La vida en el basural a cielo abierto más grande del país: “No es normal trabajar entre gusanos y basura hasta la cintura”
Acá, por momentos, las imágenes pierden nitidez. La tierra y el humo se mezclan en el viento que hace volar bolsas de nylon. Las levanta con fuerza unos metros para que después caigan lentamente sobre montañas de colores indefinidos, amarronados. Montañas humeantes a los dos lados del camino. Plásticos, vidrios, ropa, cartones, animales muertos. Sedimentos de medio siglo de este basural a cielo abierto, el más grande del país. Más de 13 hectáreas en las afueras de Luján, en las que se tiran 100 toneladas diarias de basura. 100.000 kilos de mugre cada día.
Acá, la polvareda que levantan los camiones de residuos nubla la vista. Van rápido, llevan a tres o cuatro jóvenes de torso desnudo colgados y se cruzan con camionetas, sulkys con neumáticos de autos y bicicletas. El ruido de esos motores se confunde con el de las máquinas excavadoras que despejan la basura.
Son las 10 de la mañana, apenas empieza diciembre y ya hace calor. El celular muestra 30 grados y anticipa una máxima de 38 para la tarde. “Se mantiene el calor intenso con once provincias bajo alerta”, anticipan los portales de noticias. Bajo este sol tremendo, la ropa se adhiere al cuerpo por la transpiración. La boca se empasta y, por momentos, el viento hace que la tierra golpee en los ojos y obliga a cerrarlos. En otros momentos, cuando la tierra baja, el cielo despejado deja ver a los chimangos, o quizás, caranchos que sobrevuelan sobre las montañas opacas. Giran en círculo, como eligiendo la presa ideal. Uno se lleva una bolsa celeste y después la deja caer. El olor es difícil de definir, sobresale el del humo, pero hay otros no tan perceptibles: huele a animales en descomposición, a tierra, a un tacho de basura que se abre después de varios días.
Acá, en La Quema, todo son montañas de basura. Aerosoles quemados, zapatillas, botellas, bolsas. Muchas bolsas, negras y de colores. 360 grados de basura. No hay árboles, sobreviven en medio de la mugre, algunas achiras y arbustos pequeños. A un kilómetro de la entrada, se perciben movimientos. Hay que acercarse bien para ver de qué se trata: son los recuperadores. Se estima que trabajan entre 100 y 180 personas que vienen de día y de noche. Separan y guardan en bolsones blancos, que más adelante pasarán a buscar las camionetas. Son las 10 de la mañana y hay recambio, se cruzan los que estuvieron trabajando toda la noche con los que seguirán durante el día. Hoy no hay nubes que alivianen los rayos solares.
Esta mañana de diciembre, Damián Pérez está trabajando sobre una de esas montañas, separa cartones y plásticos para completar el primer bolsón. Hoy espera rellenar entre cuatro y cinco durante las ocho horas que estará en La Quema. Recibirá alrededor de 1000 pesos por cada uno, aunque deberá descontar el flete y el alquiler del bolsón. Tiene 40 años y hace 18 que trabaja en el basural, desde las 6 de la mañana hasta las 5 de la tarde. “Son 4000 o 5000 pesos por día, para sobrevivir. Para comer nada más, para otra cosa no alcanza. Con la entrada económica se me complica, ahora está todo re caro. Yo hago la plata para comprar la comida al mediodía, a la noche y listo”, dice antes de contar que tiene tres hijos de 19, 18 y 2 años. Intentó trabajar de albañil, pero La Quema le rinde más. “Me convenía venir acá a romper bolsas de basura. Diariamente te lastimas, pero bueno, tenes que seguir, no queda otra. Es el único lugar de laburo que tengo, toda la vida lo tuve acá. En los 40 años que tengo siempre acá dentro”, agrega.
Damián supera el promedio de permanencia en el basural. “El tiempo de trabajo acá no pasa los 10 años por lo duro que es”, explica Mariana Girón, Secretaria de Salud de Luján. “Por lo general, son menores de 35 que van buscando otros trabajos porque hay que hacer mucha fuerza, hay exposición a la intemperie y aparecen cuestiones de salud de largo plazo, relacionadas con cuestiones traumatológicas y con infecciones pulmonares”, explica.
De eso también habla la médica Virginia Marazzo, quien estuvo 13 años al frente del Centro de Salud del San Fermín, uno de los barrios aledaños al basural que integran “el bloque de los Santos”: San Pedro, San Jorge, Santa Marta, La Loma y Villa María. “Está muy naturalizado el tema de los dolores del sistema óseo, de las articulaciones y de los músculos. Los ves cargando al hombro bolsas de 50 kilos durante un kilómetro o colgarse del camión para colaborar con la descarga o para obtener algo más valioso. Eso hace que puedan sufrir muchas lesiones. Hay todo tipo de traumatismos cuando descargan, puede ser que se les caiga algo sobre la cabeza, la mano o el pie. Tienen cortes, raspaduras y un montón de heridas traumáticas”, explica.
Además, hay lesiones dérmicas que tienen que ver con el contacto con los ácidos o líquidos alcalinos. También heridas por rascado, forúnculos y granos vinculados con la introducción de alguna bacteria. “Lo más terrible son las quemaduras del sol y las que se generan cuando prenden fuego para obtener el cobre. Se suele ver el plástico que se pega en la piel después de quemarlo”, explica la médica que el año pasado fue una vez por semana con el equipo de salud a trabajar al basural.
El humo en las montañas es una constante, por la combustión que generan los mismos desechos, por los incendios intencionales y por el fuego generado por los mismos recuperadores. “A la noche no se ve nada y prendés fuego para que aparezca el metal”, dice uno de los recuperadores que, magnetizado, sigue separando los residuos. A veces, cuando el humo es más intenso, llega a los barrios cercanos y a la Escuela rural Nº3 del Paraje Sucre que tiene que evacuar a los alumnos y alumnas. “Cuando tenemos los fuegos grandes, que son intencionales por parte de gente que no quiere la reconversión, hay que llevarlos al centro de salud. Tenemos tres espacios en distintos barrios y vemos cuestiones dérmicas, respiratorias y hasta a algunas más graves como accidentología, y cuestiones que a largo plazo”, explica Girón.
Sobre la entrada hay un galpón en el que trabajan personas de la cooperativa “Cielo abierto”, que reciclan y comercializan directamente con las industrias y consiguen precios más justos. Generan bloques de cartones de 300 kilos que después venden de manera organizada. Dicen que así evitan las especulaciones de los dos acopiadores que están en las cercanías de La Quema, que usan balanza eléctrica, que descuenta por situaciones mínimas como un poco de agua en la botella o que dan préstamos que después son difíciles de pagar. Johana Enrique está en ese galpón, forma parte de la cooperativa que está nucleada en el Movimiento de Trabajadores Excluídos (MTE).
Cuando era chica, venía a la noche hasta el otro día a las 9 de la mañana. Al otro día, llegaba a mi casa, ayudaba a mi mama y después dormía. En un principio me daba vergüenza porque tenía que dejar de ir a la escuela para venir acá"
“Yo trabajaba ahí”, dice Johana y señala una montaña de 20 metros de basura. Entró a La Quema a los 14 años con su madre y su padre. Ahora tiene 34, sigue en el basural pero quiere organizar a los trabajadores y trabajadoras, para que tengan derechos laborales. “Nos criamos en el basural. Ahora es como mi segunda casa. Por eso quiero mejorar las condiciones, como si vos estas en tu casa y la querés arreglar”, explica. Cuando su mamá se enfermó de tuberculosis dejó la escuela y se dedicó por completo al basural y ayudar a sus cinco hermanos. “Cuando era chica, venía a la noche hasta el otro día a las 9 de la mañana. Al otro día, llegaba a mi casa, ayudaba a mi mama y después dormía. En un principio me daba vergüenza porque tenía que dejar de ir a la escuela para venir acá y siendo adolescente una chica no tiene pensado ir a trabajar o estar en un basural”, recuerda.
Johana es una de las pocas mujeres que trabajan en el basural. Mientras camina se cruza con una señora de más de 50 años que carga basura en su bicicleta. Hoy es martes y no son tantas, hay más los fines de semana Cuando se acercan las fiestas de fin de año, se ven más mujeres que buscan ropa para sus familias o para vender en ferias americanas. “Es mi lugar de lucha. Tenemos que entender que esto es un laburo, que estamos prestando un servicio al Estado y no somos reconocidos por lo que estamos haciendo. Hay compañeros que ahora laburan juntos y antes se peleaban por el material, se lo sacaban el uno al otro. Ahora cambió, hay participación, se puede dialogar”, cuenta.
En el galpón hay hombres que superan los 50 años, son hombres que trabajaron toda su vida en las montañas de basura y ahora, que el cuerpo les duele aún más, pasaron a un lugar de menor exposición. Actualmente se recupera el 7% de la basura, pero se espera que con la reconversión a un centro ambiental se puede alcanzar el 40%. El Gobierno Nacional comenzó en octubre las obras para una reconversión en el marco del Plan Federal de Erradicación de Basurales a Cielo Abierto. Tiene la financiación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y lleva una inversión de 10.731.820 dólares. El del Luján es el basural a cielo abierto más grande de los 5000 que hay en todo el país.
El viceministro de Ambiente, Sergio Federovisky, explica que “el proyecto establece el cierre definitivo del basural, la construcción de una planta de separación que pretende el tratamiento de todas las corrientes de residuos y un centro de disposición final para un rechazo que no puede estar por encima del 65% del total de los residuos”. Además, indica que la idea es integrar a los más de 100 trabajadores que trabajan hoy en La Quema.
Johana Enrique entró a La Quema a los 14 años con su madre y su padre. Ahora tiene 34, sigue en el basural.
“Es una demanda histórica de la sociedad de Luján, es un basural abyecto en donde hay trabajo infantil, en donde se ha verificado el vuelco ilegal de residuos peligrosos provenientes de industrias de la zona y que supone una reconversión que va a cambiar cualitativamente la vida de la gente que esta relacionada al basural. Tiene el apoyo absoluto de la sociedad: la Iglesia, la Cámara de Comercio, la escuela. Lo único que tenemos es una pequeña oposición de parte de sectores muy pudientes, ricos que se oponen al cierre de este basural sin entender porque no tienen la solidaridad suficiente como para acompañar. El basural y la planta están separadas por 3000 metros solamente, pero insólitamente les va a molestar más la nueva planta de tratamiento que el basural actual”, le dijo el funcionario a este diario.
La oposición viene de parte La Picaza Polo Club, un haras que está en Open Door, cerca del basural, que es propiedad del empresario Carlos Aníbal Reyes Terrabusi, quien fue una de las personas que presentó una medida cautelar para evitar el emplazamiento de la planta de transferencia. Una presentación que fue rechazada por el Juzgado Contencioso Administrativo Federal N°1. En cambio, en el “bloque de los Santos” están expectantes y sostienen que es una demanda de hace décadas.
Sergio Almada es vecino del San Pedro y referente histórico por la reconversión del basural. Comenzó a militar en el 2006, cuando los tanques atmosféricos de Luján, Zárate y Campana volcaban 150.000 litros de efluentes cloacales por día. “Era imposible vivir. Había humo, mosca, rata. Tenía una planta de higuera y los higos cuando se maduraban y se partían se negreaban de moscas. Sacabas un pedazo de carne para la parrilla o ibas a comer al patio y no podías comer por las moscas. Tengo por lo menos cinco vecinos de esta manzana que han muerto, vivir en medio del humo les acortó la vida un montón”, cuenta.
Tengo por lo menos cinco vecinos de esta manzana que han muerto, vivir en medio del humo les acortó la vida un montón”
Sus nietas tiene problemas respiratorios, al igual que gran parte de las nenas y nenes que viven en los barrios lindantes. “Hay un poco de humo y ya usan el aerosol”, dice Sergio, que también trabajó un tiempo en el basural en la década del 90, cuando el sueldo de municipal no le alcanzaba. “Me ha tocado ir a cirujear cuando me ajustaba la cincha y no es normal trabajar entre los gusanos, metido en la basura hasta la cintura, escarbando. En la década del 1 a 1, no había otra cosa que hacer y siempre La Quema fue el lugar que nos quedó más cerca para poder ir a rescatar algún mango más”, agrega. En el barrio celebran la reconversión, eso significa que el viento del Norte ya no traerá más humo.
El director de Gestión Ambiental del Municipio, Braian Vega, explica cómo será el funcionamiento: “El actual predio tiene un cierre técnico que implica el paso del basural a un ecoparque con vegetación, una parcela de relleno sanitario y una parcela para compostaje. A tres kilómetros de ahí, en la estación de Sucre estarán los galpones para los diferentes materiales y, por otro lado, cuatro celdas de rellenos sanitarios. Además, de salas con vestuario, administración y un lugar de enseñanza para la primera infancia, entendiendo que hay muchos trabajadores que tienen pibes y pibes con edades infantiles”, describe.
Se estima que las obras terminen a finales del próximo año. Por ahora, bajo este sol impiadoso, Damián sigue llenando el bolsón blanco y los chimangos merodeando en las montañas de bolsas de colores.
CDB/MG
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