¿El consumo me consume?
Me encantaría ser de esas personas que tiene una relación sana con el consumo, que naturalmente necesita poco. ¿Existen esas personas? Creo que sí, aunque no es mi caso.
En cambio, soy de esas a las que el capitalismo le martilló la cabeza y, muchas veces, se encuentra deseando cosas que no necesariamente necesita (honestamente, casi nunca) y además no siempre puede comprar.
A veces, no sé si tengo que aprender o desaprender los hábitos sobre el dinero. Vivo anotando en papelitos (que después pierdo) y en planillas de excel (que cuelgo al mes) lo que tengo, lo que me gustaría tener y las deudas. Pongo, casi como en una lista de deseos, lo que me gustaría ahorrar cada mes y voy tachando las cosas de manera poética pero poco rigurosa.
Si pienso cómo fue mi vínculo con el dinero, lo pienso así: desordenado, con desconfianza y con muy poco conocimiento.
Quienes estamos transitando la década de los treinta, formamos parte de una generación que fue criada y socializada en el hiperconsumismo. Fuimos parte de ese grupo que, por falta o por exceso, necesitó de muchas cosas. Consumimos para sentirnos mejor, compramos productos para aceptarnos y nos anotamos en infinitos cursos para progresar ¿en qué?
Entre mis amigos y amigas circulan los memes de qué cosas pudieron comprarse nuestros padres y qué cosas nosotros. Ellos, una casa; nosotros, un paquete de Pringles. Me río pero a la vez me da ganas de llorar.
Sin embargo, intento aprender sobre educación financiera. Hago un esfuerzo y escucho podcasts sobre cómo invertir, leo artículos, sigo a influencers y me bajo sus aplicaciones.
A la hora de comprar, por ejemplo, sigo las publicaciones de Magdalena Gowland de @nogastesdemas. Ella da consejos en ahorro y compras inteligentes. Su motivación, a la hora de crear su cuenta, fue darse cuenta que “tenía algo de valor que podía compartir con los demás”. “El hito fue un día que fui al supermercado y estaba comprando pañales, y delante mío había un hombre comprando el mismo ítem y pagando el doble por no tener la tarjeta de fidelización del supermercado. Ahí fue cuando me pregunté: ¿cómo puede ser que esta información no esté al alcance de todos?”.
La escucho y me pregunto: ¿hubiera sido distinta mi relación con el dinero si la hubiera aprendido de chica? ¿Por qué nadie me habló de educación financiera en el colegio? ¿Por qué se espera que aprendamos, casi por arte de magia, a manejarnos financieramente bien?
Entre mis amigos y amigas circulan los memes de qué cosas pudieron comprarse nuestros padres y qué cosas nosotros. Ellos, una casa; nosotros, un paquete de Pringles
Me interesa pensar si es posible que ayudemos a las próximas generaciones a pensar su vínculo con el dinero. Así como la ESI plantea la educación sexual integral de forma transversal, ¿no podemos también pensar en una educación financiera?
Le pregunté a la economista, periodista y docente Natalí Risso sobre qué aprenden los y las estudiantes en Economía hoy y me contestó: “El programa hoy, en la Ciudad, es súper abstracto y antiguo. Está muy alejado de la realidad y de la demanda de los y las adolescentes. Son temas necesarios si te vas a formar como economista, pero no para una materia en el nivel medio. Para aprender o para acercarse a la economía, a mi criterio y en función de la demanda y en el intercambio con los estudiantes, el deseo viene por otro lado. Algo más aplicable”.
¿Y qué cosas serían “deseables” saber? ¿Por qué es importante la educación financiera?
“Es súper importante que se de en escuelas porque tener educación financiera te permite poder elegir. Que los y las chicas conozcan el valor de las cosas, el esfuerzo, cómo se administra, son temas súper importantes para desenvolverse en la vida. La educación financiera te da libertad en la toma de decisiones”, explica Gowland.
Risso propone, “más allá de que la educación financiera en el nivel secundario empiece por contenidos menos complejos, es el inicio para que todos y todas puedan acceder a cierta información. Que no sea un conocimiento de un grupo muy reducido y de hombres”.
Converso con mis estudiantes, les comparto mis inquietudes y son los primeros en alzar la voz. También quieren aprender de eso. Dicen “eso” porque no saben bien qué, pero quieren aprender. Educación y seguridad financiera, criptomonedas y billeteras electrónicas, cómo ahorrar y armar un presupuesto personal, para qué sirven las cuentas bancarias, cómo usar las tarjetas de crédito y un glosario de términos financieros para empezar a familiarizarse (¡incluida la tan temida AFIP!).
Como vemos, hay demanda, ¿ahora cómo lo aplicamos?
“La aplicación es lo más sencillo. Desde visitas a la Bolsa, al Banco Central, a pymes. Es muy dinámica la forma en la cual se puede enseñar educación financiera. Hoy en día hay un montón de espacios donde se enseña educación financiera a adolescentes, desde redes sociales o cursos de economistas. Pedagógicamente hay muchas maneras de hacerlo”, explica Risso.
Leo a Rosario Bléfari en Diario del dinero y no puedo sentirme más identificada. “Pensamientos de dinero, de ganar más dinero, de qué hacer y de qué no tengo ganas de hacer”. Somos muchos los que aprendimos, sobre la marcha, qué hacer con el dinero (o con la falta de dinero). Pero de alguna u otra forma, nos la terminamos arreglando.
Por eso acá el foco no está en nosotros sino en los y las que todavía no ingresaron al sistema económico y laboral. Pienso que a mayor educación financiera, mayor inclusión.
Que los y las jóvenes aprendan (¡y nos enseñen!).
FS
0