Trabajan desde antes del amanecer, pero incluso así no les alcanza: “Arranco a las tres de la mañana todos los días”
A las tres de la mañana, el fuego de la hornalla parpadea tímidamente. La cocina de Plácida Cisneros, 51 años, vendedora ambulante de café, es pequeña, con azulejos amarillos y un reloj rojo en el medio que mira cada tanto: sabe que para antes de las 3.30 debe tener listo los diez termos de café que intentará vender en las inmediaciones de la Estación Constitución. El colectivo de la línea 98, en Avellaneda, es rápido a esa hora de la madrugada. Plácida viaja cómoda, cargando los diez termos calientes sin problemas. El carrito en donde traslada su mercadería lo guarda en un depósito de Constitución.
A las cuatro y media de la mañana, cuando la estación de trenes de la línea Roca reciba a los primeros pasajeros que llegan a la ciudad desde localidades de la provincia como González Catán, Alejandro Korn o Ezeiza, Plácida estará en su puesto de siempre, al costado de las escaleras. Hasta que a las diez regrese a Avellaneda para recargar los termos de café y volver a vender por esa zona. “A mis 52 años, cada vez tengo que quedarme vendiendo más horas”, señala la vendedora ambulante. “Y no me alcanza”.
El célebre escritor y periodista Osvaldo Soriano reconoció entre sus deudas pendientes escribir una novela que solo transcurriera de noche en Buenos Aires. “De noche el mundo se restringe mucho”, explicó. “La noche tiene sus propios trabajadores. Tiene sus médicos, sus obreros y abogados. Sus personajes a esa hora son sumamente atractivos y poco convencionales”, apuntó el autor de ‘Cuarteles de Invierno’.
A las 4.45 de la madrugada de un martes de junio, las filas en las paradas de colectivo de Constitución, como señaló Soriano, tienen sus propios oficios. Jazmín Peralta tiene 34 años y llegó desde Alejandro Korn en el primer tren del día. A las seis debe estar en su puesto de recepcionista en un consultorio médico del centro porteño. “No encuentro algo mejor pago por mi zona”, cuenta. Su llegada a Capital también la aprovecha para ir a la facultad, donde estudia psicología en la Universidad de Buenos Aires. A su casa, dice, vuelve a las diez de la noche “casi para cenar e ir a dormir”. “Dios atiende en Capital”, agrega, antes de subirse al 37.
Plácida sirve un vaso humeante de café, mientras sonríe, al lado de las escaleras de la estación. Los pasajeros de las cuatro y media, cuenta, son su mejor clientela. “Vienen medio dormidos”, dice. Vender a esta hora tiene, para la comerciante, una ventaja: la policía que controla el espacio público “no aparece”. “Si te agarran, te sacan la mercadería y te hacen una contravención. Por eso a las diez ya me vuelvo a Avellaneda a seguir vendiendo”, cuenta Plácida.
A las cinco, los trenes de los ocho ramales de la estación Constitución ─por donde circula la mayor cantidad de pasajeros en el país─ penetran la parsimonia de la madrugada. Óscar Díaz tiene 39 años y es vendedor ambulante de chipá. Se levanta todos los días a las dos de la mañana para preparar su mercadería y, desde Florencio Varela, emprende su viaje a Capital Federal. “Antes me levantaba un poco más tarde, pero en la madrugada se vende bastante y hoy la plata no alcanza”, detalla Óscar, quien llegó desde Paraguay hace 20 años. “Siempre trabajé de esto. La gente anda comprando menos. Trató de hacerle porciones de chipá más pequeñas para vender más barato, pero no rinde”, explica el vendedor. A las 11 de la mañana, cuando regrese a Florencio Varela, entra a su segundo trabajo en una obra. “Las changuitas me están salvando”, cuenta Oscar.
Los trabajadores del sector formal e informal que, por distintos motivos, deben levantarse a la madrugada para llegar a sus primeros empleos responden a diferentes complejidades que pueden particularizarse. “El salario venía atomizándose hace rato. Y hoy muchas personas necesitan dos o tres empleos para tener la calidad de vida que se conseguía con uno”, señala la referente social y consultora Mayra Arenas.
Un informe que realizó sobre a qué hora arrancan algunos barrios sus actividades comerciales reveló que hay un fuerte componente de trabajadores extranjeros en el horario más temprano. “A mayor número de extranjeros de una localidad, más temprano arranca todo”, apunta Arenas. Sin embargo, la consultora destaca también otros elementos, como el factor de la distancia. “Está muy relacionado con la calidad del trabajo y educación a la que se accede”, detalla Arenas. “Mientras ese empleo esté más cerca de la Capital, los sueldos podrían ser más altos y el acceso a otros servicios, como la salud y la educación, de más calidad”, puntualiza.
Otro dato que arrojó su informe fue la cantidad de trabajadores inmigrantes del conurbano que envían a sus hijos a escuelas porteñas. “El número es alto. Por eso deben levantarse muy temprano para llegar a horario y volver a sus barrios”, agrega. “Hay un ímpetu muy férreo de muchas familias de mejorar su situación económica por lo que muchas veces deben someterse a varios trabajos informales que les exigen madrugar mucho. A la larga, puede tener efectos nocivos”, finaliza Arenas.
Osvaldo Cano, de 46 años, recuerda muy bien “las tragedias de Once” porque siempre lo encontraron en el mismo lugar: la parada de colectivos frente a la Plaza Miserere. El 22 de febrero del 2012, cuando la formación de trenes chocó contra el paragolpes de la estación y murieron 52 personas, Osvaldo estaba vendiendo chipá en la parada. En 2004, cuando el boliche Cromañón se incendió y murieron 194 personas, Osvaldo llegaba a su puesto de trabajo a las 2 de la mañana. Ahora, a las 5.30, frente a una pequeña mesa con chipá casero en bolsitas plásticas, Osvaldo sonríe. Trabaja hace 23 años en la zona de Once vendiendo el clásico alimento paraguayo. “Siempre llego a eso de las 2 o 3 de la mañana como mucho. Le meto hasta las once y me vuelvo a casa”, cuenta el vendedor, que tiene movilidad reducida y vive en San Cristóbal. Produce $100.000 por día de chipá y, dice, “los vende todo”. “La cosa anda mal, pero si uno le pone el pecho, se puede”, dice, optimista, Osvaldo. A esa hora de la madrugada, cuenta, vende más que a las 10 u 11. “El que se levanta a esa hora es porque tiene mucho viaje y va a tener hambre”, dice. “No hay lugar para los vagos acá”, agrega el vendedor.
Martín Celestini, de 28 años, llegó desde Moreno con su bicicleta. Trabaja como administrativo en una empresa de Palermo. “Vengo en bici porque sino se me va todo en viáticos”, cuenta. Se levanta a las 4.30 para tomar el tren. “La verdad que es un horario muy crudo, hoy no consigo algo mejor”, señala Martín. “Debería, por lo menos, no venir en bicicleta, pero ni siquiera eso puedo. Uno viene en el tren a esa hora y ve el hartazgo del laburante”, advierte el empleado administrativo.
Son las seis y el cielo todavía está ennegrecido y nuboso. La Plaza Miserere se puebla de más personas. La madrugada va quedando detrás. La primera jornada laboral de muchos, apenas comienza.
FLD/DTC
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