Un tranvía llamado deseo
Se vio en Tik Tok, lo subieron los de agarrá la pala. Pasó de guasap en guasap. El “Pelado” Esteban Trebucq se paró en la entrada de la estación Constitución y a la bandada diaria de trabajadores golondrina de la economía de servicios les preguntó “a quién van a votar”. La mayoría dicen -en ese recorte- que a Javier Milei. “Está editado”, desconfían unos. Pero es verosímil, respondemos otros. “Te juro que no está guionado esto”, dice el Pelado, mirando a cámara, como si nos oyera.
Milei, Milei, Milei con más o menos argumentos, a conciencia de la provocación. Se escuchó algún “¡Aguante Cristina!”, más ligero y sin tantas ganas de argumentar. “¿Gobierna ella o no gobierna ella?”, les respondía el Pelado. No importa tanto si votan o no a Milei (el voto es secreto y todo el mundo en el cuarto oscuro salta las tranqueras) y no falta el comentario de que “está inflado”, “lo están subiendo”. Lo típico. Algunos dirigentes sindicales comentan algo simpáticos que gente de Milei les pidió reunión. La Prensa Obrera de una izquierda que le quiere competir la rabia se llegó a preguntar si el “kicillofismo” le entregó la personería electoral. Acá. Pero la pregunta en realidad podría formularse así, ¿qué otra palabra usar que no sea Milei para decir la bronca de hoy? ¿O imaginamos que el compatriota que se pasó el día corriendo la coneja en laburos de mierda antes de subirse al vagón cuando le preguntan a quién vota, de sobrepique, va a gritar: “¡A Daniel Filmus!”?
Si querés provocar decís Milei. Laburás mal, viajás mal y en la estación Julio Argentino Roca tenés una buena palabra para decir que se vayan todos y seguir de largo. Una que sepamos todos. Aunque incluso no lo votes. Pablo Touzon dice que el libro rojo libertario tiene una frase simple: “Si el Estado no me va a ayudar, entonces que no me rompa las pelotas”. Quedémonos con eso último: no me rompan las pelotas.
Memoria completa. Lo de las encuestas de primera mano en Constitución recuerda un personaje olvidado. Gladys, la encuestadora de Eduardo Duhalde. Del lejano 2003 esta crónica de Mario Wainfeld para el clásico duhaldista: “Llamen a Gladys y díganle que haga una encuesta”. Decía Mario acá que “Gladys tiene una task force de encuestadores que realizan, de parado y al toque, miles de entrevistas personales recorriendo lugares que el Presidente considera productores de muestras representativas. Su favorito, que no el único, es la estación de Constitución”. Duhalde, un líder inseguro que salvó al país, perseguía una verdad 21 que escribió Antonio Machado: “En política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire, jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela”. Estamos en Constitución. El Pelado es Gladys, porque Gladys no se murió. ¿Veinte años de duhaldismo resultó esto? Devaluación, subsidios, soja y planes hasta que se acabaron los dólares. Y la gente que dice Milei es educada. Ni épica del militante ni la del ceo. Milei quiere decir plata o mierda. Milei no tendrá razón pero los que lo votan sí la tienen.
Con novedad en el frente
Domingo pasado. Mauricio Macri destrabó la oposición. Si la ecuación tenía X, Y y Z, se despejó la Z. Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta respiraron aliviados, al minuto saludaron la decisión en tuits como si hablaran de Churchill. Macri dijo que trabajará para agrandar la coalición, se supone que ese “agrande” es el desplazamiento hacia el voto libertario. Veremos si al estirarlo no se rompe. También hubo algo de “golpe blando” a Larreta para simplificar la interna porteña: un solo candidato, posiblemente de apellido Macri. Martín Lousteau, que se creía número puesto, quedó en ese “no lugar” que es, ya, su lugar en el mundo, tratando de entrar como quien no quiere la cosa a la plataforma política que nos legó la Constitución del 94. Si la gobernación de la Provincia de Buenos Aires tiene la maldición de que ningún gobernador llega a presidente, la intendencia porteña escribe lo contrario. Aún cuando es, como dice Andrés Malamud, la mala escuela de gobierno: Aprendés a gestionar con superávit la capital de una nación deficitaria. Para muestra, Macri y De la Rúa. La política argentina después del 2001 también se reconstruyó bipartidaria: entre el poder porteño y el poder bonaerense (aunque porteños sean –casi- todos).
Macri también desconcertó al Frente de Todos y al operativo clamor. Si Macri hubiera sido candidato hasta los que no la votan se hubieran sumado al clamor de una candidatura de Cristina con tal de ver el Superbowl de la grieta. El duelo final entre él y ella. Pero el operativo “clamor/proscripción/huelga de hambre” contra la Corte se quedó mirando un punto fijo: ¿y ahora? Por ahora siguen en la misma. Porque ni el dato de un 40% de pobres interrumpe la agenda cristinista.
Honores y lucha
Las renuncias son momentos interesantes, usemos la palabra china. La historia argentina tiene grandes renunciantes. Las renuncias embellecen. El historiador Eduardo Minutella lo pone estos términos: “Aunque la idea del renunciamiento suele estar imbuido de atributos propios de lo heroico y sacrificial, en general suele responder a otras cuestiones, en la mayoría de los casos que no cierran los números, no alcanzan para llegar”. Hay dos renunciantes históricos que fundan el mito. Uno del siglo 19, otro del siglo 20. “San Martín en la historia que se hace por lo menos desde Mitre en adelante es el gran renunciante”, dice Minutella, porque el santo de la espada, “aquel hombre que en su grandeza elige no comprometer la espada en las luchas intestinas y no derramar sangre de sus compatriotas, no participar de la guerras civiles, es el artífice del renunciamiento grandioso y fundacional de nuestra patria y permite luego construir una suerte de patrística en la que cual ocupa un lugar de prócer principal y mayor”. La política del siglo 20 tiene en el peronismo el renunciamiento fundamental: Eva Perón el 22 de agosto en el Cabildo Abierto del peronismo. Y desde ahí quedó el leitmotiv evitista de renunciar a los honores, pero no a la lucha.
Toda renuncia, todo “no”, construye un vacío, una pregunta, un misterio. ¿Pero hay renuncias tan calculadas que controlan todos sus efectos? El renunciante se confía a un gesto de eternidad, y en el vacío de esa renuncia cae también la retórica que crea: la renuncia nos pone solemnes. El renunciado tiene su día histórico. ¡Estadista! Hasta el otro día que pisa con pies de barro.
Los grandes renunciamientos políticos desde 1983 fueron, ¿dos? A ojo: Carlos “Chacho” Álvarez a la vicepresidencia en el 2000 y Carlos Menem al balotaje en abril del 2003. Casi un ciclo se cierra entre las dos fechas. Primero la descomposición política que en “bloque” sostenía la convertibilidad (el acuerdo transversal para sostener el 1 a 1 se rompe con la misma Alianza) y luego el fin político del líder de esa larga década (el invicto Menem). ¿Hay vida política después de los renunciamientos? Chacho y Menem nos dirían que no.
En el gesto de sacarse el poder de encima puede que haya una identificación social automática porque la sociedad mantiene cierto ideal: el político que “vuelve al llano”. El renunciante retorna, se reabsorbe en su pueblo un instante. Y en los renunciamientos se abre una ventana sobre el poder. La renuncia muestra el juego. Horacio González, que fue compañero de Chacho en la Lealtad a Perón, en la revista Unidos y en la Renovación, escribió en octubre de 2000 y lo llamó “Bonapartista moral”. Con distancia y piedad apuntó que su dimisión restituye “la vieja idea del duelista: la verdad se muestra con una renuncia súbita, con un elemento que aun habiendo sido calculado, suena como un pistoletazo honorífico en el edén”. Renuncia súbita remite al júbilo súbito que puso Borges en el pecho de Laprida cuando iba a su destino (sudamericano). Pero contra la idea del político escalafonario (eso era más bien De la Rúa, según González), el “bonapartista moral” muestra su juego de “irrupciones y caídas”. Lo que había que salvar en la caída: la política. Como reserva, como instrumento, como autonomía frente a una economía incapaz de transformarse. Contra el límite férreo de la convertibilidad, a la política le quedó el terreno moral.
Pero la decisión de Macri sólo podría tener algún parentesco con la de Cristina en 2019. Me corro, pero me introduzco en el centro simbólico de mi fuerza. Aunque en Cristina el gesto fue más “controlado”: quedarse adentro, preservar poder. Había dos silogismos superpuestos en 2019: uno, “sin Cristina no se puede, sólo con Cristina no alcanza”; y el otro, consolando el exitismo, decía que “Cristina podía ganar, pero no gobernar”. ¿Cuál es el silogismo de Macri? ¿El mismo? ¿O qué variante?
Por ahora la única novedad en los frentes es que la pulseada será sin Macri. Sobre el paisaje más desierto del FdT el funcionario de un municipio de zona sur del GBA mide el clima sobre una dimensión más: “habrá que seguir fino algunas elecciones provinciales y ver la merma en la participación electoral”. Hizo circular en sus grupos el video de la “encuesta” del Pelado. Agrega que “a la oposición le sirve el escenario de crisis generalizada, te da la puerta para un ajuste porque es obvio que en la ‘normalidad’ nadie aplica ajuste, necesitás caos y crisis para hacerlo. Pero a nosotros, al no jugar Macri, nos va a costar más instalar la idea de ‘vamos, pongamos huevo, que si no viene la derecha neoliberal’”. Una pregunta de este 2023, en mitad del hervidero, con estos datos de pobreza e inflación, también pasará por cómo podrán meter el ajustazo cuando la crisis es crónica. La promesa de sangre ya existe.
MR
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