Martropía. Conversaciones con Spinetta
-¿Cada tema que escribís lo vivís como si fuera un nuevo experimento?
-No siempre. Al comienzo necesitaba que los temas fueran una búsqueda. Pero ahora, más que vivirlos como una prueba, los vivo como un entretenimiento absolutamente musical, usando todo lo aprendido.
Es importante que se me ocurra una canción y que tenga que seguirla porque me gusta, porque me parece original y puedo aportar algo dentro de mi colección de canciones. Así, aparece una nueva que no se parece a ninguna de las que hice antes y quiero darle brillo, llevarla adelante y hacer una bella canción con eso. Ahora, ¿cómo miércoles se hace?
Es muy lindo. Es un entretenimiento fabuloso. ¿Qué cosa puedo hacer mejor que componer buenas canciones? Yo ya tengo la vida dictada en ese aspecto. Pero, a la vez, tengo claras otras cosas y quiero que todas se fundan en un buen experimento de vida. Que en el momento en que me dedico a la canción esté todo lo que quiero que esté. O sea, que ninguna cosa exterior disturbe el momento de componer y de trabajar. Esos son los cuidados mucho más cotidianos de la canción.
-¿Nunca pensaste que se agotaría tu propia forma de escribir canciones?
-Imaginé cómo sería mi vida si no pudiera componer más. O, más que eso, que me iba a resultar muy difícil crear nuevas ideas para seguir con ese nivel de descubrimiento y de calentura al hacerlo.
Generalmente, después de hacer un buen disco donde metí muchas canciones nuevas y un montón de ideas, paso por un período en que no sé si se me va a volver a ocurrir alguna cosa nueva. Pero no es tan grave como ser corredor de Fórmula Uno y pensar que uno se va a matar. Una vez soñé que tenía que componer solamente en fa (¡Mentira!). Además, hay mucho material en el medio que no llega a los discos.
Algunas veces sentí que no se me había ocurrido algo lo suficientemente nuevo como para excitarme y ponerme a sacar más porque eso no me atraía, entonces pensaba: che, ¿qué pasa? ¿Estás perdiendo la inspiración?… Lo emocional juega un papel preponderante en todo esto.
-¿Esto incluye también el miedo a repetirte?
-No, miedo a repetirme no. A veces me doy cuenta de que me repetí en algo, pero cuando es muy natural que me reitere no lo coarto. Ahora, si es algo muy llamativo, que es el eje de una cosa que directamente es igual a otra, no. ¡Ni loco! Se arruinó la estética del tema y hay que cambiar de idea. Hay una selección de cosas. Yo selecciono lo que se me va ocurriendo y trato de darle prioridad a lo que me parece que es más original o más competente para excitarme y para buscar más cosas.
-¿Para un disco nuevo seleccionás, por ejemplo, doce temas entre cincuenta?
-No, las canciones que quedan son las canciones que hay. Son tres o son veinte, me da lo mismo. Es decir, muchas veces tengo superabundancia de canciones, como ahora, que tengo muchas ideas y escribí cinco o seis canciones nuevas que las veo firmes para laburar. Entonces, ya me quedo tranquilo de que esas van a traer aparejadas otras. Es un ir y venir. No todos los días se puede componer un tema. Estoy atento cuando surge algo para poderlo captar y traerlo a un terreno en donde se logre mínimamente “conversar”. Mascullar una canción nueva, una tonada, y ver qué hay ahí. Si es suficientemente intrigante sigo adelante y eso ya impide que piense en cuántos temas más voy a componer o no para un disco. No trabajo de esa manera. Hay otros músicos que son más profesionales, componen muchos temas y se quedan solamente con algunos. También hay ejemplos nefastos de esto.
-¿La conciencia cambia en el momento de estar componiendo?
-Cualquier conciencia se trastoca básicamente al querer inventar algo. Ya la mera predisposición a crear algo la trastoca. Si estás entretenido con un juego de acordes seguramente no escuchás lo que te hablan. Estás medio zombie porque pensás en esa melodía que te ronda el bocho y no sabés cómo llevarla adelante, o cosas así. A mí me pasa mucho.
Ahora que estoy en la preparación de todos estos nuevos temas tengo como una discoteca en mi cabeza. Giran, pasa un tema, pasa el otro… No de una manera que yo me dé cuenta de que están, ni con un orden que pueda describir; sino que noto constantemente que mi cabeza está apuntando a resolver melodías. La generación espontánea de melodías es abundante, aunque eso no quiere decir que esas melodías se queden. Lo mismo que la búsqueda de diferentes arreglos en la guitarra. Estoy viendo nuevos, pequeños abanicos.
-Esas melodías que te surgen, ¿las grabás?
-No, no. Perdí de vista un grabador que tenía, así como el tuyo. Siempre me los compro con el propósito de grabar cosas fuera de las melodías. Me gusta más grabar a “la Vieja”* cuando dice algo, o grabar deformidades, que grabar temas con un grabadorcito en mi pieza.
-Apelás sólo a tu memoria auditiva.
-Sí, a la fucking memoria, me gusta memorizarlo. Si es algo importante mi cabeza se encarga de retenerlo y de proporcionarme la vía para poder volver a acceder a eso.
-¿También te acordás de temas viejos?
-No, no me acuerdo de temas viejos. Es decir, no me acuerdo de todos los tonos exactamente como los tocaba, pero los podría volver a sacar. Creo que sería posible. En definitiva, si me pongo los vuelvo a sacar. Es natural que esos temas vayan quedando atrás porque no me puedo acordar de todo, todo junto. No tengo tanta capacidad, honestamente. Pero bueno, la memoria auditiva me sirve por lo menos para acordarme de lo esencial. Y además, por suerte puedo llamar al genio de “Sartén” Asaresi, que se sabe todas las partes de todos mis temas. Sabe tocar hasta “Irregular”.
-¿Tu música maneja tu vida?
-No. O sea, no soy de esos músicos que viven para estar tocando su instrumento todos los días. Lo que sí, mi música está influida por mi experiencia de vida, eso es innegable. Está amarrada a lo que vivo. En parte es un efecto colateral de componer algunas canciones. Vos metés todo eso y la canción te devuelve lo mismo, con todo lo que vivís. Muchas canciones no las pude volver a cantar por lo que significaron para mí y para no sentir esa emoción dispuesta de otra manera.
No es lo mismo una canción de desamor cantada al lado del ser que amás, que la misma canción de desamor cantada en el desamor de la persona que vos amás. No la podría cantar, me quebraría en llanto. Tampoco la música puede jugar con mis sentimientos como si fuera una veleta. No puedo separar el laburo de la pasión, si vamos a eso. Es imposible. Me voy a morir mordiéndome la cola pero, si puedo, voy a estar siempre en esa situación.
-Nunca podés desligarte de las canciones que escribís.
-Yo trato de desligarme porque de hecho, en la actualidad, muchas veces no tengo tantas ganas de tocar en vivo. Es una cuestión anímica, pero eso no quiere decir que mi música se haya detenido en lo más mínimo. Estoy componiendo nuevas canciones con otros tonos que me gustan, y sé que mi misión es hacer buenos discos. Mi misión también la tengo que fundamentar con mi propia existencia.
Por más loco que haya estado por momentos, siempre la canción estuvo presente con su expresión propia, no la pude coartar, ni detener. A veces no la habré podido controlar en cuanto al uso de metáforas. Pero quizás eso ha generado el típico encallecimiento que provoca una perla, no un problema en un dedo del pie.
-¿Qué te pasa en el escenario?
-Yo intento tener emoción permanentemente pero eso no es posible. Quiero tocar y cantar con emoción, y a la vez tengo una letra cargadita de imágenes que juega en mi cabeza, y encima, una secuencia de acordes exigente. Me resulta raro gozar, pero me entrego como un animal. Es muy distinto cuando estoy en mi casa con la guitarra acústica o cuando zapamos con el grupo.
-¿Y con la gente en los recitales?
-Casi siempre se da lo que yo busco: que a la gente le pasen cosas por dentro. Hay una vibración muy fuerte, mutua.
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