El partido de los tres presidentes: el Racing campeón más esperado y atípico
El 27 de diciembre de 2001, dos chicos fanáticos de Racing, de 9 y 6 años, se sumaron de prepo a una foto que también retrataría una época. Luciano y Mauro Murillo siguieron la ocurrencia de su papá, Carlos -sin relación con la dirigencia de su club pero con el contacto justo para infiltrarse en el campo de juego de Vélez, local de la Academia esa tarde-, y se metieron entre los 11 futbolistas de Racing que posaron ante los fotógrafos 90 minutos antes de romper una maldición de 35 años sin títulos. Son los personajes más tiernos de un Vélez 1-Racing 1 tan atípico que podría ser llamado “el partido de los tres presidentes”: se suspendió en el gobierno de Fernando de la Rúa, se reprogramó bajo la administración de Ramón Puerta y se jugó en la presidencia de Adolfo Rodríguez Saá.
Una lectura poética del asunto podría decir que Racing necesitaba de una anomalía semejante para romper uno de las mayores hechizos del fútbol argentino, iniciado en el lejanísimo 1966, épocas del fútbol en blanco y negro. La última fecha del torneo Apertura 2001, con el equipo de Reinaldo “Mostaza” Merlo líder y a un empate de salir campeón, estaba programada para el domingo 23 de diciembre pero el país terminaría de estallar en la semana previa: al corralito impuesto a comienzos de diciembre le siguieron el asesinato de 39 personas en Plaza de Mayo y el resto del país, los saqueos, los cacerolazos, el “que se vayan todos”, el estadio de sitio en algunas provincias, la renuncia de Domingo Cavallo, la salida de de la Rúa en helicóptero, la ley de acefalía en favor de Puerta y, lógicamente, la suspensión del campeonato.
Con las vacaciones de enero ya asomándose, el sindicato de los jugadores pidió que la última fecha pasara a jugarse en febrero. Futbolistas, dirigentes e hinchas de Racing, que habían esperado el título de su equipo durante tres décadas y media, se desesperaron: querían que el campeonato terminara lo antes posible, en el mismo diciembre. El viernes 21, al día siguiente de la caída de de la Rúa -y cuando las calles todavía olían a sangre y represión-, un grupo de hinchas de Racing cortó Salta al 1100, frente del edificio de Agremiados, para reclamar la inmediata resolución del Apertura. El presidente de Argentina ya era Puerta, presidente provisional del Senado y amigo de Mauricio Macri, entonces presidente de Boca.
“No se podía jugar al fútbol porque había estado de sitio pero se terminaba el año y Racing quería que se reanudara. Yo me enteré por Mauricio, que era amigo del presidente de Racing”, reconstruye Puerta, 20 años después, en alusión a Fernando Marín, aunque en rigor no era el presidente de Racing sino de Blanquiceleste SA, la empresa que estaba a cargo del gerenciamiento del fútbol del club. “También recuerdo que Julio Grondona facilitó la gestión desde la AFA y entonces junté en la Casa Rosada a los presidentes de los clubes involucrados con el ministro del Interior, que era (Miguel Ángel) Toma. Enseguida coordinamos para que Racing pudiera jugar”, agrega el misionero, confeso hincha de Boca, como Macri.
Marín, uno de los dirigentes que pisaron la Casa Rosada durante el brevísimo gobierno de Puerta, también recuerda la gestión del entonces presidente de la AFA: “Era un país estallado, una situación muy grave, pero lo llamé a Grondona y consiguió la entrevista con Puerta. Ese sábado (22 de diciembre) fuimos a la Casa Rosada. Al ministro del Interior le dije ‘son dos partidos nada más, el de River (que iba segundo) y el nuestro, tienen que ser dos fiestas’. Era un argumento muy débil, porque había un estado de sitio, pero al final se firmó el decreto permitiendo que se jugaran esos dos partidos”.
Los hinchas de Racing atravesaban una paradoja: mientras el país se incendiaba, su sueño futbolístico de millones estaba a punto de cumplirse -y no era una ilusión cualquiera: los menores de 35 años no habían visto campeón al equipo en toda su vida-. Esa dualidad inspiró el periodista Alejandro Wall para escribir “¡Academia carajo!, Racing campeón en el país del que se vayan todos”. “Para quienes estábamos más comprometidos, para quienes militaban, era una contradicción muy fuerte, pero era también la misma contradicción que tenemos cuando nos ponemos tristes o felices por el fútbol mientras en la vida pasan otras cosas”, dice Wall. “Se cruzaban esas dos sensaciones, esa ambigüedad: la pregunta de si estaba bien estar pensando en saldar una deuda futbolística justo en ese momento”, agrega Wall.
Según recuerda Puerta, presidente durante 72 horas, “levantamos el estado de sitio y decidimos que se jugara el partido de Racing porque era importante para mostrar normalidad, aunque fuera momentánea. Pero las protestas ya se habían levantado (tras la caída de de la Rúa) porque lo primero que hicimos fue volver a poner dinero en los cajeros de los bancos. La vida normal comenzaba a restablecerse”. El ex presidente recuerda además que firmó cerca de 100 decretos antes de delegar la presidencia en Rodríguez Saá.
En realidad, en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y San Juan regía el estado de sitio pero no en la Capital Federal. El jefe de la Policía, Rubén Santos, en el ojo de la tormenta por la represión de pocas horas atrás, le pidió a Toma como condición que sólo se jugaran dos partidos. Mientras el resto de la última fecha se postergaría para el inicio de 2002 -como también pasaría para enero la final de la Copa Mercosur que San Lorenzo y Flamengo debían haber jugado el miércoles 19, suspendido por el mismo motivo-, la presidencia de Puerta y la AFA determinaron que Vélez-Racing y River-Lanús se enfrentarían el jueves 27 de diciembre. El rival de Racing ya había empezado a pensar en el descanso, según recuerda Fernando Raffaini, entonces secretario de Vélez.
“Estábamos en el club, con los jugadores y los dirigentes, en una cena típica de fin de año”, dice Raffaini, en alusión a la noche del viernes 21 de diciembre. “Ya les habíamos dado vacaciones al plantel para el día siguiente pero recibimos un llamado urgente de Casa de Gobierno. Nos dijeron que Puerta nos recibiría de manera urgente al día siguiente. Ahí les dijimos a los jugadores que se quedaran en Buenos Aires, porque nos dimos cuenta de que íbamos a jugar”, agrega el ex dirigente de Vélez, futuro presidente del club entre 2008 y 2011.
El partido, que consagraría a Racing gracias al empate 1-1, ya se jugaría bajo la presidencia de Rodríguez Saá, aunque el poder le duraría poco tiempo al puntano: las protestas sociales regresarían el viernes 28 y el carrusel de los cinco presidentes en 11 días continuaría el domingo 30 con la asunción de Eduardo Camaño, que a su vez le entregaría la banda presidencial el 1º de enero a Eduardo Duhalde.
“Una de las personas que encauzó esa contradicción del Racing campeón en el país del que se vayan todos fue Martín Sharples, militante e hincha”, dice Wall. “Llegó a la cancha de Vélez, aquel 27 de diciembre, con una camiseta que decía ‘paren de matar al pueblo’, y después fue a festejar el título al Obelisco, como muchos miles de hinchas más. Para el pueblo era una forma de volver a estar en la calle, un oasis en medio de todo eso”, agrega el autor de “¡Academia Carajo!”.
El poster de aquel Racing campeón el 27 de diciembre de 2001 se colgaría en miles de habitaciones y comercios. Como todo equipo de fútbol formado ante los fotógrafos, tenía a once futbolistas -arriba a Gabriel Loeschbor, Francisco Maciel, Claudio Úbeda, Gustavo Campagnuolo, Gustavo Barros Schelotto y José Chatruc, y abajo a Gerardo Bedoya, Martín Vitali, Maximiliano Estévez, Rafael Maceratesi y Adrián Bastía-, pero también a dos pibes desconocidos que se colaron ante la desesperación de Merlo, el técnico que creía en las cábalas y no había permitido mascotas durante el torneo.
Quiénes eran esos atrevidos fue una duda que recorrió Racing durante mucho tiempo. De espaldas al “nietos de Marín” o “sobrinos de un jugador” o “hijos de un amigo del Polaco Bastía” (porque los chicos se ubicaron al lado del mediocampista), Luciano Murillo responde: “Mi papá había estado todo diciembre pidiéndole a un conocido que tenía en Vélez que, si Racing tenía chances de salir campeón, nos dejara pasar”.
“Nadie de Racing sabía que íbamos a participar porque mi papá no tenía relación con Blanquiceleste. Si el partido se jugaba en Racing, no hubiésemos ingresado. Fuimos camuflados a Vélez, nos atendió un señor, pasamos al campo de juego, nos vestimos de Racing y, cuando los jugadores se formaban, corrimos y yo abracé a Bastía’’, agrega Mauro Murillo, el mayor de los hermanos, 90 minutos antes de la consagración más esperada y atípica: diciembre de 2001 no podía terminar sin Racing campeón.
AB/WC
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