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OÍD EL RUIDO
Opinión

La vuelta al mundo Fito Páez en 60 canciones (y algunas más, también)

Fito Páez

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“Hay olor a gol, la pelota va a caer en el área chica, va a patear Fernández, treinta y cinco del primero, y es un fucking gol”. En 2006, durante la primera temporada de Peter Capusotto y sus videos, se presenta una sección sobre rock y fútbol. Una aproximación melódica a “Rueda mágica”, uno de los temas señeros de El amor después del amor, sirve para que un supuesto Fito Páez nos cuente cómo festeja Temperley, un club del ascenso, la apertura en el marcador. “Todo es tan Uma Thurman”. Mofa cariñosa, la de los guionistas, y logro mimético el del imitador, acentuando esos deslizamientos del canto tan propios. El llamado a la risa trae a la vez un reconocimiento: hasta qué punto la voz de ese relator es parte del aire. Y su cancionero, un clásico, es decir, horizontal, abierto a casi todos. Qué mejor halago para alguien que, hace 17 años, había escrito la mayoría de sus grandes melodías y letras. Con “Carabelas nada” le habría alcanzado para ser incluido entre los músicos populares argentinos de mayor refinamiento. Pero Fito ha tenido una producción muchísimo más fértil.

“Yo puse las canciones en tu walkman. El tiempo a mí me puso en otro lado”, canta en “Al lado del camino”, en 1999, y ya se permite hablar en pasado en un juego permanente entre lo personal y lo público. No es algo menor haberse adherido tanto tiempo a la memoria analógica y digital de los oyentes. Se ha hablado mucho por sus 60 años. Trataré de evitar recorridos transitados. Me atrevo a decir, primero, que las canciones de Fito puntuaron como pocas la transición democrática… ¡cuando tenía 21 años! “¿Cómo serás? ¿Cómo seré? / ¿Cuántos seguiremos? / Los que sobrevivieron/ marcaron huellas”. La bella e infrecuente “Viejo mundo”, de su primer disco, Del 63, no solo habla de las heridas y las expectativas sino de las nuevas tramas disciplinarias: “Una escopeta escupe balas de cocaína”. Insisto: 21 años y una sensibilidad acaso única. En “Cuervos en casa” podemos reencontrarnos con los fantasmas de esos días frágiles: “Hay una música en la ciudad, hoy matarán al presidente ¡Fuego!”. La beatlesca “Sable chino” parece escrita en contrapunto con las canciones citadas: “Ya no me importa quién soy/ si un mal parido, esquizofrénico de hoy/ o un guerrillero, militante ¿de qué?”.

Fito pendulaba entre la esperanza posdictatorial y la sospecha: “quiero un sol, un dígito que marque tres/ una revolución”, escuchamos en “Un rosarino en Budapest”. En el disco siguiente ofrenda su corazón, para alborozo inicial de Mercedes Sosa, mientras que en “D.L.G”, que cierra Giros, anhela una “fiesta en la calle/ un orgasmo que nunca se acabe/ día de resurrección”.

Hay una canción de ese disco, “Decisiones apresuradas”, que podría haber funcionado muy como banda sonora de las transmisiones televisivas del juicio a las Juntas. Recordemos: las imágenes llegaron silentes a las pantallas. Ya me he referido a esa circunstancia al comentar Argentina, 1985. Repito: el joven fiscal Luis Moreno Ocampo conversa telefónicamente con su madre, Mercedes Pérez Amuchástegui, una persona que admiraba a Jorge Videla. Ella cambia su opinión sobre el dictador cuando le llega desde la radio la voz de Adriana Calvo de Laborde, sobreviviente de un campo de concentración bonaerense. La película nos sugiere que eso alteró la percepción de Pérez Amuchástegui, algo que, sabemos, nunca pudo haber sucedido. La madre leía La Nación. Su conocimiento de lo que ocurría en tribunales vino de la letra impresa, no cualquiera. La palabra escrita provocó una ilusión de escucha. Solo los jueces estaban a punto de mira de espectadores y lectores. Se los veía escuchar atentamente lo que no se podía ni siquiera oír, eso que Páez, a los 22 años, había resumido en “Decisiones apresuradas”. Brama él: “Generales, mataron media generación/ una guerra no es un negocio ni una ilusión/ una guerra es sangre”. Sobre el final, en un segundo plano, una voz parodia al exgeneral Galtieri. El señalamiento del trauma de la dictadura se vuelve a solapar con detección de las amenazas que sobrevuelan un presente enclenque: “Cocaína, alguien decide por el país”. El cancionero de Páez está plagado de topos, recurrencias, una de ellas, la merca como nota al pie. El sol es otra, un lugar común que brilla hasta irritarnos.

Si la baguala de “D.L.G” invitaba en 1985 a creer en un mañana mejor, en “Nunca podrás sacarme mi amor”, que forma parte del EP Corazón clandestino, de 1986, Páez ya comenta con sorna la pendiente alfonsinista: “ni un anarquista ni un doctor/ Ni Stubrin ni el gobernador/ Te solucionan los problemas”. Nadie se acordará de aquel joven y locuaz diputado radical de no ser por su inclusión estadística en ese estribillo.

Fito había acompañado a Juan Carlos Baglietto, luego se sumó al último gran ciclo de Charly García y, ese mismo 86, a los 23 años, grabó con Luis Alberto Spinetta esa joyita doble que se llama La-la-la. El disco se inicia con “Folly Berghet”, que, arreglo de Carlos Franzetti mediante, vista aquellas zonas beatle que no forman parte del conocido parque temático. Lo beatle no es en este caso un ademán cristalizado, como le ocurriría años más tarde. Y qué decir de “Instan-Taneas”, donde, como había sucedido en “Tres agujas” y “Giros”, vuelve a rezumar el imaginario de cierto tango: “hace frío en Buenos Aires/ música en los automóviles/ caen del walkman gotas de humedad”. Uno de los rasgos que ha distinguido a Fito, inclusive por encima de sus maestros, es el de su condición de ciudadano de muchos mundos: además del rock y el tango el folklore y la música brasileña. Todo zurcido por una manera exquisita a través de su instrumento. Páez es mucho más que un pianista oriundo del rock.

Ciudad de pobres corazones es la crónica de un drama personal y familiar, pero a la vez sintoniza con la desilusión que empieza a germinar en 1987. Las promesas democráticas de curar, educar y dar de comer eran devoradas por las urgencias. La gramsciana ciudad futura, esa aspiración transicional del círculo de intelectuales que rodeaban a Alfonsín, y que tenía en el traslado de la capital al sur uno de sus mojones, había devenido puta ciudad. Es el año de las Pascuas infelices y la Obediencia debida. A medida que la década se cierra, el Fito más punzante es un punto de intersección entre los mundos juveniles educados en la transición y subjetividades que serán dominantes en los noventa. Valeria Manzano, autora del imprescindible ensayo La era de la juventud, ha recuperado con astucia la figura del psicobolche, satirizada por quienes ya no creían en los augurios ni en las bibliotecas o discotecas que reverdecieron a partir de 1984 ni en la pertenencia al movimiento estudiantil. El psicobolche podría sentir culpa “si se encuentra tarareando un tema de Prince”, decía el joven Marcelo Figueras, exhumado por Manzano. Para la investigadora, la satirización del psicobolche “constituyó una vía por la cual diversas cohortes juveniles debatieron públicamente sobre la crisis de la izquierda y aquello que ya se comenzaba a denominar como postmodernismo”.

Resulta que, en medio de esos remezones, Fito recae en La Habana. Recuerdo muy bien sus dos conciertos en 1988 en el teatro Carlos Marx (hoy abandonado, como el mismo autor de El Capital en la Cuba poscastrista). El primero lo hizo solo. El segundo con su banda. Fue una conmoción para el auditorio (y un estímulo para el activismo cultural inconformista). Dos años después, en Tercer Mundo, graba “Yo te amé en Nicaragua”, para que el denostado “psicobolche” pudiera finalmente reconciliarse con Prince: “Ardió todo Managua/ No recuerdo mas/ Una chica en la Habana/ No paraba de hablar/ Fue amante de Guevara/ Una amante más”. Cuba sería, en adelante, un paisaje revisitado. Nueve años después graba “Havana”, una canción apesadumbrada de un viaje tardío a la isla-faro devenida ruina: “la locura de los que se perdieron en el mar/ las vidas rotas por la sangre aquí y allá”. Su mirada del entropismo caribeño devino sin embargo desconcertante y naif en 2017. Canta en “Se terminó”, de su disco La ciudad liberada: “Tocan los Rollings en la Habana/ Y la revolución cubana pega un giro más hermoso y profundo”.

Creo que Páez es uno de los grandes cantautores del desamor. Si en “La despedida” volvemos al tango, “Naturaleza sangre” se impregna de energía roquera. “Fue amor” es un melodioso inventario de los desaciertos. No percibo a veces la misma inspiración en sus estados de algarabía. “El amor después del amor/ se parece a ese rayo de sol”. Es cierto, si nos enamoramos, si estamos felices, es ese júbilo desbordante el que permite semejantes derrapes cantábiles. Ahora bien, ¿qué tan grande es la diferencia entre “Y dale alegría a mi corazón” y “Corazón contento”, de Palito Ortega? El mismo órgano vital y el mismo alborozo (confieso que me quedo con la segunda).

El significado social de “El amor después del amor” llamaría a poner entre paréntesis estas consideraciones. Ese es el efecto de la voz tatuada que Peter Capusotto evoca, la razón misma de filmar una biopic. El amor después del amor contiene, ya se sabe, hermosas canciones. Es, además, y más allá de las pretensiones de su autor, un documento cultural del 93, del frenesí de la convertibilidad monetaria. La fantasía de que un dólar y un peso valían lo mismo tuvo otras aspiraciones de simetría. Se podía grabar en Abbey Road o tener un productor sajón. La melodía del corno y el uso de las cuerdas en “Un vestido y un amor” presentan, en ese sentido, un doble carácter: de un lado, su inocultable eficacia (realza con artesanía a la George Martin lo cantado), pero, también, expresan un deseo de membresía global, el coeficiente de aproximación al sonido del mundo consagrado, algo que se refuerza en otro muy buen disco como Circo beat (que, a mi gusto, contiene otra de sus canciones más inspiradas, “Dejarlas partir”) y los trabajos siguientes.

La primera década de Fito acumula constantes puntos altos. Esa intensidad fue menguando, lo que es en parte natural: la forma canción, como la ha abordado, había encontrado sus limitaciones melódicas, armónicas, texturales y textuales. El oficio afirmativo se impondría. Eso no quiere decir que no irrumpieran ocasionales y portentosas excepciones como “La casa desaparecida” o “Acerca del niño proletario”, última rescritura de “11 y 16” o, una más reciente, “La ciudad liberada”.

Si algo ha separado a Páez de su cofradía musical son sus afinidades electivas, repetidamente invocadas, sus incursiones en el cine (De quién es el potaligas y Vidas privadas) y la literatura. En la novela Los días de Kirchner, sucesora de La puta diabla, da cuenta de su gozosa heterodoxia, se pasean por sus páginas la Escuela de Frankfurt, Led Zeppelin, Fogwill, Horacio González, Silvina Ocampo, María Moreno, Kubrick… y el Frente para la Victoria. Su enciclopedismo y su praxis, su intervención en la arena pública, lo acercarían a Caetano Veloso, aunque, a diferencia del bahiano, se nota un gran esfuerzo por el floreo con los nombres propios de prestigio. Uno de los casos más llamativos es el de Gerardo Gandini. Hablamos acerca de uno de los compositores más importantes de este país, fallecido hace 10 años y objeto por estos días de merecidos homenajes. Gandini era un pianista fuera de lo común. Su temprana desconfianza hacia las vanguardias académicas lo dotaron de una originalidad que, más allá de su melancolía y escepticismo, queda como uno de los legados más potentes del último medio siglo.

 Gandini convocó a Fito en los noventa para una lectura de Conferencia sobre nada, de John Cage. Entablaron una amistad que derivó en una acotada colaboración de Gerardo con el cantante en calidad de arreglador (curiosamente Franzetti o Carlos Villavicencio lo habían hecho mucho mejor). Páez asegura que Gandini fue un “maestro” para él. Claro que no es posible encontrar huellas de ninguna enseñanza o concepto musical del autor de la ópera La ciudad ausente en el cancionero del rosarino en general, y menos en las incursiones instrumentales. Con Futurología Arlt, Fito pasó de las piezas episódicas (“Intermezzo”, “Ennio en mi”, “Dreaming Rosario”) a una obra entera de música pura. Jugada riesgosa, sí, pero condenada a trastabillar por su falta de riesgos. Páez, como dijimos, lector de González y también de Ricardo Piglia, reconoce en el paratexto de este disco para piano y orquesta la “fuerza poética” y la “escritura plebeya” de un Arlt que, remarca, ha eludido “los cánones de la ‘buena escritura’”. La música discurre sin embargo por el camino de la refutación de esa idea: se construye sobre la base de tópicos correctos y fácilmente identificables: los del cine. La “mala escritura” de Arlt que Renzi reivindica frente a sus interlocutores en Respiración Artificial (el hacer lo que “no se debe”) deviene en este disco lo contrario: una obediencia a los preceptos de las bandas sonoras más accesibles. Nada más alejado del “tango carcelario” con el que “los miserables acompasaban inconscientemente sus rencores”, al que se refiere Arlt, que el Piazzolla orquestal que intenta de sonar culto por la simple presencia de un tema de fuerte impronta anacrúsica, la preminencia de las cuerdas y el trémolo de la percusión tónica.

Nada de esto desmerece un repertorio colosal que quisiera resumir con 60 canciones llamadas a perdurar. Ahí van:

“Las cosas tienen movimiento”, “Tres agujas”, “Viejo mundo”, “Cuervos en casa”, “Sable chino”, “Rojo como un corazón”, “Canción sobre canción”, “Giros”, “11 y 16”...

 …“Cable a tierra”, “Decisiones apresuradas”, “DLG”, “Rumba del piano (en la versión con Veloso)”, “Nunca podrás sacarme mi amor”, “Folly Berghet”, “Instan-Taneas”, “Dejaste ver tu corazón”, “Parte del aire”, “Hay otra canción”...

…“De mil novecientos veinte”, “Fuga en tabú”, “Gente sin swing”, “Ciudad de pobres corazones”, “Ámbar violeta (!!!) , ”Lejos de Berlin“, ”Polaroid de locura ordinaria“, ”Canción de amor mientras tanto“, ”Por siete vidas“...

…“El chico de la tapa”, “B. Ode y Evelyn”, “Religion Song”, “Yo te amé en Nicargua”, “Carabelas Nada ”, “Pétalo de sal”, “Un vestido y un amor”, “Tumbas de la gloria (¡¡!!)” , “La rueda mágica”, “Circo Beat”...

…“Mariposa Technicolor”, “Normal 1”, “Las tardes del sol, las noches de agua”, “Nadie detiene al amor en un lugar”, “Dejarlas partir”, “Abre”, “Al lado del camino”, “La casa desaparecida (¡¡!!)”, “Havana”...

… “Acerca del niño proletario”, “Nuevo”, “Naturaleza Sangre”, “Los restos de nuestro amor”, “Bello abril”, “Desaluz”, “El sacrificio”, “Mouchette”, “El mal vino y la luz”, “Bohemia internacional”…

Y me estoy quedando corto. Añado otras para anticiparme a su cumpleaños 65:

“La ciudad liberada”, “La mujer torso y el hombre de la Cola de Ameba”, “El secreto de su corazón”, “Resucitar”, “La canción de las bestias”.

AG

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