Noches inventadas, cartas de amor en mil libros
Miramos aburridos por el ventanal/para inventar otra vida en la misma ciudad. (La noche inventada - Family)
“De pronto mi vida me parece trivial, no sólo indigna de ser escrita, sino aun de ser contemplada con cierto detalle, y tan poco importante, hasta para mis propios ojos, como la del primero que pasa. De pronto me parece única, y por eso mismo sin valor, inútil –por irreductible a la experiencia del común de los hombres. Nada me explica: mis vicios y mis virtudes no bastan; mi felicidad vale algo más, pero a intervalos, sin continuidad, y sobre todo sin causa aceptable. Pero el espíritu humano siente repugnancia a aceptarse de las manos del azar, a no ser más que el producto pasajero de posibilidades que no están presididas por ningún dios, y sobre todo por él mismo. Una parte de cada vida, y aun de cada vida insignificante, transcurre en buscar razones de ser, los puntos de partida, las fuentes. Mi impotencia para descubrirlos me llevó a las explicaciones mágicas, a buscar en los delirios de lo oculto lo que el sentido común no alcanzaba a darme. Cuando los cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos no tienen ya nada que decirnos, es excusable volverse hacia el parloteo fortuito de las aves, hacia el lejano contrapeso de los astros”.
Subrayo ese fragmento en Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar (esta es la traducción de Julio Cortázar, ya les hablé por acá de la otra edición que tengo en casa). Un libro que leo todos los veranos, un texto al que vuelvo por partes. Por las escenas de ese emperador crepuscular, por las palabras de ese hombre que recuerda, por el desvarío encantador de ese desvelado (de paso: nuestro insomne literario preferido) que es siempre un imán. Del común, al rey; del más ilusionado hasta el que pasa la noche en vela con desesperación: me quedo en ese gesto universal de mirar al cielo y pensar que puede resplandecer alguna respuesta. Ese contrapeso de los astros, ese manotazo de trasnochado cuando todo parece abismo. Mirar para arriba, balbucear una posibilidad, inventarse una noche.
La noche inventada es una canción hermosa. Forma parte del disco Un soplo en el corazón del grupo español Family. Una foto radiante de menos de tres minutos: el amor como una fuga, como un centelleo, como un viaje interestelar sin trajes de astronautas. Con lo puesto, de la mano, desde la ventana o el balcón (Dibújame una noche/ llena de cohetes naranjas/yo te daré las estrellas/y tú las pintarás de plata). El amor y otro gesto universal, insomne: regalar estrellas. O dibujarlas un rato con otro.
Family se convirtió en un mito. Dicen que tocaron pocas veces a comienzos de los ‘90, que compartieron algunas fechas en Madrid con Fangoria. Que nunca dieron entrevistas ni quedan registros de ellos sobre algún escenario. Alguien rescató unos cassettes, con el tiempo un sello pequeño editó Un soplo en el corazón y el mundo del indie pop se iluminó para siempre con esa influencia para todo lo que vendría después. Un brillo único. Una estela. Un sonido fugaz, una música que se hizo eterna. Uno de esos acontecimientos que pasan muy pocas veces o casi nunca. Como una noche inventada. Como un cometa.
La noche del cometa de Liliana Heker (sí, siempre volvemos a ella) es un cuento que recupera algo de la fascinación universal por esos grandes episodios espaciales que atraen multitudes. Esos que se dan una vez cada tanto. Esos que se vuelven leyenda a fuerza de relatos. La historia, de hecho, arranca con la enumeración de una serie de cosas que se comentaban de cierto cometa que estaba por pasar y hacerse visible en una Buenos Aires un poco espectral. Empieza en plural, del cometa sabíamos: un grupo afirma, recuerda, duda, espera en una casa de San Telmo. Hasta que deciden salir a la calle, formar parte de una peregrinación difusa hacia la Costanera Sur.
A partir de ahí el relato se hace particular, se vuelve primera persona, se despega entre la marea de cuerpos que mueve la cabeza sin ton ni son, se tira al piso, especula, otea hasta que cree captar en el cielo el brillo que todos buscan. Si es o no es el cometa, pasa a importar cada vez menos. Inventarse una noche también es asumir una imposibilidad, saberse frágiles entre frágiles, caminar con binoculares o con las manos arqueadas sobre los ojos. Es aferrarse a una ilusión fugaz, cósmica.
Transcribo el cierre de La noche del cometa (pueden leer el texto acá, aunque si fuera ustedes iría por los Cuentos reunidos de la autora, que editó Alfaguara en 2016).
“Eché una mirada a mi alrededor. Púberes, jorobados, parturientas, hipotensos, poligriyos y matronas señalaban simultánea y fragorosamente el cenit, el horizonte, la fuente de Lola Mora, los aviones que despegaban en Aeroparque, ciertas estrellas fugaces, unas cañitas voladoras, la Vía Láctea o el fantasma inesperado del viejo Vapor de la Carrera. Bizcos, enrollados, con retícula, moviendo las orejas, saltando en un pie, basculando la pelvis, valiéndose de telescopios, microscopios, periscopios o caleidoscopios, a través de anillitos, de cánulas, de ojos de aguja o de caños maestros, todos miraban el cielo. Cada uno, entre la avalancha de estrellas –frías y hermosas desde el despertar del mundo, frías y hermosas cuando el último brillito de nuestro planeta se apagara–, cada uno buscaba entre esas estrellas una única luz indefinible. Ni siquiera nos dimos cuenta de que estábamos descubriendo la muerte. Pero era eso: se nos había perdido –otra vez– una última oportunidad. Un día, como un melón, como una serpiente, como una bufanda de luz, como todo lo redondo o coludo o resplandeciente que es posible urdir por el mero deseo de ser feliz, el cometa de cola áurea giraría otra vez por el que había sido nuestro cielo. Pero nosotros, los que esa noche nos afánabamos y aguardábamos bajo las estrellas impasibles, nosotros, los de esta costanera, ya no agitaríamos la suave bruma nocturna para perseguirlo”.
“Un cometa verde que pasa por la Tierra una vez cada 50.000 años podrá observarse a partir de estas horas para deleite de los aficionados a la astronomía y los curiosos que quieren ser testigos de un hecho singular”, leo en un diario. La imagen antes de la imagen ya me parece alucinante: un cometa verde. Después me pierdo en los detalles, como siempre: si se va a ver desde donde vivo, si necesito algún aparato o con asomarme un poco esa luz verde se va a hacer notar. Me quedo sin preguntas, me ilusiono, me desvelo. Pienso que algo así no pasa cualquier día, ni cualquier noche.
Empieza una nueva entrega de Mil lianas. Una invitación a mirar para arriba. De la mano.
Pasen.
1. La máquina de pensar en Gladys, de Mario Levrero. Durante muchos años fue un secreto. O, como el mismo Mario Levrero cuenta en el prólogo a la edición de 1995, “un libro más bien inexistente”. Ocurrió que La máquina de pensar en Gladys, el primer volumen de relatos reunidos del escritor uruguayo, salió originalmente en 1970 y, según Levrero, “prácticamente no llegó a librerías”, porque quedó oculto detrás de la novela La ciudad, del mismo autor, que salió unos días antes. Algunos ejemplares de la primera tirada viajaron misteriosamente a Buenos Aires y llegaron a las mesas de saldos, otros se perdieron hasta que, a fuerza de comentarios y del mito susurrado alrededor de aquellas historias (algunas habían aparecido antes en revistas y suplementos literarios) volvió a salir en 1995 y se convirtió, para muchos, en una suerte de puerta de entrada al universo enredado y apasionante de este escritor. “Un aperitivo a la lectura de toda su obra”, como señaló con toda claridad el editor Daniel Divinsky por acá (de paso, no se pierdan algunos detalles que cuenta allí de su vínculo con Levrero, de los cigarrillos que fumaba y de los libros que sacaron juntos).
Como un relato del propio Levrero, que parece que empieza de un modo y la deriva misma lo hace amplificarse como un árbol, enrularse, pegar la vuelta sin terminar de hacerlo del todo, La máquina de pensar en Gladys ahora regresó, de la mano del delicado sello uruguayo Criatura Editora, que se imprime en Buenos Aires y se distribuye en las librerías locales.
Se trata de once cuentos en los que la máquina Levrero –la de pensar en Gladys y también la de desarmar cada piecita que compone los textos en el mismo movimiento– propone un mecanismo narrativo que trabaja a toda velocidad y en todo su esplendor.
En La máquina de pensar en Gladys hay historias breves en las que una escena sonámbula aparece para inquietar y también lo hace su reverso (como el relato que da nombre al libro y tiene, al final, su versión “en negativo”); hay cuentos en los que el autor nos mete adentro del desvelo de sus protagonistas y sus objetos (en La calle de los mendigos directamente nos hace recorrer, en un viaje totalmente alucinado, los interiores de un encendedor de cigarrillos); y también está El sótano, una pequeña joya insólita (cito otra vez a Divinsky: “una novela corta de cuarenta páginas con todos los elementos de Alicia en el país de las maravillas sin plagiar a Carroll en ningún momento”). En todos los casos, Levrero ofrece una inestabilidad compartida, una complicidad cómica, una fractura expuesta (“este cuento parece interminable, me doy cuenta, y quizás lo sea; pero yo no busco complicarlo artificialmente, sino que me ciño en forma estricta a la más pura realidad de los hechos”, apunta con sorna el narrador de El sótano). Una forma de la vigilia literaria y encantadora.
Mario Levrero (Montevideo, Uruguay, 1940-2004) trabajó como librero, guionista de cómics, humorista, creador de juegos de ingenio y crucigramas, además de ser autor de una amplia obra literaria. En el año 2000 obtuvo una beca Guggenheim, que terminó en la publicación póstuma de su obra consagratoria, La novela luminosa (Literatura Random House, 2005).
La nueva edición de La máquina de pensar en Gladys, de Mario Levrero, salió por el sello uruguayo Criatura Editora que se distribuye en las librerías locales.
2. Trenque Lauquen, de Laura Citarella. Una mujer desaparece. ¿Se fugó? ¿Está en problemas? En principio, una falta. Se llama Laura, trabaja como bióloga y viaja hasta la localidad bonaerense de Trenque Lauquen –ahí, en la llanura total, casi pegada a La Pampa– para investigar y clasificar la flora del lugar. La película Trenque Lauquen, de la cineasta argentina Laura Citarella, parte desde esa ausencia en principio intrigante pero chiquita, para ir desmadejando, a lo largo de sus cuatro horas de duración (sí, son cuatro; no, el relato no cae nunca) una historia ambiciosa, potente y llena de recovecos.
Contado en dos partes, el largometraje arranca con la búsqueda de la protagonista por parte de su novio Rafael, un tipo irritante que se encarga de marcar a cada momento que se dedica a la vida académica en la universidad, y de Ezequiel, el chofer de la municipalidad que ayudaba a Laura mientras hacía su trabajo de campo. Dos hombres que ocultan secretos, dos hombres que tienen sospechas, dos hombres que aman a Laura y van detrás de sus pistas con torpeza. Del vínculo con Rafael se sabe poco, pero se percibe deteriorado. De la relación entre Laura y Ezequiel, en cambio, se empieza a intuir algo más.
Es que, durante sus investigaciones, quedó enganchada por algunas historias del pueblo (una en particular de otra mujer que, como ella más adelante, también desaparece después de intercambiar cartas eróticas ocultas en libros con un amante; un hallazgo inquietante en una laguna de Trenque Lauquen). Un misterio que imanta otros misterios, y también a Ezequiel, hasta que se arma una red de intrigas y un romance en potencia, a partir de la cercanía que abre la pesquisa compartida.
La segunda parte del relato está teñida de un tono fantástico, pero sugerido. Sobre todo desde el modo en que la directora muestra con solvencia ese paisaje inagotable y por momentos anodino para aproximarse al abismo de Laura. Una mujer desaparece. ¿Se fugó? ¿Está en problemas? Las preguntas persisten, las imágenes traccionan en un intento por capturar, a puro cine, todo eso que parece inasible, todo eso que es más grande que la vida y que la pampa infinita.
Después de un recorrido impactante por varios festivales internacionales (se estrenó en el de Venecia y luego pasó, entre otros, por los de San Sebastián, Nueva York, Viena y Mar del Plata), Trenque Lauquen llega ahora a algunas salas locales. Desde el sábado 4 de febrero se podrá ver en el auditorio del Malba (Figueroa Alcorta 3415, CABA) y también tendrá funciones a partir del 10 de febrero en la Sala Lugones, del Complejo Teatral de Buenos Aires (Corrientes 1530, CABA).
El largometraje Trenque Lauquen, de Laura Citarella, llega a distintas salas porteñas durante febrero. Del elenco participan Laura Paredes, Ezequiel Pierri, Rafael Spregelburd, Cecilia Rainero, Juliana Muras, Elisa Carricajo y Verónica Llinás. Más información sobre las funciones por acá y también por acá.
3. Tuesday, de Charlotte Wells. Siguen las repercusiones de Aftersun, el primer largometraje de la directora británica Charlotte Wells (les recuerdo que Fabián Casas escribió un texto precioso sobre la película, se lee por acá). De hecho se anunció hace poquito que su protagonista Paul Mescal –devenido en el ¿galán? del momento– es uno de los candidatos en la categoría Mejor Actor de la próxima entrega de los Premios Oscar.
Por estos días Mubi, donde está disponible Aftersun (y ojo que la película también sigue en algunas salas de cine: vale la pena verla en pantalla gigante), subió a su plataforma un cortometraje previo de la cineasta que también indaga en el vínculo filial, en esa temperatura difusa e intensa que une a padres e hijas.
En este caso la protagonista es Allie, una adolescente a quien vemos mientras transita un martes un poco rabioso. Es el día que, en ese reparto de estados de ánimo, bienes y agendas que implican a veces los divorcios, le toca pasar en la casa de su padre. Breve (dura un poco más de 10 minutos), aguda, al hueso, la historia pasa por la cara de la joven, por sus movimientos pequeños, por un dolor sin nombre. Un tipo de inquietud que excede los vaivenes de la adolescencia y atraviesa todo su cuerpo con ferocidad, en silencio.
El cortometraje Tuesday, de Charlotte Wells, está disponible en la plataforma Mubi. También allí puede verse Aftersun.
Apostilla. Por estos días se anunció el regreso de la obra de teatro Lo que el río hace, a cargo de las hermanas Paula y María Marull. Fue uno de los estrenos más destacados de 2022 y es una alegría que vuelva a escena a partir del 23 de febrero. El año pasado entrevisté a las actrices y dramaturgas para elDiarioAR (les dejo por acá la nota) y los invito suavemente a que no dejen pasar esta obra encantadora.
Lo que el río hace vuelve a escena en el Teatro San Martín a partir del 23 de febrero. Más información, por acá. Una entrevista con las actrices y dramaturgas María y Paula Marull, en este enlace.
Banda sonora. De cielos, estrellas, satélites, astros, cometas, figuras celestiales y sus alrededores está hecha esta vez nuestra banda sonora compartida (también puse algo de Los Planetas, porque es una banda que me encanta).
Un apunte más. Hace unos días murió Tom Verlaine y Patti Smith –amiguísima, un poco novia en la juventud del líder de Television– le escribió una despedida hermosa en la revista New Yorker. Es un texto breve, lleno de escenas chiquitas y radiantes (hay lecturas compartidas, shows y caminatas de la mano por una Nueva York medio zombie; un poco de todo eso tan mínimo y vital que se comparte en la intimidad, de esos días en los que todo es descubrimiento). Algo de la música de los dos también se suma también a nuestra selección semanal.
Bonus track. En la última edición hablamos de series muy esperadas que se vienen en 2023. ¡Y a las horas salió un adelanto de la nueva temporada de Succession! Además se confirmó la fecha exacta de su regreso. Para ir agendando: domingo 26 de marzo, por HBO y HBO Max.
“En esta cuarta temporada la venta del conglomerado mediático Waystar Royco al visionario tecnológico Lukas Matsson (Alexander Skarsgård) está cada vez más cerca. La perspectiva de esta venta sísmica provoca angustia existencial y división familiar entre los Roys a medida que anticipan cómo serán sus vidas una vez que el acuerdo se haya completado. Se produce una lucha de poder mientras la familia sopesa un futuro en el que su peso cultural y político se verá gravemente reducido”, adelantaron en un comunicado los productores.
Bonus track II. Dos actividades para agendar si andan por Buenos Aires. La primera, el Festival Poesía Ya! que les comenté en la semana pasada. Por acá pueden pispear un poco más sobre la programación. También, en la misma zona y por varios días, tendrá lugar una serie de muestras, performances, exhibiciones reunidas bajo el título Microcentro Cuenta. Acá pueden leer más.
¡Hasta la próxima!
AL
Mil lianas también se puede leer como newsletter. Para recibirlo por correo electrónico cada viernes pueden suscribirse por acá.
0