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Un adiós a Tamara Kamenszain

Ensayo del yo en el poema

Tamara Kamenszain
29 de julio de 2021 18:28 h

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Hay golpes en la vida tan fuertes… yo no sé. 

No le molestaría a Tamara, creo, que empezara a escribir sobre ella con un verso de Vallejo, con el primer verso de su primer libro, Los heraldos negros. La vida de living y de libros, clases, bares, charlas, de Tamara podría contarse perfectamente en un patchwork hecho con los versos de los poemas que componen la novela de su vida, la poesía de su vida, la novela de su poesía.

Dantesco lo que pasó, un día estar, otro no estar. Fort- da de Di¨s, será de dios. Es Dantesco el título de Roberta Iannamico que Tamara amó desde un principio, sobre todo ahí cuando las chicas paran en un rincón del bosque para hacer pis en cuclillas. Esa intimidad no tan inofensiva. Ya sabemos que los golpes en la vida son así. Pero la fuerza de ese verso de Vallejo, nos enseñó Tamara, está en los puntos suspensivos, en esa incertidumbre, en la inestabilidad de no poder decir. Yo no sé.

Yo no sé bien qué decir sobre Tamara, ni a quién le importan palabras mías. Tampoco quiero salir “apurada por la demanda periodística”. No se puede llorar apurada. Ni leer apurada. Lo inestable en el verso de Vallejo ella lo había aprendido de alguien, no viene a cuento, y fuimos muchos los que aprendimos de ella. La primera vez la visité en su casa en la calle Gurruchaga hará 30 años. Me habían dicho que lo que escribía era poesía, y la fui a ver para que me lo confirmara. La había visto primero en los versos de Tango bar, en fotocopias, entre los bancos de Puán, y supe que ahí donde no entendía quería quedarme. Después fui su fantasma, ella el mío, jugamos a eso un rato, imaginen si me atreviera a semejante presunción. Lo puso entre comillas al decirlo y así le invirtió el valor. 

Yo sólo arrancaba páginas en La edad de la poesía, y recibía los faxes de Héctor Libertella, todavía su marido, para el trabajo editorial que hacíamos. Por esa época, Tamara usaba una campera roja de cuero, estaba en llamas, se divorciaba del modernismo. El alcohol avivaba el fuego y esparcía semillas, ya no de hijos, pero de libros. Un día de esos Héctor pasó bajo la puerta el poema que nunca había escrito hasta entonces con el anagrama de Tamara que muchos años después sería El libro de Tamar. No voy a decir inclasificable porque no me interesa clasificar.

Tamara nunca regaló los halagos, hasta el viernes pasado que nos dijo a Anahí y a mí que sin nosotras la cátedra no existía y me encomendó un poema difícil para el teórico. “Chicas es una palabra dulce que no tenemos que dejar de lado aunque nuestra edad la desmienta”. Chicas nos decía siempre, en la catedral de la poesía que había inventado para llevar los versos más barrosos a las aulas. Una catedral profana, donde flotamos juntas la natación de dios. 

Tienta leer Chicas… en clave y adivinar ahí últimos guiños, decir aquí está: “Fin de la historia”. Pero no se escribe ahí con muerte como decía ella que escribía Alejandra, o la lírica terminal que leíamos en Viel, en Lihn, y de la que a veces nos decía: Chicas, es un bajón, no lo demos. Ser abuela la había devuelto nena, la Tamara pícara nunca se fue, estuvo siempre, los ojitos vivaces mirando hacia delante. 

Tamara fue tía -una tía brillante y canchera que se llama Alicia de las mil maravillas- después también fue un poco mamá, pieza en ese rompecabezas de mamás que una se arma cuando no tiene. Todo era y no era poesía. A Tamara la convocaban intensamente las Historias de amor, y era buena consejera, zorra y sabia. Nos cuidaba. A nadie le interesa lo que a mí refiere pero no está ella para seguir escribiendo así que nos queda releerla y rastrearla, quienes quieran, claro, en las imágenes de quienes la tuvimos un rato, un poco cerca. 

Tamara quería cambiar el programa que se hilaba con el yo, el sujeto lírico -la poesía como herramienta privilegiada para leer los cambios que se operan en el plano de la subjetividad-, por otro que pensara el vínculo entre poesía y ensayo. Veníamos haciendo la transición. La hizo ella en sus libros, en el de Tamar, en el de las Chicas, “´Nadie escribe desde el más allá, ”, y sin embargo, y sin embargo…“ la seguiremos leyendo y escribiendo sobre ella, y esas lecturas productivas son también obra de ella.

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