Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
ANÁLISIS

Trump pone el mundo patas arriba

Donald Trump durante un mitin celebrado en Carolina del Norte un día antes de las elecciones

0

Era el 11 de noviembre de 2020. Había pasado una semana de las elecciones en EEUU y el recuento ya había confirmado la victoria de Joe Biden sobre Donald Trump, quien se negó a reconocer el resultado hasta el punto de alentar la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021. Aquel miércoles 11 de noviembre, al mediodía, Biden tuiteó: “Cuando hablo con los líderes internacionales, les digo: EEUU va a volver. Vamos a volver al campo”.

De la misma manera que la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden representó un regreso de EEUU al concierto internacional, en el sentido de participación en organismos internacionales y cooperación con la Unión Europea, la vuelta de Donald Trump está suponiendo todo lo contrario.

Trump cumple cuatro semanas en el Despacho Oval este lunes, y ya ha conseguido poner el mundo patas arriba desde todos los ángulos posibles: desde la idea de la Riviera de Oriente Próximo alentando la limpieza étnica de palestinos hasta el compadreo con Vladímir Putin sobre Ucrania; desde los aranceles hasta su voracidad con Groenlandia y el Canal de Panamá.

Y todo ello con la bronca con los teóricos aliados de EEUU: sus vecinos fronterizos y la Unión Europea.

A golpe de decreto firmado en el Despacho Oval, Trump está quebrando todas las reglas, internas y externas, de un mundo que, parafraseando a Antonio Gramsci, no acaba de morir mientras el nuevo no acaba de nacer.

“Son en esos momentos de interregno cuando todavía no estamos en el futuro y hemos dejado ya el pasado atrás cuando florecen los monstruos, como ocurrió en los años 30, cuando nació el nazismo y el fascismo, y nos tememos ahora que pueda volver a ocurrir”, decía Josep Borrell, ex jefe de la diplomacia europea, este miércoles en Madrid en la ceremonia de Honoris Causa de la Universidad de Comillas: “¿Cuánto tiempo tardó Hitler en desmontar la República de Weimar? Exactamente, 55 días. ¿Cuánto tiempo se puede tardar en desmontar el orden internacional a golpe de decretos presidenciales desde la Casa Blanca? Si ahora resuena el eco de los años 30 es porque los monstruos que llevaron al mundo a la terrible tragedia de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto vuelven a amenazar nuestra paz. Y sí, la paz no es el estado natural de las cosas, la paz es una excepción”.

La sombra de los años 30

Guerra. Genocidio. Crisis económica. Pérdida de confianza en un sistema que no es capaz de resolver los problemas cotidianos de la gente. Auge del patriotismo ultranacionalista. Culpabilización del último de la escala social de los males que aquejan al país. Desprecio de las clases dirigentes por su desconexión con la sociedad y sus supuestas bases electorales.

El regreso de Trump –alimentado por los problemas económicos cotidianos por votantes demócratas que no tienen para pagar un alquiler, echar combustible al coche o hacer la compra– y el auge de la Internacional Reaccionaria –envalentonada por la conquista de la Casa Blanca– trae a 2025 la sombra de los años 30 a golpe de talonario del hombre más rico del mundo y mano derecha del presidente de EEUU, Elon Musk.

La Internacional Reaccionaria está lanzada, adobada de elementos antiestablishment –Trump–; islamófobos –Wilders–; nacionalistas –Farage–; xenófobos –Le Pen–; reaccionarios –Meloni–; anarcocapitalistas –Milei–; neofranquistas –Abascal–; homófobos –Orbán– y genocidas –Netanyahu–: y, en todos los casos, antifeministas. Esa Internacional ultra, además, se alimenta de los perdedores de la globalización y la crisis climática, acelerados por los bulos y las noticias falsas propulsadas por las redes propias –X, por ejemplo–.

En los años 30 entraron en crisis los sistemas liberales europeos, amenazados por el fascismo y la derecha reaccionaria después de la crisis del 29, y hoy el debate sobre la soberanía y la geopolítica vuelve a estar presente, y de ahí bebe un Trump que no quiere límites exógenos a su poder al frente de EEUU, por eso se salta la ONU, sortea a la UE y recurre a la bilateralidad.

“La Primera Guerra Mundial había destruido el optimismo y la fe en la idea de progreso y en la capacidad de la sociedad occidental para garantizar de forma ordenada la convivencia y la libertad civil”, explica el historiador Juan Pablo Fusi.

Lo peor vendría dos años después, en 1919, cuando la Alemania derrotada firmó el Tratado de Versalles, calificado de diktat por las reparaciones de guerra exigidas, fundamentalmente por Francia, a su enemigo. Las reparaciones económicas nunca pudieron llegar a ser satisfechas, pero las territoriales sí lo fueron. Las primeras, arruinaron el país; las segundas, lo humillaron: pobres y humillados, los alemanes terminaron sustituyendo la República de Weimar por el nazismo.

Antes de la firma del armisticio, Lenin ya había conquistado Rusia para los soviets y se disponía a fundar la URSS en 1922. Al año siguiente, se funda el partido Nazi en Alemania; una Italia insatisfecha con los resultados de la Primera Guerra Mundial, a pesar de estar en el bando vencedor, se entrega a Mussolini en 1922. Miguel Primo de Rivera da el golpe en 1923, 13 años antes de que Franco aseste el suyo, que desembocó en la Guerra Civil y la dictadura. 1923 es también el año de Salazar en Portugal. La dictadura húngara de Horty arranca en 1920; la de Grecia, en 1936, cinco años después de que Japón incendiaria Asia con su guerra con China en Manchuria.

Y, todo esto, ante la incapacidad de la Sociedad de Naciones de ejecutar su principal mandato: la resolución de los conflictos a través de la diplomacia, entre otros motivos porque, su principal impulsor, EEUU, al final no se incorporó al organismo.

Trump cumple este lunes cuatro semanas en la Casa Blanca, y Europa se mira en el espejo de Entreguerras: crisis económica, crisis política y auge de la extrema derecha mientras tiene una guerra en suelo propio cuya resolución parece que va a abordarse sin la UE en la sala y en un cara a cara entre Trump y Putin.

“No deberíamos quitar nada de la mesa antes incluso de que las negociaciones empiecen. Es jugar en el campo de Rusia. Es lo que quieren. ¿Por qué les damos todo lo que quieren incluso antes de que se inicien las conversaciones?”, se ha preguntado la alta representante de la UE, Kaja Kallas. La beligerancia de la jefa de la diplomacia europea contra Trump en este asunto choca con la equidistancia que ha mantenido en otros asuntos, como la propuesta de desplazar a los palestinos de Gaza.

“A la llegada de Trump a la Casa Blanca algunos le llaman momento Maquiavelo, y otros le llaman el momento Tocqueville”, dice Borrell: “Y ese es un momento en el que Europa tiene que saber cómo organizarse para hacer frente a ese mundo complejo y difícil, [...] aprendiendo también a usar el lenguaje del poder que Trump usa de esa manera tan abusiva que a todos nos sobrecoge, ante el cual tendríamos que estar preparados para reaccionar. En los próximos días o semanas se pondrá a prueba la capacidad de respuesta de la Unión Europea porque veremos de qué manera la nueva administración americana pretende resolver el problema de Oriente Medio o el de Ucrania. Y yo no sé cuál será la reacción. Pero sí sé que no deberíamos achantarnos frente a las amenazas del que más grita y que tendríamos que movilizar los ingentes recursos intelectuales, políticos y económicos que tiene Europa”.

Yalta 2 en el horizonte

“Nothing about us without us”. Era el mantra que Borrell repetía a su homólogo estadounidense, Anthony Blinken, en las semanas previas a la invasión rusa de Ucrania: “No puede discutirse nada sobre Europa sin el concurso de la Unión Europea”, insistía: “No puede haber un Yalta 2, si acaso, un Helsinki 2”.

Y ese mantra vuelve a estar hoy encima de la mesa.

Yalta fue el momento histórico en el que las grandes potencias se repartieron Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero la Europa de 2025 no es la de 1945. No es un continente arrasado que acaba de derrotar al nazismo y al fascismo con la ayuda de EEUU y la URSS, que construyeron sendas áreas de influencia sobre los escombros de la guerra. La Europa de 2025 aspira a tener un lugar entre las potencias geopolíticas –EEUU, Rusia y China–, sin arriesgar el vínculo transatlántico, resucitado con Joe Biden en la Casa Blanca y, ahora, en riesgo con el regreso de un Donald Trump sin contrapesos.

Y Helsinki fue el proceso de 1973-1975, cuando Estados Unidos, Canadá, la Unión Soviética y todos los países europeos (incluyendo a Turquía y excluyendo a Albania y Andorra) redactaron la Declaración de Helsinki, que alumbró la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). La declaración de Helsinki fue un decálogo, no vinculante, que reconocía la soberanía de los Estados; establecía la abstención de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza; reconocía la inviolabilidad de las fronteras y la integridad territorial de los estados; así como el compromiso de arreglar las controversias por medios pacíficos; la no intervención en los asuntos internos de los Estados; el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales; además del derecho a la autodeterminación de los pueblos; la cooperación entre los Estados; y el cumplimiento de buena fe de las obligaciones del derecho internacional.

Trump está poniendo el mundo patas arriba: con aranceles, cambiando los mapas, compadreando con Putin, amparando la limpieza étnica en Palestina, vaciando organismos multilaterales y buscando operar en la geopolítica sin cortapisas.

Etiquetas
stats