Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Opinión
Ensayo general

Luis Miguel, un milagro en la garganta

Tamara Tenenbaum Ensayo general rojo

0

Hace unos días se cumplieron 40 años del debut de Luis Miguel. El aniversario me encontró sumergida en los detalles de su música: desde hacía ya un par de semanas que venía perdida en un Triángulo de las Bermudas de Youtube de imitadores de Luis Miguel. Todos los días, en el momento en que esos hilos finísimos que me atan al trabajo y el deber durante unas cuantas horas por día se terminaban de romper, buscaba algún videíto nuevo. Lo que me fascina de ver a los imitadores es lo mismo que a veces me fascina de leer mala literatura, o lo que yo considero mala literatura, o malas actuaciones, o lo que yo considero malas actuaciones: en eso que consideramos mal hecho se ve la intención del hacer, y ese verse de la intención te saca de la magia, pero también te enseña cosas. En este caso, me enseñó mucho de la voz de Luis Miguel, de cómo canta Luis Miguel, de cómo escuchamos a Luis Miguel. 

Hay varios tipos de imitaciones circulando en internet. Están las que van con playback, de performers cuyo trabajo se basa en copiar físicamente a Luis Miguel y como mucho imitar su voz hablada, las arengas que va tirando entre tema y tema (el hit obligado y metro patrón de estas imitaciones vendría a ser el “¿cómo están esta noche?”). Los mejores de estos imitadores cuentan con algunos hitos más o menos incomprobables en su carrera, como haberle hecho de doble al sol de México cuando iba a alguna gira para distraer a las fans. Hay un segundo tipo de imitaciones, cuyos mejores embajadores en Youtube son Fer Dente y Dan Breitman en el programa Tu cara me suena, que consisten en algún tipo de parodia física y hablada y una buena performance vocal que no hace intentos por parecerse demasiado a la de Luis Miguel. Básicamente nos emocionan cantando bien canciones que amamos y nos hacen reír con algún grito, un paso de baile o un gesto que podemos reconocer en el manejo del micrófono.

Pero el tipo de imitadores que me interesa es otro: son los que estudian minuciosamente el timbre y la técnica de Luis Miguel, apuntando a una copia perfecta de su voz; los que tienen como objetivo secreto o confeso que una realmente los confunda con Luis Miguel si tuviera los ojos cerrados. Los dos más famosos en internet (hay todo un público de comentaristas de Youtube dedicado a disputar en los comentarios de cada video quién es el mejor imitador y por qué) en esta categoría son Ricky Santos y Marcelo Mellado, ambos salidos de la versión chilena de un concurso televisivo de imitadores que se llama Yo soy. Ambos son realmente muy buenos, y en sus búsquedas muestran lecturas diferentes, dos ideas de lo que vendría a ser “cantar como Luis Miguel”.

Ricky Santos es más joven y más guapo; se le parece un poco físicamente, y mi sensación es que por eso en su imitación vocal se mezcla también una imitación de lo que él cree que son los gestos de Luis Miguel, que un poco lo perjudica. A ver si logro explicarme: para imitar el vibrato natural de Luis Miguel (el modo en que los armónicos vibran en sus notas tenidas, pero sin que se mueva la afinación como en un vibrato forzado de esos que se hacen golpeando con el aire), Santos termina haciendo unos movimientos raros con la boca, como abriendo y cerrando, que seguro le vio a Luis Miguel pero no son el secreto de la voz de Luis Miguel.

Realmente canta muy bien, y tiene un timbre que se le parece, sobre todo en los tonos graves, por el modo en que arma las vocales casi exactamente como Luismi (que pone la boca con forma de O, con los labios bien redondeados, cuando hace todas las demás vocales también), pero ese intento de vibrato con la boca nerviosa y la respiración medio cortada es lo que siempre lo delata.

Marcelo Mellado, en cambio, es más robusto y mayor: no tiene ninguna intención de imitarle a Luismi la forma de pararse, de caminar o de mirar. Tampoco tiene exactamente su rango; en los agudos queda bastante claro que no le sobra nada, llega con lo justo, pero tiene una inteligencia en la búsqueda del timbre que compensa todo lo demás. Si Santos buscaba a Luis Miguel en las vocales, Mellado lo busca en las consonantes, en la S y en la B, confiando que las vocales se darán por añadidura, y en general se le dan. En esa tranquilidad reposada está la llave de su imitación, los destellos de verdad que consigue.

Mi caso favorito, igual, es un tercero, Luis Santiago, el imitador por accidente. Luis Santiago es un exitoso cantante de música cristiana nacido en Puerto Rico en 1970. Es imposible encontrar en internet videos suyos cantando canciones de Luis Miguel (aunque sí hay un video de él comentando todas las veces que le han hablado del parecido); solamente canta himnos y alabanzas, pero con un timbre y un estilo tan parecidos a los de Luismi que quienes rastrean imitaciones ya lo incluyen en los videos de las mejores versiones, y la verdad es que tienen razón, porque es el más parecido de todos. No es del todo extraño: Luis Miguel es mucho más un accidente que un método. Como Gardel, como Goyeneche, las personas que cantan así pueden estudiar y mejorar, y de hecho se nota que Luis Miguel tiene mucho entrenamiento, pero lo que los hace quienes son es la naturaleza, el milagro, lo inevitable de esas voces. 

Quiero escribir sobre su voz antes que sobre sus aventuras porque me da algo de bronca que la memoria de lo que Luis Miguel significa para todos los que lo escuchamos desde que somos chicos (Romance es uno de esos discos que en algún momento estuvieron en todas las casas de la Argentina) esté hoy tan teñida del relato de su serie. La mayoría de nosotros hace veinte o treinta años no sabía nada de la búsqueda de Marcela o los avatares de sus relaciones con las discográficas, ni nos importaba; Luis Miguel era la puerta de entrada a los boleros, la versión apta para todo público de esa música que, a nuestros oídos mal educados, sonaba vieja o “tradicional”.

"Lo genial es que cuando uno tiene un talento innegable, cuando uno tiene en la garganta un milagro, es básicamente irrelevante todo lo que le monten alrededor"

Entiendo también por eso que cuando hablo con amigos mexicanos la adoración argentina por Luis Miguel les parezca una tilinguería; para ellos Luis Miguel representa justamente eso, el intento de domesticar el bolero mexicano, de hacerlo güero y trajeado, de ofrecer una forma de masculinidad más rubia y gringa, más juvenil, blanca y segura, apta para señoritas remilgadas que ante un bolerista mestizo y bigotudo cruzarían de vereda. Pero lo genial es que cuando uno tiene un talento innegable, cuando uno tiene en la garganta un milagro, es básicamente irrelevante todo lo que le monten alrededor.

Pensaba en ese contraste esta semana mientras internet discutía las declaraciones del músico Damon Albarn sobre Taylor Swift. Albarn le dijo como al pasar a un periodista que Taylor Swift, la supuesta gran cantautora de la actualidad, no escribía sus propias canciones; cuando el periodista le dijo que las coescribía Albarn contestó “sé lo que es coescribir”. No lo explicó, pero es claro de lo que está hablando: quiere decir que lleva suficiente tiempo en la industria para saber que coescribir con compositores de la talla de Max Martin o Jack Antonoff (compositores profesionales, digamos, no amigos que se sientan a escribir con vos) puede significar muchas cosas distintas, entre ellas componer bastante poco.

La discusión sobre si Swift escribe sus propias canciones tiene sentido justamente porque ella no es Luis Miguel; su valor y su identidad musical residen en que es una autora, en que pone su corazón en lo que hace. A nadie le importa, en cambio, que Luis Miguel nunca haya escrito una canción; tampoco importa, para el caso, el tipo de persona que sea, si es un producto, si canta con el alma o si nunca se enamoró en la vida. Incluso hoy, con su serie que nos expone en living colours el relato que decidió contar sobre su biografía, no sabemos nada sobre él; se dice que está casi en bancarrota, que ya se gastó todo el dinero de la serie, que anda en la mala otra vez, que casi pierde un brazo. Pero eso pensaba: la pregunta por la autenticidad, por la verdad de las cosas, aparece cuando la creación, lo valioso, ocurre tras bambalinas, en las puertas cerradas de un estudio o una sala de ensayos. 

El milagro de Luis Miguel, en cambio, está a la vista. Lo vimos todos los que alguna vez lo escuchamos en vivo. Una amiga se quejaba de que Luis Miguel es un pésimo animador porque nunca podés cantar con él en los recitales: siempre está cambiando los arreglos, como si no quisiera que nadie le coreara. Yo creo que lo hace un poco por eso, porque en el fondo odia a la gente y que le tiren la afinación para abajo con los gritos, otro poco para mostrar que puede y otro poco finalmente porque le encanta la música, porque alma no sé si tiene y corazón tampoco pero que le encanta le encanta.

Hay un solo momento que me hace pensar en Luis Miguel persona y querer saber algo de su interior profundo: un video espectacular del año 89, en el que canta en vivo con un Armando Manzanero al piano y rebosante de alegría. El Luismi de jopo, joven y rozagante, el que no nos duró nada, saca la voz con esa soltura inevitable y Manzanero a su lado toca con la felicidad del que escribe para esa voz, del que no puede mirar a ese potrillo con envidia porque genuinamente agradece que exista; Luis Miguel cierra los ojos y quizás es mi imaginación, pero yo creo que le canta como no le cantó a ninguna chica nunca jamás, que cuando termina el tema y se abrazan lo mira como jamás miro a Verónica Varano ni a ninguna chica en ningún video. Es en ese momento del matrimonio perfecto entre el que nació para escribir lo que el otro nació para cantar que pienso que más allá de su atletismo en Luis Miguel hay algo genuino, hay un amor verdadero, una sensación de que se vino al mundo para algo y para alguien.

TT

Etiquetas
stats