Cómo una banda de presos brasileños se apoderó del tráfico de cocaína a Europa
En un claro de la selva amazónica brasileña, un gángster venezolano con cicatrices de bala fuma marihuana colombiana.
“Todo el mundo sabe que esta vida sólo conduce a dos cosas: a la cárcel o a la muerte”, dice el narcotraficante mientras relata sus quince años de trayectoria delictiva, desde adolescente contrabandista de ron hasta miembro de uno de los grupos de delincuencia organizada más temibles del mundo.
Mientras sus colegas se mezclan bajo el árbol de guama donde venden crack, cocaína y hierba, el hombre proclama el lema de su facción.
“Todos para uno y uno para todos. Juntos venceremos”, dice en una mezcla fronteriza de español y portugués. “¡Quince, tres, tres!”
“Quince, tres, tres” es el nombre en clave alfabético del principal sindicato del crimen de Brasil, el Primer Comando Capital (PCC), fundado hace tres décadas en una cárcel de San Pablo. Pero el traficante venezolano da su discurso en las afueras rurales de una ciudad del Amazonas, a más de 3.000 kilómetros de la penitenciaría donde nació el PCC.
“Predican la paz, la justicia, la libertad, la igualdad y la unión para todos”, dice el venezolano sobre la facción en la que fue “bautizado” una década atrás, tras huir por la frontera para escapar de ser asesinado.
Durante gran parte de sus treinta años de existencia, el PCC ha sido considerado una fraternidad carcelaria, que reclutaba a “hermanos” encarcelados como el venezolano ofreciéndoles protección dentro de las violentas y abarrotadas prisiones brasileñas. Creada en agosto de 1993, se convirtió en la facción criminal más temida de Brasil, conquistando mercados de droga, rutas de contrabando, barrios marginales y prisiones de todo el país, incluidos los rincones más remotos de la Amazonia. También se convirtió en un actor importante en otros países sudamericanos, como el vecino Paraguay, donde se le atribuyen multimillonarios robos a mano armada, atentados con explosivos y asesinatos selectivos.
Pero en los últimos cinco años, los investigadores afirman que el PCC —al que Estados Unidos califica ahora como uno de los grupos de delincuencia organizada más poderosos del mundo— se ha transformado en una fuerza aún más formidable tras forjar lucrativas alianzas con socios que van desde productores de cocaína bolivianos hasta mafiosos italianos. En la actualidad, el grupo cuenta con decenas de miles de miembros y una cartera de intereses cada vez mayor, que incluye minas de oro ilegales en el Amazonas. Controla una de las rutas de tráfico más importantes de Sudamérica, que une Bolivia y Brasil con Europa y África, y es en parte responsable de un tsunami de cocaína que ha provocado atentados con coche bomba, asesinatos y tiroteos en partes de Europa.
“Si alguien consume cocaína en Francia, Inglaterra o España, es muy probable que haya llegado allí a través del PCC”, afirma Lincoln Gakiya, fiscal del GAECO, el grupo de lucha contra el crimen organizado de San Pablo, que calcula que el grupo obtiene US$ 1.000 millones al año, casi en su totalidad del tráfico internacional.
La historia de la mutación del PCC de banda carcelaria regional a behemoth mafioso comienza a principios de los años ‘90 en el estado de San Pablo, entonces hogar de unos 50.000 presos sometidos a condiciones infrahumanas en cárceles de condiciones muy precarias.
“La cárcel era una pesadilla hobbesiana”, afirma Benjamin Lessing, profesor de la Universidad de Chicago, en referencia al filósofo inglés del siglo XVII Thomas Hobbes, que consideraba que los seres humanos perseguían implacablemente su propio interés. Lessing, cuyo próximo libro, Criminal Leviathans, trata sobre el PCC, añadió: “Peleas, asesinatos y violaciones de todos contra todos. Era una situación infernal”.
Ese infierno oculto acaparó la atención mundial en 1992, cuando 111 reclusos murieron después de que la policía irrumpiera en la mayor prisión de San Pablo, Carandiru, para sofocar un motín. Algunas víctimas murieron por disparos; otras fueron fueron mutiladas por perros policía. Los supervivientes se escondieron bajo los cadáveres de sus compañeros de celda mientras la policía clavaba bayonetas en los cuerpos para asegurarse de que estuvieran muertos.
Diez meses después, los presos de otra cárcel de San Pablo, Taubaté, formaron una asociación criminal con la esperanza de que les protegiera de un derramamiento de sangre similar. “El PCC se fundó porque no había ningún lugar al que huir”, declaró posteriormente el actual líder del grupo, Marcos Willians Herbas Camacho.
Lessing dijo que la idea del PCC era tomar con mano de hierro el control de Taubaté y otras prisiones para proteger los derechos de los reclusos y sus propios intereses delictivos.
“Empiezan en esta situación de pesadilla y reúnen suficiente poder para someter a todos los rivales. Se convierten en una especie de leviatán, toman el poder y luego instauran una especie de orden social, una paz, que hace que todo el mundo esté mejor”.
“Por supuesto, a algunos no les gusta”, añade Lessing. “Pero el preso medio está contento de ser gobernado, igual que el ciudadano medio está contento de que haya un Estado”.
Control y ofensiva
Durante la década de 1990, el PCC estrechó su control sobre el sistema penitenciario de San Pablo, pero pasó desapercibido hasta que miles de guardias y visitantes fueron capturados durante un alzamiento masivo en 2001. Cinco años más tarde, el grupo volvió a acaparar los titulares al paralizar prácticamente San Pablo con una oleada de ataques coordinados contra la policía que causaron centenares de muertos.
Gakiya, que por aquel entonces estaba empezando su carrera como fiscal antimafia, afirmó que la ofensiva del PCC encontró a las autoridades totalmente desprevenidas. “No teníamos ni idea de quién nos estaba atacando ni de cuántos eran”, admitió Gakiya. “Estábamos a oscuras”.
Casi dos décadas después, el poder del PCC es clarísimo. “El PCC se ha convertido en un cártel sudamericano”, afirma Marcio Sérgio Christino, fiscal y escritor, uno de los mayores expertos brasileños en sus actividades.
Tras haber dominado gran parte del mercado nacional de drogas de Brasil —y haber establecido un monopolio sobre la escena criminal de San Pablo—, Gakiya dijo que el PCC comenzó a mirar hacia el extranjero a finales de 2016. Se cerraron acuerdos con el grupo mafioso más poderoso de Italia, la 'Ndrangheta, así como con mafias serbias y albanesas, y el PCC comenzó a enviar toneladas de cocaína desde puertos brasileños a Europa.
“Compran [la cocaína en Bolivia y Perú] por entre US$ 1.200 y US$ 1.800 el kilo y la venden [en Europa] por una media de € 35.000. En Francia este año alcanzó los € 80.000. Esto genera unos beneficios extraordinarios”, afirma Gakiya.
Christino atribuyó gran parte del éxito del PCC a su carismático líder, Marcola, un antiguo chico de la calle y asaltante de bancos que se hizo con el poder a principios de la década de 2000, durante una mortífera lucha por el poder en la que participaron los dos fundadores de la organización, Cesinha y Geleião.
“Es un tipo muy inteligente”, afirma Christino sobre Marcola, un “ávido lector” entre cuyas preferencias literarias se encuentran Tom Clancy, Sun Tzu y Machado de Assis. Cuando se le pidió que nombrara a sus cinco escritores favoritos mientras prestaba declaración en 2006, Marcola citó a Friedrich Nietzsche, San Agustín, Victor Hugo y Voltaire, y afirmó haber leído la Biblia cinco veces.
Un informe de un psicólogo de la prisión calificó al jefe del PCC de “hombre lúcido, decidido, audaz y valiente, que habría disfrutado de un gran éxito profesional si hubiera tenido la oportunidad”.
Marcola, de 55 años, que cumple una condena de 342 años de prisión por asesinato, robo y tráfico de drogas, tampoco es un hombre con el que se pueda cruzar. A finales de 2018, Gakiya decidió trasladarlo a una prisión federal de máxima seguridad, tras el descubrimiento de un audaz complot multimillonario para liberarlo con la ayuda de mercenarios extranjeros, helicópteros y cañones antiaéreos. “Sabía que podría cambiar mi vida, pero también me di cuenta de que era necesario hacerlo”, declaró el fiscal, admitiendo que no consultó primero con su familia.
Gakiya no era ajeno a las amenazas de muerte, pero el traslado de Marcola alteró radicalmente su vida. Los dirigentes del PCC emitieron un “decreto” pidiendo el asesinato del fiscal, condenando a Gakiya a una existencia recluida que comparó con la vida de Giovanni Falcone, el cruzado antimafia asesinado en 1992. “Espero, por supuesto, no compartir el mismo destino que Falcone”, añadió Gakiya, un amante del rock que recibe protección las 24 horas del día y que no se ha sentido lo suficientemente seguro como para asistir a un concierto en directo desde que vio la gira Joshua Tree de U2 en 2017.
Otra persona cuyo destino Gakiya espera evitar es Marcelo Pecci, un fiscal antimafia paraguayo que fue asesinado por sicarios en motos acuáticas el año pasado mientras estaba de luna de miel en una playa del Caribe. “No fue obra del PCC, sino del crimen organizado, y eso demuestra que pueden encontrarte fácilmente, igual que yo puedo encontrarlos a ellos”, dijo Gakiya, que conocía a la víctima y no ha estado de vacaciones desde hace cinco años.
“Mi gran preocupación es el futuro. ¿Cómo será mi futuro cuando me jubile? ¿Tendré que exiliarme fuera de Brasil para estar seguro?”, se preguntó.
El traficante venezolano expresa una incertidumbre similar sobre su futuro mientras está sentado en su guarida al aire libre describiendo el complejo proceso de bautismo del PCC, que le exigía proporcionar a los superiores una serie de “referencias” y seis “padrinos”.
Una vez admitido, “sólo hay una salida: la Gracia de Dios”, dijo, refiriéndose a los predicadores del hampa que a veces rescatan a los miembros que buscan un nuevo comienzo.
El venezolano se mostró orgulloso de ser “hermano” del PCC, un estatus que le salvó el pellejo durante una purga entre facciones rivales en su antigua prisión. “Fue un día terrible”, dijo sobre la matanza. “Había corazones y cabezas por el suelo (...) tipos corriendo con cuchillos y machetes. Fue una auténtica locura”.
Preguntado por sus sueños, el venezolano expresa su deseo de visitar San Pablo, no para peregrinar a la cuna del PCC, sino para ver una vasta réplica del Primer Templo de Jerusalén construida por una megaiglesia pentecostal.
“Si he sobrevivido tanto tiempo, es por algo”, dice, describiendo sus tres roces con la muerte. “Soy un milagro”.
Traducción de Santiago Armando
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