La danza de los afectos
Dice la escritora Gloria Peirano que, en Mundos en disolución -el nuevo libro de relatos de Pía Bouzas (colección Manguruyú, Salta el pez ediciones)- en el interrogante “¿qué se derrumba? ¿la mirada? ¿o aquello que es mirado?” hay un transcurrir. Ese pasaje fluido va desde un estado líquido, en el que como lectores nos movemos en espiral, hacia algún sentido que no se deja agarrar. Sobre los modos de ver, plurales, nunca uno solo y neutral, habló en la BBC hace más de medio siglo John Berger, el pintor y escritor. Después, dejó constancia en su libro homónimo de que las imágenes siempre están en conflicto con lo real, que hay algo oculto en la forma de mostrar y mirar, y que es necesario desarmar el fetichismo de las producciones humanas, mercancías del capitalismo.
Fragmentos de realidad, guerra y destino, el despertar de la carne, la mordedura, decían unos versos que le dediqué a mi amiga Marisa Aguilera en el libro Broderí. Con collages del artista visual Adolfo Nigro, mi hermano mayor, armamos un rompecabezas de papeles, colores, textos imperfectos, un work in progress. En esa incertidumbre e impermanencia, nos fuimos haciendo conscientes de nuestro anhelo de una totalidad tranquilizadora y de su inevitable fracaso.
Escribir y pintar, como bailar o hacer música, son artes y oficios que nos entrelazan con otras subjetividades. Actividades políticas (de las polis) fraternas y amables, porque aún en sus facetas más tormentosas, nos conectan con nuestra humanidad, sin destruir a nadie. Somos devenir.
Danzar y conectar, por ejemplo. Así decidió mi amiga Gisela Schwartz nombrar su regreso al baile, como coreógrafa y docente. Gisela danzó casi siempre, con otres, sola y en soledad, en su fantasía y en distintos estudios de Buenos Aires, Miami, Madrid, Londres y otras ciudades. Hubo un paréntesis, aunque el deseo quedó latente y lo volvió a materializar. Hace un tiempo, con sus tres hermosas hijas ya grandes, decidió volver a los salones con barras y espejos, dibujar con sus manos y sus pies en el aire, se dejó conmover por las figuras que ella y sus alumnas son capaces de crear.
Su vuelta al ruedo no sólo le permitió recuperar una actividad que ama, sino que, generosa, ofrenda su saber a otras personas. Muy lejos del esquema clásico para la formación y la ideación de movimientos, facilita clases para quienes tienen ganas de indagar en el arte kinético. Gordas, delgadas, de cualquier género, pequeñas, grandes, plateadas, teens coloradas, rubias, morenas se inspiran con la sonrisa y el alma noble de Gisela. “Todas podemos bailar, todas las edades, todos los cuerpos, todas las maneras conectan” con lo profundo de su ser y se dejan abrazar por la magia sonora. Búsquenla en IG para dejarse llevar por su danzar, en una playa de Marbella o algún salón neoyorkino, cerca del Central Park. “Bailamos para romper moldes, deshacernos de etiquetas y conectar con nuestra alegría”.
Al poema le incumbe todo, aún la tierra más ingrata, la prueba más dura. De su confrontación consigo mismo no está ajena la tierra con lo ajeno. Todo y nada están ahí para ser dichos. El poema es el puente que une dos extremos ignorados, dice en su ars poética Susana Thénon. Pareja de la bailarina Iris Scacheri, de gran trascendencia en los 70, fotografió sus movimientos de mariposa-murciélago, sus bucles y bamboleos en los escenarios del entonces Teatro San Martín. Thénon y Scacheri resonaron con una idea de la vanguardista y trágica Isadora Duncan: El cuerpo está en la raíz de todas las artes. Artes que, como los abrazos, forman la trama de sustentación con que se tejen las relaciones de afecto.
Mientras tanto, las construcciones sociales de lo masculino y lo femenino se fragilizan y surgen celebraciones de la violencia. No es que sean completamente originales, pero están situadas en este presente y en ocasiones parece no haber límites a sus riesgos. Una exhibición de sí por parte de los hombres pretende virilidad, se la glorifica y alimenta formas extremas de la agresión. El odio es feroz y provoca guerras, grietas, polaridades. Hay una fascinación por la imagen propia y la sensación de alcanzar la inmortalidad arrojándose contra el mundo, desafiando, perjudicando, provocando a los demás, señala David Le Breton en Ritos de virilidad en la adolescencia (Prometeo editorial).
Los autoproclamados voceros de Dios encarnan en sus gestos monumentales “una verdad intangible”, absoluta, falsamente neutral y desprovista de ética. “Ofrecen una representación global que alimenta una prótesis fácil de endosar y mitiga la fatiga de existir y de pensar su lugar en el mundo”, escribe el sociólogo y antropólogo francés, especializado en el cuerpo y el dolor.
Zumba sin impacto, con María Laura en la plaza Aristóbulo del Valle y a la gorra, y el taller de danza fusión de Fabiana Maler son, desde hace algunas semanas, mis destinos matutinos. La felicidad corporal en Villa del Parque y en grupo.
“Suavecito y más lento, con ritmo propio, árboles y cielo”, anima María Laura a las chicas y chicos mayores que somos. Hay que ver a mis compañeras y compañeros de más de 80 soltarse y moverse. La profe no deja a nadie afuera.
Fabi Maler – La típica Danza juega con sus amigas Claudia y Grace delante del mural que homenajea a Tita Merello, en Chacarita. O comparte su pasión en Chascomús, cerca de la laguna, con otra obra de arte visual callejero como fondo. Lluvia y calma, feminismo y agitación, bajo techo o en el Abasto con la compañía Sheva Mujeres Danzan Mundos.
Ambas docentes, bailarinas y coreógrafas nos entrenan, nos divierten y nos cuidan para que cada una/uno florezca con el cuerpo que tiene, a su propia manera. Con la maestra Gisela me reencontré por las redes y ojalá, aunque por ahora está lejos, nuestra afinidad electiva vuelva a enredarnos.
LH
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