Activismo gozoso, del clown trágico al podcast que no se calla
Vi por última vez a Gabriel Chame Buendia en una sala de Palermo, hace más de quince años. Estaba haciendo unas funciones de Llegué para irme, un unipersonal conmovedor sobre la vida nómade de un hombre solo, siempre dispuesto a partir, con su valija como compañera eterna y la tragedia de no poder parar. Lo había presentado en Brasil, Francia y España, luego de formarse con Etienne Decroux en París y de dar clases en distintas ciudades de Europa.
Nos habíamos conocido en un cumpleaños, cuando teníamos unos once o doce años. Años después, nos reencontramos por una entrevista periodística que le hice para el suplemento de Espectáculos de Clarín. Él ya había girado como integrante del Cirque Du Soleil y regresaba a la ciudad donde había aprendido el arte del mimo con Angel Elizondo e integrado El Clú del Claun.
Tal vez alguien en la sala haya visto, como yo, PI 3,14 y La leyenda del Kakuy, que fue censurada durante la última dictadura cívico-militar por el desnudo en escena de las actrices y los actores y que tuvieron sus temporadas clandestinas.
Volví a ver a Chamé esta semana, cuando asistí al montaje de Othelo-Termina mal y el público aplaudió de pie su magnífica versión del clásico shakespereano. Ahí, en medio del sorprendente despliegue físico y emocional que hacen les actores, volví a comprender de qué manera dejan su huella las enseñanzas de los maestros. Elizondo, una de las figuras claves en el ingreso del mimo al teatro local, tomaba los cuerpos como transmisores expresivos, acentuaba el ridículo, aquello que la sociedad condena, porque es su espejo aumentando. “Uno no debería avergonzarse de su cuerpo”, decía.
Con esa impronta, en Othelo-Termina mal Chamé utiliza el gag, la ironía y la falta de solemnidad para mostrar el femicidio, un cuerpo patriarcal que asesina un cuerpo femenino. El protagonista, sí, es una víctima del racismo, pero en tanto lo atraviesan los celos, el machismo, la manipulación y el rumor, se convierte en victimario de su esposa, Desdémona.
Cuando no hay conciencia del otre como par, el pasaje de una situación a otra, es muy sencillo. El oprimido pasa a ser opresor y viceversa. Todo se encamina y se precipita hacia una tragedia que, si bien fue escrita en la Inglaterra del siglo 17, hoy sigue teniendo plena vigencia en lo real. ¡Y cómo!, acá en Latinoamérica.
Como contrapartida de la llamada opinión pública, esa piel que nos recubre, nos cohesiona y controla, las activistas y comunicadoras españolas Cristina de Tena y Lara Gil le ponen voz a la identidad gorda. Mutante, trans, dinámica, esa identidad irrumpe en la espiral de silencio que se ensancha día a día. Es que cuanto más se difunde la versión dominante por los medios, más se callan y acallan -se restringen, cual dieta- las palabras de quienes piensan diferente.
En su programa radial Nadie hablará de nosotras, que se puede escuchar en Spotify o chusmear algunos fragmentos en la cuenta de Instagram, Cris y Lara cuentan experiencias personales de padecimiento gordofóbico. Pero las chicas no se quedan agarradas del dolor, que siempre es legítimo, sino que explican con absoluta claridad qué es lo que se esconde detrás de cada acto discriminatorio.
En estos tiempos de reivindicación del confesionario, no siempre es conveniente decir lo que nos pasa y mostrarnos como somos. Sencillamente porque, en tanto distintes, les gordes corremos el riesgo de que la sociedad nos señale, nos amenace, nos encierre. “Tenemos miedo a ese aislamiento y eso lleva a cuestionar la opinión propia. El resultado es que limitamos nuestra expresión”, dice Cris, de 31 años, quien acompaña a mujeres en la búsqueda de sus objetivos laborales y de formación. Es feminista y considera que los cuerpos y las vidas libres son el horizonte para alcanzar.
Hay un montón de personas gordas visibles que están mostrando que hacen deporte, se cuidan, se visten bien. Necesitamos otros relatos y no podemos ni nos atrevemos a construir uno gordo porque lo debemos hacer siempre en el marco del relato delgado
“Soy el ejemplo perfecto de que nunca es suficiente lo que hagas para que te acepten”, cuenta. “Puedes crecer trabajando para conseguirlo todo: coraje, carácter, las capacidades que el mundo te pide y aun así no es suficiente. Las niñas buenas, las que pisan las baldosas amarillas, no son corpulentas y menos aún si miden un metro ochenta. Al parecer, ser corpulenta no entra dentro de la lista de cosas que debes tener para triunfar”.
Cris hizo su primera dieta a los 13 años, adelgazó 18 kilos y subió 25. A partir de ese momento, “hice todas las dietas que se puedan imaginar y cuando las dejaba cogía un poco más de peso del que había perdido”.
Su coequiper, Lara, también de 31 años, estudió teatro y antropología, se especializó en estudios de género y trabaja como acompañante de procesos de empoderamiento para mujeres. Con una vida bastante nómade, vivió en México, Chile y Colombia donde participó desde la construcción de soberanía alimentaria y de paz en asociaciones y comunidades en procesos de defensa del territorio.
Para Lara, el relato sobre lo gordo es único “y es que somos unas vagas, tristes, deprimidas, de las que te puedes reir. Nuestra vida solo consiste en comer y sufrir porque comemos”. También apunta contra algunas activistas del body positive y la aceptación corporal, aunque aclara que no se refiere a todas. “Pero las prácticas de las personas gordas más visibles son muy parecidas a las delgadas porque ahí va a tener validez tu historia. La única forma de tener representación siendo gorda es adaptarse a los patrones de la delgadez, ser deseable, cultivar tu cuerpo. Hay un montón de personas gordas visibles que están mostrando que hacen deporte, se cuidan, se visten bien. Necesitamos otros relatos y no podemos ni nos atrevemos a construir uno gordo porque lo debemos hacer siempre en el marco del relato delgado”.
Qué frustrante es vivir intentando convertirnos en superhéroes, en lugar de aceptar que somos vulnerables y que nuestro cuerpo se desgasta por estar vivas“, señala Cris, que en un episodio de Nadie hablará de nosotras que analiza el funcionamiento de las aplicaciones digitales. ”En una red social lo único que puedo hacer es poner me gusta o no me gusta, no puedo generar un debate con otras personas. ¿Cómo voy a posicionarme en esta movida si lo único que hacen es polarizar las opiniones? Supongamos que quiero representar mi cuerpo, que como gorda quiero salir en una red social, las únicas opciones que se ofrecen son me gusta o no me gusta. Así no hay expresión ni hay escucha. Sólo la opinión pública que dice que la gordura es una enfermedad, por eso no escucho, pongo no me gusta, troleo las cuentas. Para las compañeras que están poniendo el cuerpo, “el costo entre expresarte y ser acribillada es muy alto. Prefieres dejar pasar la oportunidad, quedarte callada, y evitar la violencia”.
LH/MF
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