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PERDÓN QUE INTERRUMPA
Opinión

La transición no terminó

Alberto Fernández

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“Buen día, debido a esta incertidumbre de devaluación todos mis proveedores de bronce suspendieron las ventas ayer hasta ver q pasa. Así que me veo obligado a esperar q me pasen el nuevo precio de la barra... Se habla de una devaluación de entre el 30 y el 50%... Cualquier cosa llamarme x WhatApp Saludos”.

El mensaje lo recibió uno que tiene hace años una regia casa de sanitarios. Se lo mandó un proveedor la mañana del sábado. Del rumor de la devaluación se supo el origen (al parecer, la filtración de una financiera). Pero al sábado lo dimos por perdido. Acá un tuit enfocó las cosas:

La semana de corrida se cerró con novedad política: Alberto dijo que no quiere reelegir. No quiere intentarlo. Pato rengo, probabilidades mínimas, se veía venir pero él quiso decir el “no”. No llegó por una decisión de alguien, se va por la de él. Vinieron las crónicas enseguida, que cuándo tomó la decisión Alberto, que si la noche anterior les avisó a sus colaboradores, que si lo sabía Cristina, y así. Casi nada importan ya estas intrigas, industria del bostezo. La novedad argentina está en el experimento que vive la sociedad: una crisis que lleva demasiado tiempo.

Inundados de pesos por la emisión excepcional, agotados los dólares, “crisis oximorónica” la llama Mariana Moyano por las imágenes simultáneas y paradójicas de lo que vivimos. La velocidad de las cosas, todo en movimiento. Los que viven en la carrera por sacarse de encima los billetes, los que viven llenando teatros, pizzerías, los que viven en el “¿tiene ropa para regalar?” que termina en ferias, los que viven en la voz del Califato de la crisis (“¡compro heladeras, compro televisores!”), los que viven en trabajos que tallan al trabajador golondrina pobre (del Chino al bar, del bar al lavadero de autos), los que viven en tooodo ese crossfit flexibilizado que en cada capa social tiene su forma (el cronista de la economía social también “inventa” su trabajo o tiene tantos patrones que ya no tiene ninguno). “Se necesita empleado” dice el cartel del supermercado. ¿Y cuántos empleos se necesitan para vivir digno?

Decimos hace años que los economistas liberales tienen más labia que los populistas o de izquierda. “¿Cómo está la calle, Willy?”, le pregunta cada mañana Longobardi a Kohan que habla de plata, al grano. Pedagogía del profesor Melconian (con quien elegirías sentarte en un casamiento): “emisión genera inflación”, “el Estado es como una casa, no se gasta más de lo que se gana”, “el sector privado sostiene el sector público”. Milei ya es la etapa superior. Rompe el código: dice lo que se quiere oír. Los dólares. Como el que en la abstinencia le nombra la droga al paciente. Dolarizar y sacarte de encima la casta. Los cristinistas o larretistas o macristas o liberales que educan sobre la clara inviabilidad de esa tentación diabólica hablan largo. Sin “omitir intro”. Milei viene con todas las intros omitidas. Dice dolarizar y ya después puede decir cualquier cosa. Dice cualquier cosa. De hecho se avivó y habla menos.

Lola Melendi publicó en 2018 una gran entrada a propósito de la llegada al poder de Bolsonaro en Brasil. Escribió en revista Panamá una frase que le atribuye a un taxista. Dice acá Lola: “En el estado de Pará, por caso, son muchos los que dicen que si no pueden votar por Lula votarán por Bolsonaro. Hay racionalidad en el argumento: ‘Lula es el tipo que me protege. Si no lo puedo votar, votaré a Bolsonaro, que es el que me va a dar armas para que me proteja yo’”. En las vísperas de algo, en el goteo esperanzador de que “cambie todo”, en esta caída en desgracia, ¿qué dicen los grillos? Que si no me defienden déjenme defenderme a mí. Lola captó en Brasil el sentido subterráneo de un voto que se iba al otro lado. Boquete a la polarización.

Volvamos al video. Alberto es el presidente de una época a la que nadie querrá volver: trabada, discutida, empobrecida, paradójica, paranoica, casi sin relato. Quedará solo ahí, en la que le tocó. Como escribió Osvaldo Soriano de Alfonsín, “con el alma en la cara”. Y no es que los argumentos de presidente en retirada sobre pandemia, herencia, guerra, sean solo excusas, pero nombran demasiado algo que la gente quiere sacarse de encima. Como el barbijo. Los siete minutos que dura el video lo oímos susurrar. Alberto está solo, ¿pasará el resto de su vida haciendo la autopsia de su gobierno? Un liderazgo frustrado, y contrario a Macri, su hipotético libro no pedirá un segundo tiempo, podría llamarse: “¿Por qué no jugué el partido?” No jubiló a Cristina, pero Cristina sentirá que le dejó cuatro años de páginas en blanco para su obsesivo libro de historia. Alberto no susurra cualquier cosa, pero ahí suena a un hilo su voz. El hilo final. Una voz presidencial consumida. Un relato consumido.  

El video reconstruye imágenes y hechos de un Frente que hasta hace poco encadenaban sentido y ahora parecen espejos rotos. Un presidente es un liderazgo o nada. Alberto no se inventó a sí mismo. El ser otro de la presidencia le faltó. El último cambio de un político, su sello final con que será recordado. Cada presidencia es un vi luz y entré a la Historia. Caminos torcidos, carambolas. De hecho se arroga con toda razón un rol principal en la creación del kirchnerismo, que justamente fue el fruto de una carambola: el dedazo de Duhalde para no entregarle el país de nuevo a Menem.

No fue líder pero hizo la suya y con eso -no rebelde pero retobado-, enojó mucho a los otros, a los que a esta altura hablaban en on o en off y decían “nosotros lo pusimos”, los cristinistas que jugaban al bardeo gratuito al presidente (los mismos que hicieron de la autoridad presidencial un mantra) y se miraban en el espejo celebrando al fin una desobediencia (“ahhh, puedo criticar a un presidente, lo corro por izquierda”), pero esa “rebeldía” con cero costo era el fruto de otra obediencia. “El que pusimos” no nos puede echar, no nos va a pedir la renuncia. Sadismo triste. Y todo a cielo abierto como si fuera importante la interna. Como si de fondo no hubiera un pueblo que sigue acumulando pérdidas, desengaños y en veinte idiomas pide el mínimo pacto social: “dennos una moneda”. La quieren para ahorrar, para abajo del colchón, como un Alplax o para usarla al menos en el experimento de la germinación: dejar un billete quieto por una vez y ver qué crece.

Resumen porteño. “¿Sabés cuánto me sale media res?”, dice el carnicero de la calle Viamonte. “Cien mil pesos”. ¿Cien mil? “Claro, compramos nosotros de buena vaca.” En la pizarra escribe semanalmente las ofertas. No hay semana que repita cifra. Índice oferta de carnicero apocalipsis de abajo. ¿Cuánto le sacan a la media res? “No mucho más del veinticinco por ciento. Los verduleros meten más margen de ganancia a la fruta”, dice. Tirás una semilla y crece una rivalidad.

El vuelo en círculo de los dolarizadores encuentra en la sabana nacional a muchos argentinos con los brazos hacia arriba. Aunque eso sea el fin del país y lo vistan de aurora. La dolarización no sirve, no se puede, rompe todo. Pero qué pedazo de espejismo. La transición democrática no terminó: todavía no tenemos moneda. 

MR

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