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Al final, no era tan así

Dos años de conflicto ruso-ucraniano: entre un acuerdo de paz y la guerra total

Un tanque ruso destruido en la provincia ucraniana de Zaporiyia.

Agustín Fontenla

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Las fechas todavía importan en Europa. Es lo que George Steiner sostenía a partir de la importancia que se les da a las placas conmemorativas, los monumentos y hasta los nombres de calles que recogen días simbólicos en el Viejo Continente desde hace siglos. Por eso, que se cumplan dos años de la escalada del conflicto entre Rusia y Ucrania es motivo suficiente para que los principales medios occidentales vuelvan a poner el tema al tope de la agenda.

El conflicto muestra un abanico de opciones por dónde abordarlo, y todas están más o menos conectadas. Pero la más relevante es la política, sin dudas, y este año será determinante. Unos días atrás, el muy probable candidato republicano a las presidenciales de noviembre en Estados Unidos, Donald Trump, dijo que Rusia debería poder atacar a cualquier país de la OTAN que no cumpla con el objetivo de invertir en defensa el 2% del Producto Bruto Interno.

En la misma línea debe leerse una declaración de algunos meses atrás en la que dijo que acabaría con la guerra en solo 24 horas, sin precisar qué tipo de negociación o solución propondría a Moscú y Kiev. Como fuera, los comicios no están resueltos aún, pero la declaración del imputado magnate neoyorquino sirve de guía para entender qué es lo que puede esperarse en Europa de un segundo mandato suyo.

Los socios europeos de la Alianza, entre tanto, debaten cómo seguir adelante con el apoyo a Ucrania. En las últimas semanas pareció despejarse el acuerdo unánime de los 27 miembros de la Unión Europea para transferir un paquete de más de 50.000 millones de euros, lo que ayudaría a estabilizar las cuentas del país eslavo y adquirir nuevo equipamiento militar. 

Sin embargo, eso sólo serviría para que el país agredido no siguiera perdiendo terreno a manos de Rusia. Esta semana, El País de España confirmó que el ejército ruso se hizo con el control de Avdiivka, una localidad de cierta relevancia estratégica que ambos países se disputaban desde hace meses. Lo mismo está sucediendo con Robotine, en el sureste, más cercano a Mariupol y a Crimea, el territorio más codiciado por ambos países.

La única forma de que Ucrania logre dar un vuelco en el campo de batalla es que Occidente le suministre fuego aéreo: los F16 de fabricación estadounidense y misiles de largo alcance. El jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, dijo ayer por primera vez que Ucrania tiene derecho a atacar posiciones rusas en territorio ruso. Para lograrlo, el ejército que lidera el ucraniano Volodímir Zelensky debería hacer uso de un material bélico que solo pueden ofrecerle Estados Unidos y Europa.

En Alemania, por ejemplo, se debate estos días en el Parlamento si se envía o no a Kiev los misiles Taurus, con mayor alcance y sofisticación que los ya enviados por Reino Unido y Francia. Los dirigentes que se oponen, argumentan que atacar a Rusia con artillería alemana daría argumentos a Moscú para plantear represalias contra Berlín. Es el mismo temor que expresan los gobiernos de otros países de Europa, que creen que la línea que divide el apoyo a Kiev del involucramiento total es muy difusa. 

El Kremlin ya advirtió en varias ocasiones que la OTAN se encuentra al límite de meterse de lleno en la guerra. El exprimer ministro Dmitri Medvedev, hoy vicepresidente del Consejo de Seguridad, posteó en X unos días atrás que si Occidente buscara restaurar los límites de Rusia de 1991 obligaría a Moscú a utilizar armas nucleares contra Kiev, Berlín, Londres y Washington. Vladímir Putin, por su parte, pareció recordar los dos años de la escalada con un sugerente vuelo en un bombardero supersónico con capacidad de lanzar misiles nucleares. 

Todo forma parte de la retórica usual del Kremlin hasta que un buen día la guerra se desata de forma tan real como sucedió con los tanques rusos avanzando por las carreteras de Ucrania en dirección a Kiev el 24 de febrero del 2022. La revista The Economist de esta semana muestra en su tapa la espalda de Trump, y el frente de un Putin asertivo que observa con binoculares el horizonte. “¿Está Europa preparada?, se pregunta la publicación inglesa. 

En el periódico catalán La Vanguardia un informe especial sobre el conflicto recoge declaraciones de funcionarios europeos que aseguran que Europa no está en condiciones de enfrentar un escenario geopolítico de guerra contra Rusia. Es hora de que la UE gaste más, gaste mejor y gaste dinero europeo en defensa dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von Der Leyen, según cita la corresponsal en Bruselas, Beatriz Navarro, autora del reportaje. No será fácil pasar de los dichos al hecho, sobre todo para la funcionaria alemana, que deberá ganar las elecciones de este año si quiere seguir en el cargo más importante de la Unión Europea.

En la entrevista que el paleolibertario Carlson Tucker le realizó a Putin semanas atrás, distintos analistas políticos creyeron entender que el presidente ruso se mostraba dispuesto a negociar un acuerdo de paz con Ucrania. A esta altura, con la ofensiva ucraniana oficialmente frustrada, y Rusia en mayor control de territorio que un año atrás, ¿qué sería digerible para Kiev en una negociación, y qué estaría dispuesto a ceder Rusia en una posición de fuerza? En un atisbo de racionalidad bastaría con pensar que cualquier acuerdo que evite una guerra a gran escala en Europa, sería suficiente. ¿Lo es?

En cualquier caso, el de una guerra congelada o el de una guerra expandida, la política aparece desconectada de la realidad, sobre todo cuando se trata de los funcionarios de Bruselas o Washington. Ningún norteamericano ni ningún ciudadano de la Unión Europea debió alistarse para participar del conflicto en Ucrania. Resulta mucho más fácil debatir sobre aviones, misiles y artillería que sobre vidas humanas. 

Sin embargo, ese no es el caso en Rusia y Ucrania. Este último país acaba de presenciar un enfrentamiento entre el presidente Zelensky y el popular exjefe de las Fuerzas Armadas del país, Valeri Zaluzhni, que terminó con el dirigente militar echado. El mayor punto de discordia entre ambos era la posibilidad de llamar al ejército otra vez a cientos de miles de ciudadanos ucranianos. La forma en que terminó la disputa política muestra la gravedad del asunto.

En Rusia, mientras tanto, no está claro si el Kremlin hará una nueva movilización. De hacerlo, sería después de las elecciones presidenciales del 18 de marzo. Pero dependerá del curso que siga el conflicto. Lo que está claro es que si la guerra lo demanda, al líder ruso no le temblará el pulso para firmar el decreto necesario. 

¿Cuánto importarán esas vidas humanas? ¿Cómo se sentirán los ucranianos o rusos arrastrados de forma directa o indirecta a la guerra? Basta salir a las calles de Buenos Aires y tomarse un café con alguno de los ciudadanos de Rusia o Ucrania que viajaron de un día a otro a un país desconocido y alejado como es Argentina con tal de no empuñar un arma.

AF/DTC

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