Greta Thunberg y cómo hablarles a los poderosos en tiempos de posverdad
Atravesamos tiempos de vale todo. Promesas que no se cumplen, conspiraciones de todas las formas y colores, dudas sin fundamento sobre las más elementales bases científicas. Con buena fe, hasta parece liberador: podemos reinventarnos a cada segundo, poner en duda lo que creímos (o nos hicieron creer) y aprender más rápidamente. Con una intención más maquiavélica, cuando las emociones pesan más que las evidencias, se rompe todo consenso básico. No hay construcción posible. Sobre todo en política, la era de la posverdad habilita una profunda hipocresía entre las promesas y las acciones.
La participación de la activista sueca Greta Thunberg en el Austrian World Summit —organizado por Arnold Schwarzennegger desde hace cuatro años para potenciar alianzas por la acción climática— fue una clase perfecta sobre cómo hablarle al poder de estos tiempos. Greta denunció que, si bien la presión pública logró que los líderes deban actuar, están utilizando trucos comunicacionales para demorar la acción verdadera.
“La brecha entre su retórica y la realidad se sigue ampliando, pero es cada vez más difícil de ignorar con cada vez más eventos climáticos extremos a nuestro alrededor”, les dijo Thunberg. Dirigiéndose especialmente a líderes de países de altos ingresos, la activista remarcó que “actúan como que están dando una guerra contra los combustibles fósiles, mientras que abren nuevas minas de carbón, pozos petroleros y gasoductos”. Y destacó algo clave: “pueden, y van, a seguir actuando; pero la naturaleza y la física no van a caer en el truco”.
Es que la crisis climática es, paradójicamente, un escenario perfecto para la posverdad y también su peor enemiga. Los largos plazos, su carácter global, la invisibilidad de las emisiones y las complejas relaciones causales, hacen que todo pueda prometerse en nombre de la acción climática. ¿Cuántos países hablaron ya de cero emisiones netas para mitad de siglo? ¿Cuántos de transición justa y empleos verdes? Por otro lado, la base científica desnuda la sábana corta de los discursos inconsistentes: permite comprobar si en lugar de bajar emisiones, como prometen, en realidad las aumentan.
La crisis climática es, paradójicamente, un escenario perfecto para la posverdad y también su peor enemiga
Días después de la resonante intervención de Thunberg, Argentina también vivió un momento de diálogo entre el poder y los ciudadanos: la audiencia pública por la aprobación de la exploración sísmica en las costas de Mar del Plata. Luego del rechazo de más del 90% de las quinientas personas inscriptas, con exposiciones firmes de organizaciones, especialistas y de una juventud que no se deja engañar, desde el Ministerio de Ambiente dijeron que no aprobarían nuevos permisos hasta contar con un plan oficial de reducción de emisiones. Por una vez, y luego de un decir firme de la sociedad civil, parece que el poder escuchó. El tiempo dirá la verdad.
Recordemos: el gobierno nacional se comprometió a reducir las emisiones casi un 10% para 2030 (en relación con las de 2010) y llegar a emisiones cero a mitad de siglo. Mientras tanto, invierte millonarios subsidios en Vaca Muerta, en la construcción de una nueva central a base de carbón en Santa Cruz y, ahora, en la exploración de petróleo en el Mar Argentino. La decisión del Ministerio de Ambiente, comunicada por el secretario de Cambio Climático, Rodrigo Rodríguez Tornquist, es un paso que acerca los compromisos oficiales a la realidad. Deja los disfraces de lado por un rato y asume las consecuencias de sus acciones.
Mientras, decenas de agoreros de la posverdad climática inundan los medios y las redes sociales con discursos que hablan de ecuaciones complejas, indicadores oxidados y exportaciones siempre erectas. Lo hacen con una certidumbre asombrosa, aunque no se les escapa ni por error cómo sus planes se enmarcan en la reducción de emisiones al que el país se comprometió. Incorporan palabras, pero no conceptos. Denuncian prohibicionismos con un discurso que nos remonta al siglo pasado, parándose discursivamente en la defensa de la libertad mientras defienden a los privilegiados ganadores de un modelo que voló por los aires. Son los aplaudidores del teatro que denuncia Thunberg y la juventud despierta de la Argentina.
En este juego de roles y disfraces, la información es trinchera. Aunque el diálogo con el poder pueda ser frustrante y complejo, el coraje de la denuncia es imprescindible. Hay un pasaje de Les Luthiers que contrasta un monólogo, de uno, con un biólogo, de dos. Nunca más oportuna la biología para entablar un diálogo basado en la evidencia sobre las urgencias que atravesamos. Decirnos cargados de verdad y fértiles de aprendizaje. Bajar del paraavalanchas en el entretiempo de un partido irrepetible y charlar con el resto de la popular (necesariamente, también con la platea). Las trompetas que alientan también son las que aturden. Los cantos de sirena son bellos para un rato de ocio, no para resolver las emergencias que atravesamos.
MF
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