¿Cómo se puede prohibir una letra?
Ofelia Kovacci fue durante años profesora de Gramática en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Esta lingüística, docente y académica, es autora de una obra clásica en la materia: Tendencias actuales de la gramática. La tuve como profesora en Gramática I y II. Su línea era el estructuralismo y siempre defendió el uso que de la lengua hacen les hablantes. Y no a pesar de sino justamente por saber tanto del tema. Estoy segura de que si esa Ofelia viviera, estaría atenta, interesada y se ubicaría del lado de quienes le decimos que sí a la e inclusiva.
La usan los chicos, las chicas, les chiques; también, personas adultas que tienen los oídos abiertos. No solo en las calles, en las redes, poetas, escritorxs, periodistas y tantes otres trabajadores de la palabra.
Yo uso a veces la e. Otras, prefiero algunos giros no sexistas, como decir quienes en lugar de los/las que. Otras, la x en la escritura, como signo diferencial.
Hoy escuché a un periodista preguntar: ¿Para qué complicar las cosas, si ya teníamos una palabra: todos? Porque de lo que se trata es de problematizar algo que habíamos naturalizado: el masculino universal. Si dicen todos, no me siento incluida. Y al mismo tiempo, entiendo y escucho también a quienes no se sienten cómodes con la e. Ya sea por razones estéticas, culturales, generacionales y hasta políticas.
Porque de lo que se trata es de problematizar algo que habíamos naturalizado: el masculino universal. Si dicen todos, no me siento incluida. Y al mismo tiempo, entiendo y escucho también a quienes no se sienten cómodes con la e.
En las escuelas, hay docentes que la incorporan con facilidad, otres que no. Y eso es parte del proceso de transformación de la lengua. Las universidades nacionales ya admiten la e o la x inclusivas en los trabajos de estudiantes, incluso en las tesis.
La lengua es un organismo vivo, mutante, algo que no considera el gobierno porteño cuando, a través de la RESOLUCIÓN N.º 2566/MEDGC/22 del 9 de junio de 2022, decreta la prohibición de una letra, usando el criterio de autoridad, hablando de derechos y amparándose en la Constitución Nacional.
Cito (las negritas son mías): “Que mediante dicho informe se han remitido a las consideraciones efectuadas por la Real Academia Española que ha sostenido que ‘El uso de la @ o de las letras «e» y «x» como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español (...)’, y por la Academia Argentina de Letras, que ha recomendado que se preserve la enseñanza-aprendizaje de la lengua en todos los niveles educativos si deseamos que nuestros alumnos escriban con cierta fluidez y corrección y, sobre todo, comprendan lo que lean y escriban y que ‘...no deben forzarse las estructuras lingüísticas del español para que se conviertan en espejo de una ideología, pues la Gramática española que estudiamos no coarta la libertad de expresarnos o de interpretar lo que expresan los demás’”.
La Junta Departamental de Filosofía y Letras (UBA) emitió un comunicado en torno a la Resolución, en el que se destaca: “… del mismo modo que no se puede prohibir el cambio, tampoco se puede imponer: el acto de prohibir determinados usos lingüísticos no evita que esos usos sean elegidos y eventualmente impuestos por lxs hablantes. Y, por supuesto, no podemos dejar de mencionar que las restricciones o prohibiciones sobre ciertos usos lingüísticos y no sobre otros suponen valoraciones sociales y estigmatizaciones también sobre sus hablantes.”
Hay un sentido en la e neutra, genérica. Es más, ya existe en castellano desde hace siglos. Por ejemplo, cuando decimos: Le dijo que entrara. ¿A quién? ¿A un ella, a un él? En otros países, incluso, esa e que en Argentina admitimos para el objeto indirecto (le dijo a alguien), también se usa en los pronombres en tercera persona para el objeto directo: Le invitó a su casa. A veces, personas de otros países reciben burlas por ese uso del “le” (sobre todo, si son de países sudamericanos, no así si son españoles). Por el contrario, el uso de la e inclusiva apunta a no discriminar, a incluir.
Hay mujeres que dicen: nos costó tanto que nos llamaran con la a cuando antes había una e que refería a un masculino (en Presidenta, por ejemplo), que la e atrasa. No, incluir no quiere decir borrar las conquistas ni los derechos. Decimos Presidenta, claro. Y también decimos, si queremos, todes. Nadie nos obliga a nada.
En su libro recién publicado Inclusivo, un lenguaje hacia la(s) equidad(es), Malena Zabalegui escribe: “La ‘generación e’ no es un grupo de delincuentes de la lengua que se niega, por capricho o rebeldía, a reconocer la normativa lingüística vigente. No son peligroses por plantear un lenguaje revolucionario ni están en peligro por exponerse y exponernos a él. Son jóvenes valientemente solidaries que, después de estudiar las normas gramaticales vigentes y hacer una lectura crítica de ellas, deciden proponer una alternativa superadora, a fin de colaborar activamente en la construcción de relaciones humanas más justas y más amables”. Y citando a la lingüista Elvira Arnoux, especialista en discurso, Zabalegui sigue: “Por eso irrumpen en la esfera pública ‘con formas propias, a riesgo de generar rechazo no sólo entre los grupos dominantes sino en la opinión pública, en general incluida por las ideas sobre el lenguaje que aquellos naturalizaron’”.
Nadie, y un funcionario debería tenerlo clarísimo, puede usar el presupuesto para prohibir el uso de una letra. Lo que sí habría que hacer desde el Estado es reforzar la aplicación de la Educación Sexual Integral en las escuelas, que les docentes tengan sueldos y condiciones laborales dignas y que los edificios escolares no se caigan a pedazos. O prohibimos la e o invertimos en educación en serio.
Lo que sí habría que hacer desde el Estado es reforzar la aplicación de la Educación Sexual Integral en las escuelas, que les docentes tengan sueldos y condiciones laborales dignas y que los edificios escolares no se caigan a pedazos.
La idea de que, en las escuelas, y en base a evaluaciones, se decrete enseñar el lenguaje “tal cual es”, y se lo quiera “preservar”, abre la pregunta: ¿y cómo es el lenguaje? En la Argentina, no usamos el tú sino el vos, pero en la escuela aprendimos a conjugar los verbos en segunda persona siguiendo las reglas marcadas por la colonia: tú amas, vosotros amáis. ¿Tal cual es? ¿Alguien vive el amor con tal distancia?
Retomo el comunicado de la Junta Departamental de Letras: “La lengua no necesita ser preservada ni defendida por ninguna institución; se construye y reconstruye de modo permanente entre, por y para sus hablantes.
“Los usos de la lengua siempre son políticos en el sentido más amplio y fuerte de ese término; la intención de prohibir usos lingüísticos también lo es y lejos está de garantizar la libertad...
“Por último… no existe ninguna evidencia que establezca una relación entre el fracaso escolar o el bajo rendimiento en pruebas estandarizadas y el uso de lenguaje inclusivo de género. Del mismo modo que el uso del desdoblamiento de los géneros masculino y femenino en la resolución emitida por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no dificulta la comprensión del documento, la variación generada por el uso de formas no binarias no resulta un obstáculo para el desarrollo de las habilidades de aprendizaje de lxs estudiantes. Sería deseable verificar si, en cambio, la desinversión en políticas educativas del Ministerio de Educación de CABA puede explicar esos resultados.
El comunicado abre preguntas: “¿Qué se intenta prohibir cuando se tratan de regular los usos de la lengua? ¿Por qué a un Ministerio de Educación le parece necesario legislar sobre la lengua? ¿Por qué el Estado de la Ciudad de Buenos Aires decide acudir a normas y regulación de una institución colonial como la Real Academia Española para avalar o justificar sus políticas lingüísticas en el ámbito de la educación argentina? ¿Qué proyecciones socio-históricas conlleva una política lingüística prohibicionista y punitivista? No podemos evitar recordar que las peores instancias dictatoriales y autoritarias en la Argentina y el mundo se asocian con intentos de prohibición y censura de usos, variedades y formas lingüísticas. ¿Por qué un gobierno democrático tomaría ese mismo camino?”
Y concluye: “Los derechos lingüísticos son derechos humanos. De eso se trata, de derechos.”
Siguiendo a Kovacci, Arnoux, a Silvia Rivera Cusicanqui cuando habla de la “descolonización de nuestros gestos, de nuestros actos, y de la lengua con que nombramos al mundo”, a la Junta departamental de Filo UBA, a Zabalegui: no eliminemos estas nuevas realidades, las que nos proponen les pibis. Aprendamos de elles.
GS
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