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FICHA TÉCNICA

Conejos encerrados, caballos desbocados

Mel y Jack, Jack y Mel.

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Clima: 24 grados en el aire acondicionado.

Geografía: Carolina del Norte, dice la laptop. 

Emoción original: ansiedad.

Factores de estrés: la humanidad.

Factores de calma: maratón de Virgin River.

Emoción final: esperanza.

¿De vuelta en tu madriguera? Me escribe un amigo al que no veo hace meses. Tiene la teoría de que, cuando vengo acá, me escondo. Como los conejos. Todo el mundo se esconde, le digo. Para nada, dice él. ¿Está mal?, le pregunto. Es una inclinación, no está ni bien ni mal. Es como una alergia, retruca: no hay cura, solo control del síntoma. 

¿Por qué se esconden los conejos?, le pregunto. Por miedo, aclara: bah, miedo le llamamos nosotros, vaya a saber qué siente un conejo cuando huye. Vaya a saber qué siente un conejo, a secas. Gatos y perros también se esconden, le digo. No es un dato tan obvio como yo pensaba cuando lo escuché por primera vez: no todos los animales usan ese mecanismo. Los caballos corren, por ejemplo. No saben a dónde. Corren veloces de cara al horizonte, hasta que una nube de polvo se los traga. 

¿Tanto?, dice él. 

Decido contarle algo que no creo haberle dicho antes. Cuando me escondo, me intoxico. ¿Con qué? Consumos que, en circunstancias normales, no elegiría. Se llama ser careta, dice él. Se llama Restorative Secret Behavior, RSB, según algún paper gringo. Funciona como una suerte de rescate anímico.  

¿Cuál es tu RSB?, me pregunta. Los melodramas americanos. No lo veía venir, se ríe. Debe ser el saldo entre los culebrones que veía mi mamá, y que yo espiaba desde muy niña, y esa otra inclinación que nos posee a los caribeños: los consumos yankis. Ahora les llaman, como a casi todo, series, pero supongo que entran en el género de las soup operas

Mi preferida es una que Netflix ha titulado Un lugar para soñar, aunque en verdad se llama Virgin River. Sucede en un pueblo paradisíaco de Carolina del Norte. La miro sola por avara. Quiero seguir la trama sin tener que explicársela a nadie (es inexplicable). Me zambullo en la cama con la laptop en la falda y los auriculares, y mi ansiedad se apacigua en los conflictos que golpean a los personajes. Como la inminente ceguera del Dr. Venon, superada gracias a un tratamiento experimental, resolución a la que dedican un solo diálogo y lo aceptamos conmovidos. O el trauma de la brillante abogada Brie: hermana de Jack, violada por su ex, enamorada del incorregible Brady,  pero comprometida con el noble Mike. Después están Jack y Mel, Mel y Jack, nuestros héroes. Ellos han superado todo: desde la muerte (aquella vez que balearon a Jack), hasta la pérdida de no sé cuántos bebes. Porque Mel, que es enfermera, partera y puericultora, ha tenido que vivir con la ironía cruel de no poder retener hijos en su vientre. 

El secreto es que jamás pasen diez minutos sin que algo muy grave ocurra. Es como si el destino de todo ese pueblo dependiera de una fuerza externa a la que le divierte verlos padecer. Una fuerza de Dios griego. Imagino guionistas en una mesa de trabajo, redonda como el coliseo, titireteando personajes. Imagino que se preguntan ¿para qué escribimos? Y se contestan: para acusar a la humanidad. 

Mi amigo (mucho más sofisticado que yo) no da crédito: no puede ser, dice, ¿qué es lo que te gusta de todo eso? La impunidad, le contesto. Nadie dura mucho tiempo feliz, ni triste. El estado anímico depende del capricho superior. A diferencia de las tragedias griegas, en Virgin River nadie cree en dioses. Pero tampoco se sienten responsables de su suerte. Nadie manifiesta mucha culpa por nada y consiguen rehacer sus vidas varias veces en un mismo capítulo. Cada vez, sin embargo, incluso en estos personajes de cartón, se va instalando la idea de que no existe destino sin tragedia, ni felicidad sin falla. Cada capítulo contribuye a reconocer en la vida la certeza del dolor. Los finales de temporada podrían ser conejos encerrados o caballos desbocados. Pero con la promesa de un rescate, siempre. Se escribe para acusar a la humanidad. Se escribe también para rescatarla. Nada me enseñó tanto. 

MGR/DTC

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