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Educación

La Ciudad reguló el uso de celulares en las aulas: ¿tiene sentido prohibirlos?

El Gobierno porteño quiere limitar el uso de dispositivos digitales en el nivel inicial y en la primaria.

Tamara Smerling

12 de agosto de 2024 06:43 h

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La semana pasada el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires presentó una resolución para regular el uso de los teléfonos celulares. De esta manera, buscará limitar –de manera absoluta— el uso en el nivel inicial y en la primaria, y reglamentarlo en el nivel secundario. La ministra de Educación porteña, Mercedes Miguel, señaló: “Uno de los puntos fundamentales es volver a los aprendizajes fundacionales y para ello es necesario tener la atención plena y máxima de los alumnos en el horario de aprendizaje”.

Una encuesta de la Unidad de Evaluación Integral de la Calidad y Equidad Educativa (UEICEE) relevó que los chicos usan dispositivos electrónicos más de dos horas al día, un tiempo superior al recomendado. Además, que ocho de cada diez docentes refieren que el uso del teléfono en el aula dificulta la atención y participación de los estudiantes. Por otra parte, siete de cada diez padres destacan las consecuencias negativas de las pantallas en el bienestar de sus hijos.

El pedagogo Daniel Brailovsky, autor de trabajos como “Educación Digital Integral: un desafío para la educación de las infancias”, asegura que la resolución no prohíbe en ningún nivel de enseñanza la utilización de celulares, lo desalienta fuertemente en inicial y primario y propone algunas restricciones y modos de inclusión en el nivel medio. “Acerca de lo que dice, podría observarse cierta redundancia en la cantinela del ‘uso seguro y responsable de Internet’, asignándole a los usuarios la responsabilidad de medir sus propias conductas para que no devengan adictivas”.

El especialista, que trabaja la relación entre escuela y tecnologías desde el nivel inicial y es formador de docentes, supone que creer que una premisa gubernamental vaya a tener alguna incidencia sobre la capacidad de los docentes de la escuela media (el principal grupo de interés) de regular el uso de los estudiantes de sus teléfonos, es un “poco ingenuo”. “Echa mano también de otros clichés tomados de la educación emocional comercial, como la cuestión del bienestar y la autorregulación. También introduce algunas sugerencias (más o menos obvias, pero oportunas) para el trabajo en las instituciones y con las familias respecto de estas cuestiones”.

Lucía Fainboim, especialista en ciudadanía y crianza digital, cofundadora de Bienestar Digital y una de las co-autoras del libro Apuestas online: la tormenta perfecta, afirma que la medida de Buenos Aires es “muy acertada” para los ciclos inicial y primario. “Más allá de la escuela, como sociedad, deberíamos darnos el debate que los niños y las niñas durante su infancia no deberían tener dispositivos móviles propios”. Por eso habilitarlos en la escuela sería un contra mensaje para aquellas familias que vienen resistiendo en esta línea. “Es una etapa de la vida donde los chicos necesitan concentrarse, leer libros, estar al aire libre, jugar con pares, todo lo que tiene que ver con el desarrollo de las infancias. La fragmentación de la atención y la desconcentración van en detrimento del juego, los vínculos, la creatividad, la tolerancia, la frustración, el aburrimiento”.

Sin embargo, en el secundario, diferencia Fainbom, “creo que es indispensable que entendamos que la escuela tiene un rol fundamental en potenciar habilidades críticas y reflexivas de los chicos y las chicas en el uso de la tecnología”. E insiste: “Son nuevas formas de alfabetizaciones que, sin dudas, tiene que tener un rol fundamental en la escuela, para potenciar la inclusión digital, para que puedan apropiarse del espacio y que también puedan generar miradas reflexivas críticas y seguras de esos entornos digitales. Entonces creo que hay que dividir: las escuelas que tengan otro tipo de dispositivos y que tengan un espacio para que los chicos puedan entrenar cómo funciona internet, cómo usarlo, cómo cuidarse, etcétera, iría por una reducción muy significativa en lo que son los celulares. Después, las escuelas que no tienen este tipo de dispositivos, ahí es otro el debate, porque si la escuela no tiene una computadora por niño, cómo van a aprender a usar internet, cómo van a aprender a comparar fuentes, a tener una mirada crítica y reflexiva”.

Brailovsky menciona que lo que omite la resolución es que los fenómenos ligados a la sociabilidad mediada por tecnologías digitales, haya o no celulares en la escuela, es un asunto del que las instituciones deberían ocuparse. “Esto no se logra con regulaciones ni prohibiciones, sino con la inclusión en el currículum de una perspectiva de Educación Digital Integral, que revele y denuncie el modo en que el capitalismo financiero salvaje que rige la vida por estos días está por detrás de toda lógica de digitalización de las relaciones”.

Carolina Di Palma, que trabaja estéticas y tecnologías de comunicación, responsable de proyectos de convergencia digital del canal Pakapaka y TV Pública de Argentina desde 2010, refiere que los espacios virtuales son excepciones y que, por este mismo motivo, “no están regulados por el sistema jurídico de derecho en ningún caso, sobre todo si hablamos sobre plataformas privativas”.

Los videojuegos y redes sociales proponen mecanismos de recompensa y gratificación instantánea aleatoria que apuntan a un incremento de la dopamina desde la primera infancia.

Entonces, ¿qué hacen los videojuegos y redes sociales?: “Proponen mecanismos de recompensa y gratificación instantánea aleatoria que apuntan a un incremento de la dopamina desde la primera infancia”, refiere la especialista. En ese sentido, advierte que ese incremento de la dopamina genera las adicciones, que suceden desde la primera infancia con los consumos culturales de los más chiquitos, después aparecen en Roblox, en Brawl Stars, en Fortnite, en Free Fire, y después esto se ve explotado en la adolescencia con la apuesta online, donde lo que sucede es que se consigue dinero real.

“Los mecanismos de recompensa que dan gratificación instantánea y son aleatorios, existen desde los primeros videojuegos, en las primeras edades, que van generando un incremento de la dopamina desde la primera infancia”, afirma Di Palma. “No es que el problema es la ludopatía, sino que el problema es que los mecanismos que generan adicciones son funcionales al sistema económico contemporáneo que tiene que ver con el modelo de negocios que se llama monetización del tiempo de ocio. Todos nuestros metadatos se venden de manera ilegal cada vez que uno gasta energía a través de cualquier interfase, jugando sin pausa, sin fin. Entonces, las adicciones que te hacen todo el tiempo mantenerte buscando más mecanismos de recompensa y gratificación instantánea es funcional al modelo de negocios contemporáneo vinculada a la economía de la atención, el capitalismo de plataformas y esto que se llama ocio interactivo”.

En ese sentido, y por eso mismo, Di Palma sostiene que acuerda con la prohibición del uso de dispositivos en las escuelas: “Porque cada vez que un niño juega en un videojuego o ve una red social o lo que fuere, tiene todos estos mecanismos incorporados en las opciones predeterminadas. Este incremento de la dopamina que genera un montón de padecimientos corporales que se ven en la consulta, están afectando el cuerpo orgánico. Lo que hay que prohibir es el uso de dispositivos que están basados en hardware y software privativo. ¿Por qué? Porque el software y el hardware privativo usan tus datos para la venta ilegal. No quiere decir que tenga que prohibirse el uso del dispositivo, sino que el dispositivo en tanto y en cuanto está sobre plataforma privativa. Si tuviéramos una política pública que implementara dispositivos digitales con software abierto, que no utilice los metadatos para el modelo de negocios, no pasa nada. Y siempre el problema es la conectividad. Es solamente cuando hay conectividad que aparece el modelo de negocios”.

En ese mismo sentido, Brailovsky concluye: “Me parece que la diferencia importante que me gusta subrayar en este tipo de decisiones son las discusiones didácticas sobre cómo usarlos, cuáles son las mejores maneras de usarlos, y no sobre si los chicos deben o no utilizarlos. Pero hay otra cosa que se discute menos y que me parece que vale la pena pensar desde la lógica de lo que sería una educación digital integral, que es la idea de que las mediaciones digitales transforman nuestra manera de relacionarnos, de comunicarnos, de percibirnos a nosotros mismos, de participar políticamente, y tienen que ser trabajadas en la escuela como un objeto de conocimiento. Estudiar en las aulas, que los chicos no solo los dejen o no los dejen usar los teléfonos en la escuela, y que los dejen y cómo los dejen, también es un lugar importante para dar un ejemplo de cómo vale la pena mirarlos y pensarlos. Necesitamos, pienso, una educación digital integral que piense en qué nos estamos convirtiendo con esta vida mediada con tecnologías digitales”.

DM/TS

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