El segundo mandato de Trump enfrentará a Milei con el desafío de tratar con uno de su misma condición
El momento político que atraviesa Estados Unidos no puede ser menos que de zozobra. Ha sido reelecto el mismo hombre que fue condenado por 34 delitos en su país, presidente de un mandato al borde del ataque de nervios y que mantuvo enfrentamientos diarios con la oposición, la prensa y su principal competidor global, China.
Entender a los estadounidenses llevará un tiempo. Meses y años después del primer triunfo de Trump, se publicaron varios libros que explicaban por qué millones de norteamericanos habían elegido a un magnate arrogante, misógino y violento que prometía trabajo y mejores condiciones económicas en un entorno de caos y disputas.
En aquella oportunidad, gozaba del beneficio del desconocimiento, al menos como dirigente político; y aunque los principales medios (como el New York Times o la CNN) lo enfrentaron, Trump logró imponerse. Ocho años después, el neoyorquino volvió a ser candidato. Pero esta vez, todos los grandes medios de comunicación de Estados Unidos y del mundo lo presentaron como el mayor error que podía cometer el electorado.
Así y todo, los norteamericanos lo votaron. No sólo eso, el nuevo líder de la Casa Blanca tendrá control total del Poder Legislativo: el Senado y la Cámara de Representantes. Un poder que según el periodista y analista político Ezra Klein, ha sido cocinado a fuego lento por hombres leales a Trump con el objetivo de no contravenirlo en ningún caso una vez que llegue a la presidencia.
El nuevo mandatario tiene desafíos importantes por delante. La economía del país crece, pero los ingresos no logran recuperarse de los años recientes de inflación, mientras que muchos ciudadanos añoran los tiempos en los que el país era una potencia industrial, y no solo tecnológica, donde los únicos privilegiados son los ejecutivos de Silicon Valley.
Ese será su mayor desafío, pero existen otros como la inmigración, que parece una preocupación ciudadana más que un problema con bases reales, y la polarización política y cultural extrema que sufre el país. En el escenario internacional, el republicano reeditará el enfrentamiento comercial con China y deberá resolver la posición de Washington en la guerra entre Rusia y Ucrania, y el conflicto en Medio Oriente.
¿Cómo será realmente durante su segundo mandato?
Nadie lo sabe. Cuando se cumplieron los primeros cien días del primer mandato de Trump, el diario El País de España escribió un editorial en el que resumió esos meses iniciales con las siguientes palabras: “Improvisación, imprevisibilidad, e incertidumbre”.
La guerra en Siria (durante la década pasada) es un caso ejemplar. Previo a los comicios del 2016, Trump se había mostrado favorable a la intervención de Rusia en Siria junto a Bashar al Assad para luchar contra el grupo terrorista Estado Islámico. Cien días después, el republicano llamaba “carnicero” al líder sirio, y aseguraba que el presidente ruso “está apoyando a una persona verdaderamente diabólica”.
El antecedente abre un interrogante sobre lo que pasará en Ucrania. Antes de estos comicios, Trump dijo que acabaría la guerra en 24 horas. ¿Lo hará? ¿En qué condiciones?
Medio Oriente, en todo caso, es aún más incierto y complejo. Durante su primer mandato, el magnate reconoció a Jerusalén como capital de Israel. Un paso extremadamente controvertido y peligroso. Ahora, mientras Tel Aviv libra una guerra en Gaza y otra en Líbano, además de un enfrentamiento directo—pero en cuotas— con Irán, cualquier medida radical de Trump puede causar un verdadero polvorín.
Con China, el escenario parece más previsible. El magnate había prometido enfrentar al país asiático comercialmente. Durante su primer mandato lo cumplió con creces: impuso aumentos de aranceles contra China por más de 60 mil millones de dólares. Ahora, el neoyorquino promete subirlos nuevamente. Diarios financieros internacionales, como el Financial Times, advierten sobre una guerra comercial global con consecuencias negativas para el mundo.
Milei frente a un espejo borroso
El primer desafío para Milei será el de ejercitar la paciencia. Cuando el 20 de enero de 2025, Donald Trump asuma el cargo de presidente de Estados Unidos, el líder republicano tendrá varios asuntos que resolver antes de poder ocuparse de Argentina y su relación con el Fondo Monetario Internacional.
Desde hace meses, circulan informes y comentarios sobre la esperanza que el Gobierno de Milei deposita en un triunfo de Trump. La lectura es que el magnate podría mediar ante el FMI para que Argentina mejore su relación con el organismo, y pueda obtener nuevos fondos y/o condiciones para devolver lo que debe.
Primero, habría que apuntar que Medio Oriente, Ucrania, y China aparecen como prioridades geopolíticas de Trump (antes que Argentina). Segundo, habrá que ver qué relación prospera entre el republicano y el FMI. En los últimos meses, el organismo liderado por Kristalina Georgieva publicó diversos documentos advirtiendo sobre el riesgo de un revés económico global si Trump avanzara con su idea de imponer aranceles generales para la importación de productos a Estados Unidos. Para un hombre paranoico y rencoroso como el presidente electo, es probable que las autoridades del FMI entren en la lista de traidores.
Al margen de lo que sucede con el FMI, el gobierno de Milei se encontrará con un hombre que —en términos económicos— está en las antípodas del paleolibertarismo. El magnate volverá a poner en marcha una economía de corte nacionalista y proteccionista, donde ni siquiera los amigos son considerados.
En diciembre de 2019, Estados Unidos aplicó aranceles a la importación de acero y aluminio provenientes de nuestro país. A pesar de la amistad con Mauricio Macri, Trump fustigó a Argentina y Brasil por la devaluación de su moneda —“países que no sacarán ventajas de nuestro dólar fuerte devaluando sus monedas”—, y los expuso en Twitter.
Aún peor, si China, la Unión Europea, y el resto de potencias económicas responden a los aranceles de Trump de la misma manera, Argentina tendrá cada vez más difícil lograr la venta de sus productos al mundo. Ni qué decir de una China disminuida cuyas compras de productos argentinos podrían resentirse.
En materia de política exterior el escenario bilateral tampoco está claro. Milei se alineó de forma decidida con Volodimir Zelensky, e incluso coqueteó con la idea de ayudarlo en su guerra con Moscú. Trump, por su parte, ha criticado públicamente al presidente ucraniano, y ha dejado en claro que su gobierno dejará de prestar dinero a Kiev para sostener la guerra.
En los casos de China e Israel es donde Milei puede encontrar más afinidades con Trump. El problema es la diferencia de poder entre Argentina y Estados Unidos. Mientras que Washington puede pelear de igual a igual con Pekín, el gobierno de Milei está en una situación mucho más vulnerable para enfrentarse a China, incluso cuando se trata de cuestiones sólo retóricas.
En cuanto a Israel, cualquier involucramiento mayor de nuestro país en el conflicto en Medio Oriente puede agravar los problemas de seguridad interior de Argentina. Dependerá de Milei y su poder de negociación que pueda arañar beneficios de parte de Trump por reeditar las “relaciones carnales” con Washington.
Por último, el líder paleolibertario tendrá todo un desafío por delante cuando pruebe de primera mano que Donald Trump practica el mismo ejercicio de la política que él: discursos de odio, información sesgada, inclinación al autoritarismo, y una enorme pasión por el caos. Que las esperanzas de Milei estén puestas en la solidaridad de Trump puede resultar tan aventurado e incierto como pedirle un milagro a tu dios.
AF/DTC
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