Segunda ola
“Más que camas, falta personal”: médicos de terapia intensiva aseguran que están al borde del colapso
Más allá de su ascenso preocupante, el porcentaje de camas de terapia intensiva ocupadas en los distintos distritos del país muestra que existe, todavía, cierto margen de acción para evitar el colapso del sistema sanitario. Sin embargo, detrás de las puertas de las terapias intensivas del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) —y más allá de ellas, en las camas que desbordan el lugar asignado al servicio y copan habitaciones no pensadas para la asistencia de pacientes críticos— la percepción es otra. A los profesionales de cuidados intensivos la segunda ola los encuentra ya sobrepasados.
“Lo que te puede transmitir cualquier persona que trabaja en una terapia intensiva pública o privada de la Ciudad de Buenos Aires es que estamos al límite, no sólo en el número de camas sino fundamentalmente en el estado del personal. Las terapias intensivas viven un clima horrendo”, dice a elDiarioAR Arnaldo Dubin, referente de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) y jefe de ese servicio en el Sanatorio Otamendi.
“Los intensivistas —enfermeros, kinesiólogos, médicos, otros profesionales y no profesionales— ya éramos pocos antes de la pandemia, trabajábamos precariamente y con el Covid-19 fue todo un desastre. Estamos diezmados por la enfermedad; un montón se contagiaron, algunos no han vuelto a trabajar, otros fallecieron, otros no quieren hacer más terapia intensiva. La carga de trabajo es descomunal. Estamos exhaustos física y anímicamente”, asegura.
Según los últimos datos del Ministerio de Salud de la Nación, la ocupación de las camas de las Unidades de Terapia Intensiva de adultos en el AMBA es de 66,7% si se considera tanto el sistema público como el privado. Por otro lado, el Ministerio de Salud porteño informó en su reporte más reciente una ocupación de 48,4%. Sin embargo, un relevamiento de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva hecho sobre 53 instituciones de la ciudad y el Gran Buenos Aires (22 públicas, 31 privadas) eleva ese dato a 93% y, dado que la recolección de información se hizo la semana pasada, se anticipa que la situación actual es peor.
Para Dubin, la fatiga del personal tiene implicancias más allá de ellos mismos y conlleva un riesgo grave, dado que afecta su rendimiento y repercute directamente en un aumento de la mortalidad.
Hay estudios científicos que respaldan esa relación. Según asegura el especialista, el año pasado la letalidad en CABA se duplicó en pocos meses y una hipótesis plausible es, justamente, esta tensión sobre el sistema. “En un estudio que hicimos en todo el país sobre 2.000 pacientes críticos, ventilados mecánicamente, advertimos que el mes de ingreso a la terapia intensiva fue un determinante independiente de la mortalidad. ”Si vos con la misma enfermedad, edad, comorbilidad y el mismo tratamiento te internabas en abril o mayo te iba mejor que si te internabas en septiembre u octubre“, detalla Dubin, y añade: ”No es lo mismo trabajar tranquilo, relajado, que estar al límite. Bueno, nosotros ahora ya pasamos el límite“.
El descenso de casos entre la primera y la segunda ola no alcanzó para darle un respiro significativo al personal de salud, que apenas bajaron los casos comenzó a recibir a los pacientes que por la pandemia habían postergados sus consultas o intervenciones quirúrgicas. Ahora el personal debe lidiar no sólo con los pacientes con cuadros respiratorios vinculados a Covid-19, sino con todos aquellos que se encuentran en cuidados críticos por otros motivos. Uno de esos motivos es el trauma por accidentes de tránsito, algo que con la cuarentena estricta implementada durante la primera ola se había reducido notablemente. Si bien algunas consultas y procedimientos no han vuelto a postergarse, todavía se está lidiando con internaciones vinculadas a procedimientos no prioritarios.
“En las últimas cuatro semanas hubo un aumento en el ingreso de pacientes a la terapia intensiva mucho mayor al peor momento del año pasado”, asegura Matías Kordyl, médico del servicio de terapia intensiva del Hospital Zonal General de Agudos “Evita Pueblo”, de Berazategui. Atiende el llamado de elDiarioAR a las 11.20 de este lunes, recién llegado a su casa después de una guardia que comenzó a las 20 del día anterior.
Según narra, el último mes las ocho camas de terapia intensiva de las que dispone el hospital estuvieron ocupadas al 100% y por cada salida (ya sea por “pase a sala” o por fallecimiento) hay entre cinco y diez pacientes que esperan el ingreso y que reciben cuidados intensivos fuera de lo que es oficialmente la Unidad de Terapia Intensiva (UTI), en servicios de cuidados críticos improvisados en el área de shock room y habitaciones no destinadas a ese fin.
Kordyl se refiere no sólo a la fatiga física, sino también al estrés emocional que significa ser la única contención de los pacientes, que están aislados de sus familias
“Estamos teniendo pacientes ventilados, conectados a un respirador, algunos de ellos boca abajo (ventilación en prono) por fuera de las puertas de la terapia intensiva y atendidos por médicos o residentes clínicos, emergentólogos, anestesistas que hacen lo que pueden y más de lo que pueden, pero necesitan el apoyo de la gente que está más formada para el manejo de esos pacientes”, explica Kordyl, para quien la situación es “crítica”.
El médico se refiere no sólo a la fatiga física, sino también al estrés emocional que significa ser la única contención de esos pacientes, que están aislados de sus familias. “Nos toca estar al lado del paciente cuando le tenemos que comunicar que lo vamos a conectar a un respirador, cuando te da la mano y te pregunta si va a volver a ver a su familia. Uno, a veces con un nudo en la garganta, le tiene que decir que sí cuando sabe que la mortalidad de un paciente que por Covid-19 llega a una ventilación mecánica es muy alta”, dice.
Mario Alonso, médico coordinador de la terapia intensiva del Hospital Modular de Quilmes, define a la situación que se vive en su servicio como “cada vez más angustiante”. El personal arrastra más de un año de cansancio y se suma el hecho de que el aumento de casos no fue escalonado, como en 2020, sino “exponencial”, lo que no les dio tiempo a rearmar la estructura de atención. “Sentimos que a pesar de lo que hemos aprendido en todo este año muchas veces las manos no nos dan y nos hemos sentido sobrepasados por la situación más de una vez”, sostiene.
Alonso, que también hace guardias en las UTIs del hospital Evita de Berazategui y en el hospital Mi Pueblo, de Florencio Varela, explica que el año pasado se había dotado a la unidad modular de una cantidad de profesionales que permitía mantener toda su capacidad activa. Sin embargo, por la baja de la demanda luego del primer pico se redujo el personal y ahora es muy difícil recuperarlo porque esas personas ya se ubicaron en otras instituciones o simplemente no están dispuestos a sumar más carga horaria. “No hay talento humano que pueda hacerse cargo de esta situación ahora, después de todo este tiempo”, resume. De hecho, la unidad modular tiene 24 camas, de las cuales están habilitadas sólo 16 porque la norma es contar con un terapista por cada ocho camas.
Sentimos que a pesar de lo que hemos aprendido en todo este año muchas veces las manos no nos dan
En cuanto al régimen laboral, asegura que los jefes o coordinadores de servicio tienen contratos por 36 horas semanales, pero en los hechos trabajan de domingo a domingo y cubren, además, los vacíos de atención que puedan surgir. Algunos, como Alonso, suman guardias fijas en otras instituciones. “Los médicos que sólo hacen guardias suelen tener cuatro guardias fijas de 24 horas —repasa—. Es decir, son 92 horas a la semana que se trabaja. La verdad, poco se descansa. Estamos colapsados y agotados y en muchos casos no dignificados con los honorarios, pero no es una situación nueva”, dice.
Desde comienzos de 2020 escuchamos la palabra “colapso” en relación al sistema de salud, tal vez sin terminar de internalizar lo que significa. ¿Ya hay pacientes que necesitan atención y no la tienen? “Todavía no, pero estamos muy cerca”, responde Dubin. “Y cuando el sistema se satura, la mortalidad aumenta exponencialmente. El espejo en que tenemos que mirarnos nosotros para evitar llegar a eso porque todavía podemos evitarlo es el de Brasil, donde no solamente sino también los cementerios están colapsados”, señala el médico, para quien no sólo es necesario que cada individuo cumpla con las medidas de cuidado sino que el Estado implemente una cuarentena estricta.
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