Los hechos sagrados y el lugar correcto
Svitlana Holopoba tiene 84 años y cuando era niña pasó un año en el corredor de la muerte donde vio cómo torturaban a sus padres durante la ocupación nazi de Ucrania. Fue rehén del ejército rumano hasta que un soldado soviético la liberó. Ahora vive en Odesa y desafía a Putin y sus mentiras sobre su país: “¿Acaso soy yo una nazi? ¿Me ves pinta de nazi?”, decía hace unos días en la celebración de la liberación, que tuvo que hacerse este año un día antes por la amenaza de bombardeos de las tropas rusas.
Marina vuelve a casa de Moldavia a Odesa aunque aún no se ha recuperado del estrés de no poderse dar una ducha sin que suene la alarma por bombardeos y tiene en su móvil fotos de amigos asesinados o de escombros de Mariúpol bajo el martirio de los ataques de las tropas rusas. Quiere volver a casa, aunque sea a la guerra.
En Bucha, ante una fosa, los vecinos cuentan las ejecuciones, secuestros y el destrozo de sus casas a manos de las tropas rusas. Lo que cuentan se parece mucho a los horrores que relatan otros ciudadanos sobre el mes del terror en Bucha. Galina e Irina, dos mujeres septuagenarias que siguen en sus casas, muestran sus hogares destrozados y recuerdan las amenazas de los soldados rusos con cortarles la lengua si hablaban o salían del sótano o cómo vieron el asesinato de civiles en plena calle.
Los hechos son sagrados. Las opiniones, a menudo absurdas. Estos son algunos hechos de las crónicas escritas por nuestra reportera Gabriela Sánchez desde Ucrania, acompañadas por las esenciales fotografías de otros dos grandes reporteros, Olmo Calvo y Edu León. Gabriela es la misma extraordinaria reportera que les ha contado con la misma dedicación y entrega el enfado en los refugiados saharauis ante el cambio de postura del Gobierno español, la exclusión sanitaria de migrantes en la Comunidad de Madrid, la negativa al tratamiento vital de personas con VIH, la explotación de jornaleros latinoamericanos incluso dentro de un programa piloto gubernamental, la expulsión ilegal de menores marroquíes, la lucha de una baloncestista en silla de ruedas por huir de Afganistán, el abandono de los intérpretes españoles a manos de los talibanes, las denuncias de criminalización de menores no acompañados, los bandazos del Gobierno en política migratoria, las muertes de las personas que intentan cruzar el mar para llegar a Europa, la paliza a un camerunés en la valla de Melilla y que denunció a España en Estrasburgo y las condiciones insalubres de los campos de migrantes en Canarias. Son solo algunas de sus últimas y valiosas historias que tienen en común con su trabajo de ahora dos aspectos básicos de la profesión periodística: el respeto a los hechos y la denuncia de las violaciones de los derechos humanos.
Los hechos son sagrados. Sobre Ucrania, sobre Afganistán, sobre Marruecos, sobre el Sáhara, sobre Canarias, sobre Madrid. Si lo crees, estás en el lugar correcto.
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