el despliegue de un don), la fotógrafa argentina Alejandra López es una de esas personas. Maestra de la fotografía y especialmente de los retratos, suele hablar de su trabajo con la calidez de una esquela de entrecasa. “Con el retrato hago hincapié en el vínculo. Lo considero uno de los géneros más apasionantes. Fotografiar es mi manera de investigar el mundo; y lo que más me interesa de este mundo son las personas”, dijo el año pasado en esta entrevista.

Alejandra empezó a trabajar profesionalmente en 1990 haciendo fotografía teatral y en la revista El Porteño. Durante más de una década fue fotógrafa de la revista Viva, de Clarín, donde realizó innumerables retratos de personajes del mundo del espectáculo. Alejandra es, además, la retratista por excelencia de escritores y escritoras. Buena parte de las fotos que conocemos de los grandes autores argentinos contemporáneos fueron tomadas por ella. Una enumeración sin ton ni son, que deja afuera muchísimos nombres: retrató a Ricardo Piglia, a Hebe Uhart, a Marcelo Cohen, a Juana Bignozzi, a Adolfo Bioy Casares, a Liliana Heker, a Diana Bellesi, a Martín Kohan, a María Moreno, a David Viñas, a Juan Forn, a César Aira. Y lo sigue haciendo a diario en su estudio del barrio porteño de Saavedra.

Cada día me convenzo más de esto: lejos de las estridencias de esta época zumbona, los verdaderos maestros son esas personas que saben en serio de su arte o de su oficio pero que, a la hora de hablar de eso que conocen, tienen un radar especial para mandarnos pistas de otros asuntos.

Por estos días, Alejandra López publicó en su cuenta de Instagram (no dejen de pasar y de seguirla, es por acá) un decálogo al que describió como “la síntesis de mi forma de trabajo”. Así, silbando bajito y con fotos preciosas que hizo y que ilustran cada uno de los diez puntos, regala en las redes una clase magistral de su arte. Pero, si prestan atención, van a notar que podría no estar hablando sólo de fotografía. Lo transcribo porque es hermoso y les dejo también enlaces a cada una de las imágenes que subió

Uno. Los dos ejes en los que me apoyo para hacer un retrato son la iluminación y la relación con el retratado/a.

Dos. Para iluminar una cara, sólo hace falta una única fuente, como decía el maestro Saderman. Tenemos un solo sol para iluminar este mundo y funciona muy bien. Nunca mezclo luces en un rostro. Detesto el uso de contraluces o luces para el pelo (a menos que tengan una razón, como por ejemplo, emular una luz de escenario o de época).

Tres. Busco que la iluminación señale algo, que no sea inocente. Pero sin ser rebuscada: huyo de los alardes en ese plano. Me parecen fútiles.

Cuatro. El sujeto nunca debe estar al servicio de la composición o la iluminación, sino todo lo contrario: todos los elementos (color, encuadre, luz) deben partir de él y sus particularidades.

Cinco. Siempre tengo una idea muy precisa de cómo voy a iluminar (antes miro todas las fotos existentes de mi fotografiado/a si no lo conozco todavía), pero siempre estoy abierta a cambiar todo si algo no resulta.

Seis. Voy al encuentro de mi fotografiado/a con curiosidad: voy a conocer a alguien. Trato de que esa persona esté cómoda y confíe en mí. Si eso sucede, todo lo demás sucederá.

Siete. Elijo algo del sujeto que será determinante como punto de partida: la forma de la cabeza, las pecas, la manera en que se ríe, cómo usa las manos, el color del pelo. Cualquier cosa sirve para empezar a componer.

Ocho. Busco que la pose sea orgánica. Puede ser extravagante o sencilla: lo único importante es que le pertenezca genuinamente al fotografiado/a.

Nueve. Un retrato se hace de a dos, es como bailar con alguien: yo sugiero un paso y el otro sigue mi ritmo o se va para otro lado. Y en ese caso, lo empiezo a seguir yo a él.

Diez. Un retrato tiene que contar algo de alguien. Aunque sea mínima, esa narración es el alma de la foto. Mi mayor ambición es que en la imagen haya algo que no se contó antes.

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1. El taller literario, de Francisco Bitar. “Cuando ya no importa ser un escritor el nombre puede ser el de cualquiera. En todo caso, hay que inventar un modo de escribir que se sostenga más allá del estorbo de ser un escritor”, dice Gori Lizmayer, el protagonista de El taller literario (Editorial Sigilo, 2024) la reciente novela de Francisco Bitar. Se trata, de algún modo, de un aprendizaje final de este hombre, que después de haber publicado una saga de novelas reconocidas por la crítica, cayó en una suerte de limbo de reconocimiento y también de acción: aunque lo intenta, lleva un tiempo sin poder escribir. Es por eso que Lizmayer vive atravesado por esa tensión entre ser escritor, parecerlo, ejercer un rol que en su idea es un poco estático y que se le hace cada vez más pringoso, mientras se gana la vida como docente en un colegio secundario y como corrector de un pequeño periódico agrario de una ciudad litoraleña.

Una noche –una más de esas en las que la imposibilidad de escribir lo anula–, la empleada de una estación de servicio le cuenta de un taller literario al que asiste. En ese comentario inocente, Gori ve una oportunidad para salir de su traba con la escritura. Pero, claro, si quiere ir al taller tiene que hacerlo con una identidad falsa (un autor profesional tan bien considerado en otra época no debería estar, en su visión, escribiendo rodeado de principiantes ni al mando de un coordinador bastante brumoso). Entonces se camufla y se anota. Allí, como en cualquier taller literario, Gori conocerá a un grupo que lee, escribe y comenta con genuina curiosidad y sin la rigidez que él suele imprimirle a su tarea.

Contada con muchísimo humor, con personajes entrañables y una mirada muy aguda alrededor de la literatura y sus procesos, El taller literario indaga en varios castillos de naipes: la identidad, la ficción, la impostura, el reconocimiento y el deber ser de quienes se dedican a escribir.

Francisco Bitar nació en 1981 en Santa Fe, ciudad en la que vive. Publicó cerca de veinte libros de poemas, narrativa y ensayo, entre los que se incluyen la novela Tambor de arranque, los cuentos de Teoría y práctica y otros textos fronterizos como Historia oral de la cerveza, Mi nombre es Julio Emanuel Pasculli o El artista. Desde 2021 lleva adelante el sello editorial independiente El buen desconocido.

La novela El taller literario, de Francisco Bitar, salió por Editorial Sigilo.

2. Festival del cine japonés online. A partir del 5 de junio y a lo largo de un mes tendrá lugar una nueva edición del Festival de cine japonés online, un ciclo con películas y series japonesas que se pueden ver gratis y con subtítulos desde 27 países del mundo en formato hogareño.

Según anticiparon los organizadores, en esta oportunidad habrá 23 películas y dos series disponibles. Bajo el lema “Cine japonés cuando quieras y donde quieras”, el festival ofrecerá una selección de materiales audiovisuales recientes y de géneros diversos como el terror, la comedia, el animé, el drama y la ciencia ficción. El único requisito para poder acceder es crearse un usuario en la página oficial del evento.

La programación del festival de cine japonés online gratuito se puede encontrar en este enlace.

3. Piglia por tres. El novelista, el lector que se convirtió en una suerte de guía para otros lectores, el crítico, el editor, el que intentaba abordar la relación entre los intelectuales y la militancia de los ‘60 y ‘70, el que participaba con sus artículos de la época de oro de las revistas culturales argentinas, el que enseñó a Borges por televisión, el teórico implacable, el docente universitario. Ricardo Piglia (1941-2017) es una figura central para la literatura en idioma español y, por la potencia de su lectura y de su escritura, sus múltiples facetas parecen seguir proyectándose hasta la actualidad.

En los últimos días, tres novedades editoriales vuelven a traer el nombre de este escritor argentino a escena. Desde la editorial chilena Ediciones Diego Portales, con distribución en Argentina, se lanzó Ricardo Piglia a la intemperie, un retrato exhaustivo que realiza Mauro Libertella del autor de Respiración artificial. A la vez, Siglo XXI editores publicó este mes Ricardo Piglia. Introducción general a la crítica de mí mismo, una serie de entrevistas informales y a la vez muy reveladoras que tiene con Horacio Tarcus y Ana Longoni algunas visitas que Piglia realiza al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDinCi) a finales de los ‘90 y comienzos de los 2000. Casi en simultáneo, también llegó a las librerías recientemente Trece prólogos, un libro editado por Fondo de Cultura Económica que reúne los textos que Piglia escribió como introducción a la Serie del Recienvenido, una colección muy destacada que él mismo dirigió en esa editorial entre los años 2011 y 2015.

Celebrando esta feliz coincidencia, armé una nota con reseñas sobre estos tres libros. Se puede leer en este enlace.

Las reseñas de los tres libros recientes que vuelven sobre la figura de Ricardo Piglia se pueden leer por acá.

4. Apostilla. Esta semana llegó a su final la tercera temporada de Hacks, una de mis series favoritas (recordatorio: por acá hay un repaso con los estrenos más destacados del streaming durante mayo, por si se perdieron alguno). La verdad es que la dupla de la comediante supuestamente en retirada Deborah Vance (Jean Smart) y la guionista centennial Ava (Hannah Einbinder) está en su mejor momento. Por suerte por estas horas se anunció que habrá una cuarta temporada del ciclo.

Banda sonora. Los premios siempre se prestan a debates, a cruces de opiniones por lo general de gente enojada y a alguna que otra polémica. Pero también pueden ser la puerta para discursos memorables (Lali Espósito, brillante), perlitas y lindas noticias. Me provocó una alegría enorme que Miranda! –nuestra realeza pop, esos divinos detrás de la banda sonora de nuestras vidas– haya ganado esta semana el Premio Gardel de Oro. Para homenajear a este grupo, que siempre forma parte de este espacio, sumé canciones del grupo y también temas que por alguna razón hablan de lo dorado, de lo que brilla o del oro. Entran, entre otros, los Beatles, David Bowie, Rosalía, Él Mató a un Policía Motorizado y más. Encuentran todo en nuestra lista compartida que siempre se puede escuchar por acá.

Posdata. Arrancó de alguna manera la temporada alta de concursos literarios, así que de a poco voy a ir compartiendo información de ese rubro por acá. Por estos días, y con el eje puesto en el cuidado del medioambiente, el Proyecto ECO ECO, una iniciativa que promueve la organización Periodistas por el Planeta, lanzó la edición 2024 de sus ecoconcursos de cuento y poesía. Por primera vez también se incluye la categoría Fotocrónica en la que podrán participar profesionales y aficionados a la fotografía. El eje temático de los materiales que se presenten debe ser una vez más “el impacto de la extracción de petróleo y gas: contaminación, cambio climático, destrucción de territorios y poblaciones”. En este enlace pueden conocer más detalles, la recepción de los materiales cierra el 21 de junio y en el jurado se encuentran, entre otros y otras, Gabriela Cabezón Cámara, Dolores Reyes, Michel Nieva y Gabriela Borrelli.

¡Hasta la próxima!

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