Un asesino entre nosotros
Por primera vez, Fantagas integral uno de los trabajos fundamentales de Carlos Nine (1944-2016), el dibujante popularmente recordado por sus tapas en la revista Humor (el culo de Manzano, el gato de Menem), se publica en Argentina. ¿Qué es Fantagas? En primer lugar, un criminal. Y en segundo, una creación de Nine que da cuenta de las fechorías de su personaje central y que la editorial local Hotel de las Ideas publica en un volumen integral. Como muchas otras obras trascendentes, esta historieta lleva a pensar invariablemente en esa suerte de marca de nuestros tiempos llamada “corrección política” que podría sintetizarse en la voluntad de asignar a las palabras un signo unívoco, sea positivo o negativo. Un sistema binario que, se supone, reduciría los riesgos que significa dejar la interpretación al público, sustituyéndola por la seguridad de manejarse con términos automáticamente circunscriptos a la esfera de lo bueno o lo malo. Pero, tras las reiteradas críticas por parte de intelectuales y artistas de todos los colores, la avanzada de lo políticamente correcto fue pasando de tener una connotación levemente ridícula a otra directamente negativa (sobre todo al verse asociada a la cultura de la cancelación) y desembocó en la paradoja de lograr que la corrección política fuese otra víctima de la corrección política. A modo de ejemplo, un conocido autor de historietas argentino -hoy radicado en Francia-, me contaba el problema que había tenido al editar uno de sus últimos libros acá. En una página narraba en primera persona un sueño erótico. Sus editores objetaron la secuencia, afirmando que el autor necesitaba el consentimiento del objeto soñado o “iba a tener problemas”. Él resolvió la cuestión agregando una advertencia a los lectores que sonaba tan risible como para ser en sí misma un gag. Por supuesto, lo que estos editores objetaban, quizás sin saberlo, era la misma idea de ficción. Para ellos, Poe sería un asesino, Cervantes un loco y Echeverría un violador. Y, un libro como Fantagas, algo así como una aberración de la industria editorial.
Ignorado en nuestro país, Fantagas conoció ediciones y reediciones en Francia, donde fue publicado originalmente en 1995 y tuvo desde entonces exposiciones, ensayos, “fan art”, alguna copia y hasta una continuación. Fantagas es una sombra asesina que se desplaza por los tejados de una ciudad que recuerda mucho a París pero que está hecha de botellas rotas y restos de basura. Se dedica al robo, el asesinato o la violación, según su estado de ánimo; y tiene su némesis en la blanca gata Siboney, que se dedica más o menos a lo mismo, pero de manera más anárquica; cual monotributista del delito. Porque en Fantagas el poder, encarnado en el Inspector Pernot, siempre tras los pasos del criminal, tiene más de una cosa en común con los fantasmas a los que persigue. Un poco como ocurre con la corrección política, que, sumada a la destrucción de la industria editorial, algo de responsabilidad tiene en esto de que leamos una obra argentina tanto tiempo después de su creación. En otro caso, semejante demora volvería innecesaria la lectura. ¿Qué sentido tiene leer un libro que atrasa casi treinta años? Para una época donde buena parte de lo que se edita debe justificarse apelando a un sistema de valores que formen parte de un efímero paisaje de época, el salvaje anarquismo de Fantagas lo preserva de la vejez mejor que el Photoshop a las divas de la pantalla.
El universo de Fantagas, como el de su autor, vive fuera del tiempo. Mezclando pasado y futuro, retoma de maneras inesperadas vías que habían quedado truncas; o se interna por ramales tan cerrados como los que dejó Menem. Cosas que fueron conocidas y luego olvidadas, como la estética del cine mudo, de la primera historieta o del Art Nouveau, en un cambalache genial que solo un argentino podría haber imaginado.
Se sabe que cuando el pasado aparece en escena es, muchas veces, para ser a continuación criticado bajo las luces de nuevos paradigmas éticos. En esto, los positivistas actuales no se diferencian demasiado de sus abuelos del siglo XIX. El universo gráfico (pero también moral) de Fantagas nos propone algo distinto. La idea contraria, en realidad: que los monstruos del pasado son útiles para descubrir con mayor claridad aquellos que nos rodean, disimulados en un magma de buenas intenciones. Ojalá que los crímenes de Fantagas, ocurridos treinta años atrás, pero cuya sangre sigue tan fresca como las acuarelas del primer día, sirvan para investigar nuestros pequeños asesinatos cotidianos.
NG
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