Por qué no existen ni las guías ni las familias perfectas
Intento pensar qué es lo que me hizo ruido de Guía para la familia perfecta, una película que me propuso el algoritmo de Netflix la semana pasada.
Es una historia más de una familia canadiense clase media, media-alta, con problemas bastantes comunes y propios de esta época: la sobreexposición a las redes sociales, vínculos difíciles entre mapadres e hijos adolescentes y una sobreexigencia desmesurada hacia la niñez.
Quizás eso fue algo que me molestó, saber que perdí tiempo viendo una película que no me gustó tanto cuando podría haber hecho otra cosa. Porque incluso cuando estoy consumiendo diversión y tiempo ocioso, lo hago de manera calculada.
Y acá encuentro el primer problema. El tiempo en el que vivimos: serio, prolijo, cronometrado, meticuloso, exacto, productivo. No tengo tiempo para perder el tiempo.
¿Pero no es ese acaso el tiempo que comparto con mi hija hoy? ¿Por qué siento que, cada vez más, los niños y las niñas también viven tiempos de sobreexigencia e inmediatez?
Pensando un poco más, ahí encuentro qué fue lo que me molestó. En la película, vemos a adultos sobreexigidos criando en una sociedad en la que sólo parece haber tiempo para la productividad. Y nada tiene que ver con que la película sea “buena” o “mala” sino que hizo patente una intuición: a veces, casi sin querer, esa hiper exigencia es transmitida a las infancias.
En una escena, vemos al padre diciéndole a su hija adolescente, “como te vean a vos me van a ver a mí”. Me horrorizo pero me acuerdo, con vergüenza, que muchas veces me encuentro esperando que mi hija también me haga quedar bien.
¿Qué quiere decir que me haga quedar bien? ¿Qué se porte bien? ¿Qué actúe de manera adulta?
Que haga cosas. Que las haga bien. Lo veo en la película, lo veo conmigo misma y en mi trabajo con chicos y chicas. ¿Por qué nos obsesionan los tiempos de las infancias? ¿Por qué es tan importante hacer las cosas en tiempo y forma? ¿Por qué estamos tan pendientes de lo que hacen nuestros hijos e hijas? ¿Cuál es la diferencia entre observarlos y estar acompañando sus procesos? ¿Por qué los y las llenamos de expectativas?
Como explica Byung-Chul Han en la Sociedad de la transparencia, vivimos tiempos de extrema aceleración. Y en estos tiempos acelerados, donde no importa cómo y qué estemos haciendo, lo único que parece valer es el rendimiento.
“En contraposición al cálculo, el pensamiento no sigue rutas previsibles, sino que se entrega a lo abierto”, explica Byung-Chul Han. Y un poco así pienso que es -o me gustaría que sea- la infancia. “En virtud de su narratividad habita en ellas un tiempo propio. Por eso no es posible ni tiene sentido acelerar su proceder”.
En estos tiempos acelerados, donde no importa cómo y qué estemos haciendo, lo único que parece valer es el rendimiento.
De nuevo. Una cosa es que nos preocupe algo, le prestemos atención y pidamos ayuda. Otra muy distinta, es estar comparando a nuestros hijos e hijas y sus logros como si fueran robots o máquinas de rendimiento y no personas a las que les pasan cosas.
No me interesa que mi hija crezca en un espiral infernal ¿hacia dónde?
Me interesa que las infancias crezcan con la autonomía suficiente -y también con el acompañamiento y apuntalamiento- para que nadie los apure porque sí.
A veces tengo la sensación de que en la crianza confundimos el acompañamiento como madres y padres con la evaluación. Criar no es evaluar. Enseñar no es evaluar. Educar no es evaluar. Mapaternar no es evaluar.
¿Acaso queremos ser evaluadores de nuestrxs hijxs? ¿Esa es la forma en la que queremos vincularnos con sus saberes y aprendizajes? ¿Cuál sería el objetivo? ¿Qué queremos lograr?
No quiero, por las exigencias de la sociedad en la que vivo y crio, llevarme por encima sus propios tiempos. No quiero una hija hiper productiva y eficiente, no quiero hacer de su infancia una infancia adulta.
¿Pero es posible exigir(nos) menos?
Hablé con María Agustina Capurro, psicóloga con orientación Perinatal y reproductiva (MN 69748). “Las exigencias de las infancias van de la mano de las exigencias de los adultos. Los adultos, desde la inseguridad, le exigimos a nuestros hijos e hijas que cumplan con algunas cosas para quedarnos tranquilos de que lo estamos haciendo bien”, explica.
“Entender que la mapaternidad es una construcción desde un lugar de no-saber, que siempre es caso a caso, y que es importante ver cómo están nuestros hijos e hijas. Cómo fluye el vínculo, cuál es nuestro nivel de compromiso en ese vínculo, cómo es el tiempo que pasamos juntos. Aún así, cada hijo e hija es diferente y es importante saber que no hay garantías y que la crianza es un movimiento constante, de mucho dinamismo. Pero es en ese vínculo que se crean las posibilidades de escucharnos y de entregarnos al proceso”, agrega Capurro.
Los adultos, desde la inseguridad, le exigimos a nuestros hijos e hijas que cumplan con algunas cosas para quedarnos tranquilos de que lo estamos haciendo bien.
Quiero relacionarme con mi hija con el alivio de saber que no necesito que sea nada en particular.
No necesito, como en la película, que sea “campeona” y “llegue primero”, que saque las mejores notas o que aprenda todo rápido y de la forma correcta.
El desafío es encontrar un tiempo por fuera del tiempo. Tiempo para que las infancias no tengan que medir si defraudan o no a sus cuidadores.
Tiempo para dejar de correr, perderse, desencantarse y también aburrirse.
FS
0