Emperador malo, emperador bueno: el planeta necesita de otra cosa
La asunción de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos es clave porque desplaza a un matoncito negacionista de la Casa Blanca, pero también porque asume como prioridad de gobierno la lucha contra esta crisis de la que el país norteamericano es el principal responsable histórico. En su primer día, Biden firmó el decreto para regresar al Acuerdo de París y canceló el polémico oleoducto binacional Keystone XL, resistido por ambientalistas y pueblos originarios de la región. Dos señales de lo que el mundo espera: liderazgo internacional y acción doméstica.
La vuelta al Acuerdo de París, que se hará efectiva en un mes, será un espaldarazo a un multilateralismo desgastado. Con todas sus falencias, es el mejor abordaje para esta crisis de escala planetaria. Dado el vacío ambiental que dejó la Casa Blanca en los últimos años, China tomó un rol relevante asociándose con la Unión Europea y posicionándose a la vanguardia en la arena climática internacional. Biden tendrá el desafío de dar la batalla geopolítica por este liderazgo, en una posible retroalimentación positiva.
La diplomacia jugará sus partidos en el G7 de junio, el G20 de octubre y la cumbre climática (COP26) de noviembre. La batalla más dura, sin embargo, estará en la eficacia de las transiciones energéticas nacionales y en el destino y la escala del financiamiento internacional. Esto impactará directamente en el mercado fósil global, cerrando gradual, pero rápidamente, la canilla del petróleo, el gas y el carbón. Esto plantea la pregunta sobre lo que hará el nuevo mandatario con las inversiones que van desde el sector estatal hasta el privado. En Argentina, las inversiones directas estadounidenses representaron un 23% de la inversión extranjera directa en 2020, con especial foco en el sector petrolero. ¿Se hará el distraído, Biden? ¿Podría el nuevo gobierno exigirle a las empresas radicadas en territorio estadounidense que alineen sus inversiones globales con los objetivos del Acuerdo de París?
Incluso si lo hiciera, ¿alcanzaría con eso? ¿Es suficiente que Estados Unidos haga lo que el mundo espera frente a esta crisis que el propio Biden reconoce como una amenaza existencial?
Comprender la crisis climática exige desandar el camino de las desigualdades. Desde la conquista, la relación de los países del norte global con los del sur fue violenta y abusiva. El estado actual es producto de esos vínculos que normalizamos.
Intentar comprender la crisis climática exige desandar el camino de las desigualdades. De la conquista a la revolución industrial, la relación de los países del norte global con los del sur fue violenta, desproporcionada y abusiva. El estado del mundo actual es producto de esos vínculos que normalizamos. Proviene, entre otras violencias, de los cien millones de kilos de plata extirpados del suelo latinoamericano entre el siglo XVI y el XIX, que equivaldrían hoy al doble del total de la economía global y que engrosaron el capital del norte para financiar la revolución industrial. Revolución que, además de esta crisis, trajo un modelo productivo y distributivo que nos asignó el rol de exportadores de materias primas: el oro que extrae Barrick Gold dinamitando la Cordillera de los Andes, la soja transgénica que arrasa con los bosques nativos, o el fracking que enferma y hace temblar a Neuquén. Con ese modelo, el 44% de los argentinos no cubren sus necesidades básicas. Si no cambiamos el paradigma, esta década podremos ver un avance feroz sobre el litio en la puna jujeña que buscará abastecer el recambio tecnológico de los autos a nafta con los que Biden prometió terminar en 2035. Escucharemos que es por el desarrollo, pero seguiremos reproduciendo la fórmula de las crisis. El modelo lo impusieron ellos, pero lo reproducen nuestras élites.
Si no cambiamos el paradigma, veremos un avance feroz sobre el litio en Jujuy para abastecer el recambio de los autos a nafta que Biden. Escucharemos que es por el desarrollo, pero seguiremos reproduciendo la fórmula de las crisis.
Así, los países del norte, con Estados Unidos a la cabeza, acumularon riqueza y prosperidad producto de la extracción y exportación subvaluada y violenta de los recursos naturales de los países del sur. Esta deuda ecológica, busca reconocer el impacto de la externalización del daño ambiental que produjo el desarrollo del norte.
Ese concepto es fundamental para contextualizar nuestro modelo de desarrollo, e incluso sus condicionantes financieros como el que supone la deuda contraída en 2018 con el Fondo Monetario Internacional. Una deuda que se toma luego de una sequía inédita (que evita el intercambio de recursos por divisas, por cuestiones climáticas) y cuyas obligaciones exigen un aumento exponencial del extractivismo para poder pagarla, exacerbando el modelo que produjo lo primero. Un círculo vicioso, producto de un sistema diseñado para sostener el extractivismo y el sometimiento.
La deuda con el FMI se toma luego de una sequía inédita y cuyas obligaciones exigen un aumento exponencial del extractivismo para poder pagarla, exacerbando el modelo que produjo lo primero. Un círculo vicioso
En ese sentido, no sería descabellado que la Argentina le plantee al FMI una condonación de la deuda por criterios ecológicos. De hecho, en abril de 2020, el FMI perdonó deuda equivalente a US$ 215 millones a 25 de las naciones más pobres y el G20 estableció una moratoria de pagos a 77 países por alrededor de US$ 12.000 millones. Un planteo que, en el contexto actual, es todavía más necesario para garantizar derechos sociales mientras se promueve la transición hacia energías limpias y suelos sanos que es imprescindible para recuperar la salud planetaria.
La esperanza climática que Biden representa no nos puede hacer perder la perspectiva del poder dominante y de la lógica neoliberal que promueve la nación que preside, principalmente, porque esa es la raíz del problema. El cambio de paradigma que es necesario requiere de saltos cualitativos que trascienden la escala productiva o tecnológica.
Estados Unidos tiene que decrecer, tiene que descolonizar, tiene que condonar y tiene que reparar. Sin esos cambios profundos —complejos, y muy poco probables— en cuanto a la concepción del crecimiento ilimitado y el sostenimiento de sus vínculos abusivos con el resto del planeta, Biden no podrá levantar la copa de la transformación ecosocial que el planeta demanda. Cambiar a un emperador malo por un emperador bueno puede ser un alivio, pero no es ninguna solución.
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