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ESEGÉ (Soy Gorda)

De palabras que pican y contagian

El actor Diego Carreño en el unipersonal La lengua es un músculo pero el lenguaje es un virus.

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Zona de confort, soltar, invisibilizar, fingir demencia, ponele, contrafáctico, espoilear, sinergia, resiliencia, procrastinar, empático, nueva normalidad, contexto, estoy en una, remar en dulce de leche, pintó, mal, se picó. ¿Cuántas veces escuchamos, pronunciamos, hacemos uso y abuso de estas palabras cuya lista se amplía cada vez? Son modismos o expresiones que se contagian como bicho de pandemia y se ponen de moda.

La ambigüedad de los términos, la significación múltiple de algunas frases, la lógica de la sintaxis y el enamoramiento del sentido. Sobre estos temas, con una vuelta de humor, trata la obra teatral La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus, que vi en el teatro Picadilly.

El personaje del unipersonal se llama Esperanto (como el frustrado idioma con aspiración universal) y su apellido es Parola (palabra, en italiano). Me resultó desopilante el espectáculo del actor Diego Carreño, con más de veinticinco años en las tablas del teatro independiente y dirigido ahora por Leandro Aita.

La lengua inclusiva e incluyente, la lengua inocente, pecaminosa o virtuosa, la lengua absuelta, viperina, la que se enrosca, lenguaraz, la amorfa que morfa y deforma. La lengua delgada o gorda, la que se deleita pero no se conforma, de la que se mofan, la lengua a la vinagreta, la oral o escrita. La vernácula y la foránea. La que lame, chupa, besa. La lengua nueva, la glotona. 

Elástica, resistente, potente, si la lengua es un músculo móvil cuyas funciones básicas son el sentido del gusto, la hidratación de la boca y la deglución, acá es el lenguaje el núcleo de interés esencial.

Inevitablemente resuena en el aire la idea del habla como virus que amenaza, daña y lastima, como ocurre con los discursos malditos que niegan desde el poder el derecho a la palabra y a la existencia de gran parte de la población. Pero también nos recuerda su función comunicante privilegiada para el buen trato, la diversión y el amor, alcanzando su mayor virtuosismo en la poesía, que nunca es repetición y siempre es invención.

Metáforas, asociaciones libres, cacofonías, exageraciones, ironía, aliteraciones, metonimias, son recursos retóricos por los que va discurriendo Carreño, con su gorrita de lana y su gestualidad de payaso ingenuo y descontracturado.  Una figura ascética que viveen un universo de palabras, dominado por una mente creativa y febril.

Epíteto: “la sangre roja derramada sobre la blanca nieve”. 

Hipérbole: “era tan pequeñita que no dio a luz, hizo un chispazo”. 

Ironía: “Nicolás Calvo era tan correcto que ninguna de sus ideas sonó jamás descabellada”.

El personaje  se encuentra aislado desde hace un cuarto de siglo preparando la tesis que le permitirá graduarse como Filólogo, u Hombre de Letras. Su arduo trabajo intelectual produjo miles de papeles escritos en una antigua máquina de escribir manual, que se van apilando sobre el piso al lado de su escritorio. Lo que pretende es confirmar el planteo del escritor de la generación beat William Burroughs del año 1966 en el que afirmaba, justamente, que “el lenguaje es un virus”. El autor de El almuerzo desnudo dice que el lenguaje verbal es una cadena informativa que necesita parasitar a los seres vivos (nosotros) para perpetuarse. Imaginariamente, Carreño le solicita al escritor estadounidense autorización para formular “no la antítesis para mi hipótesis; no, la síntesis para mi tesis; no, el paréntesis para mi prótesis, sino la síntesis de una hipótesis sobre la antítesis de una tesis”.

Utiliza y pone en escena elementos retóricos como la paradoja, la metáfora, la paronomasia y la duda, en un desafío creativo que parece no tener límites y que provoca la carcajada permanente del público.

Carreño es un admirador de Pepe Biondi y Jerry Lewis, un émulo de Los tres chiflados, que fue perfeccionando sus propios gags en clases de actuación con  Gabriel Wolf , Roberto Sáiz y Daniel Casablanca, luego de ser rechazado como estudiante en la Escuela de Nacional de Arte Dramático. Mientras trabajaba en un frigorífico, empezó a desplegar su verborragia y su desenfado corporal en la escena  independiente. Hoy, el público explota en la sala para disfrutar de la paradoja, la metáfora, la paronomasia y las dubitaciones de un actor  que fue un adolescente tímido e introvertido del que ya no quedan rastros. 

Alegorías,  retruécanos,  oxímoros y neologismos. Para Esperanto Parola suenan lindo pánfilo, rimbombante, cachalote, doquier, pluscuamperfecto y se escuchan feo ortopedia, forúnculo, dengue y chicongunya . Por su parte,  misiva suena a señorita impuesto.

Puesto a cura de una parroquia, el personaje confiesa que quiere “contar un problema que estamos teniendo con un molinillo, con un solomillo, con un monaguillo de mi diez, de mi dios, de mi diéresis, de mi diálisis, de mi diócesis. Tengo a mi cargo la parranda. No, la parrilla. No, la parroquia del Santísimo del Rencor, redentor. Y me presento ante ustedes porque no podemos dar con el panadero… ¡Con el paradero! De Brian, un molinillo, monaguillo de mi diéresis, de mi diócesis. Brian salió de nuestra diálisis, diócesis, pero me estoy yendo por las rabas, por las ranas, por las mamas. ¡Por las ramas!”

Desmenuza el habla cotidiana para desnaturalizarla y hacer de ella una sustancia novedosa, inmotivada, insondable. Al llevar al extremo lo literal y distanciarlo de su significación habitual, Carreño ingresa en un juego de contradicciones, herederas de los diálogos o monólogos de Les Luthiers, Leo Masliah y los actores de Chachachá.

Frases de una sola vocal como: “Y, difícil. Fingís dividir y dirigir. ¿Y si dividís mi chip sin dimitir mi crisis?”; dudas sin respuesta: “si choco contra un acantilado, ¿se trata de un accidente geográfico?” o “Si me anoto en un concurso de fotografía, ¿me podrían dar un premio revelación?” se suceden sin parar. 

La lengua es un músculo pero el lenguaje es un virus ha tenido y tiene un boca-oreja muy eficaz que le permite llenar de asistentes el espectáculo: un texto divertido por sus ocurrencias, un actor muy cómodo en la zona del absurdo y un poderoso imán para atrapar la atención del público.

Las carcajadas se apoderan de la platea frente a la seriedad con que el actor exhibe su discurso. A veces ridículo, otras reflexivo, el dinamismo del espectáculo no da respiro. Eso sí, “la muerte de un plomero es una pérdida irreparable”.

MT

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