Fito, Messi, el Che y un libro disruptivo
Cuba, una vez más. Qué mejor leerla por estas horas con los ojos de Iván de la Nuez, uno de los grandes ensayistas y críticos culturales cubanos, acaso para encontrar una diagonal que atraviese las controversias sobre su penosa deriva, reactivada acá por recientes intervenciones, por cierto, incisivas, de Fito Páez. Abro Posmo, su último libro, cuando, de repente, me asalta un rap (el problema de la música de fondo y los algoritmos: a veces reclama estar en el centro, más allá de su dudosa calidad y pertinencia). “Llego cuando no te lo esperas, ando con la carga entera, sin fronteras, suelto en la carretera”. Canta Silvito-el libre, el hijo de Silvio Rodríguez, y lo canta desde Miami, donde vive hace años. Y entonces pongo entre paréntesis a Iván, convencido de que esta digresión no es gratuita. A veces el oído manda. Silvito, retomo, es un furibundo opositor. Ha cambiado la nueva trova por el flow. La línea divisoria entre freestyle y el free market es difusa entre tantas cadenitas y tatuajes como nuevos blasones de identidad. “Vine a plantar bandera, por aquí camino sin permiso”. Su tema se llama “Messi”, y circula desde hace unos pocos meses en los sistemas de streaming. El fárrago de sintagmas no ofrece ningún indicio futbolístico. Los seguidores le preguntan al autor en las redes las razones de esa titulación. Él, silencio. La canción ha sonado en esa ciudad antes de la llegada del jugador argentino al club Inter Miami CF. “Siempre caminando con la mente fría como los sicarios/por eso es que no hay contrarios”, rumea el dialéctico Silvito, y la jerigonza, apoyada siempre por el bombo de la máquina de ritmo, cuyas frecuencias se resaltan en el corte, tan tópico, tan trópico y entrópico, podría escucharse como una posible banda sonora de los murales alusivos al rosarino que comienzan a proliferar en esa Florida que administra el ultraconservador Ron de Santis. Un muralista argentino, Maximiliano Bagnasco, estampó su firma en el que engalana la zona de Wynwood.
La testa del campeón del mundo, su sonrisa triunfal, entonces. ¿Cómo no observarla en contrapunto con el relieve escultórico de la gran fotografía que le tomó Alberto Korda a Ernesto Guevara en 1960 y que ocupa el frente de uno de los edificios de la Plaza de la Revolución? Un duelo de miradas separadas por algo más que la corriente del Golfo. Imaginería urbana y arte estatal. Alegría porque sí, y, al otro lado, gravedad histórica sometida al óxido y el salitre. Soportes iconográficos de un negocio redondo alrededor del fútbol administrado nada menos que por Jorge Mas (el hijo de Jorge Mas Canosa, quien expresó las posiciones más radicales del anticastrismo durante los años setenta y ochenta) otean a 367 kilómetros una representación del guerrillero heroico que figura en las guías turísticas como paseo obligado: el museo a cielo abierto de una ciudad donde, masculla El Libre, “casi no hay nada/ni alimentos ni transporte ni corriente”.
Desde ese nuevo costumbrismo rapeado, apenas un documento, un texto social, me pregunto cómo vería De la Nuez, uno de los más agudos analistas del arte cubano, esa serie de imágenes en contraste: ¿un che, Messi como negación de la negación biodegradable? ¿Juego especular, duelo de referencias de época, desiguales relaciones de fuerza entre un pasado perdido y un presente con amagues de venganza? ¿Fulgor del hiperconsumo y ruina del jacobinismo? Quién mejor que él para establecer esos cruces.
Todo el tiempo que me he tomado para llegar hasta Iván no ha sido inocuo. Nacido en 1964, ya sin Kennedy a la cabeza, pero con Fidel Castro en su apogeo, partió al exilio a comienzo de los años noventa porque la vida intelectual se había vuelto tan irrespirable como hoy. Su obra ha comenzado a ser traducida al inglés y es casi obligatoria para comprender, desde una perspectiva disidente y a la vez de izquierda, lo que ha sucedido y puede suceder en Cuba. A partir de El mapa de sal, hace casi 30 años, De la Nuez disecciona como pocos una trama que ha marcado generaciones. Fantasía roja, que acaba de ser reeditado por Rialta, junto con El comunista manifiesto, nos ofrece claves interpretativas de una originalidad que recomiendo a todos aquellos que se enervaron con las sentencias de Fito. De la Nuez traza a través de sus páginas una parábola de las relaciones entre los intelectuales, artistas y figurones que alguna vez se fascinaron con la Revolución, y lo que observamos es una línea descendente se inaugura en su cenit de Jean Paul Sartre, el momento en el que el Che enciende su habano. “El Prometeo que va a robar el fuego. El propietario de la antorcha del futuro, la hoguera para quemar el tiempo. Recibir el fuego de Che Guevara en persona: la síntesis de la mayor fantasía revolucionaria”. De esa escena utópica se pasa a Regis Debray, luego a los escritores del boom y Graham Greene, Robert Redford, Oliver Stone, y así sucesivamente en un camino de depreciación. “Como una carrera de relevos, la fantasía revolucionaria fundada por Sartre ha pasado de mano en mano entre centenares de atletas de la izquierda occidental que han viajado a Cuba, a la caza de su utopía personal. Como se verá, aquello fue mucho más que prender un tabaco. Porque, a la luz de la historia política, el tabaco de Sartre no era un tabaco, como a la luz de la historia del arte, la pipa de Magrite no era una pipa. Desde aquella lumbre iniciática, una nutrida tropa de filósofos, músicos, novelistas, poetas, cineastas y hasta teólogos han convertido a esa isla del Caribe en el destino particular de sus fantasías revolucionarias”. No solo artistas. Aparecen acá Jean Paul Gautier y Naomi Campbell. Si el autor hubiera seguido esa saga, concluida hace más de una década, podría haber añadido a Paris Hilton y Mick Jagger, en una misma constelación que incluye a Páez y al entusiasta publicista Atilio Borón.
Posmo, volvamos al libro, empieza con una experiencia personal, si es que así puede llamarse, de 2015. Había viajado a Cuba procedente de Barcelona, donde reside, para dar de baja a su padre, fallecido unos días antes, de la Libreta de Abastecimiento, la cartilla de racionamiento alimentario que, “por razones obvias, ya no necesitaba”. Llevaba consigo el documento que para acreditar el deceso. La funcionaria de turno le avisó que el trámite era imposible. “Mi vida, ¿tú te has fijado bien quién es el muerto en este documento?”. Y entonces el hijo advierte que el papel que le habían dispensado en la funeraria lo daban a él por muerto. “Recibí un documento para el que uno no suele estar preparado: me fue entregada, en La Habana, una tarjeta de defunción a mi nombre, expedida por los Servicios Necrológicos”. Un hecho insólito, atribuido más tarde a un error burocrático. Semejante dislate le abrió la puerta a una escritura personal, siempre aguda y desenfadada, pero, a la vez, liberada de cargas. “No voy a negar que todo esto me volvió más aprensivo de lo aceptable. Mi muerte, por otra parte, me convirtió en un ser más distante ante los problemas con los que me he venido cruzando en mi vida de ultratumba”. Cada vez que le dicen “posmo”, por posmoderno, un mote que en los noventa podía ser tan celebratorio como estigmatizante, él sonríe y dice, se dice, sí, claro, “posmo”, pero por post mortem.
A Iván le interesa desde siempre la figura de Guevara. De hecho, su segundo nombre, como el mío, es Ernesto. Aquel Che le permite retomar discusiones alrededor del colonialismo. Y no solo porque se trata de alguien que llegó a proponer, sin éxito, que se suprimiera la descripción racial en el carnet laboral de los cubanos. Posmo medita sobre la experiencia fallida del argentino en el Congo, pero para proyectarla sobre la actualidad. No solo recupera las conversaciones con el líder egipcio Gamal Abdel Nasser, y su recomendación al visitante de abstenerse de emprender la aventura guerrillera en África, por cuestiones políticas y de pigmentación (“no eres negro”). A la vez, propone un ejercicio especular con una novela canónica de Joseph Conrad. Leer el diario de la campaña del Che en el Congo en paralelo con El corazón de las tinieblas es “un ejercicio extravagante, pero también alucinante. Un trip entre el yin y el yang de un espacio que se ha convertido en la metáfora más consumada de la pesadilla colonial”. El Che, añade De la Nuez, se había quedado en tierra de nadie. Un nowhere man perpetuo. “Había avanzado más allá de lo posible y esa soledad –fehaciente en el Diario en Bolivia– se debía, primero que todo, a su posición ante el colonialismo. Ese colonialismo que se manifiesta hoy en las diferentes mutaciones de una plantación actualizada en la economía de servicios que genera el turismo y en los desplazamientos humanos. En la descolocación de las poblaciones migrantes y en la deslocalización de las empresas globales”.
Y ahí, De la Nuez abre una interpretación que, me atrevo, le debe algo, en el mejor sentido, al monumental ensayo El ingenio: complejo económico social cubano del azúcar, de Manuel Moreno Fraginals, otro ilustre exiliado. Cambia la zafra por el hotel cinco estrellas y observa que “el régimen eterno de la plantación” se sigue sosteniendo “en el turismo y alimentando el principal renglón cultural de toda economía de servicios: la producción de estereotipos” (“el resort, el resort”, podríamos decir, en vez del conradiano “el horror, el horror”). La mulata, con su meneo sabroso, y ahora, Míster Cuba, porque también se llevan adelante concursos de belleza masculina. El último certamen, no exento de polémicas internas, se realizó en la Fábrica de Arte, tan solo a ocho minutos en automóvil del edificio custodiado por la severa imagen del guerrillero, el mismo que, en 1965, en una carta enviada al uruguayo Armando Quijano, y más tarde conocida como El socialismo y el hombre nuevo en Cuba, pensaba que la juventud sería “la arcilla fundamental de nuestra obra”. En ella se depositaba la mayor esperanza. El camino sería “largo y desconocido”. No obstante “haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos”.
El mundo que propone Míster Cuba estaría, si seguimos a Posmo, más cercano de la iconografía sobre Messi de Miami, y eso es así porque Miami ya está en la isla, como lo advierte buena parte de la nueva narrativa distópica, entre ella la de Jorge Enrique Lage (basta leer su reciente y delirante Libros raros y en uso). Comenta a propósito De la Nuez: “Cubanas y cubanos que nacieron tras la debacle soviética, a quienes se les atragantan las consignas a favor del socialismo eterno mezcladas con la puesta en marcha de un capitalismo de Estado, bien palpable y bien mortal, que contradice esas prédicas. Es la misma generación que alucina cada día en Instagram con el pacto entre el nuevo dinero y la vieja nomenclatura que ha dado lugar a la recomposición iconográfica de nuestra oligarquía tropical”. Silvito es uno de sus síntomas musicales. No el único.
De la Nuez también presta su oreja. Detecta en el regatón la punta de lanza entre la iniciativa privada, el cuentapropismo, la incipiente economía mixta, la rentabilidad y, para volver a Messi, disipación de las fronteras entre La Habana y Miami. “Un termómetro de la Acumulación Rudimentaria de Capital en la Cuba Contemporánea”, dice tan alejado desde siempre de lo que llama la “letanía binaria” de la Guerra Fría y resumida en varias polaridades: Patria o Muerte, Todo o Nada, Revolución o Exilio, Placer o Sacrificio, Habana o Miami. La Cuba posterior a 1991 no los admite, aunque el liderazgo no termina reconocerlo. Las palabras se borran sin embargo con los hechos. La proliferación de resorts y los servicios inmobiliarios se hace a costa de una restricción de la calidad de vida de sus habitantes. Las mejoras en salud y la educación han sido dos de las banderas que el castrismo izó como muestras de la superioridad se su modelo político. Sin embargo, esos dos rubros recibieron juntos en 2022 una décima parte de la inversión destinada al turismo, donde fue a parar el 33% de la inversión, más de 1000 millones de dólares. Turismo y futurismo, ahí. El resort como microestado con su propio programa cultural. El nuevo Hotel The One Gallery Premium Experience ubicado, en Cayo Las Brujas, organizará entre el 17 y 20 de agosto un Festival de Música con varias figuritas residentes en Estados Unidos como Arcángel, Tito El Bambino, Charly & Johayron, Tekashi 6ix9ine, Ñengo Flow, Fixty Ordara & Ja Ruley. Todo en dólares.
Posmo revista el primer estallido social en Cuba, el del 11J de 2021, a la luz de las predicciones que venía haciendo el campo intelectual. El arte suele ser anticipatorio, y mucho más allí. De la Nuez no solo describe la cuadratura del círculo que significa la discursiva comunista en un universo tan post-comunista, empobrecido e inflacionario como el actual, regido por la lógica de casi ocho millones de smartphones y que se ofrece al mundo como paraíso negando no solo esa posibilidad a buena parte de sus habitantes sino a costa de sus mejores tradiciones.
Como se señala en este ensayo y, a la vez, bitácora personal: “entristece constatar, en sentido contrario, que un caribeño como Paul Lafargue escribiera El derecho a la pereza, participara en la fundación del socialismo francés y español, o tuviera por suegro nada menos que a Karl Marx, y que la izquierda de esas mismas playas en las que nació le hayan ninguneado hasta el punto de lapidarlo bajo los nombres de Nikitin, Afanasiev o Rumiantsev en aquellas clases de Comunismo Científico tan al uso en mis tiempos estudiantiles. Tal vez (siempre y cuando sobreviva a la debacle) la izquierda caribeña del porvenir reivindique a este hombre que magnificó la pereza como arma revolucionaria y colocó el placer como elemento subversivo allí donde su ilustre suegro había situado el sacrificio y el trabajo”. Si así sucediera, De la Nuez deberá ser considerado como uno de los grandes impulsores del mulato Lafargue. Toda una distinción, asere.
AG
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