Stuart Blume indaga en los motivos de la reticencia a las vacunas, fenómeno creciente entre padres de clase media
La cobertura mundial de vacunación en las infancias se estancó a nivel global el año pasado, una tendencia que comenzó a profundizarse tras la pandemia de Covid-19 y que abarca también a la Argentina. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF indicaron en un informe reciente que en 2023 unos 2,7 millones más de niños y niñas no fueron vacunados o recibieron menos dosis en comparación con los niveles previos a 2019. Ambas organizaciones internacionales tomaron en cuenta la cobertura nacional de inmunización (WUENIC por sus siglas en inglés), que contempla la vacunación contra 14 enfermedades. Así, señalaron que las últimas tendencias demuestran que en muchos países “hay demasiados niños sin vacunar”, por lo que resulta necesario hacer esfuerzos para la actualización, la recuperación y el fortalecimiento de los sistemas. “Cerrar la brecha de inmunización requiere un esfuerzo mundial para que gobiernos, los aliados y los dirigentes locales inviertan en atención primaria de salud y en trabajadores comunitarios a fin de garantizar que todos los niños y niñas sean vacunados y que se refuerce la atención sanitaria en general”, agregó el documento.
Las conclusiones de la OMS y UNICEF indicaron que el número de niños y niñas que recibieron tres dosis de la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tos ferina (DTP) en 2023 se mantuvo estable en el 84% (108 millones de personas). Sin embargo, el número de niños y niñas que no recibieron una sola dosis de la vacuna aumentó de 13,9 millones en 2022 a 14,5 millones en 2023. Más de la mitad de la población infantil sin vacunar, agregó el documento, vive en los 31 países con contextos frágiles, afectados por conflictos y en situación de vulnerabilidad, lo que los vuelve especialmente proclives a enfermedades prevenibles debido a la falta de acceso a la seguridad, la nutrición y los servicios de salud. Esta tendencia acerca de una baja notable en la cobertura mundial de vacunación se mantuvo casi sin cambios desde 2022 y, lo que resulta un panorama alarmante para los especialistas, no volvió a los niveles previos a la pandemia.
“Las vacunas son una herramienta maravillosa de salud pública, pero los gobiernos han llegado a depender demasiado de ellas. Por eso, cuando no hay vacunas para algunas enfermedades, se pierden. Hay que reconstruir la producción de vacunas en el sector público, reintegrándola a los objetivos de salud pública”, dijo a elDiarioAR el investigador británico Stuart Blume, doctor en Química por el Merton College de la Universidad de Oxford y profesor de Estudios de Ciencia y Tecnología en la Universidad de Ámsterdam, ciudad en donde vive. Blume es autor del libro “Vacunas, una historia polémica”, publicado en Argentina por Ediciones Godot, en el que aborda el desarrollo de nuevas tecnologías aplicadas a la salud y la dinámica del sistema de vacunación global.
En su trabajo, Blume plantea que en sus orígenes las vacunas “eran herramientas de la salud pública, utilizadas en conjunto con otras con el fin de proteger a las poblaciones de amenazas conocidas para su salud”. Sin embargo, “con el correr del tiempo, los medios se convirtieron en el fin. A medida que la salud pública se iba haciendo cada vez más dependiente de la vacunación, el parámetro fundamental cambió. Ya no era el estado de salud de las personas, sino el grado de cobertura de vacunación”, indicó.
–¿Cree que hay Estados nacionales que dejaron parte de su política sanitaria en manos de los laboratorios y sus vacunas? ¿Hay forma de revertir eso?
–A la primera pregunta: ¡absolutamente sí! Los gobiernos de todo el mundo dependen cada vez más de las vacunas para resolver problemas de salud pública que son demasiado complicados para permitir una solución tan simple. El problema –y lo vimos durante la pandemia de Covid-19– es, en parte, que otros tipos de medidas preventivas (cuarentena, obligar a las personas a mantener la distancia y usar barbijos) son difíciles de aplicar y muy impopulares. Las vacunas son una herramienta maravillosa de salud pública, pero los gobiernos han llegado a depender demasiado de ellas. Por eso, cuando no hay vacunas, los Estados se pierden ¿Cómo revertir esta situación? Hay que reconstruir la producción de vacunas en el sector público, reintegrándola a los objetivos de salud pública.
–¿Entiende que existe un riesgo real de que hayan sido los propios gobiernos, con sus políticas sanitarias, los que hayan exacerbado el problema de la reticencia a las vacunas?
–En parte, sí. La pérdida de confianza en los políticos y la falta de financiación para la atención sanitaria han sido fundamentales. Más allá de las personas que se oponen a la vacunación por principios, la reticencia a las vacunas se debe en gran medida al miedo a los efectos secundarios. Esto se puede abordar mediante las instituciones que, se supone, deben recopilar y analizar los informes acerca de las consecuencias de las vacunas, mejor conocida como farmacovigilancia. Estas instituciones tienen que ser conocidas, accesibles y confiables. Las personas tienen que tener la seguridad de que se abordarán sus preocupaciones.
–¿Qué lecciones obtuvieron, a su criterio, las naciones en materia de vacunación tras la pandemia de Covid-19 y, eventualmente, qué errores no se deben repetir a futuro ante situaciones sanitarias de ese tipo?
–No estoy seguro de que lo consideren un error, pero desde una perspectiva global más que nacional, la forma en que los países ricos pudieron monopolizar los suministros de vacunas inicialmente limitados fue un error.
–En su libro menciona una relación, como herramienta de visibilidad, entre internet y las personas que se oponen o son reticentes a la vacunación. ¿Cómo cree que se puede modificar este escenario y qué mensajes se podrían difundir?
–Sin dudas los grupos y las personas antivacunas han utilizado internet para difundir su mensaje. Al mismo tiempo, las instituciones de salud pública han recurrido a esa herramienta para asegurarse que las personas vieran primero su mensaje a favor de la vacunación. Pero, en realidad, no está claro cuánta influencia tuvieron estos mensajes en el comportamiento real de la población. Creo que quienes investigan a los antivacunas se concentraron en las publicaciones de Internet porque era mucho más fácil hacerlo que ir por ahí hablando con la gente sobre cómo decidían si vacunarse o vacunar a sus hijos.
–¿Hay otros elementos o medidas que se pueden poner en práctica para evitar la coerción como única forma de motivar la vacunación de una población?
–Vivo en los Países Bajos, donde la vacunación es voluntaria y tiene una de las tasas más altas del mundo. El factor que, sobre todo, conduce a una alta tasa de vacunación es la confianza en el gobierno; mucho más importante que la coerción. Aparte de eso, es importante contar con servicios de salud pública accesibles y adecuadamente financiados y organizados, y con igualdad social. La única medida que se puede tomar es organizar y financiar los servicios de salud pública y los de salud infantil.
–En un tramo de su libro indica que las poblaciones son “cada vez más sensibles y reacias a los riesgos” como una explicación de que las madres y padres no sean coherentes y estables en su postura sobre las vacunas. ¿Cómo se puede transformar esto en coherencia y estabilidad?
–En medicina, cuando se trata una enfermedad, se espera que las personas decidan por sí mismas, que actúen como “consumidores informados”. Eso significa sopesar las ventajas y desventajas de hacer una cosa u otra. En lo que respecta a la vacunación, se supone que no debemos hacer eso, sino lo que nos dicen. Las raíces de este problema se encuentran en la “mercantilización” de la atención médica y en cómo los pacientes se convierten en consumidores de atención. Pero no hay una respuesta sencilla a cómo se puede influir en las actitudes ante el riesgo, que probablemente también difieren entre culturas. Durante muchos años las autoridades sanitarias les han echado la culpa de todo rechazo a las vacunas a las actividades de los grupos antivacunación que propagan desinformación. De ese modo, se rehusaban a ver que había algo más complejo en el medio. Nunca se consideró la posibilidad de que las estructuras y prácticas establecidas tuvieran algo de responsabilidad en lo que estaba sucediendo. La introducción del concepto de “reticencia a la vacunación”, hace ya una década, fue un paso en la dirección correcta. Fue una forma de reconocer el hecho de que el quid de la cuestión no era el rechazo militante a la vacunación. Era, en cambio, la duda creciente, en especial, entre los padres urbanos de clase media, cada vez menos convencidos de que las políticas de vacunación tuvieran mucho que ver con las verdaderas amenazas para la salud de sus hijos. Lo que vemos ahora, la cantidad de gente que tuvo serias dudas acerca de la vacuna contra el Covid-19, nos muestra que estas dudas se han arraigado. ¿A qué se debe eso? Al modo en que son formuladas las políticas de vacunación y en quienes las formulan. Muchas de las vacunas introducidas durante los últimos años no fueron desarrolladas como respuestas a una necesidad social urgente. La cambiante estructura de la industria farmacéutica pareció dar origen a la sensación de que la oportunidad comercial estaba llegando a desempeñar un papel excesivo en el desarrollo de nuevas vacunas.
–¿Ve alguna relación entre un movimiento social anti vacunas y las ideas políticas vinculadas a la derecha?
– Sin dudas. Hay investigaciones de algunos países que muestran esta relación. La desconfianza en los expertos, en las élites y en el conocimiento científico parecen ser creencias fundamentales en los movimientos populistas de derecha. Y, por supuesto, hay políticos conocidos de la derecha que se han opuesto a la vacunación masiva.
–¿Qué papel han jugado organismos internacionales, tal sería el caso de la OMS, en la incidencia de los Estados nacionales de disponer la vacunación como una parte fundamental de su política sanitaria?
–Podemos decir que su énfasis anterior en la “salud para todos”, priorizando la atención médica básica accesible, se desvaneció con el auge del neoliberalismo en la década de 1980. Desde entonces, el papel de organizaciones como la OMS y la OPS (Organización Panamericana de la Salud) ha sido ayudar a los países a obtener las vacunas que necesitan a un precio que puedan pagar. Durante la pandemia de Covid-19 se desarrolló el mecanismo COVAX para ayudar a los países pobres a obtener las vacunas que necesitaban. No tuvo mucho éxito, en parte porque algunos fabricantes y algunos países ricos lo socavaron, pero sin duda ayudó.
– ¿Cree que hay menos voluntad política para proteger los hábitats naturales de la destrucción que para modificar las políticas sanitarias para no exacerbar la vacunación como solución?
–¡Sin duda! Se obtienen beneficios de la venta de vacunas, pero ¿quién gana dinero protegiendo los hábitats naturales? Lamentablemente, no es el valor real de las cosas, sino las ganancias que se pueden obtener, lo que determina las políticas en gran parte del mundo.
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