De robots, manadas y metáforas
Es temporada de higos en la casa de mi madre. Cada año, seguimos la misma tradición: llevamos una escalera al patio y los recolectamos en el punto justo, antes de que se caigan, literalmente, de maduros. Le saco una foto al higo abierto, ofreciéndose como lo que es: una flor que crece para adentro. Post.
Unas horas más tarde, no puedo acceder a la mayoría de las funciones de mi cuenta de Instagram no verificada, una cuenta simple, básicamente un diario de vida familiar y ocasional cartelera de eventos. No entiendo por qué. Con el borde filoso de la posibilidad de perder el contenido, se revela la función quizá más olvidada de las redes: la de archivo. Gran parte de la memoria de los últimos años está ahí.
“Limitamos la frecuencia con la que puedes realizar ciertas acciones en Instagram para proteger a nuestra comunidad”. ¿De qué necesitan proteger a la comunidad? ¿Qué hice yo para merecer esto?
Indago un poco en Twitter y empiezan a caer otros casos similares. A mucha gente le pasó ya: los robots escaneadores de Instagram muchas veces confunden algunas simples escenas cotidianas con otras de desnudez o contenido explícito y disparan la alarma: hay que proteger a la comunidad at all costs. “En mi caso, se confundió unas uñas sin pintar con un desnudo y me baneó toda la semana”, me cuenta Irina. Una inteligencia artificial no entrenada para las sutilezas patrulla las redes que habitamos día a día. ¿Cómo explicarle a Instagram que un higo no es una concha o que una uña desnuda no ataca la moral?
Curiosamente, los victorianos bots de la inteligencia artificial parecieran tener un lado metafórico: ven en esa realidad posteada la representación de otra cosa, de lo que están preparados para prohibir.
Después de la tremenda violación en un auto y a luz del día en Palermo, se canceló la palabra “manada” porque “no son animales, son varones”. Con la furia de los acontecimientos, el comentario pareció ajustado y en seguida se extendió a redes, medios y grupos de whatsapp. Son varones. ¿Cómo le llamamos, entonces, a una aberración cometida por varones? ¿Con qué palabras la mencionamos? “Violación en grupo” parece un sintagma salido de una novela de Cris Morena que, mientras limpia de eufemismos el acto, lo baña de civilidad.
En este caso, la literalidad parece quedarse corta para mencionar los acontecimientos. Hay salvajismo animal en el acto de seis hombres que penetran en masa a una mujer. Hay suspensión de la conciencia social, avasallamiento atroz de todo lo humano. Ahí es donde el lenguaje en su dimensión metafórica se vuelve imprescindible: con la imagen de una manada embravecida cayendo sobre una mujer sola e indefensa, empezamos a tener miedo. Quizá ahora sí nos demos cuenta de la atrocidad.
Estos jóvenes de menos de 25 años, universitarios y crecidos al calor del “Ni una menos” y los gritos de los últimos años, con rastas como el inocuo personaje de Verano del 98’, cometieron una atrocidad que merece ser nombrada con toda hipérbole. Porque una cosa es la cultura de la violación y otra cosa es creer que cualquier varón criado en la misma cultura es un violador potencial. El lenguaje traza también una diferencia ahí.
Ceci n´est pas una concha, esto no es una manada. La literalidad aplana los límites de lo humano, nos vuelve chatos. Y mientras tanto, ¿quién define esos límites? ¿Lxs programadores de la inteligencia artificial? ¿Lxs que llevan la voz cantante sobre lo que sí y lo que no? Que cualquier movimiento simple pueda ser penalizado, nos convierte a todxs en peligrosxs potenciales. Y si un peligro real no puede ser hiperbolizado, entonces se lo está minimizando. Cancelar la palabra manada es también cancelar una discusión.
La pregunta que ronda es: ¿Dónde nos sentimos más representadxs? ¿En la exacerbación o en la ausencia? En los bots hipersensibilizados o en lo que nosotrxs elegimos literalizar se juegan, también, algunas claves de este tiempo polarizado.
JPS
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