Planes y trabajo en el siglo XXI
Planes, planes, planes que algo quedará. Es mentira “la argentina planera”. Para ordenar el debate es imperioso hacerlo desde los datos. Para los believers de los mitos urbanos:
- en el año 1975 en Argentina teníamos 7 millones de empleos en el sector privado y 1,5 millones en el sector público, con una población de 24 millones de habitantes.
- hoy, tenemos 6,5 millones de trabajadores y trabajadoras en el sector privado y 3 en el sector público, pero con 44 millones de habitantes en nuestro país.
- actualmente hay 1,2 millones de inscriptos que perciben el Salario Social Complementario a través del Potenciar Trabajo por el cual deben trabajar en distintos emprendimientos productivos y de servicios.
Esto que vemos aquí no es sólo resultado de la falta de modelo de desarrollo en nuestro país, es también un fenómeno mundial que ha generado lo que el Papa Francisco llama “la cultura del descarte”. Los avances tecnológicos han impactado en la producción capitalista global de tal manera que, por un lado, han concentrado muchísimo la economía y, por otro, han robotizado las líneas de producción. Actualmente se produce más que años atrás con menos mano de obra, por lo tanto, millones de personas en el mundo ya no trabajan en relación de dependencia. No tienen un empleo formal, pero de todas maneras todos los días salen a buscarse el mango.
Esta discusión lleva, por lo menos, dos décadas. En la crisis del 2001 lo que se discutía era el piquete como método de protesta porque “planes” había pocos. Los medios, en los albores de los 90, insistían con la contradicción entre derechos de circulación y de protesta. De hecho, se bautizó como piqueteros al movimiento social de trabajadores desocupados que irrumpió en Cutral -Co en 1994 como resultado del proceso de desindustrialización menemista.
Nos escuchan, pero no nos ven
Los movimientos sociales, las organizaciones comunitarias de cada territorio junto a las iglesias llegan antes que el Estado. También son lo que intentan día a día recomponer el tejido social que se rompió hace mucho, ni con este gobierno ni con el anterior. Son 40 años de descomposición social, agravada, por supuesto por los años en los que gobernó Mauricio Macri.
Esta discusión recurrente marca parte de la agenda pública hace veinte años y ha atravesado no sólo varias crisis, sino también varios gobiernos. De tal manera que se han conformado posiciones políticas a ambos lados de la grieta y sin embargo ambas son equivocadas.
Unos dicen que hay que eliminar los planes, que a la gente hay que enseñarle a pescar y no regalarle el pescado. Otros dicen que hay que convertir los planes en trabajo formal y diseñan programas de capacitación de empleo para insertar a esos trabajadores en el mercado privado. Decir que hay que transformar planes sociales en empleo no solo es desconocer la realidad, sino, sobre todo negar el trabajo que millones de habitantes de nuestro país realizan sin derechos.
La economía popular dejó de ser un fenómeno para ser una realidad insoslayable. El crecimiento exponencial de este sector se vincula, entre otros factores, con los cambios abruptos de la relación laboral clásica en donde existe un patrón y un empleado. Ahora, el cambio de paradigma muestra que el trabajador se autoexplota y que es él mismo el que genera la fuente de ingresos. El salario ya no es percibido por parte del empresario. Este nuevo sujeto social llegó para quedarse. Por ejemplo, nueve provincias argentinas (Catamarca, Chaco, Formosa, Jujuy, La Rioja, Misiones, Salta, Santiago del Estero y Tucumán) hay más inscripciones al registro de la economía popular que al empleo formal.
Es hora de que el conjunto de la dirigencia de nuestro país no sólo escuche las protestas de este sector, sino que vea lo que hacen todos los días. Ahí quizás está una de las llaves para entender cómo construir una modelo de país con todos y todas adentro.
LG
0