Vanesa todavía usaba su apellido de soltera, Defranceshi Sadi, cuando un día de julio de 2009 se sentó frente a Héctor Magnetto. La acompañaba su pareja, Felipe Noble Herrera, hijo de Ernestina Herrera de Noble, directora del diario Clarín, una de las mujeres más poderosas y adineradas de la Argentina. Aquella reunión en la oficina de Magnetto, director ejecutivo del Grupo, fue amable. Y tensa. Vanesa estaba allí a pedido de Ernestina: debía ir a pedir aprobación al socio de su suegra, el hombre de perfil bajo que controla las acciones del multimedios más importante del país.
“¿Y tu familia de dónde es? ¿De Catamarca?”, preguntó Magnetto. Vanesa y él se conocían, claro. Habían compartido encuentros familiares, ágapes, reuniones. Pero esa conversación era diferente. Los novios querían casarse y estaban ahí para conseguir la venia que faltaba. Felipe, sentado a su lado, permanecía en silencio. La duda de Magnetto en cuanto a los orígenes de quien sería la nueva integrante del clan tenía una cuota de verdad. Por parte de su madre, la familia de Vanesa reside en Catamarca y lleva el apellido Saadi. Ella es porteña pero entendió que quizás a Magnetto lo confundía el tono de su piel, parecido al cobre, o los ojos enmarcados en un grueso delineado negro…
“Bueno, Héctor, como ya sabe queremos casarnos en septiembre”, arrojó Vanesa sobre el escritorio de esa oficina del cuarto piso de Clarín, un lugar accesible para pocos. Pero Magnetto retrucó: “Yo te voy a pedir, Vanesa, un tiempo. Todavía no se casen, esperen.” Vanesa primero preguntó por qué y la respuesta fue que había que resolver “unos papeles”. Entonces preguntó cuánto tiempo y la respuesta fue “unos seis meses”. Felipe en silencio, sentado al lado. “Yo seis meses espero, pero a mí me corre el reloj biológico. Más de seis meses no voy a esperar. Porque aparte hace cuatro años y medio que estamos de novios. Me parece que el hecho de tener que venir a pedir permiso y toda la historia…”, dijo Vanesa y la reunión se terminó.
Vanesa y Felipe se habían conocido en el 2000, durante un encuentro de jóvenes. Los asistentes llevaban un cartelito con su nombre de pila o el apodo. En ese momento, ella sabía que él se llamaba Felipe. Y nada más. Se hicieron amigos. Un día, Felipe la llamó por teléfono y le preguntó: “Vane, ¿me viste en el diario?” Vanesa miró la edición del día, porque en su casa se compraban Clarín y La Nación. El diario llevaba cuatro páginas especiales por los festejos del aniversario de la empresa. Felipe aparecía en una foto junto a su madre, Ernestina. A esa altura ya eran íntimos. Sin embargo, de él ella sabía lo básico: madre periodista, una hermana, que vivían en San Isidro. Esa revelación fue la primera página de la historia de amor. Y, con el tiempo, el borde de un precipicio.
Aquella tarde de 2009, Magnetto les pidió paciencia. Felipe y Vanesa entraron en el ascensor para bajar del cuarto al primer piso y salir de Clarín. Felipe, por fin, habló: “Vane, yo no quiero esperar tanto. Nosotros queremos tener nuestra familia, no puede ser que me digiten los tiempos.” Un embarazo “sorpresivo” sería una solución y, también, el conflicto: ¿qué dirían? A la altura del segundo piso, Vanesa pensó en voz alta: “Igual si me quedo embarazada no sería ‘de repente’... Hace casi cinco años que estamos de novios, pasamos los 30…”. Entonces Felipe no dudó: “A mí no me importa lo que nos digan.”
Felipe y Vanesa se casaron por Civil en noviembre de ese año. Ella estaba embarazada de cuatro meses de su hija Mora Eva. Evitaron pasar por la Iglesia. Entrar con panza era… Un poco “raro”. La fiesta, para 200 invitados, se hizo en diciembre, en el Jockey Club de San Isidro. Luego vendría la luna de miel: cinco días en un all inclusive de Punta Cana. El viaje terminó de improviso, al segundo día de llegar, después de que Felipe recibiera un llamado desde Buenos Aires. “Tenés que volver ya”, dijo un abogado del Grupo al otro lado de la línea. Eran los albores de 2010 y gobernaba Cristina Fernández de Kirchner. La causa para determinar si Felipe y su hermana Marcela eran hijos de desaparecidos durante la Dictadura Cívico-Militar salía de un letargo de ocho años.
“Tuve que pedirle a Magnetto la mano de Felipe. Siempre fui soldado de Clarín. Siempre respeté a todos: a mi familia política y al directorio. Hasta que un día dije: ´Basta, voy a empezar a ser yo’. Fue un cambio que empecé a sentir cuando murió Ernestina, mi suegra, en 2017. Pero la revelación fue al año siguiente, en 2018, cuando falleció mi mamá. Mi papá había muerto 14 años atrás. Felipe y yo quedamos huérfanos. Un pilar y otro pilar: los dos nos teníamos que apuntalar. No éramos más chicos. Teníamos 40 años. Ya éramos padres y yo me sentía muy desprotegida por el Grupo. Tengo mi forma de pensar, mi forma de ser. Y nunca dejé de responder al diario con los pedidos que me hicieron”, dice Vanesa.
¿Qué tipo de pedidos?
Y… Un llamado: “Tienen que irse afuera, viajen por las dudas. Cuando puedan volver les avisamos.” Y yo armaba las valijas y nos íbamos. Y otro llamado: “Vuelvan tal día”. Y de vuelta con las valijas. A veces sentía que iba al diario, golpeaba la puerta, se tomaban su tiempo y me atendían, sí. Pero las respuestas eran ambiguas, eran respuestas que no me dejaban satisfecha.
¿Por ejemplo?
Si iba con alguna consulta salía con la sensación de… Como: “Vos sabés hasta acá. Si quiere saber Felipe, que venga Felipe.” Y por ahí Felipe no sabe preguntar como yo, que tengo una formación de abogada. Entonces a partir de ahí la muerte de Ernestina y de mi mamá pensé que al final uno se muere ¿y qué? Yo estaba muy guardada y muy en protocolo. Y empecé a hablar.
Vanesa de Noble, 44 años, abogada recibida en la Universidad de Buenos Aires y especializada en Derecho a la Salud. Hija de León -arquitecto y docente, y radical- y de Hilda -asistente social y militante peronista-. Con su madre estudió Derecho: una terminó la carrera, la otra no. La menor de cuatro hermanos, Vanesa repartió su infancia y adolescencia entre Chascomús y Belgrano, en CABA. En Chascomús, su abuelo tenía campo y su padre, un aula a cargo (que hoy lleva su nombre), donde dictaba una materia para los alumnos de la Escuela Industrial N°1. Su madre organizaba colectas solidarias que su padre, luego, repartía: ropa, útiles, alimentos. La política no era un tema de discusión en su casa. Sucede que Hilda convenció al marido de lo que significaba la Justicia Social. En 1976 desaparecieron a un tío, hermano de su madre.
Yo estaba muy guardada y muy en protocolo. Y empecé a hablar.
Con Felipe tienen dos hijos, Mora y León. Viven en la casa que ocupaba, en vida, Ernestina Herrera de Noble. Vanesa habla sentada en uno de los sillones del bar Lelé del Río, que ocupa la planta baja de una de las sedes del gimnasio Sport Club. El lugar donde transcurre la entrevista no fue elegido al azar: por aquí pasa la vida social de la pareja, en medio de entrenamientos y cenas con amigos. Ella lleva un pañuelo atado en su muñeca y una cartera, ambos accesorios firmados por Louis Vuitton. El resto es sencillo: jean, musculosa debajo de un chaleco negro, zapatillas de un blanco inmaculado.
¿Dejaste de hacer algo por cuidar tu lugar en el Grupo?
En un momento entendí que yo estaba casada con Felipe y con Clarín. Y sí, hubo cosas que tenía ganas de hacer que no hice. No ir a Olivos para encontrarme con Cristina, por ejemplo. Una reunión que había organizado Juan Cabandié (N. de la R.: hoy ministro de Medio Ambiente) y a la que yo quería asistir porque conocer a un presidente es uno de los eventos más importantes en la vida de una persona. Aparte, yo la admiro. Ya habíamos acordado el día y la hora, ya sabía dónde debía encontrarme con Juan, por dónde iba a entrar… Y por tener códigos con el Grupo no fui.
¿Pero llegaste a plantearlo?
No. Nunca lo supieron.
¿Pero el código…?
Me pareció demasiado. Era el 2010. Yo acababa de parir a Mora. Y estábamos con el tema del ADN. Si me encontraba con Cristina, iban a tomarlo como una afrenta.
Quizás sí, quizás no, ¿eran aquellos los “papeles” que había que resolver cuando Héctor Magnetto le pidió a la pareja que detuviera los planes de la boda? Vanesa lo supo el segundo día de la Luna de Miel, cuando se comunicaron con Felipe desde Buenos Aires y le pidieron que regresara cuanto antes, solo. Ella se quedó en el resort de Punta Cana y, frente al televisor, se enteró de lo que su marido había preferido no contarle para que no “se hiciera problema”: Felipe y su hermana, Marcela, debían presentarse en el Juzgado por la causa penal que había impulsado Abuelas ocho años antes, en 2002. La Justicia debía determinar si los hijos adoptados por Ernestina Herrera de Noble habían sido apropiados a sus familias de origen durante la Dictadura.
El caso fue un gran tema de debate social, con intereses superpuestos. Por un lado, Clarín y el gobierno de CFK habían marcado posiciones opuestas a partir de “la 125”, una resolución impositiva que elevaba la alícuota de retenciones al sector agropecuario. El Grupo Clarín, con negocios en ese sector, se abroqueló con el campo, que se oponía a la medida. Al mismo tiempo, Néstor Kirchner había tomado, izado y agitado la bandera de los Derechos Humanos al punto de “bajar los cuadros”. Fue una postura necesaria y celebrada por gran parte de la sociedad. Felipe y Marcela encarnaban, con su historia “irregular”, todas las caras de la coyuntura de entonces. Vanesa, puérpera y recién casada, terminaba de entender que ser “esposa de” era un asunto complejo.
¿Cómo fue ese proceso?
Yo sabía que pasaba algo pero no pensé que iba a ver semejante ebullición. En 2010, después de la feria judicial, empezaron los allanamientos. Los primeros seis meses de casados vivimos con mi mamá y mi hermano, en Belgrano. Yo me despertaba con miedo de que me tirasen la puerta abajo. Para mayo de ese año, con Mora muy chiquita, Felipe y su hermana se negaron a la extracción de ADN. Nosotros queríamos saber la verdad, queríamos colaborar en esa búsqueda. Pero el trato era inhumano.
¿Recordás algo en particular?
Uno de los momentos más bravos fue cuando Felipe y Marcela salieron del juzgado de San Isidro y se negaron a hacerse una extracción voluntaria de ADN. En ese momento, la jueza (Sandra) Arroyo Salgado estaba a cargo de la causa. Felipe había ido al juzgado sin ropa interior por miedo a que lo obligaran a dejar el calzoncillo. Bueno, salieron de ahí y se subieron a la camioneta con la custodia. Iban a la casa de su madre y, en el camino, se dieron cuenta de que los seguían en auto, en moto, armados. Se les ponían al costado y les decían que frenaran, y que se bajaran. Marcela y Felipe no se bajaban, porque no entendían qué pasaba.
¿Vos dónde estabas?
En el departamento de Belgrano, con mi mamá. Y veía todo eso en Canal 7. En los alrededores de la casa de Ernestina habían armado un operativo. Policías, el grupo GEOF... A mi suegra, que ya estaba grande y delicada de salud, la resguardaron en una habitación para que no se enterara de lo que estaba pasando. Me llama Felipe y me dice: “Vane, no sabes lo que está pasando”. Y yo le contesté que estaba mirando la tele y que iba a llamar a Canal 13.
¿Por qué?
Porque era muy estresante. Se tenía que saber, era una manera de protegernos. Los móviles del 13 llegaron rápido a la casa de mi suegra.
En 2011, la Justicia determinó por primera vez que ni tu marido ni su hermana son hijos de las familias querellantes. ¿Cómo vivió Felipe esa noticia?
Felipe pasó de tener miedo por su madre al desamparo total. Ellos supieron que habían sido adoptados a los seis años, porque Ernestina se los dijo. Pero es cierto que en la familia tampoco sabían con certeza quienes eran los padres biológicos. Felipe temía que su madre tuviera un problema. Estaba sufriendo mucho. Mucho. De hecho, un día hubo una actitud de Felipe que nos asustó a mi mamá y a mí. Escondimos todos los cuchillos que había en la casa. Ahí fue cuando me comuniqué con Juan Cabandié y lo invité a tomar un café. Nosotros entendíamos las reglas del juego. Pero ellos eran testigos en la causa, no imputados. Por eso le pedí un trato más humano.
¿Era una forma de buscar amparo?
Es que Felipe decía que la fuerza para seguir, en ese momento, era su hija. Porque, si no, él no quería más. Mora era su ilusión, la única persona de su propia sangre que él conocía. Ahí no hacían falta pruebas de ADN.
¿Se sintieron acompañados por las autoridades del Grupo?
Ellos estaban unidos, como siempre. Abroquelados con su estudio de abogados y muy seguros sobre cómo se estaban manejando. No sé si sobre el resultado, eh, desconozco. Pero yo sentía que no nos protegían.
Entre el 2010 y el 2012, la causa avanzó al punto de cotejar el ADN de Felipe y Marcela Noble con la totalidad de las muestras del Banco Nacional de Datos Genéticos. Estela de Carlotto dijo que “Marcela y Felipe Noble tienen en su cuerpo la prueba del delito”. Pero el resultado fue negativo: no había pruebas que permitieran afirmar que los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble hubieran sido apropiados.
A la grieta, sin embargo, no la cerró aquella foto que se tomó Vanesa junto a Alberto Fernández el día que ganó la Presidencia. Fue otro encuentro, más íntimo. A fines de 2019, Juan Cabandié a pedido de Vanesa organizó una reunión en la sede de Abuelas para que Felipe y Estela de Carlotto pudieran conversar. Hubo un abrazo y otra foto, pero publicar esa imagen implicaría, otra vez, pedir permisos.
En 2010, Vanesa decidió tomar un rol activo y pidió a la directora de Clarín que le permitiera trabajar en la Fundación Noble. Su suegra aceptó, pero con la condición de que le pidiera nuevamente bendición a Magnetto. Vanesa creó el área de salud en una fundación que históricamente se había dedicado a la educación. Armó proyectos, los presentó. Con dificultad fue tejiendo alianzas: apoyos en campañas solidarias, difusión de otras ONGs, actividades con la Red Solidaria que preside Juan Carr, madrinazgo del hospital María Ferrer. Otra decisión que tomó Vanesa fue suspender las galas a beneficio porque eran un gasto. A cambio, gestionó donaciones directas con empresarios y artistas, sin fotos ni trajes ni cenas.
Mora era la ilusión de Felipe, la única persona de su propia sangre que él conocía.
¿Por qué pediste trabajo en la Fundación?
Plantee a los socios que había que mostrar el lado solidario del Grupo. Porque la gente veía a Clarín como a un demonio. Y la verdad es que yo no me considero un monstruo ni tampoco quería comerme un piedrazo en la cabeza si íbamos a cenar a algún lugar. La Fundación lleva el apellido de mis hijos, de mi marido, de mi suegra. Yo llevo ese apellido. Lo mío no era sólo un trabajo. Era ponerme la camiseta y sentirlo.
¿Tenés proyección dentro de la Fundación?
No. Hay un techo. Y alguna que otra “trabita” entre los socios.
El 14 de junio de 2017 murió Ernestina Herrera de Noble. Estaba internada en el Instituto Argentino del Diagnóstico, por una neumonía. Ese día había muy pocas personas en la habitación. Sus hijos asistieron al último suspiro de quien fuera la directora de la nave madre del Grupo Clarín. Ella dejó una fortuna valuada en más de 1.200 millones de dólares. Y un testamento prolijo.
“A mí, Ernestina, me dijo: ‘Te pido por favor, Vanesa, que lo orientes a Felipe, que lo acompañes, que lo guíes. Porque yo de acá a un tiempo no voy a estar. Te considero una mujer fuerte, inteligente. Necesito que vos nunca le sueltes la mano, que sea como sea lo acompañes’”, dice la esposa de Felipe Noble Herrera. Habla quien detenta el poder de posesión y administración de su marido.
¿Ernestina dejó en claro qué tipo de participación quería que tuvieran sus hijos en el directorio de Clarín?
Considero que podrían haber quedado más claras y que, por la edad que tienen, deberían haberse involucrado mucho antes de que ella falleciera. Lo digo porque yo veo hijos de otros empresarios que…
¿A Felipe le gustaría participar de manera más activa?
Él quiere pero, a veces, se paraliza porque no sabe sino está sacando los pies del plato. No quiere ser “el diferente” del directorio. El se involucraría mucho más con los trabajadores, pero están otros personajes, y no me refiero a los del directorio, a los que hay que pedirles permiso hasta para publicar algo solidario. Se toman atribuciones que no tienen. A veces Felipe lee el diario y dice: “Mi mamá no estaría para nada de acuerdo con este tipo de publicación.”
¿Creés que Clarín desconectó de sus lectores?
Clarín siempre cae parado. Considero que tienen gente muy inteligente, muy capaz en muchos puestos, con muy buenos asesores. Y nunca dudan de lo que son. Para mí, y para muchas personas, sigue siendo el cuarto poder. Los gobiernos pasan y Clarín queda. Hasta de la pelea con el kirchnerismo salieron fortalecidos.
¿Cómo te llevas con Marcela, la hermana de tu marido?
Tenemos el vínculo de cuñadas, pero no hay diálogo, no hay nada. Es la madrina de León, pero la verdad que ni un regalito para Navidad.
¿Pudieron acordar sobre los bienes que les heredó Ernestina?
La sucesión está bien hecha, según la opinión de distintos abogados. Pero Felipe estaba muy deprimido en el momento de la división y firmó, y compró, de una manera que no le convenía. Terminamos pagando un precio muchísimo más elevado, con gastos que no estaban contemplados. La casa en la que vivimos es la que ocupó mi suegra hasta que murió. Le compramos la parte a mi cuñada. Ella le puso un precio que daba cuenta de que estaba lista para ocupar.
¿Pero?
Sin aire acondicionado, sin calefacción. Sin agua caliente, caños rotos. La administración que tenía Ernestina, que era pésima, cobraba por un mantenimiento que nunca hizo. Con la casa de Luján, lo mismo. Y en la de Punta del Este tuve que pasarle un listado a Héctor (Magnetto) con las cosas que había que arreglar, porque el administrador no lo hacía. Quizás Felipe lo sabía pero, con la depresión que tenía, no podía contra eso y aceptó. Cuando lo reclamamos, la hermana miró para otro lado.
El gran ventanal del gimnasio ofrece al Río de la Plata, ancho y desnudo hasta que los ojos no alcanzan. La misma vista tienen Vanesa y Felipe en su casa: después de la pileta y la fuente de agua, los árboles y este río. Ahora Vanesa se para al borde de la escollera. Una foto, dos. El pronóstico anuncia para hoy una lluvia que jamás caerá. El cielo es un techo de nubes demasiado espesas, demasiado grises. Cubren, incluso, los edificios de la Ciudad, esas torres que fueron diseñadas para ser vistas desde cualquier lugar.
VDM
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