¡Corran, zurdos!
La única figura subjetiva que puede presentarse sin contradicciones, no opaca y exenta de dobleces, es el individuo neoliberal. Se constituye así en un punto de coherencia extrema y como lugar-amo desde el que se juzga poseyendo una verdad. La violencia que una enunciación “libertaria” (en su sentido actual) tiene está arraigada ahí: como “yo” soy el único punto de verdad (mi vida, mi trabajo, mi libertad), todo lo que extralimita esas fronteras entra en zonas de no-verdad y, por tanto, posibles de ser denunciadas.
Las izquierdas en algún momento enarbolaron la bandera de la coherencia para reclamar el vínculo entre lo que se hace y lo que se dice; los feminismos a partir del lema “lo personal es político” profundizaron la apuesta diciendo que esa coherencia no podía quedarse en la esfera de lo “público”. Las diatribas “libertarias” cargan sus virulentas denuncias exhibiendo las “incoherencias” de quienes –desde tradiciones y culturas políticas diversas– la reclaman como un criterio de práctica política.
Sin embargo, la coherencia –lo digo para nuestros usos– no puede ser una categoría moralizante porque ahí se anula la exigencia de que sea un criterio atado a una situación para convertirse en un juicio abstracto y es justamente eso lo que habilita la secuencia denuncia-cancelación.
Aquí estamos ante una operación bien complicada: la coherencia sobre la que denuncian los “libertarios” (no podés hablar porque sos kuka, nazifeminista, planero, etc.) está apegada a la necesaria lógica de la cancelación porque todo lo que no se pliegue al punto de verdad del individualismo extremo y, por tanto, exhiba una identidad política colectiva, es cancelable porque es incoherente. ¿Incoherente con qué? Con el único punto de no-contradicción, de verdad-absoluta, que es el yo.
El yo pasa a ser así, insisto, el único lugar de no-conflicto. Más allá del modo grotesco del troll, hay otras enunciaciones. Por ejemplo: “Yo lo único que sé es que mañana me levanto y tengo que ir a trabajar”: con esta frase hay un intento de aferrarse a un criterio de verdad en el que sólo se responde por la actividad individual como aislada del mundo. Constituir ese yo es construir una especie de fortaleza, que me permite sólo tener que dar cuenta de mí pero a la vez atribuirme el poder de juzgar a todo el resto por sus incoherencias.
¿De dónde surge la incoherencia? De cualquier vínculo, tarea, esfuerzo que desborde las fronteras del yo, que experimente zonas colectivas donde habita el conflicto, donde se afirmen perspectivas para juzgar lo que pasa que no pueden restringirse al yo. Aquí nos podemos acercar a otra idea de coherencia, no moralizante. Se puede ser coherente con una situación, con un conflicto: saber qué lo fortalece o que lo hace crecer y actuar de modo tal que la coherencia sea expandir su potencia. Se trata de un criterio de coherencia colectivo que surge de la situación concreta y no de las personas que, siendo moralmente coherentes (es decir, atribuyéndose un poder de juzgar superior basadas en su yo), participan en esa situación. La diferencia parece ser menor pero no lo es.
Ahora hay un último punto: el “anarcolibertarismo” que hace gala de que no necesita ser coherente –en el sentido de que nadie les reclama en serio por ejemplo que pueden estar en contra del aborto pero a la vez defender la “propiedad” del cuerpo como propiedad privada o que un día pueden denunciar a China por comunista y al otro día señalar a ese país como gente que no pide nada a cambio–, se afirma en que a lo único que le deben coherencia es a un “yo”-amo que dice lo que quiere, cuando quiere. Ese es el único criterio de verdad, por eso parecen reírse de que les acusen de no ser coherentes, mientras son absolutamente coherentes al principio (delirante) del yo-amo. Claro que ese yo-amo (patriarcal y colonial), encaja perfecto con el “delirio” del sistema capitalista, de allí su poder.
Agrego delirante, entre paréntesis, porque es sobre una violencia enorme que ese “yo” puede recortarse e independizarse del mundo. Por eso la violencia descomunal contra todo lo que suene a “colectivismo”, a explicitar la relación de dependencia con la naturaleza y los bienes comunes (ecologismos), con las relaciones de afecto y cuidado (feminismos), que habilitan espacios y vínculos opacos, con incertezas, experimentales, contradictorios. Toda la coherencia del “libertario” depende de anular las dependencias que hacen a la fragilidad de nuestras existencias. Toda la virulencia del “libertario” se nutre de denunciar que las coherencias colectivas no son otra cosa que corrupción disfrazada. De nuevo tenemos un punto de trampa complejo: todo lo contradictorio de lo colectivo es catalogado como corrupto a la vez que con esa imagen se desplaza y parece volver insignificante la corrupción institucionalizada (la verdadera casta) de la que el gobierno libertario vive para sostenerse en el poder.
“Van a correr” es la puesta en funcionamiento de la denuncia de incoherencia con que el troll libertario, pagado con recursos públicos, se afirma en que él está en un lugar de verdad que no tiene competencia. Sin embargo, el que vimos correr ayer es ese “yo” desnudo, inexistente en contacto con otrxs, imposible de salvarse si no es resguardado por las fuerzas del orden (por supuesto, pagadas con la nuestra).
VG/DTC
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