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Almodóvar recibe el Premio Donostia advirtiendo de que “no es el fin del camino”: “No intuyo otro tipo de vida”

Javier Zurro

Donostiarra —

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44 años después, Pedro Almodóvar volvió al festival de Cine de San Sebastián. Lo hacía de una forma distinta. Si cuando presentó aquí Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón lo hacía como un recién llegado que había debutado con una película fresca e irreverente, ahora regresaba consagrado como uno de los cineastas fundamentales de la historia del cine español. Pocos pensarían en 1980 que aquel joven dicharachero ganaría dos Oscar y premios en todos los festivales de cine del mundo. Sin embargo, en una extraña ironía, le faltaba el premio honorífico del Zinemaldia, ese Premio Donostia que honra a las figuras más importantes del cine español y mundial.

Aunque haya pasado mucho, es cierto que también llega en un momento dulce para el director, con el León de Oro recién logrado y con nada que demostrar. Un momento en el que es capaz de tirar de las orejas a la extrema derecha en cada discurso o incluso piropear a Pedro Sánchez, como hizo en la rueda de prensa por el premio. En su discurso en la gala agradeció a Sánchez su presencia “apoyando la cultura” y reivindicó el cine como un sitio donde que a él, desde pequeño, la parecía “más real” que sus vivencias en un pueblo de la Mancha. 

Recordó como “sin un duro”, se fue a Madrid en 1970 con “un propósito más fuerte” que su voluntad: ser cineasta. El resto es historia.

“El cine me lo ha dado todo. Mucho más de lo que yo podía imaginar. A mi edad, un premio como el Donostia puede indicar el final de un camino y una recompensa por haberlo recorrido. Pero yo no lo vivo así. Para mí el cine es una bendición o una maldición. No intuyo otro tipo de vida que el de escribir y dirigir sin pausa. He pensado, cómo no, en el día que me fallen las ideas, el físico o mi propia mente, cuando todo me falle. En caso de que llegue ese día, que espero que no. Seguiré haciendo películas, malas películas, supongo. Pero incluso a eso estoy dispuesto, porque la alternativa es el vacío”, comenzó diciendo sobre su necesidad de rodar como forma de seguir viviendo.

Una vocación que también definió como “una vampirización gozosa y consentida”, en un guiño que casi recuerda al Arrebato de Zulueta. En su cine hubo siempre una voluntad, la de imponer una “mentalidad desde los márgenes”, y hacerlo sin que nadie le diera “permiso para hacerlo”. “No creo haber cambiado la sociedad en que vivimos, ni la ciudad en la que nadie es forastero. Me refiero a Madrid. Pero cuando me encuentro con alguien que me dice que determinada película mía dio un nuevo rumbo a su vida o le empujó a vivirla de verdad. Cuando alguien me dice que ha empezado a estudiar español por mis películas o que han venido a Madrid también por ellas. Creo que este oficio es el mejor del mundo y que merecía la pena que yo me encargara, me entregara a él sin limitaciones”, añadió. 

Se acordó, cómo no, de su equipo de El Deseo, que también es su familia, y también de sus actrices. De Penélope Cruz, Carmen Maura, Marisa Paredes, Julieta Serrano o Chus Lampreave. La lista es interminable. De ellas ha sacado lo mejor. “He tenido la suerte de trabajar con actores y actrices de enorme talento y les estoy inmensamente agradecido. Y para terminar con la lista de todos los actores y actrices con los que he trabajado, terminando por esta maravillosa Tilda Swinton. Tenía que nombrarla. Que me ha llevado de la mano en mi primera película en inglés”, dijo de su nueva cómplice.

Tuvo tiempo hasta para pedir perdón: “Si a alguien ofendí, le pido perdón. Pero no he podido ser de otro modo del que soy. Reconozco que tampoco lo he intentado. Como guionista y director he tratado que todos mis personajes, aunque vivan historias disparatadas, exageradas, dolorosas y a veces divertidas, a veces muy divertidas. He tratado de dotarlos a todos ellos, sin importar su trabajo ni posición social de una absoluta autonomía moral. Si algo distingue a mis películas es por la libertad que gozan mis personajes, que es el reflejo de mi propia libertad. La vida, tanto en la ficción como en la realidad, es compleja y entraña multitud de peligros. Pero sin libertad la vida no merece la pena ser vivida”.

Y para terminar, una petición, que “las grandes tragedias, el dolor cotidiano, la incomprensión, la mentira, la falta de empatía, la injusticia social, el odio, todo lo negativo imaginable, pertenezca a la ficción y que la vida real transcurra de un modo justo, en paz y muy entretenida por las ficciones que solo existirán en nuestras pantallas”.

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